domingo, 16 de febrero de 2020

La Valquiria en el Teatro Real: amor y conflicto en un mundo de desesperanza.

Función del 14 de febrero. Segundo reparto.

Continúa el “Ecoanillo” de Robert Carsen en el Real, con la Valquiria, primera jornada del Anillo wagneriano.  Tras un Oro del Rin que el año pasado tuvo más sombras que luces, pese a un planteamiento que sigue siendo interesante en lo escénico, nos llega una Valquiria cuyo segundo reparto parece mejorar los resultados, aunque sin ser un evento deslumbrante. En el año 2003, tuvimos unas funciones con una pareja de welsungos memorable: Plácido Domingo y Waltraud Meier emocionaron al teatro, aunque la dirección de Peter Schneider y la producción de Willy Decker no entusiasmaron tanto.

La Valquiria es la ópera más popular entre el público de todo el Anillo (aunque a mí es la que menos me gusta). Es una obra en la que asistimos al nacimiento de la gloriosa estirpe de los welsungos, hijos de Wotan, padre de los dioses, donde vemos cómo los pactos de los que los dioses son esclavos emprenden un punto sin retorno. En esta obra germinan los acontecimientos que definen el rumbo de la Tetralogía. Pero también donde se profundizan más los sentimientos de sus personajes, todos movidos por la desdicha. Aquí nadie es feliz, salvo Brunilda: Wotan y Fricka ya no se aman, Sieglinde sufre al lado del malvado Hunding, y solo en el amor furtivo de su hermano Siegmund podrá hallar un efímero momento de felicidad. Los matrimonios son infelices, las desobediencias al orden son los que dan felicidad: la de los hermanos welsungos al amarse fuera del matrimonio, o el entusiasmo de Brunilda para salvar a Siegmund en combate, aunque se termine frustrando.

Carsen continúa con su visión postapocalíptica, en un mundo pobre, autoritario y contaminado, donde no hay esperanza. En esta obra, además, está en continua guerra. Respecto del Oro, podría decirse que en lo escénico sigue sin remontar demasiado e incluso por momentos la supera el prólogo, pero desde la aparición de Brunilda a Siegmund  lo consigue, creando momentos de gran impacto visual y teatral, con la escena del fuego mágico cerrándola con broche de oro.

Con el preludio se abre el, de nuevo, metálico telón y de fondo vemos la nieve que cae como caía al final del Oro. Se instala en escena un improvisado campamento militar con cajas llenas de armas, soldados con rifles y perros (alguno aulló levemente). Todos los personajes están vestidos como guerrilleros, una versión moderna del perfil de jefe tribal de Hunding. Siegmund es un guerrillero más, fugado, proscrito. El hidromiel es una botella de tequila. Hunding es tan violento como siempre, y se le ve dando una sonora bofetada a Sieglinde, tirándola al suelo. El dúo de amor tiene lugar una vez que la nieve ha desaparecido, y de unos troncos al lado izquierdo del escenario Siegmund saca la espada Nothung.



El segundo acto es, hasta ahora, lo más logrado que he visto de esta producción: un salón de hormigón gris lujosamente decorado, lo que da la sensación de ser un palacio de una nación empobrecida por la contaminación y la guerra. El telón se abre con una reunión de militares en lo que se entiende es el salón de baile del Walhalla, con muebles de lujo y hasta un piano. Wotan es de nuevo el dictador fascista del Oro. Brunilda, vestida con un llamativo traje marrón, es una chica cándida pero bruta al mismo tiempo. El diálogo entre Wotan y Fricka es el de una pareja mal avenida, unida solo por intereses políticos. Mientras empiezan su dúo se ve a los criados servir un café, lo que le da un aire de tragicomedia conyugal. Sin embargo, un momento conmovedor es cuando Fricka intenta acariciar a Wotan antes de despedirse pero se contiene.
La segunda escena de este acto tiene lugar en un paisaje nevado, en las zonas traseras del Walhalla. Siegmund y Sieglinde llegan en un destartalado 4x4 militar. Es un escenario circular donde gira en la escena final de la batalla entre el welsungo y Hunding.

El tercer acto es de una fuerza teatral muy importante, podría decirse que de lo mejor de este Anillo visto hasta ahora. Se abre el telón y muestra un campo nevado con soldados caídos en guerra, a los que las valquirias, vestidas como Brunilda, despiertan con un beso para que suban al Walhalla por una escalerilla al fondo del escenario.  Al final, Wotan despide a su hija durmiéndola con un beso, tapándola con su chaqueta, en medio de los soldados caídos que no han sido despertados. Luego invoca el fuego golpeando su bastón-lanza y luego encendiendo un mechero. Entonces  se levanta el decorado y  se descubre el fondo del escenario encendido con fuego real, iluminando toda la sala (demostrando que el fuego natural puede ser a veces mejor iluminación que la luz eléctrica), y con este emocionantísimo momento Wotan deja el escenario y cae el telón.


