domingo, 30 de abril de 2023

Un amor más allá de la vida y de la muerte : Tristán e Isolda, en concierto, en el Teatro Real.


Madrid, 29 de abril de 2023.

Cuando las obras de arte, son obras maestras, no lo son gratuitamente, aunque su admiración pueda parecer manida. Tristán e Isolda es una obra capital de la música en general y de la ópera en particular, al cambiar, con su famoso acorde inaugural, el rumbo que la música iba a tomar en el siglo XX. Y la admiración por esta obra maestra que encierra una trágica y a la vez casi metafísica historia de amor, se manifiesta en la capital española en las varias programaciones que ha tenido en los últimos quince años, y por la entusiasta respuesta del público a las mismas, agotando todas las localidades. En el año 2000, Daniel Barenboim la trajo de gira junto a la Staatsoper, junto a Siegfried Jerusalem como Tristán. En 2008, los madrileños tuvimos el privilegio de ver a la legendaria Waltraud Meier como Isolda, y en el mismo escenario, en el año 2014 el no menos legendario montaje de Peter Sellars y Bill Viola hechizó al público. Además, en el año 2019 la Orquesta Nacional de España dio dos funciones de esta ópera en versión de concierto, brillantemente dirigidas por David Afkham. Ahora vuelve después de 4 años desde su última interpretación en Madrid y 9 desde su última interpretación en el Teatro Real. Y lo hace también en una versión de concierto, aunque con algunos movimientos escénicos a cargo de Justin Way, quien sitúa a la orquesta en el escenario y a los cantantes al borde de la escena, moviéndose a lo largo de la misma. También juega un rol importante la iluminación, que ilumina toda la sala al final del primero y del tercer actos, y en el dúo de amor con una luz celeste que recrea la noche, además de situar al joven marinero y a Brangäne en los palcos en sus intervenciones fuera de escena.





Semyon Bychkov regresa al Real después de su inolvidable Parsifal hace 7 años. El maestro ruso es capaz de hacer sonar a la Orquesta del  Teatro Real como una orquesta alemana. En esta ocasión, la orquesta estaba en el escenario, lo que hizo que el sonido perdiera un poco de efectividad. Aun así,  Bychkov, uno de los más grandes maestros wagnerianos de la actualidad, terminó logrando una dirección orquestal majestuosa, de tempi más lentos, que si parecía que le costó arrancar en la obertura, ya hacia la mitad del primer acto sonaba más bien trágica, elegíaca (especialmente el metal cuando se anuncia la llegada de Tristán), para concluir el mismo de forma apoteósica. En el segundo acto el dúo de amor constituyó toda una experiencia, ya que la interpretación de la orquesta se tornó más intimista. El tercer acto empezó con una interpretación de su preludio en la que se respiraba el patetismo, para luego seguir avanzando con la misma fuerza orquestal de los actos precedentes. Una vez más, Álvaro Vega, al igual que hizo en 2008 y en 2014, realizó una bella y mágica interpretación del solo de corno inglés en el tercer acto, creando un ambiente especial. De hecho, fue ovacionado al final. El Coro Titular del Teatro Real en su sección masculina, se dejó oír en su breve intervención del primer acto, demostrando su destacada sección tenoril.



En 2014, durante la anterior producción de esta obra en el Real, se turnaron varios tenores para sustituir al previsto Robert Dean Smith como Tristán, quien por enfermedad, tuvo que estar ausente durante algunas funciones. Uno de esos sustitutos fue el tenor austríaco Andreas Schager, quien desde su debut madrileño en 2012 con Rienzi, se ha convertido casi en el heldentenor de la casa, habiendo cantado dicho Rienzi, Sigfrido y de nuevo Tristán en el Real. Ahora convertido en el tenor wagneriano más solicitado del momento, regresa a un teatro que siempre le ha aplaudido con entusiasmo, y esta vez como el Tristán titular. Schager se mostró pletórico en los dos primeros actos, cantando a plena voz con su timbre heróico y su capacidad de resistencia. Eso pudo hacer temer por el tercer acto, pero el tenor salió airoso del reto: en algunos momentos estuvo comedido, y en otros cantó a plena voz como siempre, sin sonar mal, lo que es un logro en esta partitura.


