lunes, 29 de noviembre de 2021
The sorrow of splitting up: Anna Caterina Antonacci sings Poulenc's La Voix Humaine in Madrid.
El dolor de una ruptura: Anna Caterina Antonacci canta La Voix Humaine en Madrid.
El emblemático Círculo de Bellas Artes de Madrid organiza un interesante ciclo de música de cámara, en el que esta temporada destaca una cita ineludible para los amantes de la lírica: La Voix Humaine, de Francis Poulenc, ópera para una sola voz con libreto de Jean Cocteau, basado en la obra teatral homónima de este autor. Y un tándem de lujo para llevarlo a escena: la soprano italiana Anna Caterina Antonacci y el pianista Donald Sulzen.
El bello, pero incómodo, Teatro Fernando de Rojas, situado en el interior del edificio, ha sido el lugar de esta tarde operística. Ciertamente la sala de baile y el teatro son de una belleza deslumbrante, especialmente para el que nunca ha estado antes, aunque una vez dentro del vetusto pero encantador teatro uno se pregunta si realmente es más indicado para un cine que para un auditorio de música. Con todo, una sensación acogedora se apoderaba de uno al entrar en la bella sala.
Es una obra en la que se nos muestra a una mujer manteniendo una larga conversación telefónica, cuarenta y cinco minutos que terminarán siendo los últimos de su vida. Una mujer que se muestra frágil, insegura, dependiente, que no asimila una vida sin su esposo. Para su desgracia, la conversación sufrirá de cortes e intervenciones accidentales de la compañía telefónica, dando lugar a situaciones divertidas como la señora que escucha y da su opinión sobre la conversación. Las situaciones y las opiniones del "querido", como ella lo llama, nos las imaginamos a partir de las contestaciones que ella misma da. Más allá de todo eso, Cocteau intenta llegar a nosotros. Muchos hemos pasado por lo incómodo, doloroso de una ruptura sentimental y el consiguiente desengaño amoroso. Pero no todos, aunque muchos, han tenido el via crucis añadido de tener que salir de una relación tóxica y de completa dependencia psicológica. Y de esas, hay quienes no consiguen salir adelante. Es el caso de esta mujer, que se intuye bella, atractiva, pero incapaz de explicarse el abandono en el que se encuentra. Ha intentado ya antes suicidarse, y aunque intenta usarlo como último cartucho para salvar su relación, no hay nada que hacer y no le queda otra que colapsar, con el cable del teléfono enrollado al cuello.
Si bien fue concebida para ser acompañada de una orquesta sinfónica, en esta ocasión se ha optado por una versión con acompañamiento de piano. Esta versión, pese a no ser pues la original, le da un toque y una ambientación tan íntima como muy francesa. Es una obra, que como bien dice el programa de mano, une secuencias musicales. A través de las cuales vamos asistiendo a un sinfín de emociones que experimenta la protagonista, algunas tan expresionistas como si fueran de Messiaen (y de hecho, la versión con orquesta es más expresionista) y otras tan íntimas y románticas como si fueran una chanson, introduciéndonos en los sentimientos de la mujer. El piano le da ese toque oscuro, personal, expresivo, psicológico, que no da una orquesta.
En esta ocasión, no se ha tratado de una escenificación de la obra, sino de una versión de concierto: como atrezzo escénico, una pequeña banqueta y un teléfono rojo, y a la derecha del escenario, izquierda para el público, el piano.
Anna Caterina Antonacci regresaba pues a Madrid, al menos yo no la veía desde su mágico recital de julio de 2018 en el Teatro de la Zarzuela. Antonacci es una cantante con un fuerte magnetismo en escena. Mujer de gran belleza, su estilo versátil y su gran experiencia escénica, así como una gran sensibilidad y exquisitez en el canto, que plasma en su variado y poco convencional repertorio. Hay que decir que la voz ya aparece fatigada, lo que hace que algunas veces suene un tanto calante, pero aún tiene grandes momentos, especialmente cuando el agudo tira hacia arriba, y el centro, que sigue conservando su timbre seductor y hermoso. La dicción en francés es estupenda, y cuando tiene que recurrir al parlato, encontramos una deliciosa, prístina voz, tan frágil, que transmite la vulnerabilidad de la protagonista, a la que convierte en una mujer madura tan atractiva que el espectador se pregunta por qué la ha dejado su marido.
