domingo, 7 de abril de 2024

¿El Wozzeck español? Desgarrador Juan José en el Teatro de la Zarzuela.


Madrid, 6 de abril de 2024.

En el Teatro Real hemos vivido un invierno memorable, con tres producciones de óperas del siglo XX que han encandilado al público y crítica. Ahora es el Teatro de la Zarzuela quien recoge el testigo del Real, con una reposición de una ópera contemporánea: Juan José, la ópera que el maestro Pablo Sorozábal no pudo estrenar en vida, y cuyo estreno escénico (aunque había sido estrenado en concierto en 2009 en San Sebastián) fue en este mismo teatro y con esta misma producción, en 2016. 

Sorozábal se había interesado por la clásica obra teatral de Joaquín Dicenta, estrenada con éxito en 1895, una obra de denuncia  ambientada en un mísero barrio de Madrid, donde se narra la tragedia de Juan José, un obrero huérfano al que nadie ha querido nunca, y de Rosa, la única persona que le ha querido,y que sufrirá los celos tóxicos de este hombre, que le llevan a controlarla a cada momento y finalmente a maltratarla. En una época donde este trato a la mujer era común, este patrón también se repite en la pareja formada por Andrés y Toñuela, los únicos amigos de Juan José. La única salida de Rosa es el joven Paco, quien se interesa por ella sinceramente, aunque necesite la ayuda de la siniestra alcahueta Isidra. En este ambiente sin esperanza, de miseria cíclica, los personajes, sin recursos ni educación, luchan por sobrevivir. Esta historia escrita hace casi 130 años mantiene, por desgracia su vigencia en la actualidad. Incluso en una época como la nuestra, cuando se concientiza lo máximo posible sobre la violencia de género, hay muchos Juan Josés y Rosas en todo el mundo, incluso en este Madrid que hoy es capital de un país desarrollado. 

Sorozábal tardó once años en componer la música de esta obra, finalizándola en 1968, pero como ya se ha dicho antes, tras un estreno previsto para 1979 que se frustró, solo pudo estrenarse en concierto en 2009 en San Sebastián, y no fue hasta 2016 cuando pudo escenificarse. El Sorozábal tan alegre de La del Manojo de Rosas y La Tabernera del Puerto, no se reconoce en esta música, que oscila entre lo expresionista, con trazos atonales, en el primer acto, verista en el segundo y lírico en el último cuadro del tercero, especialmente en la bella introducción orquestal que lo precede. Aun así, es una obra que no renuncia a lo español, con ritmos que resultan familiares y que relajan la tensión, como el chotis en el dúo de Rosa y Paco o la Habanera en el aria de Andrés. La soledad y el trágico destino de los protagonistas, junto a la por momentos lúgubre y complicada música, podrían hacer pensar, salvando las distancias, en el tremendo Wozzeck de Alban Berg. Ambos trágicos protagonistas obreros son barítonos, sus parejas y víctimas femeninas son sopranos, y los terceros en discordia, ambos mejor posicionados, son tenores. Ambos tienen un amigo llamado Andrés, aunque el de Berg es un tenor y el de esta obra un bajo, Wozzeck y Juan José no tienen esperanza, aunque el español tiene peor genio que el alemán.

La puesta en escena de José Carlos Plaza intensifica, con ayuda de la escenografía e iluminación de Paco Leal, las pinturas expresionistas en blanco y negro de Enrique Marty, el movimiento escénico de Denise Perdikidis que muestra a los amigos de Paco como desarrapados que reptan por el escenario, y el colorido pero necesariamente feo vestuario de Pedro Moreno; el ambiente de miseria, oscuridad y desesperanza donde transcurre la trama. Esta ambientación llega a sumergir al espectador en el mundo asfixiante y paupérrimo de Juan José, haciendo que la decoración expresionista termine por ser, paradójicamente, un realismo agobiante, algo que casa con la historia. El primer acto es una lóbrega taberna, con las botellas pintadas al fondo, pero con poco más decorado que la barra y unas mesas, todo lo demás es un negro intenso. El segundo acto es la buhardilla donde viven los protagonistas, donde se ven pintadas las ventanas de la habitación y al fondo, los tejados de la ciudad, en tonos grises que recuerdan a las escuelas pictóricas de la época de Dicenta y de la juventud de Sorozábal. El tercer acto es curiosamente el más iluminado: la cárcel tiene una curiosa iluminación azul, aunque en las paredes aparecen pintada una fila de prisioneros, que parecen más bien fantasmas. En la última escena, aparece la pintura de un candelabro, esta vez colorido, y unos muebles, que representan la más cómoda vivienda de Paco.

El veterano Miguel Ángel Gómez Martínez se pone a la batuta de la Orquesta del Teatro de la Zarzuela, que si bien parece que por momentos se pasa de volumen, la potente música se presta tanto a ello que permite hacer pasar por alto algún exceso, viéndose compensada por la brillantez de las cuerdas en el comienzo del acto segundo o en el bello interludio del tercer acto, pero en términos generales ha sido impactante.

Juan Jesús Rodríguez impresiona en el rol protagonista con su potente voz de barítono y su porte, recreando al violento, inseguro protagonista, deslumbrando especialmente en el tercer acto, en su desgarradora escena al leer la carta de Andrés. 

La gran soprano Saioa Hernández en el rol de Rosa vuelve a ganarse al público con su bella voz, tan rica en tonalidades, dando una interpretación conmovedora en el segundo acto, en la línea de las grandes heroínas veristas que suele interpretar. 

Alejandro del Cerro interpreta a Paco, con su voz caudalosa de tenor, desenvolviéndose bien en la música, e incluso sorprendiendo al prolongar durante largo rato su última nota al final del dúo de Rosa y Paco (Entre primero la gracia de Dios).

Simón Orfila está excelente como Andrés, tanto a nivel de voz como interpretación, siendo capaz de resultar hasta gracioso en su romanza del segundo acto, imitando la voz femenina en tono burlón, dentro de lo que le permite su agresivo personaje. Vanessa Goikoetxea igualmente deslumbra como Toñuela, una deliciosa voz de soprano, que además muestra excelentes agudos en el acto segundo. María Luisa Corbacho interpreta a Isidra, la alcahueta, con una voz potente pero bastante nasal en varios momentos. Notable Luis López Navarro como el prisionero Cano.

No es esta la más popular obra de Sorozábal, algo en lo que pudieron confluir diversas causas, como la época en la que fue compuesta, las dificultades para estrenarla, o la dureza de música y argumento, que además en el primer acto tiene guiños a la denuncia política. Pero la impresión que uno se lleva tras escucharla es que esta ópera tiene potencial no solo para formar parte del repertorio lírico español, sino también el internacional, pese a sus características eminentemente madrileñas, que no la hacen fácilmente interpretable para cantantes no hispanohablantes, debido a su poderosa trama y su poderosa música. Esperamos que al menos el público, que aunque no llena el aforo, esté disfrutando y reconociendo la maestría de la obra, a la que el Teatro de la Zarzuela hace justicia con esta reposición.

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miércoles, 3 de abril de 2024

ESP/ENG: Una agradable sorpresa. Cuarta Sinfonía de Bruckner en el Auditorio Nacional.

 

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Madrid, 2 de abril de 2024.

La Orquesta Sinfónica de Madrid, titular del Teatro Real, además de ser la orquesta estable de nuestra gran ópera, tiene un ciclo sinfónico en el Auditorio Nacional. Además del bicentenario de Anton Bruckner, este año se celebra el 120 aniversario de la actividad de esta orquesta, que el 7 de febrero de 1904 dio su primer concierto en el regio coliseo. En su larga trayectoria, la orquesta ha pasado por momentos de vibrante actividad, como sus primeras décadas dirigida por Enrique Fernández Arbós, quien puso en su repertorio a los más grandes compositores españoles del momento, con Richard Strauss e Igor Stravinsky como maestros invitados, luego por décadas de declive desde los años 40 hasta los años 70, después como titular del Teatro de la Zarzuela, y desde 1997, como titular del Teatro Real. También es conocida por su enorme legado discográfico, principalmente de zarzuelas y música española, e incluso Peter Maag grabó la integral de sinfonías de Mendelssohn.

Desde hace seis años, la Sinfónica de Madrid está interpretando todas las sinfonías de Bruckner, y en los últimos tiempos, ha dado la casualidad de que antes de que la OSM represente un Wagner en el Real, toca interpretar un Bruckner en su ciclo sinfónico. Así fue en 2022, cuando bajo la dirección de Pablo Heras-Casado se interpretó la Novena Sinfonía en la sala sinfónica y luego el Ocaso de los Dioses en el teatro. Y como en aquella ocasión, Pablo Heras Casado ha interpretado esta tarde la majestuosa Cuarta Sinfonía del compositor austríaco, antes de representar los esperadísimos Maestros Cantores en el Real a finales de este mes. 

Conocida como la "Romántica", esta y la séptima sinfonía son las más populares de Bruckner para el gran público. Esta obra, en la que la influencia wagneriana es notoria aunque sería mayor en obras posteriores, hace honor a su apodo ya que a lo largo de la misma se nos revela monumental, bucólica, evocadora, exaltadora de la naturaleza, del amor virtuoso. En la obra de Bruckner es conocida la pluralidad de versiones para muchas de sus sinfonías, revisiones del autor y ediciones adulteradas que luego fueron corregidas más de una vez. En la cuarta sinfonía este problema es aún mayor, ya que hay muchas ediciones, por no hablar de las correcciones que Bruckner hizo a su obra, incluido un final completamente diferente, llamado Volksfest. Para esta ocasión, se usa la edición de 1878/1880, la más usada en la actualidad.