Si en 2014 estuvo indispuesto el Tristán, ahora lo ha estado la Isolda. La prevista Ingela Brimberg ha sido sustituida por la inglesa Catherine Foster, una de las sopranos wagnerianas más solicitadas de la actualidad, habiendo triunfado en Bayreuth como Brunilda, y el año pasado Isolda. La soprano británica ha sorprendido a muchos con su interpretación, que ha superado las expectativas. Foster tiene un timbre juvenil, más lírico que dramático, lo que hace que su Isolda suene más bien "aniñada". No anda corta de voz, esta se deja oír y en su entonación se deja ver su dominio del personaje, que maneja con cierta teatralidad. Los agudos son firmes y no suenan mal, sin ser tampoco muy deslumbrantes. Esa aproximación lírica al rol hizo que en los actos segundo y tercero su interpretación fuese sensible y tierna, dejando una bella versión del Liebestod.

Como curiosidad, Schager y Foster hicieron historia cuando participaron en la primera función de Tristán e Isolda después de la pandemia, una versión reducida para canto, violín y piano que se hizo en la ópera de Wiesbaden a finales de mayo de 2020, cuando ir a la ópera aún se antojaba lejano para sus aún confinados aficionados.




Sin embargo, fue Ekaterina Gubanova, quien con su estupenda Brangäne, quien se "devoró" la escena cada vez que aparecía. La mezzosoprano rusa ya había cantado el rol en 2014 en este teatro, pero ahora con su bella y potente voz, su imponente timbre y su garra escénica, demostrando sus dotes actorales, fue capaz de sobrepasar a Foster como Isolda durante todo el primer acto. En el segundo, su interpretación de la vigilia en medio del dúo de amor, Einsam Wachend in der Nacht, fue uno de los mejores momentos de la noche. 

Thomas Johannes Mayer interpretó un buen Kurwenal, con la voz ya madura, pero aún estupenda y sobre todo una fuerza actoral, convincente como el fiel vasallo de Tristán, especialmente en el tercer acto.

Franz Josef-Selig fue el Rey Marke. También lo interpretó en 2014, y como entonces, su interpretación fue deslumbrante, una de las mejores de la noche. Cantó su gran monólogo del segundo acto con una voz poderosa, con un precioso y firme grave y sin que el tiempo haya hecho demasiada mella en 9 años.

El resto del elenco estuvo al mismo excelente nivel, aunque el Melot de Neal Cooper sonaba demasiado "mimesco", más cerca del nibelungo que de un caballero medieval, pero sin desmerecer. Jorge Rodríguez-Norton fue un excelente pastor en el segundo acto, del mismo modo que David Lagares cantó un timonel con un precioso timbre en su efímero rol. Alejandro del Cerro interpretó a la voz del joven marinero, una hermosa pero no tan fácil intervención pese a su brevedad, que pese a todo abordó con su voz lírica y su timbre juvenil. 



La pasión del público de Madrid por este título se traduce, como ya he señalado al principio, con un lleno total, y sobre todo con unas fortísimas ovaciones, ante el que posiblemente sea el reparto más completo de la temporada. Suponemos, y esperamos, que no pasen tantos años para ver de nuevo esta obra en la capital, que curiosamente se alterna con unas funciones, esta vez escenificadas, en Valencia de este mismo título. Algo que da cuenta de la popularidad de esta ópera en España.

Las fotografías no son de mi autoría, si alguien se muestra disconforme con la publicación  de cualquiera de ellas en este blog le pido que me lo haga saber inmediatamente. Cualquier reproducción de este texto necesita mi permiso.

miércoles, 26 de abril de 2023

The visit that changed the world, set to a radiant music: Adams' Nixon in China, for the first time in Spain.

Madrid, April 24, 2023.

In 1972, an unthinkable visit took place in the midst of the Cold War: the President of the United States, Richard Nixon, shortly before the Watergate scandal that would cost him his resignation, visited the People's Republic of China, still ruled by Mao Zedong,  during  the years of the heinous Cultural Revolution. No one would expect that the president of the quintessential anti-communist party to have visited one of the most unique communist regimes ever. However, that first rapprochement between the two global superpowers meant a definitive change of course in geopolitics, which still persists in Chinese-American relations today. In 1987, the composer John Adams premiered in Houston "Nixon in China", an opera about this historic event, with the collaboration of enormous artists such as Alice Goodman, author of the the libretto, Peter Sellars, stage director, and Mark Morris, choreographer. Adams, following the American trend of composing operas with recognizable themes for the audience, composed a work that has settled, triumphantly, in the schedules of the major opera houses, whose audiences are quite conservative. Something miraculous for a work premiered only 35 years ago. It has recently been performed in Paris with Thomas Hampson and Renée Fleming, and one of the best conductors of the moment, Gustavo Dudamel. This work has been successful wherever it was performed: France, Germany, the United States, the United Kingdom, the Netherlands... and after three decades, it is Spain's turn. 