Donald Sulzen, pianista habitual de los recitales de Antonacci, ha dado una brillante interpretación, que no se ha limitado a acompañar. Sulzen ejecuta con sensibilidad la música de Poulenc, dándole una belleza liederística, de chanson, más acorde con la iniciativa caméristica del concierto, que lejos de hacer echar de menos a la orquesta, envolvió al espectador en ese mundo de secuencias, escalas, melodías que nos evocan la soledad de un apartamento parisino, y que por otro lado nos recuerda al vigor de los famosos Tres movimientos perpetuos del compositor.
Esta encantadora tarde de ópera, dentro del encanto camerístico que tiene este drama musical, ha sido respondido con entusiasmo por el público, de cuya sección de arriba vinieron unos fuertes bravos. Una abstracción, un refugio temporal de la vorágine consumista del Black Friday que aguardaba a la salida del teatro, con miles de personas en las calles, admirando entre otras cosas la flamante iluminación navideña de la Gran Vía y de Cibeles; y con los autobuses repletos de gente ya que todo este fin de semana han sido gratuitos, precisamente para animar a los madrileños a comprar. Y por qué no, también a consumir música.
Las fotografías no son de mi autoría, si alguien se muestra disconforme con la publicación de cualquiera de ellas en este blog le pido que me lo haga saber inmediatamente. Cualquier reproducción de este texto necesita mi permiso.
©️ Retrato de Anna Caterina Antonacci por Jason Daniel Shaw. Todos los derechos reservados para él.
lunes, 22 de noviembre de 2021
Tercer regreso a Cantabreda: La Tabernera del Puerto, por fin, en el Teatro de la Zarzuela.
A la tercera va la vencida, dicen. Pero no se sabe si realmente es lo que ha acontecido con esta producción. Estrenada en 2018, este montaje de La Tabernera del Puerto, de Pablo Sorozábal, ha tenido una historia accidentada en los últimos años. En un primer intento, una huelga de trabajadores, consecuencia del intento de fusión entre el Teatro Real y el Teatro de la Zarzuela, rechazado por artistas y público, impidió casi todas las previstas representaciones en este último teatro, pudiéndose hacer solamente dos de ellas. Después se reprogramó para junio de 2020. Sin embargo, para ese entonces, Madrid estaba en plena y paulatina desescalada de una pandemia que paralizó al mundo, y de la que era foco principal en toda España, por lo que la Zarzuela no volvería a abrir sus puertas al público hasta octubre de ese año. Finalmente, se ha vuelto a programar un puñado de funciones para esta temporada 2020-2021, que ha podido estrenarse ayer sábado, tras una huelga de tramoyistas que tuvo que suspender el estreno previsto del viernes, y que sigue pesando sobre las pocas funciones restantes. ¿Habrá caído una maldición sobre este montaje?
Considerada "la última gran zarzuela", fue estrenada el 6 de abril de 1936, muy poco antes de nuestra gran tragedia, la Guerra Civil. Hay un prejuicio sobre la zarzuela, o al menos de adolescente yo lo tenía, en la que entendida como un desfile musical de chulapos y chulapas que flirtean entre sí con un lenguaje ya pasado de moda, es un elemento rancio y hasta franquista. Nada más lejos de la verdad: el género perdió su esplendor musical con la llegada de la Guerra Civil y la dictadura. Y hasta hoy. El maestro Sorozábal y los libretistas Sarachaga y Fernández-Shaw crean un drama costumbrista, en un pueblo del norte de España, en la misma época de su propia composición, pretendiendo ser una obra muy actual. Sorozábal compone una música muy evocadora, descriptiva, como la breve intervención orquestal y luego el preludio del tercer acto, que evocan las olas marítimas y lo lleva a uno a la costa del norte. También se convierte en una música festiva como en el interludio del tercer acto, o usa el melodrama como el clarinete acompañando el diálogo de Abel y Ripalda. O ritmos más exóticos como el que sugiere la percusión en "Despierta, negro". También incluye números de lucimiento para los protagonistas, como las romanzas que deben cantar en el segundo acto, con el tremendo "No puede ser" del tenor con el que habitualmente el teatro se viene abajo.