Heras-Casado ha dirigido la orquesta con unos tempi tirando a lentos, y ha extraído un sonido espectacular de la orquesta, lo que resultaba aún más impactante en los asientos más cercanos a la misma. El primer movimiento arrancó un poco tímido, ya que es además una obra que compromete a la  tromba, al hacerla iniciar la obra con ese bello y complicado solo, en el que el solista hizo todo lo humanamente posible. Sin embargo, a medida que transcurría la música, la interpretación encontró su camino, y al final del primer movimiento ya sonaba majestuosa, además de hacer una bella pausa antes de que se repita el tema inicial. El reflexivo segundo movimiento fue de lucimiento para la viola, que se encarga de comenzarlo, y también para la madera. En el tercer y cuarto movimientos, todo el espectacular metal de esta orquesta destacó, desde la tromba hasta la tuba, así como la potente percusión. Como dato curioso, estar tan cerca de la orquesta lo convierte a uno en testigo de las respiraciones fuertes del maestro.

Como ya dije en la interpretación de esta misma obra de hace un año en este mismo escenario, por la ORCAM, quizá Bruckner no sea tan popular en España, algo que podría discutirse teniendo en cuenta que su programación es constante en muchos auditorios, pero sí es seguro que la Cuarta es una de las más queridas por el público, y prueba de ello podria ser que en menos de un año se ha visto en tres ocasiones por diferentes orquestas de la capital, y el público hoy aplaudió entusiasmado y con una ocupación más alta que en la otra ocasión. Ojalá la próxima temporada sinfónica nos traiga más Bruckner.

ENGLISH: A pleasant surprise. Bruckner's Fourth Symphony at the Auditorio Nacional.

Madrid, April 2, 2024.

The Madrid Symphony Orchestra, also the orchestra of the Teatro Real, apart from being the  orchestra of our major opera house, has a symphonic cycle at the Auditorio Nacional de Música. In addition to the bicentenary of Anton Bruckner, this year marks the 120th anniversary of the activity of this orchestra, which gave its first concert on February 7, 1904. During its long history, the orchestra has gone through moments of vibrant activity, such as its first decades led by Enrique Fernández Arbós, who included the greatest Spanish composers of the moment in its repertoire, with Richard Strauss and Igor Stravinsky as guest teachers, then for decades of decline from the 40s to the 70s, then as main orchestra of the Teatro de la Zarzuela, and since 1997 at the Teatro Real. It is also known for its enormous recording legacy, mainly of zarzuelas and Spanish music, and even recorded the complete Mendelssohn symphonies under Peter Maag's baton.

For six years, this orchestra has been performing all of Bruckner's symphonies, and in recent times, it has happened that before performing Wagner at the Teatro Real, it is time to perform a Bruckner symphony at the Auditorio. This was the case in 2022, when under the baton of Pablo Heras-Casado the Ninth Symphony was performed in the symphony hall, and then Götterdämmerung in the opera house. And as on that occasion, Pablo Heras-Casado has conducted this afternoon the majestic Fourth Symphony, before performing the long awaited performances of Wagner's Meistersinger at the Teatro Real at the end of this month.

Known as the "Romantic", this and the seventh symphony are Bruckner's most popular ones for the main audiences. This work, in which the Wagnerian influence is noticeable, although it would be greater in later works, lives up to its nickname since throughout it it is revealed to us as monumental, bucolic, evocative, exalting of nature, of virtuous love. In Bruckner's work, the variety of versions for many of his symphonies is known, revisions by the composer and adulterated editions shortly after his death or still in his lifetime, that were later corrected more than once. In the case of the Fourth symphony this problem is even greater, since there are many editions, not to mention the corrections that Bruckner made to his work, including a completely different ending, called Volksfest. For this occasion, the 1878/1880 edition is used, the most performed today.

Heras-Casado has conducted the orchestra with some slow tempi, and has extracted a spectacular sound from it, which was even more impressive in the seats closest to it. The first movement started a little shy, since it is also a work that involves so much the french horn, by making it to begin the work with that beautiful and complicated solo, in which the soloist did everything humanly possible. However, as the performance was progressing, the rendition found its way, and by the end of the first movement it already sounded majestic, as well as making a beautiful pause before the opening theme is repeated. The thoughtful and calm second movement was a highlight for the viola, which opens it, and also for the woodwind. In the third and fourth movements, all the spectacular brass of this orchestra stood out, from the french horns to the trombones and the tuba, as well as the powerful percussion. As a curious fact, being so close to the orchestra makes one a witness to the maestro's strong breathing.

As I already said in the performance of this same work one year ago at this same venue, by the ORCAM, perhaps Bruckner is not so popular in Spain, something that could be discussed considering  its recurrent scheduling in many symphonic seasons all over Spain, but it for sure the Fourth is one of the most loved by the audiences, being a proof of this that in less than a year it has been seen three times by different orchestras in the city, and the audience today applauded enthusiastically, with an occupation higher than on the other occasion last year. I wish the next symphonic season will bring more Bruckner to Madrid.

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sábado, 30 de marzo de 2024

Diez años sin Gerard Mortier: Ahora aparece maravilla tras maravilla, ¿Por qué tiene que acabar? (Temporada 2013-2014)



TEMPORADA 2013-2014.

“Ahora aparece maravilla tras maravilla”

Esta frase del primer cuadro del tercer acto Los Maestros Cantores de Núremberg titula el capítulo del libro “Bayreuth: una historia del Festival Wagner” de Frederic Spotts, dedicado a los apasionantes 15 años en los que Wieland Wagner revolucionó el Festival de Bayreuth con sus apoteósicos montajes. Pero, desde mi personal punto de vista, que esta misma frase podría aplicarse a gran parte de la temporada del Teatro Real, la última que llevó el sello artístico de Gérard Mortier, y que no pudo llegar a ver terminada.

La temporada se inició en septiembre con una reposición del clásico montaje de Emilio Sagi de “El Barbero de Sevilla”, que se estrenó en 2005 con Juan Diego Flórez, Pietro Spagnoli, María Bayo y Ruggero Raimondi, pero en esta ocasión no contó con semejante nivel. Poco puedo decir porque no fui a las funciones, y hoy en día me pesa no poder haberlo hecho.

Sin embargo, en dicho mes, surgió un golpe inesperado: Gerard Mortier sufría un cáncer de páncreas, con lo que no podría seguir al frente de su puesto por mucho más tiempo. El proceso de selección de su sucesor fue tan sonado, que hasta la prensa internacional se hizo eco del mismo. Entre los sucesores que proponía Mortier, y la gestión del Teatro Real y lo que dejaba ver la prensa, la batalla campal estaba servida. Finalmente, el sucesor fue Joan Matabosch, hasta entonces director artístico del Gran Teatre del Liceu de Barcelona, que llevaba dirigiendo desde su reapertura en 1999. Mortier fue nombrado entonces consejero artístico.

Octubre y noviembre tuvieron óperas con temática relacionada con la conquista del Nuevo Mundo: La Conquista de México, de Wolfgang Rihm, y The Indian Queen, de Henry Purcell.  Como introducción a la obra de Rihm, el 30 de septiembre hubo un concierto gratuito que incluía algunos cuartetos de la serie Fetzen, de este autor. La música de Rihm es atonal, pero no tan difícil como otros autores. Con un libreto más bien corto, era la música la que se encargaba de hablar de los personajes, el coro inicial es impactante y cuenta con interludios orquestales impresionantes. Hernán Cortés era interpretado por un barítono, que fue Georg Nigl, y Moctezuma, por una soprano, Nadja Michael. La obra se cierra con un bello dúo a cappella de ambos personajes. La orquesta fue dirigida por Alejo Pérez, y los coros, por razones que no conozco, fueron grabados. El montaje de Pierre Audi, sin embargo, es uno de los más bellos que se han visto en el Teatro Real:

El montaje de Pierre Audi, sin embargo, es uno de los más bellos que se han visto en el Teatro Real: Desde el telón de colores que representa la Tenochtitlán decadente hasta el final espectacular en que Cortés y Moctezuma interpretan su dúo final en medio de una plataforma gris que indica su prisión, la prisión de sus emociones. Impresionante el juego de luces: el ritual inicial en color rojo, las escenas de conflicto interno de Cortés en negro. O el descenso de estructuras de aparatos circulatorios con venas, arterias y corazones, o las luchas entre aztecas y españoles, sucumbiendo los primeros a los escudos de los segundos. Tampoco está mal la dirección de actores: tremendo el momento en que Cortés le dice a Moctezuma : "¡Ése no es Dios!¡Pondré a la Sagrada Virgen en el lugar de estos ídolos!" Mientras el emperador sigue señalando con su canto a la divinidad. Por un segundo pensé en el calvario que supuso para los aztecas ver cómo los conquistadores se burlaban de sus dioses. De ahí que publicara en este foro la opinión de los aztecas en forma de poema. Magistral el momento en que desciende una urna con la proyección de la imagen de Moctezuma, gran trabajo de Urs Schönebaum. Recuerdo que cuando salí del teatro y le comenté a un amigo que era uno de los montajes más bellos que había visto, una señora me miró con los ojos como platos.