For its Spanish premiere, the Teatro Real has chosen a production from Edinburgh and Copenhagen, directed by John Fuljames. Fuljames sets the work in a simple staging, with a simple set, reminiscent of a television set (something so important to American culture, and even more so for this visit) or a bureau store, full of boxes with lots of expedients. In the staging we will not see the airport nor the plane, nor any government hall, but historical images of the visit and the different events that took place, all of them projected over the same staging. History, whose weight falls on the characters, the succession of historical images, projected on the stage, which is constant during  the entire work, are the main decoration and the main sets. In a work where not only power is criticized, but also the public image that Nixon and Mao presented of themselves and their own countries, both convinced that each one was the best in the world, turning Nixon into a bastar man and Mao in an almost senile old man who contradicts his ideology, Fuljames is interested in showing the darkest, the most political and the most human side of each of these two spheres of power.

The obsession with image and communication, with all its manipulative power and control, is manifested in the succession of images and in the characterization of the choir as elegantly dressed bureaucrats. It is with their coming and going, while organizing the visit, that the performance begins and not with the soldiers waiting for the plane, which isn't seen on stage, bu on some screens that show while it la0nds. However, the staircase is visible, and in a really exciting moment, the Nixons and Kissinger are seen descending to the sound of the wind section in the orchestra. Mao's meeting with Nixon is faithfully reconstructed, while a photo of the actual meeting is shown in the background. At the end of the first act, the banquet where Nixon and Zhou Enlai are shown, with their speeches projected in the background.

Act Two is the most aesthetically beautiful, not only because of the music and the performance of the revolutionary opera, but also because of how it introduces us into the personality of Pat Nixon, here represented as a woman for who treats every day is Christmas, and that responds to the prototype of a smiling and glamorous first lady, a kinder side of power, something  contrasting with the authoritarian, temperamental and aggressive Jiang Qing, the other side of the coin, who closes the act with her spectacular aria. Fuljames sets us in this act, both in the mind of Pat Nixon, and in her own experience of the revolutionary opera she is witnessing, how she lives what she sees on stage, by being left alone in her seat. Another moment of great visual impact is Jiang Qing's aria, which closes the act, with a huge Mao propaganda poster as the radiant sun in the background, and then, as the aria elapses, images of people purged are successively projected, showing  the infamous "struggle sessions" during the Cultural Revolution, to conclude the aria by projecting a huge photo of Jiang Qing's own trial in 1980.

Between the second and third acts there is a technical pause, in which we see images projected on the curtain of both presidents, of their political careers, and what will happen to them (Nixon will resign, Mao will die and Deng Xiaoping's reforms will open up China to capitalism), even a little further  images of future presidents reunited, such as Deng and Carter, successors of our protagonists, Trump with Kim Jong-Un, or even the Spanish president Pedro Sánchez (which caused whispers in the room). with Xi Jinping can be seen. In the third act we will see each of the couples, the Nixons and the Maos, reflecting on their life experiences and their ideas, while images from different stages of their lives are projected onto a huge rotating square-shaped room. In the end, both couples lock themselves in it, to later disappear into the back of the stage, while Zhou Enlai wonders about life, and if anything they did was good, to then follow that square as the scene gets darker and darker and the curtain falls.

John Adams belongs the school of American minimalism. As Alex Ross rightly says, American romanticism brings classic authors and passes them through the minimalist filter, combined with musical trends such as jazz and swing. If Alban Berg made twelve-tone music accessible, human, Adams does the same with musical minimalism. In the score we find references to Glass or Reich (especially when the woodwind plays more strident melodies), to styles already mentioned before such as the jazzy banquet music of the final scene of the first act, to more classical styles in much of the second act, since the scene of Pat Nixon emanates a lot of lyricism, with a more classical language, and even Wagner, both at the beginning of the work, with a beautiful prelude of strings reminiscent of the brief prelude of the scene of the Norns from Götterdämmerung, or the revolutionary awakening of the dancer in the second act, with music reminiscent of the Magical Fire of Die Walküre. From the third act, Adams took his masterpiece "The Chairman Dances", to close the work with a somber, dark violin finale, which contrasts with the triumphalism of the beginning of the work, and which closes with a certain pessimism the musical battle with the dramatic music of Mao and the enthusiastic and vibrant music of Nixon. But in addition, the work is conventional in its structure of the arias, which reflect the conflicts of the characters, in the traditional style, and there are great scenes for the characters.