El montaje a cargo de Mario Gas, estrenado en 2010, pero con una reposición que cuesta llegar a buen puerto (nunca mejor dicho), es un montaje clásico, si bien la presencia del mar, aunque no se vea en casi toda la obra, es constante, ya que se proyectan las olas sobre el escenario. De hecho, en el borde del escenario hay una recreación del mismo, con una pedregosa orilla y agua real ondeando. El primer acto es una calle del pueblo imaginario de Cantabreda, con unos imponentes edificios de piedra, lo que le da un aspecto opresivo a la acción. El segundo acto es la taberna, muy bien recreada, con una débil imagen de la Virgen María, iluminada, y presidiendo la sala. La primera escena del tercer acto, el famoso dúo de la barca en alta mar, es el de mayor impacto visual. En escena se ve una barca con una vela moviéndose, donde se sitúan los protagonistas, mientras que una animación de la marea alta golpeando la embarcación se proyecta en el escenario, dándole una sensación de realismo. En la previa introducción orquestal y en el posterior interludio hacia el cuadro final, se proyectan igualmente las olas en el telón bajado. Además, en los dos (sorprendentemente, porque últimamente las zarzuelas se representaban del tirón desde la reapertura tras la pandemia) descansos, una bella animación de las olas del mar, de intenso color azul se proyecta sobre el telón.
El maestro Óliver Díaz dirigió la orquesta tanto acompañando a los solistas como recreándose en los momentos orquestales, a fin de transmitir el sabor a mar de la música, que como el Holandés Errante wagneriano, uno siente que el mar lo golpea al escucharla. De este modo, la orquesta trasmitió dramatismo, festividad, a través de la brillante gama cromática de la partitura. Una lenta, pero descriptiva interpretación del motivo del mar tanto en la introducción al primero como al tercer acto supuso un lucimiento para la orquesta, especialmente en el viento, espléndido en estos números, así como en el interludio del tercer acto o en el dúo de Antigua y Chinchorro, o la flauta en el No Puede Ser. El coro ha estado hoy inspirado, especialmente el femenino en la riña con Marola, pero también el coro fuera de escena.
Marola, la protagonista que da título a la obra, es interpretada por la veterana y siempre excelente María José Moreno. Moreno sigue teniendo ese timbre brillante y juvenil que siempre la ha caracterizado y la ha hecho triunfar en roles como Lucia, Gilda o los roles mozartianos. Como artista, admito tenerle cierto cariño, pues su Lucia (en la que se alternaba con la recientemente desaparecida Edita Gruberova) en el Real en 2001 fue la primera ópera en vivo que vi, siendo yo un niño de 13 años. Moreno ha interpretado a una excelente Marola, con su dulce y juvenil voz tanto cantada como hablada, y ese agudo deslumbrante, aunque ya con algunos signos de madurez. Donde también sigue siendo una maestra es en la coloratura, dejando una interpretación para el recuerdo de la difícil romanza "En un país de fábula". Como actriz, transmite la angustia por la que pasa su atormentado y señalado personaje: una mujer independiente en un lugar y una época donde serlo era completamente anatema.
Antonio Gandía interpreta al apasionado Leandro, con una interpretación también de nivel, debida a su enorme y lírica voz, con un volumen que se engullía a todos sus compañeros: viril, y al mismo tiempo cargada de lirismo. Su interpretación del "No puede ser" en el segundo acto, fue estupenda, bien proyectada, bien cantada, que llegaba a toda la sala, la cual estalló en un sonoro aplauso tras acabarla.
Damián del Castillo fue un notable Juan de Eguía, con una voz que se dejaba oír, y con una divertida interpretación de su romanza del segundo acto, "Chiribiri, chiribiri", así como en el terceto del primer acto "Qué días aquellos de la juventud".
Rubén Amoretti, esta vez en el rol de Simpson, volvió a impresionar a la sala con su inmensa voz de bajo profundo, en la que de nuevo en el segundo acto, dio una interpretación del "Despierta, negro", su famosa romanza, que no solo sobrecogió al público, sino que hasta a veces parecía recordar al gran Paul Robeson, hasta el punto de preguntarse si Sorozábal no pensó en él al escribir la tesitura. Amoretti, al igual que gran cantante es un excelente actor, desternillante su retrato del borracho personaje.
Ruth González como Abel fue convincente como el adolescente que es su personaje, con su voz aniñada, y también muy divertida en los diálogos y escenas cómicas, así como su famosa canción, "Ay que me muero por unos ojos".
Vicky Peña y Pep Molina fueron el contrapunto cómico, ambos sensacionales como la anciana pareja, Antigua y Chinchorro, ella una borracha y él un cascarrabias. Desternillante versión del dúo cómico. Ángel Ruiz también fue un divertido Ripalda.
Como era de esperarse, dada su popularidad y sus gafadas cancelaciones, esta Tabernera ha colgado el cartel de "no hay billetes" en todas las funciones. Y de hecho fue aplaudida con entusiasmo, más cuando una producción hace justicia a esta obra tan querida por el público (del que algunos han querido hacerse notar canturreando y cuchicheando muy alto y hasta un abanico que acompañó en el tercer acto). Esperemos que la amenaza de huelga no se cierna sobre muchas de las escasas funciones restantes, porque todos quieren disfrutar de esta obra maestra, que ya bastantes cancelaciones lleva a cuestas.