Noviembre fue aun mejor: y aunque no tenía previsto verla, una oferta de última hora me hizo aceptar y lo recuerdo como una de las mejores decisiones que jamás he tomado en mi vida lírica. Se representó “The Indian Queen”, una semiópera de Henry Purcell sobre aztecas e incas. Dada su cortísima duración, lo que se vio en el Real fue un pastiche de esta obra, con una dramaturgia reformulada pero coherente, con otras arias y obras vocales de Purcell. Además, se incluyeron textos de dos novelas de la escritora centroamericana Rosario Aguilar, recitados por la actriz puertorriqueña Maritxell Carrero. La producción corrió a cargo de Peter Sellars, quien ambientaba la obra en una época atemporal, pero con un moderno vestuario, tanto de militares (los españoles) como étnicos, y de nuevo acompañada por los decorados de Gronk, quien se superó respecto de su trabajo en Ainadamar. Se trató de un espectáculo completo, casi como se haría en tiempos de Purcell, incluyendo danza, canto, textos hablados, construido de tal forma que tenía sentido. La dirección de actores fue impecable, así como la iluminación, y los cuatro excelentes bailarines para las danzas. Si la puesta en escena fue de gran belleza, mucho más lo fue la parte musical: Teodor Currentzis vino con su orquesta MusicAeterna, que logró una excelente prestación, con unos instrumentos con un sonido bellísimo, prístino, así como el coro de la ópera de Perm, que brilló también a nivel actoral. El elenco musical fue bastante notable, con estrellas como el contratenor Christophe Dumaux, el ágil contratenor Vince Yi, pero si hubo alguien que esa noche destacó fue la soprano rusa Nadine Koucther, quien en el personaje de Doña Isabel (que no existe en la obra original), interpretó con una voz tan hermosa, brillante, cristalina las canciones “Solitude” y “See even night”, logrando el momento más mágico de toda la larga velada. Las emociones que se vivieron esa noche difícilmente podrían apreciarse de la misma manera en la grabación en DVD con la que felizmente se ha preservado esta producción para la posteridad. Uno de los grandes hitos de la temporada y de toda la era Mortier. Uno de esos días Currentzis y su orquesta interpretaron una función de Dido y Eneas con Simone Kermes y Dimitris Tiliakos. El 6 de noviembre, Christine Schäfer e Isabelle Faust interpretaron los Kafka-Fragmente de Gyorgy Kurtag. Fue la úlima vez que la soprano alemana cantó en el Real. Se retiró dos años más tarde.

Se comentó en los foros, al respecto de estas dos producciones, que se oían algunos comentarios en el público de que se trataba de leyenda negra y que los españoles habían sido muy buenos con los indígenas.

En diciembre, se vio una versión moderna de “L’Elisir d’Amore” de Donizetti, con un elenco de alto nivel, pero el principal reclamo fue el montaje de Damiano Michieletto, que se había visto en Valencia, y que ambientaba la obra en una moderna playa española, donde los personajes tenían estética poligonera (de barriada, para quien al otro lado del Atlántico no lo entienda), donde Dulcamara trapicheaba con drogas, pero es Belcore quien es finalmente detenido, Nemorino es un tonto, y Adina y Giannetta son dos chonis, alguna con un peinado que recordaba a Amy Winehouse. El director musical, Marc Piollet, dirigió la obra de forma insípida y meramente acompañadora. Nada podía hacer presagiar que el mes siguiente iba a dirigir un Tristán e Isolda inolvidable. Celso Albelo e Ismael Jordi se alternaron como Nemorino, Nino Machaidze y Camilla Tilling como Adina, Erwin Schrott  fue Dulcamara, Fabio Maria Capitanucci fue Belcore y Ruth Rosique fue Giannetta.

De enero a abril se vivió, en el Teatro Real una intensidad que pocas veces se ha repetido en el regio coliseo. Y los wagnerianos estuvieron de enhorabuena ya que se vieron dos producciones inolvidables.

Mortier pensó en esta temporada como el “año Wagner”, y enero empezó con Tristán e Isolda, y lo hizo con el popular montaje de Peter Sellars, que constaba principalmente de proyecciones de vídeos de Bill Viola, que se vio en París en 2005 y que ha estado en varias ciudades como Toronto y también Madrid. Y en la capital francesa se ha visto muchas veces. La expectación por la ópera de Wagner  y por Bill Viola agotó las localidades muy rápidamente, y fue muy difícil conseguirlas de último minuto. De vez en cuando salían escasamente algunas de patio de butacas o de tribuna, que se agotaban rapidísimo. Por suerte, pude hacerme con una de baja visibilidad, aunque pude ver bien los vídeos. Antes de que empezaran las funciones, durante los enfoques de Tristán e Isolda, Mortier apareció para presentar la obra. Se le veía extremadamente delgado, con apenas pelo, pero seguía manteniendo la misma energía. La parte musical de la conferencia consistió en los Wesendonck lieder, que interpretó Ausrine Stundyte, en la sala de ensayos. Recuerdo que quise acercármele para darle las gracias por todo lo que nos dejaba. No pude. Sería la última vez que le vería con vida.


En cuanto al montaje, realmente en escena había muy poco movimiento: todo estaba pensado para los vídeos. El negro predominaba el resto de la puesta en escena: tanto la indumentaria de los personajes como el escenario. Los vídeos eran bastante interesantes y desde luego que denotaban un talento e imaginación destacables. La obra empezaba  con imágenes del mar en movimiento, sigue con Tristán e Isolda preparándose para un rito. Pero la cosa mejora con los actos segundo y tercero, donde son preciosos: imágenes del bosque, velas encendidas, el fuego y el agua, imágenes de los protagonistas claramente difuminados (con actores esbeltos y jóvenes, nada que ver con los maduros y no muy atractivos artistas de los vídeos del acto primero). Destacable la escena del monólogo de Marke con la imagen de un árbol iluminado progresivamente al amanecer o en el acto tercero tanto la imagen de un barco que se pierde en el mar al amanecer. O las imágenes de Tristán sumergido en el agua, para elevarse al final de la obra. Pero también hubo otros momentos gloriosos además de los vídeos: Al final del primer acto, cuando el barco que lleva a nuestros protagonistas está a punto de llegar a tierra; los miembros del coro se colocan en las escaleras de ambos lados de paraíso, mientras que Marke y Melot bajan por el patio de butacas, convirtiendo a éste en las costas de Cornualles: Los focos del escenario iluminan a todo el aforo, recorriéndolo. Después se ilumina la sala mientras en escena los protagonistas están en pleno éxtasis y el escenario negro se convierte en blanco. Cuando se baja el telón se apagan de nuevo las luces. Verdaderamente glorioso. Otro  momento álgido para mí fue el solo de corno inglés, interpretado por Álvaro Vega. Todas las luces incluida la del foso de la orquesta se apagan para mostrar a un Tristán enfermo mientras la pantalla refleja el alejamiento progresivo de un buque en plena niebla hasta convertirse éste en un diminuto punto, con las primeras nubes del alba visibles. Fue todo un acierto colocar a algunos intérpretes en las zonas de tribuna y paraíso. Marc Piollet logró una dirección orquestal que opulenta en casi todo momento: magnífico el preludio, el final del primer acto, que terminó en una sonora ovación, el preludio del acto tercero, etc. Sin duda una de las mejores ejecuciones en ópera wagneriana que he presenciado nunca. Durante varias funciones, el tenor Robert Dean Smith se sintió indispuesto, y tuvo que ser sustituido por los tenores Stefan Vinke, Andreas Schager y Franco Farina (para desgracia del público que asistió a esas funciones), en lo que se conoció como el “baile de Tristanes”. Fue un reparto de alto nivel, y junto al Tristán de Dean Smith (quien lo cantó en este mismo escenario en 2008 con Waltraud Meier), estuvo Violeta Urmana como Isolda, quien fue destacable, Jukka Rasilainen como un irregular Kurwenal, Franz Josef Selig como Marke, y Ekaterina Gubanova como Brangäne estuvieron espléndidos.

El 6 de febrero, Thomas Hampson dio un recital con la Amsterdam Sinfonietta, que fue notable. Recuerdo que al salir del teatro, un jovencito salía tarareando divertidamente con sus amigos el lied Rattenfänger.

Al mismo tiempo que Tristán e Isolda, en el Real se vio un estreno: se trataba de Brokeback Mountain, del estadounidense Charles Wuorinen, basado en la novela de Annie Proulx, quien hizo el libreto, y que se convirtió en la clásica y oscarizada película de 2005, la historia de amor de dos vaqueros de la América profunda que vivían su amor a escondidas, en una montaña, que supuso un hito para la comunidad gay mundial pues se trataba de la primera película de Hollywood en la que se mostraba explícitamente a dos hombres manteniendo una relación en la pantalla. Mortier encargó esta ópera a Wuorinen para su etapa en Nueva York, pero finalmente recayó en Madrid. Wuorinen es un compositor de música atonal, con un lenguaje en el estilo de la Segunda Escuela de Viena, pero también asequible. La partitura pretende ser oscura, densa, que no deja espacio ni para pasajes ligeros (sí, en el atonalismo puede haberlos ¿quién no piensa en ello cuando escucha la escena orgiástica de Moisés y Aarón o en lo ágil del Filmmusik del acto segundo de Lulu?). Destacable la introducción orquestal breve, así como el momento final de Ennis, con un dramático acompañamiento de cuerdas, así como la frase "Jack, I swear" totalmente a cappella. O por ejemplo la intervención de las trompetas, magníficas. El montaje de Ivo van Hove, que fue funcional, aunque con momentos de belleza, como cuando el escenario estaba desnudo y sólo funcionaba con las proyecciones de imágenes bellas de montaña, vídeos de rebaños de ovejas, mientras vemos a Jack y Ennis montar sus tiendas o hablar frente a una hoguera. Otro momento de gran belleza era el final, con todo el fondo negro que representa la tristeza de Ennis y los padres de Jack, en el que se proyecta una luz tenue que a su vez proyecta -valga la redundancia- una tenue sombra, o en la escena de la camisa con la montaña en blanco y negro.  Además, en los cambios de escena podíamos ver la plataforma de las casas-muebles deslizarse y en el fondo del escenario este cambio era iluminado por luces, que bañaban la sala en un precioso color dorado, en una exhibición de los grandes recursos escénicos del Teatro Real. Titus Engel dirigió notablemente la orquesta, y Tom Randle, como Jack Twist, y Daniel Okulitch como Ennis del Mar interpretaron a la pareja protagonista.