                                   
De nuevo recae la dirección orquestal en manos de Pablo Heras-Casado. Teniendo en cuenta que este Anillo del Real es el primero que dirige, hay que decir que está superando con dignidad el reto, e incluso se ha superado respecto del Oro. En todo momento ha conseguido obtener un sonido bastante aceptable de la orquesta, como que las cuerdas suenen mejor de lo habitual, especialmente en el preludio del primer acto donde lograron evocar el clima de tormenta. Como se ha dicho en la prensa, y se pudo comprobar anoche, es en los momentos de mayor intimismo donde la batuta del director granadino llega a un nivel memorable. En este sentido, el mejor momento de la noche fue el interludio entre las escenas de Wotan y Brunilda y la llegada de los welsungos en el segundo acto, dirigida con una belleza wagneriana, algo no siempre logrado en esta orquesta ni tampoco esta noche. A partir de aquí no hizo sino mejorar, llegando a emocionar en la música del fuego mágico. Los tempi, no obstante, han sido rápidos, haciéndose notar en el preludio del primer acto y en los adioses de Wotan. Con todo, me ha parecido sensiblemente mejor que la que dirigió un experto Peter Schneider quien hizo una dirección rutinaria y de acompañamiento en 2003. 


Esta función ha sido la del segundo reparto. El nivel vocal ha sido superior al del Oro, aunque no era difícil. Aun en el emocionado recuerdo del reparto de 2003, el de estas funciones es de lo más solvente que se puede ver hoy por Europa.

Christopher Ventris fue un Siegmund con un timbre vocal juvenil y bello (un bien escaso en los tenores wagnerianos de hoy), pese a que ya empieza a aquejar cierto desgaste, como cuando narra su historia a Hunding , donde le tapaba la orquesta y parecía estar declamando. Se reservó para los dúos con Sieglinde, donde cantó maravillosamente. Los “Wälse” fueron un momento increíble, donde la voz sonaba poderosa y por suerte no demasiado calante, pero no así en el agudo final “So blühe der Wälsungen blut” donde posiblemente a consecuencia de ello el agudo fue bueno pero corto. Emocionante en el “Winterstürme”, donde pese a no cantar a todo volumen realmente emocionó al público, así como en el segundo acto donde estuvo a un gran nivel vocal y actoral en la escena con Brunilda.

Elisabet Strid fue una Sieglinde que fue de menos a más, con un comienzo algo tímido, pero estupendo a partir del dúo final del primer acto, con una gran versión de sus arias “Der männer sippe” y “Du bist der Lenz” que acometió muy bien. La voz es dramática, quizá me sonó un poco fría al principio pero luego mejoró, logrando un equilibrio vocal y dramático en los actos restantes.

James Rutherford interpretó a Wotan. De entrada, me pareció mejor que un cacofónico Greer Grimsley en el Oro, con una voz más bonita y bien entonada, pero le faltaba volumen; y eso puede ser un hándicap para el padre de los dioses porque le quita autoridad. En el segundo acto, y a consecuencia de lo anteriormente dicho, su interpretación en el gran monólogo parecía más bien liederística, siendo el monólogo el de un hombre pesimista y frágil que el de un grandilocuente dios todopoderoso. Fue en el tercer acto donde salió algo de esa autoridad en el dúo con Brunilda, pero en los adioses, pese a cantarlo con solvencia y ternura, volvió a ser un inconveniente. Por suerte logró emocionar en el fuego mágico pero no es suficiente.

Ingela Brimberg fue Brunilda, la gran protagonista de la obra. La voz es buena, pero un poco nasal para mi gusto. En su entrada principal sus gritos de guerra aquejaban este defecto. El registro medio es realmente heróico, pero el agudo no siempre lo es. No obstante, su mejor momento fue el tercer acto, para el que se reservó indudablemente, ya que su interpretación de “Fort den eile” fue enérgica y se mostró en plenitud, así como en “War es so schmächlich” estuvo conmovedora y cerró con un agudo en conduciones en su frase final “dem felsen zu nahn”.

Ain Anger fue un excelente Hunding, tanto en lo vocal como en lo actoral, reflejando la brutalidad del personaje incluso en su canto, que parecía más rudo y tosco.

Fricka fue Daniela Sindram, quien fue sin duda mejor que una Sarah Connelly en el Oro fuera de repertorio. Tiene una voz muy hermosa, con agudos firmes y es una buena actriz, pero echaba de menos un poco de autoridad.

Las valquirias empezaron muy bien, algunas con la voz más grande y más bella que la de su famosa hermana, pero pasada la cabalgata mostraron algunas irregularidades. No obstante, su interpretación en términos generales fue buena.



El público del Real sigue con ganas de Anillo, pudiéndose notar en el lleno casi total de la sala. La de anoche fue una función disfrutable, y no pude evitar emocionarme en el preludio del primer acto, en el dúo de los welsungos, en la cabalgata o en el fuego mágico. Sé que no fui el único, porque un abarrotado Real confirmó que anoche hubo un único triunfador absoluto: Richard Wagner.


Algunas fotografías no son de mi autoría, si alguien se muestra disconforme con la publicación  de cualquiera de ellas en este blog le pido que me lo haga saber inmediatamente.

                                                                                      

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