The Korean conductor Olivia Lee-Gundermann led the Teatro Real Orchestra. Our orchestra did its best to do justice to Adams's score, generally achieving a remarkable level, albeit with some ups and downs, which affected the wind in scenes like the arrival of the plane or during Jiang Qing's aria, or even during the prelude a bit also the string. However, despite this, the orchestra was able to take over this, and did justice to the event. Again we have to go mention act two, where the orchestra really shone, transmitting the enormous beauty of the music.

The Chinese people are one of the main characters -it is also traditional in this approach-, which Adams endows with scenes of great strength. And the Teatro Real Chorus once again rose to the challenge, singing its scenes with its usual excellence: the chorus that opens the play was interpreted with great solemnity, but where it made a true impact was in the party scene of the first act, during the toast, with that cry "Gam Bei", which shook the foundations of the theater, which recalled the overwhelming "Grimes!" in the opera of the same name two years ago. The female choir had its shining moment during the second act.

Leigh Melrose played Nixon, in an interpretation that improved during the performance, since during the aria "News has a kind of mystery" it did not seem inspired, even the repetitions of "has" were done on piano, which did not allow could be heard, but he improved as the play eas taking place, especially on an acting level where he conveyed the boaster side of his character.

Better was Sarah Tynan as Pat Nixon, his wife. Tynan's lyrical voice performed well in the second act, and as an actress she conveyed the candid and sophisticated image usually expected of an American First Lady back in those times.

Alfred Kim, who has sung Aida and Otello on this stage, was perhaps the most formidable voice in the cast, in his portrayal of Mao Tse Tung. The voice is powerful, firm, it can be heard and the high voice is well listenable all over the hall, in a very demanding tenor role.

Jiang Qing in this opera is the last major role written for a coloratura soprano in the 20th century. And it requires an accomplished singer to perform it. The American soprano Audrey Luna  sang the difficult role of Mao's wife. At the Friday 21 performance, she found herself unwell and another soprano had to sing offstage while she vocalized. Perhaps this state of convalescence affected her singing, since she did not seem to sing at the top of her voice during her famous aria (the best known of the opera), I am the wife of Mao Tse Tung, although she complied with the inclement vocal range, having the required high voice. She was better in the third act, perhaps less pressured, where she was able to show off her coloratura and her voice flowed better, and she even gave her character a sensual touch at a vocal and acting level.

Jacques Imbrailo sang Zhou Enlai remarkably, especially in his final aria, with a baritone voice that was nonetheless light, but appropriate to this repertoire and well projected. Borja Quiza sang the role of Henry Kissinger, in an performance which got better as show was taking place, especially from the second act, where he proved to be vocally fit, and also at an acting level, showing the most comical side of the character, especially in the scene of the revolutionary opera. The three secretaries did their job well, led by Sandra Ferrández as Nancy Tang.

Although they say that in other performances there were people deserting the hall, it wasn't the case of this performance, where not one was seen leaving, in fact some bravos were heard after Madame Mao's aria and specially at the end of the opera. In fact, we are very fortunate to be able to witness these performances of this beautiful opera, which has made a place for itself in the repertoire and has been able to conquer many fans who usually are musically very conservative. There is no doubt that we are witnessing the most awaited operatic event of the Madrid musical season, and one of the cultural events of the year in the capital. We hope that more productions of this opera will follow in the remaining Spanish major opera houses in future seasons.

My reviews are not professional and express only my opinions. As a non English native speaker I apologise for any mistake.
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Dos mundos, dos líderes, una cima operística: Nixon en China, por primera vez en España, en el Teatro Real.


Madrid, 24 de abril de 2023.