Las fotografías no son de mi autoría, si alguien se muestra disconforme con la publicación de cualquiera de ellas en este blog le pido que me lo haga saber inmediatamente. Cualquier reproducción de este texto necesita mi permiso.
jueves, 18 de noviembre de 2021
Rossini en Madrid: versión madrileña de su Stabat Mater en la Fundación Juan March.
sábado, 13 de noviembre de 2021
On Wagner's Rienzi, his youth grand opéra, from the Capitole de Toulouse (2013)
In the last months I have been discovering, or rediscovering works. As Richard Wagner's ones are concerned, most of us wagnerians are not very familiar with which are considered "youth works": Die Feen, Das Liebesverbot and Rienzi. Maybe because, in part, Wagner himself disowned them, and for that reason they weren't included in the Bayreuth Canon. On the other hand, in those works the composer hadn't found his distinctive style yet, so heroical, spectacular and at the same time so modern and profound, which revolutioned Western music for good.
Rienzi is the most known and representative of that period. Very popular until mid 20th Century, it is a work, as I could discover, that is liked by many wagnerians but it is rarely seen on stage. One problem with Wagner's youth works is that they are performed with many cuts, something unthinkable with his Canon today. It is due, in some way, because no original partitures have survived. The original manuscript for these works perished in Adolf Hitler's bunker during the last days of World War II. The most complete version is featured in the 1976 critical edition, and recorded by Edward Downes for the BBC, lasting around 280 minutes. It is known that the premiere lasted until six hours, and two Saxon princesses reportedly complained for the duration. Then, Wagner considered to divide it in two parts and finally to turn into a cut version.
In Rienzi's case, we still don't recognise that Wagnerian musical style which made him the genius we know today. Indeed, we find more similarities with German romantic opera, and above all, with French grand opèra, with which Giacomo Meyerbeer, the famous German Jewish composer, was succeeding in Paris, creating a worldwide trend. Indeed, Hans von Bülow stated that Rienzi is "the best Meyerbeer's opera", quite an irony considering the differences between Meyerbeer and Wagner, inspiring the latter's infamous antisemitic essay "Judaism in Music". And as Pinchas Steinberg would say, some influences of Mendelssohn, another German Jewish composer whom Wagner would held a controversial opinion, are found, as well as Weber and even Bellini. The score has all of its day's conventions: Five-act structure, bombastic music, ballets, marchs, a strongly romanticized historical topic, even some signs of coloratura. However, some moments are also announcing the great Wagner, that one between Holländer and Rheingold. The final act goes in that direction, from the beautiful Prayer to the tragic finale, after gaining more and more dramatism. Indeed, both the overture and Act 5 prayer are very performed today in symphonic concerts and operatic recitals.
Whereas on the contrary, the plot seems to be even more substantial than the music. Based on a novel of Edward Butter-Lyon, it narrates the story of Cola di Rienzo, a nobleman who lived in Rome in 14th Century, when the Pope was exiled in Avignon. Rienzo attacked and finally led a rebellion against the corrupt aristocracy, but once in power, being called "the last Roman tribune", started to have a more and more tyrannical attitude, being as a result overthrown twice, and finally executed. Wagner treats his story in a very interesting way: we attend to the rise and fall of a man who started with a noble purpose and ended a dictator who finally was deposed by those who once helped him to reach the power. Wagner's Rienzi uses his solemn rhetoric to convey the Romans the aim of fighting against a corrupt and opressive power, to restore an old splendour largely lost and longed, a new strong leader destined to rule. A ruler who boasts his magnanimity, which will be his perdition, by forgiving the patricians who tried to overthrow him. Evil, corrupt aristocrats beyond redemption, who aim to break the new order. And after he is not only satisfied with restoring the order in Rome, but also aspires to reunificate Italy, as if he anticipated Italian and German unifications by centuries (when Wagner composed Rienzi, German Unification was a desire, which would become fulfilled during his mature years). At the end, when fall and destruction are inminent, this hero would call his own people as "degenerate", having forgotten the one who made him "powerful and free".
All this considered, one cannot be surprised that a young Hitler became obsessed with this opera, until identifying himself with its main hero. It is appalling to think, that Rienzi's rhetoric and attitude could involuntarily inspire that poor young student who lived only for going to the Linz opera, before becoming the most atrocious criminal in European history. Those evoked similarities are a clear sign of how Hitler would prostitute and ruin Wagner's legacy to fit in his demential and murderous political project.