Marzo trajo uno de los montajes más protestados pero al mismo tiempo entretenidos de aquélla época: Krzystof Warlikowski dirigía la Alceste de Gluck. Warlikowski convertía a la sufrida reina reina griega en Lady Di. Su intención era darle un vuelco al texto de la ópera, adaptado a las convenciones del siglo XVIII, para darle una visión humana y presentar los problemas de Alceste y Admète como un problema conyugal. Al entrar en la sala había un enorme salón blanco en el escenario. Cuando el director de orquesta hacía su entrada se apagan las luces y se ve un vídeo en el que Alceste aparece vestida de Lady Di y concede una entrevista en la que habla de un momento convulso para la monarquía en su país, así como del fracaso en su matrimonio. Al final de la entrevista asegura que las decisiones que se tomen (en el transcurso de la obra) abrirán un camino de esperanza y futuro. Las proyecciones son una constante, por ejemplo en las escenas en las que Alceste reflexiona sobre su futuro así como en la celebérrima "Divinités du Styx" aparecen imágenes de una doliente Alceste así como de la familia de la que se aleja, o por ejemplo en el final, cuando Alceste al volver del Hades hace dibujitos en un espejo. También fue una constante la utilización de diálogos en inglés: como puede tratarse de la simpática entrevista inicial, o al final del primer acto entre Admète y su padre, en el que le recrimina por qué no ha muerto en su lugar. Al final de esta escena, que cerraba la primera parte, hubo un silencio sepulcral que fue irrumpido por el furibundo grito de alguien que gritó “Fuera”, perturbando los ánimos. O en la escena del infierno cuando el Thánatos le recrimina a Hércules por sus crímenes. Alceste y Admète son una pareja desavenida, de forma que según el regista polaco Alceste podría desear su muerte. Durante el acto segundo asistimos a una cena en palacio, en la que una bailarina folclórica española -y entrada en carnes- danza mientras la pareja protagonista nos hace partícipes de sus problemas. Ivor Bolton dirigió la orquesta, en una prestación que fue de menos a más, brillando en el tercer acto. Angela Denoke, en un estado vocal ya en declive, fue Alceste, en un primer acto complicado pero que se superó en la función. Paul Groves fue Admète, Willard White fue el gran sacerdote en una impactante intervención, y los secundarios como Fernando Radó, María Miró y Thomas Oliemans estuvieron bien. Aun así, hubo muchos abucheos a Denoke, a Groves y hasta a la bailarina de flamenco.

El 8 de marzo, Gerard Mortier falleció en Bruselas, perdiendo su batalla contra el cáncer.

La reacciones de duelo no se hicieron esperar, tanto en la prensa cultural internacional, entre muchos melómanos de Europa, como entre la comunidad operística de Madrid, incluso en la misma que deseaba su marcha del Real, aunque no de esta manera. De hecho, antes de una de las funciones de Alceste se hizo un minuto de silencio en su memoria. Incluso, Warlikowski cambió el final de la puesta en escena: Alceste ya no moría víctima de su paso por el inframundo, sino que despertaba de su estado vegetativo y se mantenía en pie.

El 2 de abril tuvo lugar un concierto homenaje de acceso gratuito, para el que se formaron numerosas colas, y que no estuvo exento de polémica ya que en las redes sociales hubo gente que protestó por las circunstancias del homenaje. El mismo comenzó con un vídeo (que aún existe en el canal de Youtube del teatro) en el que se repasaba la trayectoria y el pensamiento de Mortier. A continuación, Hartmut Haenchen dirigió la obertura y dos arias de Lohengrin, interpretados por miembros del segundo elenco: Anne Schwanewilms (Einsam in Trüben tagen) y Michael König (In fernem land). Vito Priante interpretó un aria de Los Cuentos de Hoffmann, que se vería en mayo, Measha Brueggergosman interpretó un espiritual negro, Goin up’yonder, bastante emotivo, y Anne Sofie von Otter interpretó el lied Im Abendrot. El coro interpretó el Patria Opressa del Macbeth de Verdi, y la velada se cerró con la orquesta, de nuevo dirigida por Haenchen, interpretando el Preludio y el Liebestod de Tristán e Isolda.

En ese mismo abril, tuvo lugar una producción inolvidable de Lohengrin, de impacto visual, que fue excelente a nivel vocal, escénico y orquestal. El montaje de Lukas Hemleb era asequible para la comprensión de la obra, y destacaba lo mágico y triste del argumento. o que se ve en escena, es lo que sucede en el libreto. El decorado era una estructura con ambiente de cueva, totalmente pétreo. El vestuario es sencillo y de inspiración oscura, salvo para Elsa y Lohengrin. Quizá la estructura sea una manifestación del pesimismo y la tristeza que hay en la obra. O un mundo sin salida posible que pierde una oportunidad con la marcha de Lohengrin. No siempre había mucho movimiento de los cantantes, pero el que había es dramáticamente convincente. De hecho en las escenas con el coro (éste sí un poco estático) se movían más bien poco.

La iluminación fue un punto a favor. En el acto segundo la iluminación tenue, sumada al decorado pétreo es un ambiente propicio para lo siniestro del dúo de los villanos o el de las dos protagonistas femeninas. Por otro lado, al final del mismo acto la entrada en la catedral es simbolizada por una acercamiento del coro y los solistas al público, mientras se ilumina parcialmente la sala. Un momento precioso. La iluminación azulada en el dúo de amor del acto tercero, resalta convenientemente el carácter íntimo del mismo. Alexander Polzin es el escenógrafo de este montaje. Ya había afirmado que parte central del mismo sería una escultura. Escultura que emerge del escenario con luz reluciente dentro de un enorme bloque a la entrada de Lohengrin en el primer acto o en el acto segundo (creo recordar). Parece evocar al cisne, o a la esperanza en la escena de la catedral. No obstante al final de la obra aparece desprovista de su cobertura luminosa, dejando la alta pero escuálida estatua al descubierto. Representaba pues, no solo a Gottfried sino también al futuro desolador que aguarda a los supervivientes brabanzones tras la pérdida de su protector.

Hartmut Haenchen y Walther Althammer se alternaron en la dirección de orquesta. Haenchen logró con la orquesta una interpretación lírica, mágica, ágil, con un sonido precioso, recordándose el preludio del primer acto como inolvidable. Althammer, en cambio, tuvo una dirección más lenta, más épica, siendo su versión la de un cuento de caballeros mientras que la de Haenchen era un bello cuento de hadas, más romántico. Los coros destacaron por su vigor, especialmente en el acto segundo, de lucimiento para las voces masculinas. La producción contó con dos repartos excelentes, para lo que había en ese momento: Christopher Ventris y Michael König como Lohengrin, el primero debutaba por fin el rol en Madrid cuando en 2005 tuvo que ser sustituido por un joven Klaus Florian Vogt, y el segundo hizo una digna creación, Catherine Naglestad y Anne Schwanewilms como Elsa, la primera muy bien actuada, la segunda mejor cantada, algo que se aplica también para Deborah Polaski, en su última presentación en Madrid, en declive vocal pero convincente en su interpretación de la malvada Ortrud,  rol que se alternó con la legendaria Dolora Zajick, quien a sus 62 años seguía espléndida de voz, con unos graves impresionantes. Thomas Johannes Mayer y Thomas Jesatko se alternaron en el rol de Telramund, y Franz Hawlata y Goran Juric lo hicieron en el rol del Rey Enrique. Anders Larsson fue el Heraldo.

Durante las funciones, un libro de condolencias se dejó para que todo el que quisiera, dedicase unas palabras a Mortier. Si este Lohengrin hubiera cerrado la temporada 2013-2014, habría cerrado con broche de oro la época de Mortier en el Real.

Sin embargo, mayo trajo unos Cuentos de Hoffmann que comparados con el gran Lohengrin, fueron decepcionantes. Christoph Marthaler ambientó la obra en el interior del Círculo de Bellas Artes de Madrid, recreando incluso la famosa estatua femenina de su interior. La propuesta relacionaba el argumento con las actividades de este centro cultural que presenta la puesta en escena: modelos desnudas para dibujantes,  la cafetería al fondo,  al coro vestido de público "nerd",  billares en el acto veneciano. Con todo, no suceden demasiadas acciones en contradicción con el libreto, aunque cosas como el poema de Pessoa recitado con fuerte acento iberoamericano por Stella (encarnada por Altea Garrido ) pues no tenían mucha cabida salvo por su intención de epatar. Sylvain Cambreling dirigió la orquesta de forma correcta, en una velada que no se recordaría por lo musical: Eric Cutler fue Hoffmann, Anne Sofie von Otter, en declive, cantó a Nicklausse de forma plana, Measha Brueggergosman fue simplemente cumplidora como Antonia, incluso con un agudo gritado en su aria inicial, y en el tercer acto como Giulietta incluso fue tapada por la orquesta. Vito Priante y Christoph Homberger sí fueron excelentes como los villanos y como Frantz respectivamente. También estaba el veterano Jean Philippe- Lafont como el maestro Luther, pero si hubo algo inolvidable fue la (errónea) elección del actor Graham Valentine como Spalanzani, ya que si bien tenía voz, ésta era completamente desagradable de oír.

