Madrid, 6 de julio de 2025.
La década de 1840 fue una etapa de incansable actividad para Giuseppe Verdi, en los años llamados "de prisión", o "anni di galera" en italiano. Tras el éxito de "Nabucco" en 1842 en La Scala, siguió otro éxito en 1843, con "I Lombardi alla prima crociata" (Los lombardos en la primera cruzada), otra ópera épica, cuyo nuevo éxito continuó consagrando al joven compositor. Incluso hubo una revisión de esta ópera, para París, llamada Jérusalem, al estilo de la grand-opéra que estaba de moda por esa época. Durante esta década, y también durante la siguiente década, Verdi componía usando las formas del belcanto que habían consagrado Rossini, Bellini y Donizetti: tesituras endemoniadas para los cantantes, y estructura de aria y cabaletta para los grandes personajes. Sin embargo, Verdi da un paso más allá y evoluciona; dejando en la música cada vez más tensión teatral, una exploración más profunda en las emociones de los personajes y una brillante capacidad para describir ambientes a través de su música; una de las especialidades del autor, ya presente desde esta época.
El Teatro Real tiene la costumbre de programar en concierto las óperas de este período del compositor, a excepción de las más populares como Nabucco. Así ha sido con Luisa Miller (2016), Macbeth (2017), Giovanna d'Arco (2019), Attila en mayo de este año, e I Masnadieri en la próxima temporada. Este verano, en paralelo a las funciones de La Traviata, se han programado dos funciones en concierto de estos Lombardi, con un equipo musical de nivel.
Daniel Oren es sinónimo de buen nivel, cuando de ópera italiana se trata. El veterano maestro israelí regresa al Real, para ofrecer su buen hacer. Su interpretación de la partitura, al frente de la Orquesta del Teatro Real es dinámica, ágil, haciendo que se sienta tanto la pasión como la tensión dramática de la música. Oren saca de la orquesta una gama de sonidos que va desde lo sensible, como la introducción de cuerdas del primer acto, que suena aquí en piano, como una caricia, pasando por el buen sonido de las trompas, hasta lo espectacular de los concertantes, donde la orquesta suena potente y festiva. Oren conoce a Verdi, conoce este estilo y lo demuestra, haciendo que la función sea amena e imprima su personalidad a la interpretación orquestal, haciéndola destacar y no ser un mero acompañamiento. El tercer acto inicia con una destacada intervención del violín, un solo virtuoso que anticipa el conocido terceto final, aquí bien defendido por la solista Gergana Gergova, quien se llevó un fuerte aplauso.
El Coro del Teatro Real al frente de José Luis Basso vuelve a ofrecer su buen hacer, haciendo gala de su versatilidad, en una ópera que les da varias intervenciones para demostrar sus capacidades. Así, en muchos de los coros, que se tratan de plegarias, que evocan la música sacra, las voces femeninas cantaron en un bellísimo piano, dandole un toque de misticismo angelical. Del mismo modo, en el final del primer acto, las voces masculinas volvieron a impactar con sus potentes voces. El coro del acto cuarto, cuando los lombardos están a punto de entrar a Jerusalén, evocan nostálgicamente su patria, recordando el celebérrimo coro de Nabucco (especialmente en el ataque de voces y metal a mitad del número, o en los momentos en los que van a dúo con la flauta). En este número el coro brilló en todo su conjunto, siendo aplaudido por ello.
Estaba previsto que el rol de Giselda lo cantara la soprano italiana Anna Pirozzi, pero tuvo que cancelar poco antes del estreno, con lo que fue sustituida por la joven soprano rusa Lidia Fridman. Fridman tiene una voz oscura, un poco de más para este rol. Hizo un gran esfuerzo por cantar la difícil partitura, y eso se notó, especialmente unos potentes agudos en el famoso terceto que cierra el tercer acto, pero los nervios le pasaron factura en el acto final. Aun así fue aplaudida por el público que supo premiar su noble intención.
Francesco Meli regresa al Real con un Oronte en la que estuvo pletórico, en la medida que sus medios le permiten. Su voz es potentísima, suena juvenil y vigorosa, aunque hay momentos en que la voz presenta alguna fragilidad en medio de tanta fuerza. Así sucedio en la por otra parte, poderosa interpretación del aria La mia letizia infondere. Durante el resto de la función se mantuvo a ese gran nivel, despidiéndose con dignidad en su aria final en el acto cuarto.
El joven tenor peruano Iván Ayón-Rivas interpretó a Arvino, padre de Giselda. La voz de este tenor tiene un toque más oscuro. El rol que interpreta tiene mucha presencia, pero pocos momentos de lucimiento, aun así en su escena con coro del acto tercero, sorprendió a todos con un potentísimo agudo final que le valió muchos aplausos e incluso una sonrisa de su colega Meli, sentado cerca de él.
Marko Mimica interpretó a Pagano, con un timbre ligero, pero al mismo tiempo con un grave apreciable. Miren Urbieta-Vega fue una excelente Vicinda. David Lagares fue un notable Pirro, y Mercedes Gancedo una Sofia de voz agradable. Correctos Manuel Fuentes como Acciano y Josep Fadó como el prior.
El teatro no estaba lleno, posiblemente estuviera a la mitad o a un sesenta por ciento, setenta siendo generosos. De hecho, había aún un buen número de entradas a la venta. Sin embargo, los allí presentes aplaudimos a rabiar esta increíble tarde de ópera, con un Verdi muy bien servido.
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