Apart from Rienzi, there are another two characters: Irene and Adriano, the main couple. Irene, Rienzi's sister, is the devoted, faithful sister who stays for her brother even after he was excommunicated. She is able to die for him, as a proud Roman. These values can be found in characters such as Rachel in Halévy's La Juive (who dies proud to be a Jewess) or Elisabeth in Tannhäuser, who prays for a last chance to redeem her lover. Adriano, is a convention of those days, as he is a travestite role, a male character sung by a female voice, a contralto. He is divided between his honor and nobilty, and his love for Irene, which led him to first to sacrify everything for her and finally to die trying to rescue her from the death during Rienzi's downfall. In addition, his is the main feminine role, with the main Act 3 aria In seiner Blüte bleicht mein Leben.
The version I chose to introduce myself in this work was the DVD from the Capitole de Toulouse, France, in October 2012. Few months earlier, in May, I saw it live at the Teatro Real, in a concert version. This production, including most of the plot, is one of the most complete ever performed, and by far the most complete on video, running around 3 hours, excluding the long ballet among other extracts.
Directed by Jorge Lavelli, a regietheater veteran, the production is set in an intemporal era, and with a minimalistic ambiance. However, and despite its comprehensible aesthetical mixture of modern and classic elements, there is little beauty to admire. At least it makes the plot visually comprehensive. During the overture, video clips from different 20th Century revolutions are seen: Vietnam, Cuba, Berlin Wall, Africa, or the May 1968 Revolution. The sets by Ricardo Sánchez Cuerda are dark and reduced, with a predominance of black. Francesco Zito's costumes are minimal, specially for main protagonists: white for Irene, black for the men and red for the Pope ambassador. The people, on the other hand, is dressed like 18 or 19th Century peasants. All characters have their faces coloured in white, which gives it an oppresive sensation. Sets, as mentioned before, are minimalistic, prevailing a dark background in intimistic scenes, or during Adriano's great scene in Act 3 a worn grey. In choral scenes, Pope's messengers in Act 2 are dressed in white, with a big banner saying "Peace has come". During Act 3 Rienzi is riding a real horse, which fortunately follows the stage indications. Foreign ambassadors are also dressed in white, with their names indicated: Bohemia, Milan, Venice... In Act 4, the excommunication scene is visually beautiful. Roberto Trafferi's lighting recreates an astonishing moment: the stage all dark with a dome-shaped blue light from which emerges the Pope retinue to condemn Rienzi. At the end, Rienzi, Irene and Adriano appear in a platform which elevates them while the people is on stage close to them and real fire lights the stage, insensifying final destruction.
The Capitole National Orchestra is conducted by the Israeli maestro Pinchas Steinberg. An accomplished, expert Wagnerian, his rendition is excellent, making the French orchestra to sound as an experienced German one, even when this orchestra is already excellent. The Overture is superb, with a sense of drama, tragedy, solemnity, which breathes life, energy, temperament into the orchestra. This level will be maintained during all the show. Trumpets, strings are really magnificent. Another beautiful moment is the orchestral introduction to Rienzi's player. The Capitole Chorus, reinforced with the Chorus of Academia della Scala di Milano, is accomplished as well. Wagner gives the chorus two beautiful, haunting offstage moments, during scene 2 of Act 1 and in Act 4 during the excommunication scene, reminding to medieval sacred music. Choristers do their best in both scenes, as well during the concertants. They are also good actors, specially during Act 1.
Torsten Kerl sings Rienzi. Kerl sang frequently the title role during last decade, recording it in Berlin too in 2010. Kerl's voice is good, an acceptable tone, with sometimes lyrical, other baritonal touches. Maybe in those times were there better tenors for it, but few chances to sing. In this sense, Kerl shows his command and knowledge of the role, conveying his energy and vigour.
Marika Schönberg is a nice Irene, more dramatical than lyrical, but suitable for the role, as well as for Elsa and Elisabeth. In addition, she is a good actress.
Daniela Sindram is the real lead of the cast. In 2012, she was at her total prime, and she steals the show. With a great high register, this German mezzo sings the role vividly, with a great agility, as passionate as her youthful role, able to sing coloratura. Her great Act 3 scene and aria was the best moment of the show, alongside Kerl's version of the Prayer. Simply unforgettable.
The rest of the characters are at a good and correct level. I cannot say that was a great night for the basses, despite they don't sing precisely badly. Robert Bork as the pope ambassador and Leonardo Neiva as Cerco del Vecchio were among the good bass voices. On the other hand, Jennifer O'Loughlin did a great rendition of her little role as the messenger in Act 2.