En junio hubo en concierto unas funciones de Las Vísperas Sicilianas de Verdi, en francés, que tuvieron mucho éxito. En julio, hubo dos espectáculos de danza. Por un lado, se representó Orfeo y Eurídice de Gluck, en la versión coreografiada de Pina Bausch, con el acompañamiento orquestal del Balthasar Neumann Ensemble, dirigido por Thomas Hengelbrock, y la compañía de danza de Mark Morris interpretó “L’Alegro, il Pensieroso e il Moderato de Händel”.

La etapa de un hombre sensible, culto y vanguardista solo podía terminar de forma atípica, aunque no estuviese planeado. La temporada se cerró con un concierto de Anohni (entonces aún conocida como Antony Hegarty) and the Johnsons, en su gira llamada Swanlights, en la que cantó acompañada de la Orquesta del Real, dirigida por Rob Moose y con una bellísima puesta en escena de Chris Levine, Paul Normandale y Carl Robertshawen. Se hicieron tres conciertos, pero debido al éxito se ofreció uno más. La puesta en escena consistió de una enorme infraestructura situada arriba, que recreaba algo parecido a cristales, gotas de agua, o pétalos de flor, mientras que Anohni se situaba en el centro del escenario, rodeada de un único decorado blanco, tras el cual estaba la orquesta, y que se levantaría hacia el final. El repertorio estuvo basado en su álbum Swanlights. La iluminación terminó de crear un bellísimo espectáculo, con diferentes juegos de luces de distintos colores por cada canción.

¿Terminó realmente la era Mortier con ese concierto? ¿O siguió con los encargos que dejó para futuras temporadas? La temporada 2014-2015 se abrió con Una reposición de Las Bodas de Fígaro del montaje de Emilio Sagi, dirigidas por Ivor Bolton y con un reparto vocal que indudablemente llevaba el sello del belga. En 2015 se vio una de las óperas “españolas” que encargó, a autores españoles: “El Público”, de Mauricio Sotelo, basada en la obra de Lorca, y en 2017 “La Ciudad de las Mentiras” de Elena Mendoza, basada en la obra de Juan Carlos Onetti, que fue un rotundo fracaso. Incluso se dice que Mortier sugirió su revisión. ¿Y cuántas cosas se cambiaron o se perdieron? Mortier aseguraba que pensaba abrir la temporada 2014/2015 con Los Troyanos de Berlioz, pero este montaje acabó en París. Anatoli Kotcherga me dijo tras una función de Don Giovanni que en 2016 se vería la Jovanschina. Se habló de un Don Carlo en su versión francesa, de un Falstaff, de unos Maestros Cantores con los que se cerraría su etapa en 2016, de una Mujer sin Sombra de Warlikowski que finalmente se hizo en Múnich, o incluso se decía que podría haber prorrogado un año su contrato para un Anillo que se haría en una semana, algo que no ocurre en el Teatro Real desde 1920.  En 2016 se recuperó el montaje de los Hermann de La Clemenza di Tito, a modo de homenaje.

Desgraciadamente, Mortier no pudo terminar su proyecto en el Teatro Real. Esas cuatro intensas temporadas, sin embargo, dieron mucho de sí, por la polémica que crearon, que no muchas antipatías, enemistades, le habría costado, y un público del que una parte importante no aceptó la radical innovación que traía, también hubo otra que disfrutó de los montajes y grandes títulos que se vieron, de una estilo de vanguardia interesante que no se habría visto de otra forma. Mortier consideraba la provocación, la epatación del burgués necesaria. Lo sorprendente es que aunque el público operístico de hoy no se escandaliza fácilmente, aún es lo suficientemente conservador para rechazar algunas propuestas. No todo lo que presentó tuvo éxito, pero otras cosas fueron muy interesantes. Mortier, en cuanto gestor y personaje público, tuvo defectos, como el menospreciar a los cantantes españoles, que aún duele mucho, esnobismo cultural, y un ego inmenso, pero también creía que el arte estaba para también hacer pensar y tomar conciencia del mundo en que vivimos.

Esta época coincidió con mi juventud, ya que tenía entre 22 y 26 años durante estas temporadas. Al escribir este homenaje, he revivido las emociones que experimentaba cuando iba al Teatro Real durante esos años, tanto si iba solo, o con amigos, en los que he pensado mucho al revivir estos recuerdos. Llevaba tiempo deseando hacer este homenaje personal al hombre que hizo posible que fuera muy feliz cada vez que me sentaba en mi butaca (sin desmerecer otras épocas que he presenciado tanto antes o después de él), habiendo tenido la suerte, de haber presenciado esta genial etapa del Real moderno.

Donde quiera que esté, donde esté, solo puedo darle las gracias a Gerard Mortier por todo lo que viví entonces.

Parte 1

Parte 2

Parte 3

Las fotografías y vídeos no son de mi autoría, si alguien se muestra disconforme con la publicación de cualquiera de ellas en este blog le pido que me lo haga saber inmediatamente. Cualquier reproducción de este texto necesita mi permiso.

martes, 26 de marzo de 2024

The ultimate consequences of hate and a haunting past: Weinberg's The Passenger at the Teatro Real.



Madrid, March 24, 2024.

Mieczysław Weinberg was a Polish composer who developed his career in the Soviet Union, and until not long ago, he was little known, compared to his great colleague and friend Dimitri Shostakovich. Weinberg was Jewish, and had to flee his native Poland when the Nazis invaded his country, fleeing to the Soviet Union. But when the Nazis entered Minsk, he had to go into exile in Tashkent, Uzbekistan, where he married, and also met Shostakovich. A large part of his family perished in the Holocaust. However, his disgraced fate did not end there. In 1953, he was arrested for being a "Jewish bourgeois", being imprisoned in the terrible Lubianka prison, and his uncle was a victim of the doctors' plot, one of the persecutions against the Jews which took place during Stalin's dictatorship in the following years after World War II. Shortly after the dictator's death, Shostakovich's intervention saved him. The friendship of both composers influenced the interest that the latter showed in Jewish themes in his work, in addition to the fact that he admired Weinberg's first symphony. The 1960s were his "stellar years",his activity increased, and finally he was honored as People's Artist in 1971. During thoseyears, he composed his opera "The Passenger", about the encounter between a former Nazi female guard and a female Auschwitz prisoner while travelling in a cruise, a story based on the novel "Passenger" by Zofia Posmysz, a journalist who was a prisoner in Auschwitz. It was to be premiered at the Bolshoi Theater in Moscow in 1968, but that couldn't happen until 2006, when the composer had already been dead for ten years. However, the international presentation of this work, in its first stage premiere, was at the Bregenz Festival in 2010, under the direction of Teodor Currentzis and with the staging of David Pountney, a production that was filmed on DVD, being seen in many theaters, and now arrives to the Teatro Real, in its Spanish premiere. It was scheduled for April 2020, but the Covid-19 pandemic postponed this premiere, until this month.

There is no doubt we are in front of  a masterpiece, one of the most interesting operas of the second half of the 20th century. On the one hand, the topic it deals with still haunts Western societies, on the other hand, the harsh and descriptive music cannot be enjoyed separately from what happens on stage, which in the second part is more lyrical, and musically more beautiful. This opera has the peculiarity of being sung in several languages. Even, in a rare practice these days, the choir sings its part in Spanish. Given that the Auschwitz prisoners came from all over the Europe, it makes sense that they sing their parts in several languages, so apart from German, we hear Yiddish, Russian, Polish, French and English sung. In the 1960s, Germans had not yet faced their Nazi past properly. Furthermore, no one talked about it, and if they took their first steps in doing so precisely in this decade, it was due to such events as the trial of Adolf Eichmann, the Auschwitz trials held in Frankfurt, the deportation from the United States of the SS-Aufseherin Hermine Braunsteiner or the publication of the memoirs of the former BDM Melita Maschmann, who denounced her Jewish best friend to the Gestapo. Many people with a bloody, murderous career during the Nazi years lived perfectly integrated into German society, being the least interested in removing the past, and that is something that the USSR used to criticize West Germany, and the main theme of this opera.

So, the character of Lisa, the SS guard, is perhaps more interesting than that of Marta, the prisoner. Lise represents a society that the Nazis had stripped of any humanity, educated in the most absolute heinous hatred. After the defeat of the regime, for wipping the slate clean, they excused themselves by stating that they didn't know, or that they were just following orders, or some people even maintained that they were defending themselves from the many "enemies" that Germany had. They were not born monsters, but they ended up doing monstrous things, as the regime encouraged it. Marta, on the other hand, means resistance, resilience, and enough strength to look the cruel Lisa in the face. The libretto has been pointed out, as the plot is lost in the characters, from the three evil SS officers who spread hate around, to the poor prisoners, coming from all over Europe, who pray, make plans for the future, when the public knows that they will not survive, and that ultimately, they are sent to the gas chamber.

Pountney's editing is conventional, classic for this work and the subject it deals with, making the action understandable. There is a single stage platform that on the upper part shows the deck of a ship, while on the lower level the facilities of the Auschwitz death camp are seen, in the lower part of the stage, surrounded by circle-shaped railways. Some freight cars, in which the prisoners were transported there, act as a change of scene. On one of them, the male choir stands, dressed in black. Above another is Lisa's room on the cruise ship. Inside that same car the barracks where the prisoners sleep are seen, and in successive changes of scene,also the workshops and crematorium ovens.

