Hay funciones, que marcan la vida de aficionado de uno. Pocos espectáculos me habrán marcado en 16 años que llevo viendo ópera en vivo. Entre ellos está la producción de Lohengrin que el Teatro Real llevó a cabo en febrero de 2005. Gracias a la promoción del último minuto, que estaba empezando a implementarse, pude asistir a la función del 25 de febrero de 2005. La función de mi vida.
Hasta ese momento, Lohengrin era de las óperas que menos me gustaban del maestro. No me emocionaba como Parsifal o Tannhäuser. Ni digamos del Anillo. Pero al estar desde un buen asiento, siguiendo los subtítulos y una puesta en escena que ayudaba a seguir la acción (en aquella época me pareció fea, influido por el clásico video de Viena con Plácido Domingo), desde entonces se convirtió en una de las óperas que más me gustan.
Con unos repartos de primera clase, y tras la experiencia del Anillo y las visitas estivales de Barenboim, en el Real por fin se habían visto las diez grandes óperas de Wagner.
El reparto era el siguiente:
Lohengrin: Peter Seiffert / Klaus Florian Vogt/ Stig Andersen/ Jeffrey Dowd
Elsa von Brabant: Petra Maria-Schnitzer / Gwynne Geyer
Telramund: Hans Joachim Ketelsen / Richard Paul Fink
Ortrud: Waltraud Meier / Birgit Remmert
Rey Heinrich: Kwangchul Youn
Heraldo: Detlef Roth
La Orquesta y el Coro del Teatro Real fueron dirigidos por Jesús López - Cobos y Jordi Casas Bayer respectivamente, y la puesta en escena por Götz Friedrich.
Tuve la suerte de ver el primer reparto, con la histórica Waltraud Meier y el gran Peter Seiffert.
Meier, tras su éxito como Sieglinde en La Walkiria, regresó al Real a interpretar la Ortrud; una de sus grandes creaciones. En mi función estaba algo fría vocalmente, quizá se debiera a un catarro que hizo que cancelase la función del 28 de febrero. Pero la interpretación del personaje fue de antología. Aún la tengo en mi memoria. En su entrada, con un vestido negro, con altivez mirando a todos los presentes. Y qué segundo acto. A medida que el preludio terminaba se veía a Doña Waltraud mirando al horizonte, con una mirada que revelaba una maquinación. Luego tras proferir su maldición e invocación a los dioses caía al suelo estrepitosamente. Cuando Elsa le pregunta a Ortrud: "¿Dónde estás?", Frau Meier respondía sin levantarse del suelo. Y luego al final de ese segundo acto, cuando Elsa entra en la catedral y se gira a mirar a Ortrud, Meier la miraba desafiante alzando el puño. Y el final fue aún mejor: Aparecía en medio de la nada, mientras Lohengrin se disponía a partir, cubierta con un velo negro que se quitaba para revelar su delito. Pero el héroe se marcha, y Gottfried aparece en lugar de Lohengrin. El pequeño duque se dirigía a Ortrud, mientras que ésta, se resistía a morir, de nuevo alzando el puño de rabia y temblando. Yo lo interpreté en su día como una humillación final de la malvada noble hechicera, pero un crítico opinaba que era lo contrario: que parecía que la Meier se levantaría para engullirse al niño.
La puesta en escena de Götz Friedrich, como ya dije, me pareció fea. Pero ahora, mirando atrás, la veo como muy hermosa. Utilizaba unos juegos de luces que creaban unos efectos de atardecer casi cinematográficos, siendo el cisne un juego de luces. El vestuario era clásico, en tonos blancos y negros. Muy hermoso fue el preludio del primer acto, cuando en medio de una luna proyectada en el telón, Elsa salía al final y alzaba la mano en dirección al cielo, como manifestando su esperanza. Recuerdo que en el segundo acto los decorados de la primera escena no eran tan buenos, pero la iluminación hacía olvidarlo. La dirección de actores fue impresionante y convincente. Algo feo me pareció el tercer acto, la escena de noche de bodas de Lohengrin y Elsa tenía un fondo azul con una cama en medio que parecía de plumas.
El resto del reparto fue antológico: Peter Seiffert cantó con su hermosa voz lírica. Y en el tercer acto recuerdo que por unos segundos me parecía estar escuchando al gran Wolfgang Windgassen. Luego r recuperé la cordura y seguí disfrutando. Petra Maria Schnitzer, su esposa en la vida real, me pareció la Elsa de aquéllos días. Kwangchul Youn estaba entonces en plenitud de medios vocales, Hans Joachim Ketelsen estuvo inspirado aunque no siempre su voz fuera grata. Y Detlef Roth cumplió como el Heraldo.
Y la irregular batuta de Jesús López - Cobos estaba esos días inspirada. Menudo sonido tan hermoso sacó de la orquesta, que forma tan bella de acometer la pausa del final del preludio.
Durante esos días, en el segundo reparto estaba previsto que el tenor fuera Christopher Ventris ( quien finalmente debutaría el rol en Madrid en 2014), pero fue sustituido hasta por tres tenores. Uno de ellos era un joven Klaus Florian Vogt. Esta función supuso uno de sus primeros éxitos fuera de su país. Un año después grababa su Lohengrin en Baden -Baden.
Todo un éxito de crítica y público, ovacionadísimo. Yo salí entusiasmado. Unos años después, escuché esta función en unas cintas de cassette que grabé de la radio y no salía de mi asombro. Reviví aquella gran noche. Y entonces comprendí que aquélla había sido la mejor función de mi vida, hasta el día de hoy.
Recordar es volver a vivir, y por eso les propongo recordar conmigo aquélla noche gloriosa, e irrepetible.