Here ends my approximation to Rienzi, a great work with a wide range of styles, which cannot be identified with the typical Wagner style, and the fact that he disowned it didn't help. When I saw it at the Teatro Real, I recognise I got bored. However, after watching this DVD I realise of its big musical and stage potential, since this is an opera to be performed with a great staging. After all, due to its big format and the inmense popularity of its overture - one of the most celebrated of all overtures-, any Wagnerian would find this grand opéra in his or her way.
Rienzi, la gran obra de juventud de Wagner, desde el Capitolio de Toulouse (2013)
En los últimos meses he estado descubriendo obras nuevas, o desconocidas. En lo referente a Richard Wagner, a muchos wagnerianos nos pasa que no conocemos demasiado las llamadas obras de juventud: Las Hadas, La prohibición de amar y Rienzi. En cierto modo, porque Wagner renegó de ellas y por este motivo, no se incluyeron en el canon de Bayreuth. Por otro lado, se trata de obras en las que Wagner aún no había encontrado ese lenguaje musical, tan heroico, espectacular y al mismo tiempo tan profundo y tan moderno, que le caracteriza.
En la obra que nos ocupa, Rienzi, es la más representativa de esa etapa de juventud. Muy popular hasta la primera mitad del siglo XX, es una obra que, según he podido comprobar, gusta a muchos wagnerianos pero raramente se ve hoy en día en un escenario. El problema de las óperas de juventud del maestro es que, cuando se hacen, se representan con bastantes cortes, algo por otra parte inconcebible en las obras del canon hoy en día (en el pasado era otra historia, especialmente en América). Y ello se debe, principalmente, porque los manuscritos originales y sin cortes perecieron en el búnker de Adolf Hitler en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial. La versión más completa se encuentra en la edición crítica de 1976, grabada por la BBC y dirigida por Edward Downes, que dura 280 minutos. En un principio, Rienzi duraba hasta seis horas en su estreno en 1842, pero debido a las quejas de dos princesas familiares del rey de Sajonia sobre la duración, Wagner decidió entonces dividirla en dos partes, y finalmente en una sola jornada con cortes.
Musicalmente, no reconocemos ese estilo tan wagneriano anteriormente mencionado. Más similitudes se encuentran sin embargo con la ópera romántica alemana, y sobre todo, con la grand opéra francesa, con la que Giacomo Meyerbeer, compatriota suyo, triunfaba en París, marcando tendencia en todo el mundo. De hecho, Hans Von Bülow dijo que Rienzi es "la mejor ópera de Meyerbeer", algo irónico teniendo en cuenta las diferencias que Wagner mantuvo con este compositor le inspiraron para su infame ensayo antisemita "El Judaísmo en la música". Y como diría Pinchas Steinberg, además de Meyerbeer, también se encuentran influencias de Mendelssohn, otro compositor judeoalemán sobre el que el maestro tuvo una opinión controvertida, recogida en su terrible ensayo, y cabría añadirse que se escucha también a Weber e incluso a Bellini. La obra incluye todas las convenciones de su tiempo: estructura en cinco actos, música bombástica, marchas, temática histórica fuertemente romantizada, un largo ballet, y en algunos momentos hasta amagos de coloratura. No obstante, también hay otros momentos que anticipan al gran Wagner: algunas páginas nos hacen pensar ya en El Holandés Errante, en Tannhäuser, en Lohengrin e incluso en el Oro del Rin, en esa música festiva cuando Freia vuelve a los dioses tras el pago del tesoro a los gigantes. Rienzi supone la transición, entre el estilo de juventud y el estilo que consagró a Wagner (quien en el momento de terminar de componer esta obra tenía tan solo 27 años) como el hombre que revolucionó la ópera para llevarla a terminar de conectar con el público. Por otro lado, el acto final aumenta en tensión tanto musical como dramática, y es el más parecido a lo que vendría a partir de El Holandés, su siguiente ópera. De hecho, su genio de siempre aparece en toda su plenitud en los dos fragmentos que han pasado al repertorio: la Obertura y la oración del protagonista en el acto quinto, ambas piezas son interpretadas en numerosos conciertos y recitales.