The Lithuanian maestro Mirga Gražinytè-Tyla, herself specialized in Weinberg's music, conducts the Teatro Real Orchestra in a high-level performance. The prominent presence of percussion in this work is striking, with three xylophones and a celesta, in addition to the drums that open the score. The woodwind also has an important presence. Still, since the music is more beautiful in the second part, the orchestra shines more in it than in the first. The interludes are conducted quite spectacularly. The Teatro Real Choir sings in Spanish, as mentioned before, establishing itself as the voice of conscience that has a universal language. The male choir sounds in piano most of the time, sounding ominous, as if it were in Lisa's mind, as well as in the audience ones. It is in the final scene that the male and female choirs sing with their usual vigor, in a moment of great strength.

Soprano Amanda Majeski sang Marta, the prisoner. The voice is beautiful, although the high voice is sometimes strident, but she is dedicated to the interpretation and her singing is moving in her final monologue.

Daveda Karanas played Lisa, the nazi who struggles to hide her bloody past and tries to enjoy life. This mezzo-soprano is equally devoted to interpretation and staging, but even though she has a beautiful voice, I felt that she lacked some presence.

Tenor Nikolai Schukoff as the German ambassador to Brazil and Lisa's husband, was one of the surprises of the night, with a voice still in good shape that could be heard throughout the hall.

Gyula Orendt was Tadeusz, Marta's former fiancé. This Hungarian baritone was also at a good vocal and acting level. In the scene when Tadeusz plays the violin before being murdered, he was reemplacen the by violinist Stephen Waarts.

Of the cast members singing the prisoners, all were devoted, and well performed, but we could highlight the soprano Anna Gorbachyova-Ogilvie, in the role of the prisoner Katja, who starred in one of the most emotional moments, singing a song a cappella. Olivia Doray, as the poor Yvette, who makes plans to return to Dijon but ends up selected for the gas chamber, also stood out, with a sweet coloratura soprano voice. The tenor and the two baritones who played the wicked SS officers also fulfilled their roles very well.


Many of those who have attended the Teatro Real have talked about this opera on social networks. From its excellent mix of music and drama, and they have come away overwhelmed by its story. The press has also echoed its virtues. But regardless of all this, this work is more necessary than ever. In these times where there are wars, human suffering, and what is worse, a resurgence of extremist populism and in particular anti-semitism, something that all social networks are infested with, the Holocaust as topic is neither hackneyed nor boring at all, as it happened in the core of the "civilised" Western world.

The ovations given to the cast and the comments on the Teatro Real's social networks suggest that we are possibly facing the great success of this season.

My reviews are not professional and express only my opinions. As a non English native speaker I apologise for any mistake.

Most of the photographs are from the internet and belong to its authors. My use of them is only cultural. If someone is uncomfortable with their use, just notify it to me.

Any reproduction of my text requires my permission. 

lunes, 25 de marzo de 2024

Las consecuencias del odio, y un pasado atroz que aún golpea: La Pasajera de Weinberg en el Teatro Real.

Madrid, 24 de marzo de 2024.

Mieczysław Weinberg fue un compositor polaco que desarrolló su carrera en la Unión Soviética, y hasta hace no mucho, era poco conocido, frente a su gran colega y amigo Shostakóvich. Weinberg era judío, y tuvo que huir de su Polonia natal cuando los nazis invadieron su país, y tuvo que ir a la Unión Soviética. Pero cuando los nazis entraron en Bielorrusia, tuvo que exiliarse a Tashkent, Uzbekistán, donde se casó y conoció a Shostakóvich. Una gran parte de su familia pereció en el Holocausto. Sin embargo, su mala suerte no acabó allí. En 1953, puesto que fue detenido por ser un "burgués judío", encarcelado en la terrible prisión de Lubiánka, y su tío fue víctima del complot de los médicos, una de las persecuciones contra los judíos que tuvo lugar en la dictadura de Stalin en los años despúes de la Segunda Guerra Mundial. Al poco de morir el tirano, la intervención de Shostakovich le salvó. La amistad de ambos compositores influyó en el interés que este último mostró por temas judíos en su obra, además de que admiraba la primera sinfonía de Weinberg. Los años 60 fueron sus años de mayor gloria, en los cuales su actividad incrementó, recibiendo la condecoración de Artista del Pueblo de la RSFSR en 1971.  Durante estos años, compuso una ópera llamada "La Pasajera", sobre el encuentro de una guardiana nazi y una prisionera en un crucero, basada en la novela de Zofia Posmysz, periodista que fue prisionera en Auschwitz. Estaba programada para su estreno en el Teatro Bolshoi de Moscú en 1968, pero no pudo ser estrenada hasta 2006, cuando el compositor llevaba ya diez años muerto. Sin embargo, la presentación internacional de esta obra, en su primer estreno escénico, fue en el Festival de Bregenz en 2010, bajo la dirección de Teodor Currentzis y con la puesta en escena de David Pountney, un montaje que fue grabado en DVD y se ha visto en muchos teatros, y que ahora recala en el Teatro Real. En 2020, estaba previsto su estreno en la capital, pero la pandemia del Covid-19 pospuso este estreno. 

No cabe duda de que estamos ante una obra maestra, una de las óperas más interesantes de la segunda mitad del siglo XX. Por un lado, el tema que trata golpea aún a las sociedades occidentales, por otro, la dura y descriptiva música que no puede disfrutarse separada de lo que ocurre en escena, que en la segunda parte es más lírica y musicalmente más bella. Esta ópera tiene la peculiaridad de estar cantada en varios idiomas. Incluso, en una rara práctica en estos días, el coro canta su parte en español. Dado que los presos de Auschwitz procedían de todo el continente europeo, no deja de tener sentido que canten sus partes en varios idiomas, así escuchamos además del alemán, el yidis, el ruso, el polaco, el francés y el inglés en las escenas en la cubierta del barco. En los años 60, los alemanes no habían enfrentado todavía su pasado nazi. Es más, nadie hablaba de él, y si comenzaron a hacerlo en esta misma época fue debido a eventos como el juicio de Adolf Eichmann, los juicios de Auschwitz celebrados en Frankfurt, la deportación de Estados Unidos de Hermine Braunsteiner o la publicación de las memorias de la ex joven hitleriana Melita Maschmann. Mucha gente con las manos manchadas de sangre vivía perfectamente integrada en la sociedad, siendo los menos interesados en remover en el pasado, y eso es algo que la URSS usaba para criticar a Alemania Occidental, y el tema principal de esta ópera.  

De ahí que el personaje de Lisa, la guardiana de las SS, quizá sea más interesante que el de Marta, la prisionera. Lise representa a una sociedad a la que los nazis habían despojado de cualquier atisbo de alma y en la que habían educado en el más absoluto odio. Y tras la derrota del régimen,  hicieron borrón y cuenta nueva,  excusándose  en que no lo sabían, o que cumplían órdenes, o incluso algunos sostenían que se defendían de los muchos "enemigos" que Alemania tenía. No eran monstruos por si mismos, sino que terminaron haciendo cosas monstruosas que les facilitó el régimen. Marta en cambio significa la resistencia, la resiliencia, y la suficiente fuerza para mirar a la cara a la cruel Lisa. Se ha señalado la lentitud de la obra, al perderse la trama en los personajes, desde los tres oficiales de las SS que llenan de odio todo el escenario hasta las pobres prisioneras, procedentes de toda Europa, que rezan, hacen planes de futuro, cuando el público sabe que no van a sobrevivir, y que finalmente, son enviadas a la cámara de gas. 

El montaje de Pountney es convencional, clásico para esta obra y el tema que trata. Hay una única plataforma escénica que en la parte superior muestra la cubierta de un barco, mientras que en el nivel inferior se ven las instalaciones de un campo de concentración nazi, en este caso Auschwitz. Las vías del tren rodean en círculo toda la parte inferior del escenario. Unos vagones de mercancías, en los que transportaban a los presos allí, hacen de cambio de escena. Sobre una de ellas, el coro masculino se sitúa, vestido de negro. Sobre otra, está la habitación de Lisa en el crucero. En el interior de ese mismo vagón se ven las barracas donde duermen las presas, y en sucesivos cambios de escena se ven los talleres de trabajo y los hornos crematorios. 

La maestra lituana Mirga Gražinytè-Tyla, especializada en la música de Weinberg, dirige a la Orquesta del Teatro Real, en una interpretación de alto nivel. Llama la atención la destacada presencia de la percusión en esta obra, con tres xilófonos, y una celesta, además de los tambores que abren la obra. El viento tiene también una importante presencia. Aún así, dado que la música es más bella en la segunda parte, la orquesta se luce más en ella que en la primera. Los interludios son dirigidos con mucha fuerza y son lo más espectacular. El Coro del Teatro Real canta en español, como ya se dijo antes, erigiéndose en la voz de la conciencia que no tiene idiomas. El coro masculino suena la mayor parte del tiempo apianando, sonando ominoso, como si estuviese en la mente de Lisa, y en la del público. En la escena final es cuando, los coros masculino y femenino cantan con su habitual vigor, en un momento de mucha fuerza. 

La soprano Amanda Majeski interpretó a Marta, la prisionera. La voz es bella, aunque el agudo a veces es estridente, pero está entregada a la interpretación y resulta conmovedora en su monólogo final.

Daveda Karanas interpretó a Lisa, la nazi que lucha ocultar su sangriento pasado y disfrutar de la vida. Esta mezzosoprano está igualmente entregada a la interpretación y al montaje, pero aún teniendo una bella voz, sentí que le faltaba algo de presencia.

El tenor Nikolai Schukoff como el embajador alemán en Brasil y marido de Lisa fue una de las sorpresas de la noche, con una voz aún en forma y que se hizo oír en toda la sala. 