Por el contrario su argumento, es quizá hasta más sustancial que la música. Basada en una novela de Edward Bulwer- Lytton, que a su vez se basa en la historia de un personaje real: Cola di Rienzo, un notario papal que llegó a tomar el poder en el siglo XIV en Roma, cuando los papas estaban exiliados en Aviñón. Rienzo se sublevó contra la corrupta nobleza, deseando restaurar al papa, pero al llegar al poder, conociéndosele como "el último tribuno de Roma", empezó a tomar una actitud cada vez más y más tiránica, lo que le llevó a ser derrocado hasta dos veces, y finalmente ajusticiado. Wagner trata esta historia interesantemente. A lo largo de los cinco actos asistimos al auge y caída de un hombre cuyas buenas intenciones iniciales, se termina corrompiendo hasta devenir en un tirano autoritario, que pese a vencer a sus enemigos, termina siendo derrocado por los mismos que le llevaron al poder. El Rienzi wagneriano usa su solemne retórica para transmitir a los romanos esa consciencia de luchar contra la corrupción para recuperar un esplendor largo tiempo perdido, un lider elegido para liberar un pueblo destinado a volver a brillar, a mandar. Un personaje que hace gala de una magnanimidad, que luego será su perdición, al perdonar a los nobles malvados y corruptos, irredimibles, que intentan derrocar el nuevo orden establecido. Y que ya no solo se contenta con restaurar el orden en Roma, sino que aspira a unificar toda Italia, como si anticipara en varios siglos la unificación italiana, y también alemana, una idea anhelada cuando se compuso la obra, y que Wagner llegó a ver concluida en su madurez. Y que al final, cuando la destrucción es inevitable, se refiera a Roma como un pueblo "degenerado", que se ha olvidado de quien les hace "fuertes y libres".
Visto todo esto, uno puede llegar a plantearse que no sorprende que el joven Hitler se obsesionara con esta ópera, hasta el punto de querer identificarse con el protagonista. Resulta aterrador, cuando se piensa, que la actitud y la retórica del Rienzi wagneriano pudieran involuntariamente inspirar a este joven empobrecido en su etapa de estudiante en Viena, cuando vivía por y para ir a la ópera, antes de convertirse en el mayor criminal de la historia europea. Y precisamente esa similitud evocada es una muestra de cuánto llegaría Hitler a prostituir el legado wagneriano usándolo para su delirante proyecto político, afrentándolo así hasta nuestros días.
Además de Rienzi, también hay otros dos personajes principales, que muestran esa etapa de transición de la obra de Wagner: Irene, hermana de Rienzi, y su pareja masculina, Adriano. Irene es la hermana incondicional, que apoyará a Rienzi en todo momento, incluso cuando ha caído en desgracia tras su excomunión, hasta el punto de sacrificar el amor de Adriano y de morir como una romana orgullosa junto a su hermano. Esta joven entregada a la causa recuerda a la Elisabeth de Tannhäuser en ese apoyo total, e incluso a la Rachel de La Juive, de Halévy (ópera que gustó y que inspiraría a Wagner en sus obras), al ser capaz de morir por una causa. El otro personaje, Adriano, es una convención de su época, al ser un personaje masculino travestido; interpretado por una cantante femenina, una contralto. Adriano se debate entre su familia noble y el amor que le tiene a Irene, que le llevará a dejarlo todo por ella y luego a morir por intentar "salvarla" de la "perdición" que le espera junto a Rienzi. Además, es el rol femenino estelar, con su importante aria del tercer acto, In seiner Blüte bleicht mein Leben.
La versión que he elegido para reintroducirme en esta obra, que ya vi en mayo de 2012 en vivo en el Teatro Real, es la del DVD procedente del Capitole de Toulouse, precisamente grabada en octubre de ese mismo año, solo unos meses más tarde de las funciones de Madrid. Esta producción, de unas tres horas, es la más completa en vídeo, y al parecer una de las más completas que se hayan hecho de toda la acción, descontando el larguísimo ballet.
Dirigida escénicamente por Jorge Lavelli, un veterano regista, la producción se ambienta en una época intemporal, con elementos tanto clásicos como modernos, aunque no se destaca precisamente por su belleza plástica. Pese a todo, es una producción que ayuda a seguir el argumento de la obra. Durante la obertura, se proyectan imágenes en vídeo de revoluciones y movimientos populares del siglo pasado: reconociendo la caída del muro de Berlín o más cercano a Francia, la Revolución del 68. Los decorados de Ricardo Sánchez Cuerda son más bien oscuros y reducidos, con un fondo negro predominante, y el vestuario de Francesco Zito es más bien sencillo, negro para los caballeros, blanco para Irene, rojo para el nuncio papal. El vestuario del pueblo es cuanto menos sorprendente, pues visten como en el siglo XVII o XIX, con ropas bastante sencillas. Todos los personajes y el coro llevan la cara cubierta de maquillaje blanco, lo que le da un aire aún más opresivo y oscuro. En este minimalista y sobrio montaje, la ambientación es pese a todo, mínima. De hecho, cualquier elemento escénico, a excepción de unas grises y aparentemente desgastadas paredes, desaparece en las escenas más intimistas, reduciéndolo todo a un fondo negro. En las escenas corales y concertantes se puede ver a los mensajeros del papa con un cartel en alemán con la frase "La paz ha llegado", todos vestidos de blanco. En el tercer acto, Rienzi aparece montado en un caballo real: por suerte el equino parece seguir las indicaciones escénicas. Los embajadores de otros reinos también aparecen vestidos de blanco, con bandas que indican su procedencia. En el acto cuarto, en la escena de excomunión se da un momento visualmente impactante, con todo el escenario oscurecido salvo por unas luces azuladas, que dan la forma de una bóveda, de la que sale la comitiva papal para condenar a Rienzi. Aquí la iluminación de Roberto Trafferi y el propio Lavelli crean una ambientación sobrecogedora. Al final de la obra, Rienzi, Irene y Adriano aparecen en una plataforma que los eleva mientras el pueblo toma el escenario, y se enciende un fuego real, que ilumina los metálicos y cristalinos decorados, haciendo aún más intensa la destrucción final.
La Orquesta Nacional del Capitole está brillantemente dirigida por el israelí Pinchas Steinberg, experto wagneriano, quien logra una gran interpretación, haciendo sonar a la orquesta como si fuese de un importante teatro germano, gracias a la experiencia del maestro. La obertura es simplemente espectacular, memorable, con un gran pulso dramático, enérgico, que insufla vida a la orquesta. Durante toda la obra mantendrá ese gran nivel, que mejora a una ya de por sí notable orquesta, como puede notarse en las cuerdas o en flautas y trompetas. La introducción a la oración de Rienzi, es sencillamente memorable. El Coro del Capitole, reforzado con el de la Academia della Scala, es igualmente notable. Wagner concede al coro dos preciosos momentos fuera de escena, en el cuadro segundo del primer acto y en la escena de la excomunión, que recuerdan a la música sacra medieval. En ellos, además de en los números concertantes, los coristas dan lo mejor de sí. También como actores, con unas escenas memorables en el primer acto.
Torsten Kerl interpreta el rol protagonista. Kerl cantó mucho el personaje en la década pasada, llegándolo a grabar en vídeo también en Berlín hace dos años. La voz de Kerl es aceptable, dado el panorama tenoril en el repertorio wagneriano, con un timbre que no suena mal, con reminiscencias a veces líricas, y otras tendentes a lo baritonal. Desde luego que en ese tiempo había quizá mejores tenores que pudieran abordar el rol, pero pocos que realmente lo cantaran. Y se nota en este sentido que Kerl conoce muy bien la obra y el personaje de Rienzi, transmitiendo su vigor.
Marika Schönberg es una Irene competente, con una voz de soprano más dramática que lírica, aunque más propia para este rol, Elisabeth o Elsa. Muy buena en lo actoral.
Daniela Sindram, aquí en estado de gracia, es la que se roba el espectáculo con su impresionante Adriano. Su voz es más aguda que contraltada, pero la mezzo alemana aparece aquí con un timbre juvenil, un canto ágil, apasionado como su personaje, y con capacidad para la coloratura, todo ello apreciable en su gran escena del tercer acto.
El resto de personajes están a un nivel entre bueno y correcto. No puedo decir que los bajos tuvieran una gran noche, aunque tampoco lo hacen mal. Entre ellos destacan Robert Bork y Leonardo Neiva como unos notables Raimondo, el legado papal y Cerco del Vecchio respectivamente. En cambio, Jennifer O'Loughlin sí que realizó una dulce y bella interpretación de su corta escena como mensajero de la paz.
Con esto termina mi aproximación a Rienzi, una gran obra a la que la mezcla de estilos que le impiden identificarse con el que generalmente se le atribuye a su autor, y el haber sido repudiada por éste no le han ayudado mucho. Tras ver este vídeo me he convencido un poco más de su enorme potencial escénico y también musical, ya que está compuesta precisamente para ser representada con una gran puesta en escena. Porque después de todo, debido a su gran formato y a la inmensa popularidad de su obertura, una de las piezas más conocidas del compositor, todo wagneriano se encontrará a este Rienzi en su camino en algún momento.
Las fotografías no son de mi autoría, si alguien se muestra disconforme con la publicación de cualquiera de ellas en este blog le pido que me lo haga saber inmediatamente. Cualquier reproducción de este texto necesita mi permiso.