Gyula Orendt fue Tadeusz, el prometido de Marta. Este barítono húngaro también estuvo a un buen nivel vocal y actoral. En la escena en la que interpreta el violín antes de ser asesinado, fue doblado por el violinista Stephen Waarts.

De las prisoneras, todas estuvieron entregadas, pero podríamos destacar a la soprano Anna Gorbachyova-Ogilvie, en el rol de la prisionera Katja, protagonizó uno de los momentos más emotivos, cantando una canción a cappella. Igualmente destacó Olivia Doray, la pobre Yvette, que hace planes para volver a Dijon pero acaba seleccionada a la cámara de gas, con una dulce voz de soprano de coloratura. El tenor y los dos barítonos que interpretaron a los perversos oficiales de las SS, también cumplieron muy bien con su cometido. 


Muchos de los que han asistido al Teatro Real han hablado de esta ópera en redes sociales. De su excelente mezcla de música y drama, y han salido sobrecogidos por su historia.  La prensa igualmente se ha hecho eco de sus virtudes. Pero independientemente de todo ello, esta obra es más necesaria que nunca. En estos tiempos donde hay guerras, sufrimiento humano, y lo que es peor, un resurgimiento del populismo extremista y en particular del antisemitismo, algo de lo que todas las redes sociales están infestadas. Y otra curiosidad: se escuchaba alemán por varias partes, por lo que se entiende que muchos teutones han venido a Madrid a ver esta ópera. 

Las ovaciones otorgadas al elenco y los comentarios en las redes sociales del Teatro Real sugieren que estamos posiblemente ante el gran éxito de esta temporada. 


Las fotografías y vídeos no son de mi autoría, si alguien se muestra disconforme con la publicación de cualquiera de ellas en este blog le pido que me lo haga saber inmediatamente. Cualquier reproducción de este texto necesita mi permiso.


jueves, 21 de marzo de 2024

Diez años sin Gerard Mortier: el año Mozart y gloriosas óperas en concierto (Temporada 2012-2013)

 

TEMPORADA 2012-2013.

Tras la indignación de la temporada anterior, la siguiente temporada parecía ser más conciliadora. Al menos se veía más repertorio, y el bicentenario de Verdi y Wagner se acercaba, pero Mortier tenía otros planes. La temporada escénica* se abrió con Boris Godunov, que suponía la oportunidad de ver todas las escenas completas, usando la versión de 1872 junto a la impactante escena en la Catedral de San Basilio. En lo referente a la producción, en una época de crisis, donde Mortier afirmaba que el Real era el teatro más pobre de Europa, el Real presumía de haber utilizado ropa de segunda mano, especialmente de la cadena “Humana”. 

La producción, de Johan Simmons, ambientaba la obra en una dictadura de corte estalinista, teniendo como único decorado el amplio patio de un enorme, monótono edificio de estilo soviético. Esta impactante puesta en escena tuvo puntos álgidos como el pueblo hambriento pidiendo pan al zar, pero esta vez extendiendo sus cuencos de comida hacia el patio de butacas, donde se sentaba la élite, mientras que Boris y Shuisky se tapan los oídos, en una escena sobrecogedora, o la escena del bosque de Kromy, donde en el gran coro inicial arrojaban ropa, y demás cachivaches desde el edificio, y al final, cuando el idiota cantaba su monólogo final, unos hombres dándole la razón ante el terrible futuro de Rusia. Pero, en cambio en las escenas más intimistas sobraba espacio y terminaba por ser feo y aburrido. Hartmut Haenchen dirigió la orquesta, con un reparto correcto, en el que figuraban Günter Groissbock en el rol principal, Julia Gertseva que fue toda una revelación como Marina, Michael König, quien se superó como el Falso Dimitry, y los excelentes Dimitry Ulyanov como Pimen y Anatoli Kotcherga como Varlaam. Pero la verdadera estrella fue el Coro del Real, que asombró con sus brillantes intervenciones tanto en lo musical como en lo escénico.

En noviembre se presentó un programa doble, formado por Suor Angelica de Puccini e Il Prigioniero, de Dallapiccola, dos personajes prisioneros. El montaje de Lluis Pasqual se caracterizó por una impresionante plataforma escénica que recreaba una cárcel. En el foso estaba el gran Ingo Metzmacher, quien dirigió el mes anterior una excelente versión de la Sinfonía Turangalila de Messiaen. En cuanto al elenco, Julianna di Giacomo fue una excelente Suor Angelica, Deborah Polaski fue la madre del prisionero y la tía princesa, Georg Nigl fue el prisionero y Donald Kaasch, sustituyendo a René Kollo, el inquisidor. 

Diciembre trajo un Verdi, que pese a que no parecía prometedor, resultó muy satisfactorio: el Macbeth de Verdi, en un montaje que se vio en París en 2009, de Dimitri Tcherniakov, que ambientaba la obra en una época actual, en un barrio de gente de clase media alta en una ciudad europea o estadounidense. Los decorados eran principalmente un barrio de casas familiares (Tcherniakov parece estar obsesionado con las comunidades) y luego muchas de las escenas principales sucedían en la casa de Macbeth. En la escena del sonambulismo, Lady Macbeth iba por su casa con pijama blanco, y al final, se ve en una especie de Google Maps, las casas de ese barrio totalmente destrozadas. Una sorpresa grata fue sin duda la dirección orquestal de Teodor Currentzis, quien logró una estupenda y ágil versión con la orquesta, y la pareja protagonista formada por Dimitris Tiliakos y Violeta Urmana fue notable. 

En enero tuvo lugar un estreno mundial: The Perfect American, del estadounidense Philip Glass, uno de los compositores más famosos del mundo, sobre la persona privada de Walt Disney, el rey de los dibujos animados y una de las figuras más inluyentes de la cultura de masas. El retrato que esta ópera hacía de Disney era humano, con su lado oscuro pero también vulnerable, en una música que sin ser de lo mejor de Glass, casaba con el drama y gustó mucho al público, que llenó la sala en alguna que otra función. Una escena destacable fue aquella en la que un Disney moribundo comparte habitación de hospital con un niño es una de las más bellas escenas no ya dramática sino musicalmente. Y es otra de las aristas del personaje, esta vez positiva. La orquesta estuvo dirigida por el experto en Glass, Dennis Russell Davies y por Christopher Purves como Disney. Al mismo tiempo, tuvieron lugar tres funciones de Parsifal en versión de concierto, en una versión historicista a cargo de Thomas Hengelbrock y el Balthasar Neumann-Ensemble, en un intento por recrear cómo sonaba esta obra en 1882. Posiblemente el resultado no fue del todo esperable, ya que la grandiosidad wagneriana no fluía en una orquesta tan reducida, si bien el Coro sí logró una intervención notable. Kwangchul Youn fue el líder absoluto del reparto con su inmejorable Gurnemanz, seguido del gran Klingsor de Johannes Martin Kränzle, y el Titurel de Victor von Halem. Angela Denoke interpretó a Kundry, aunque el primer día fue sustituida por Anna Larsson, quien, fruto de los nervios cantó cuatro veces y no dos la palabra “servir” en el tercer acto, y con Matthias Goerne como Amfortas y Simon O’ Neill como Parsifal.

El programa infantil incluyó la ópera de Pergolesi "La Serva Padrona" en la Sala Gayarre, una producción con marionetas, pero que se hizo aburrida porque no había subtítulos. Nueve músicos de la Orquesta del Real acompañaron a dos solistas, de los que destacó Eugenia Enguita.


El 2013 debería de haber sido el año Verdi, o Wagner, dado el bicentenario de los autores, pero Mortier decidió que fuera el año Mozart. Así se programaron Così fan Tutte, dirigido escénicamente por Michael Haneke, colaborador de Mortier en París y que en ese año ganó el premio Oscar por su película “Amour”, y Don Giovanni. Por desgracia, no asistí al Così fan Tutte, aunque luego lo vi cuando a principios de 2014 se emitió por televisión. Fue este Così uno de los grandes éxitos de su mandato, con el teatro lleno en todas las funciones. Haneke trasladaba esta obra al siglo XXI, pero en un contraste muy curioso: los amantes eran jóvenes de nuestro tiempo, pero Despina y Don Alfonso vestían como en otras épocas. Don Alfonso es un libertino del siglo XX, un voyeur, y Despina disfrazada como Pierrot. Mortier, y esto parece sugerirse en más de una dramaturgia actual, sugiere que las parejas lejos de perdonarse y reconciliarse; se separarán definitivamente, y después de tanto enredo es lo más evidente. Cuando el engaño ha sido consumado sorprende (o debería sorprender) al espectador moderno que las parejas se perdonen todo y corran un tupido velo, presentándonos un final feliz como el del gusto de la época. Por el contrario, el final aquí muestra lo irreversible de la situación: las parejas terminan tensas: increíble el momento en que Fiordiligi y Ferrando parecen unirse antes de ser separados por sus respectivas (ex)parejas, que terminan por tirar por tierra la última esperanza de pareja en la obra. La parte musical sin, embargo, no corrió la misma suerte, ya que todos los intérpretes fueron elegidos por sus físicos atractivos, pero musicalmente solo destacaron Juan Francisco Gatell como Ferrando y Annett Frisch, quien se convirtió en asidua mozartiana en el Real, como Fiordiligi. William Shimell, también actor, no fue el mejor Alfonso y dicen que en vivo no fue muy relevante vocalmente Kerstin Avemo como Despina. 


Don Giovanni, en abril, fue en cambio, todo lo contrario: si bien se vendieron todas las localidades, el público protestó en el estreno y podría decirse que no disfrutó mucho. En esta ocasión, se contó con Dimitri Tcherniakov, en el polémico montaje que estrenó en 2010 en Aix-en-Provence, que ambientaba toda la obra en un mismo salón de estar, con una gran biblioteca. Fue na aproximación eminentemente antiburguesa. En ella se nos presenta a un Don Giovanni que es una víctima. Se le quita la responsaibilidad de sus actos. El DG de Tcherniakov es un hombre que inspira una total lástima, que no resulta atractivo en absoluto; pero que es capaz de despertar pasiones y causar estragos en los demás actores, que son los que están cuerdos. Se le quita a Don Giovanni el poder, la socarronería, la seguridad en sí mismo. Este Don Juan no es el patán galante y seductor que todos imaginamos. Este Don Juan fascina por su personalidad lastrada por el sufrimiento y -visiblemente- el alcohol. Tal es así que en la hermosa "Deh,vieni a la finestra" nuestro galán se retuerce en el suelo víctima de una monumental borrachera, casi de delirium tremens. Es como si comprobáramos que todas sus fechorías y amoríos los tiene bajo los efectos del alcohol. Verle retorcerse en una escena en la que se le presupone bribón y seguro de sí; convertido en un pobre hombre... Lo pasé fatal durante esos dos minutos de hermosa música. Tal era la compasión que pretendía conseguir. Porque ¿cómo es que Masetto -encarnado en David Bizic, un armatoste balcánico- cante un "Ho capito signor sì" y se marche tras los puñetazos y bravuconería infantiles que le muestran Leporello y Giovanni? Porque Doña Elvira hace su entrada con las típicas sonrisas de ámor conyugal y hasta se permite jugar con su esposo cuando canta "Ah che mi dice mai". Esta Elvira no está ni mucho menos dolida. Y por no hablar del aria del catálogo en el que se echa unas risas con Leporello y todo. ¿Cómo entonces puede pensar "Ah, así me ha engañado este rufián" después? Al final de cada escena caía abruptamente el telón, haciendo un ruido que al menos en platea se convierte en un estruendo. Allí se señalan los ya tristemente célebres parentescos entre todos los personajes en esta producción. Y por añadidura señalan el tiempo que transcurren entre cada escena. Así, entre la muerte del comendador y la siguiente escena pasan cinco días; o entre la invitación a cenar a la estatua y la cena final pasa ¡un día! Por no hablar de que hay escenas con intervalos de meses. No fue mejor la parte musical, con un Alejo Pérez al frente de la orquesta, que si bien mejoró a medida que la función avanzaba, la prestación terminó siendo rutinaria. El reparto tampoco brilló mucho a excepción de la Elvira de Ainhoa Arteta, con una voz dulce y una gran interpretación, David Bizic con su gran Massetto, el Leporello de Kyle Ketelsen y quizá Christine Schäfer, en su única ópera escénica en Madrid, como una correcta Anna. Ni Russell Brown como Don Giovanni ni Mojca Erdmann como Zerlina ni Paul Groves como Ottavio estuvieron a la altura.

En Mayo, Riccardo Muti regresó con la Orquesta Luigi Cherubini para dirigir una gran versión de Don Pasquale, con una gran pareja protagonista formada por Eleonora Buratto y Dimitry Korchak, aunque Nicola Alaimo no fue el mejor Pasquale.

En Junio, vino una de las grandes apuestas de Mortier: Wozzeck, de Alban Berg, en un montaje de Christoph Marthaler, que se había visto en París en 2008. Wozzeck es una de las más grandes óperas de la historia, por lo que el reto era titánico. La puesta en escena de Cristoph Marthaler transcurría en un restaurante de poca monta montado dentro de una nave industrial abandonada. Wozzeck es empleado del restaurante al igual que su compañero Andres. Y los demás personajes son los comensales del mismo en los diferentes momentos de la obra. Recuerdo que era demasiado estática para mi gusto. Hasta el tercer acto: Marie y su hijo entran para beber agua, y ella, en medio de la oscuridad y la soledad de la sala relata la historia (nunca lo había reparado) de un niño que no tiene padres y pasa hambre. En definitiva, el destino de su hijo. Realmente llegué a sufrir con ello. La escena en la que Wozzeck baila con Margret tras matar a su pareja es increíble; porque al estar ellos dos solos en la escena, con el coro detrás, se pone de manifiesto la locura del protagonista. Y en la escena siguiente todo el escenario queda bajo de iluminación, donde vemos a Wozzeck alucinando por completo, tirando mesas, y viendo el agua en las cristaleras del local. Realmente muy bonito. Musicalmente, Sylvain Cambreling dirigió la orquesta de forma correcta, aunque tuvo momentos destacados, como todo el tercer acto. Simon Keenlyside actuó mejor que cantó el rol protagonista, pero el acto tercero fue el mejor defendido. Nadja Michael, en cambio, fue una Marie espectacular en lo vocal y escénico. Aunque la estrella fue el capitán del gran Gerhard Siegel, un tenor de carácter de voz impresionante, acompañado de Franz Hawlata como el malvado doctor.  

A finales de junio vino la Orquesta Filarmónica de Berlín, dirigida por Simon Rattle, quien dio una inolvidable versión de la Novena Sinfonía de Beethoven. La temporada se cerró con una ópera moderna, pero compuesta de forma clásica: Il Postino, de Daniel Catán, basada en la película de 1994 “El cartero y Pablo Neruda”, y al mismo tiempo en la historia del chileno Antonio Skármeta de los años ochenta. Esta ópera debía de ser la presentación anual de Plácido Domingo en Madrid, y la razón por la que todas las entradas se vendieron, pero el tenor madrileño enfermó y tuvo que ser sustituido por Vicente Ombuena. La producción fue clásica, y Pablo Heras-Casado dirigió la orquesta. En el reparto se encontraban nombres como Leonardo Capalbo, Nancy Fabiola Herrera o Cristina Gallardo-Domas.

*Paradójicamente, en una temporada repleta de potentes puestas en escena, fueron las óperas en versión concierto las que tuvieron el nivel musical más alto. La temporada se inauguró con una versión en concierto del Moses und Aron de Schönberg. Si bien el Real habría tenido que presentar el montaje de Reto Nickler procedente de Viena, se ofrecieron dos funciones en concierto el 7 y el 9 de septiembre de 2012. Mortier objetó la coproducción con Viena que había programado Antonio Moral, su antecesor, pero declaró, desafortunadamente que fue una locura estúpida programarlo, en dos funciones en concierto cuyo presupuesto, de medio millón de euros, fue criticado. Aun así, el nivel musical fue tan alto que me atrevería a decir que fue la mejor versión de esta ópera de los últimos 30 años, exceptuando la de Pierre Boulez con el Concertgebouw de Ámsterdam en 1995. La Orquesta SWR Baden-Baden Freiburg, dirigida por un inspiradísimo Sylvain Cambreling, logró una espectacular versión orquestal, que cuidó cada detalle, sonando espectacular, seductora o sobrecogedora cuando debía hacerlo. El Coro del Teatro Real logró una memorable prestación. El legendario Franz Grundheber interpretó a Moisés, y el siempre excelente tenor Andreas Conrad fue Aarón.

En marzo de 2013, tuvieron lugar dos citas imperdibles para los amantes de las voces: a principios de mes, se interpretó Roberto Devereux de Donizetti con la mítica Edita Gruberova, cuya interpretación de Isabel I de Inglaterra es histórica, y deslumbró al público con su técnica y pirotecnia vocal. La acompañaba un excelente elenco: José Bros como Devereux, Sonia Ganassi como Sara y Vladimir Stoyanov como Nottingham, y a la batuta estaba un maestro asiduo de Gruberova, Andrei Yurkévich. Y a finales del mismo mes, coincidiendo con la Semana Santa, se interpretaron tres funciones en concierto de Los Pescadores de Perlas de Bizet, protagonizadas por Juan Diego Flórez, y acompañado de Patrizia Ciofi y Mariusz Kwecien, quien en plena última función tuvo que ser sustituido tras el famoso dúo por Luca Salsi. El maestro Daniel Oren dirigía la orquesta.

Antes de cerrar mi entrada, no podía dejar de mencionar al Mortier que veíamos por los pasillos del teatro, ese hombre amable, siempre con una sonrisa, que irradiaba encanto y que siempre era simpático con la gente joven. Reconozco que su actitud y muchas de sus declaraciones fueron desafortunadas y que hirieron a muchos colectivos, como los cantantes españoles, y que no tenía razón en cuanto a posiciones como la que mantenía sobre buena parte del repertorio italiano, y que no pocas veces podría haber dado a entender que venía a educar al público, pero el Mortier que recuerdo, como espectador, era tan simpático que una persona tan tímida como yo se convertía al verlo en una groupie carpetera de 15 años detrás de su estrella favorita del pop. No tengo, por desgracia, una foto con él, aunque he de reconocer que de tenerla no la compartiría, pero sí me llevo de él un recuerdo que creo que puede ser equivalente: tras la primera función del Parsifal en concierto en 2013, acompañado de un amigo, fui a camerinos. Tras pedirle un autógrafo a Johannes Martin Kränzle, por su excelente Klingsor, quería ver a Kwangchul Youn la estrella de aquella noche, pero su camerino estaba en el otro lado del teatro. Entonces Mortier, en un gesto de amabilidad, me ofreció llevarme a mí y a mi amigo, hasta la otra ala, para lo cual atravesamos , mientras hablábamos, el escenario del Teatro Real, en el que no había nadie más que nosotros tres. 

La siguiente y última parte, hablará de la fabulosa, inolvidable última temporada de su mandato, en la que se veía maravilla tras maravilla, pero que el pobre Mortier no pudo llegar a ver terminada. 

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