En 1972, tuvo lugar una visita impensable en plena Guerra Fría: el presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, poco antes del escándalo Watergate que le costaría la dimisión, visitaba la República Popular China, aún gobernada por Mao Zedong y que estaba sumida en la devastadora Revolución Cultural. Nadie esperaría que el presidente del partido anticomunista por antonomasia hubiese visitado uno de los regímenes comunistas más singulares que jamás hubo. Sin embargo, aquel primer acercamiento entre las dos superpotencias significó un cambio de ruta definitivo en la geopolítica, que aún persiste en las relaciones sinoamericanas hoy en día. En 1987, el compositor minimalista John Adams estrenó en Houston "Nixon in China", una ópera sobre este acontecimiento histórico, que contó con la colaboración de enormes artistas como Alice Goodman, responsable del libreto, Peter Sellars, director de escena, y Mark Morris, coreógrafo. Adams, siguiendo la tendencia estadounidense de componer óperas de temas reconocibles para el público, compuso una obra que se ha asentado, triunfante, en las programaciones de los más grandes teatros de ópera, cuyos públicos son bastante conservadores. Algo milagroso para una obra estrenada hace tan sólo 35 años. Recientemente ha sido representada en París con los mejores cantantes y una de las mejores batutas del momento. Esta obra ha conocido el éxito allá por donde ha pasado: Francia, Alemania, Estados Unidos, Reino Unido, Países Bajos... y después de tres décadas, le ha llegado el turno a España.

Para su estreno en  nuestro país, el Teatro Real ha apostado por un montaje procedente de Edimburgo y Copenhague, a cargo de John Fuljames. Fuljames lleva a cabo una puesta en escena sencilla, con un único decorado, que recuerda a un plató de televisión (algo tan importante para la cultura estadounidense, y más aún para esta visita) o a la casa de Mao, llena de cajas repletas de documentos, que será replicada en la segunda escena del primer acto. En la puesta en escena no veremos una pista de avión, ni el avión, ni el salón del pueblo, sino que sobre la misma puesta en escena se suceden imágenes de la visita y de los diferentes eventos que se sucedieron. La Historia, cuyo peso que recae sobre los personajes, la sucesión de imágenes históricas, proyectadas sobre la escenografía, que acompañan durante toda la obra, son el principal decorado y la principal ambientación. En una obra donde no solo se critica al poder, sino también a la imagen que Nixon y Mao presentaron de sí mismos y de sus propios países, ambos convencidos de que el de cada uno era el mejor del mundo, conviertiendo en un bravucón al primero y en un anciano casi senil que contradecía su ideología al segundo, a Fuljames le interesa mostrar el lado más oscuro, más político y más humano de cada una de esas dos esferas de poder. 



La obsesión por la imagen y la comunicación, con todo su poder de manipulación y control, se manifiesta en la sucesión de imágenes y en la caracterización del coro como elegantes funcionarios. Es con su ir y venir, y organizando la visita, como se abre la representación y no con los soldados esperando el avión, que si no se ve en escena, sí  se ve por unas pantallas que muestran cuando aterriza.  Si bien sí se ve la escalera, un momento realmente emocionante mostrando a los Nixon y a Kissinger descendiendo al son de la sección de viento en la orquesta. La reunión de Mao con Nixon está fielmente reconstruida, mientras de fondo se ve una foto de la verdadera reunión. Al final del primer acto se muestra el banquete donde Nixon y Zhou Enlai, con sus discursos proyectados de fondo.

El segundo acto es el más bello estéticamente, no solo por la música y por la representación de la ópera revolucionaria, sino por la cómo nos introduce en la personalidad de Pat Nixon, aquí representada como una mujer para la que todos los días son navidad, y que responde al prototipo de primera dama sonriente y con glamur, un lado más amable del poder, algo que contrasta con la autoritaria, temperamental y agresiva Jiang Qing, la otra cara de la moneda, que cierra dicho acto con su espectacular aria. Fuljames nos mete en este acto, tanto en la mente de Pat Nixon, como en su propia vivencia de la ópera revolucionaria que está presenciando, cómo vive ella lo que ve en escena, quedándose sola, en su butaca. Otro momento de gran impacto visual es el aria de Jiang Qing, que cierra la obra, con un enorme cartel propagandístico de Mao como el sol radiante de fondo, para luego, a medida que el aria transcurre, ver proyectadas sucesivamente imágenes de gente purgada en las tristemente famosas sesiones de lucha durante la Revolución Cultural, terminando el aria con una enorme foto del juicio de la propia Jiang Qing en 1980.

Entre el segundo y el tercer acto hay una pausa técnica, en la que vemos imágenes proyectadas en el telón de ambos presidentes, de su trayectoria política pero también sobre lo que les acontecerá (Nixon dimitirá, Mao morirá y las reformas de Deng Xiaoping abrirán China al capitalismo), incluso un poco más adelante se ven imágenes de futuros presidentes reunidos, como Deng y Carter, sucesores de nuestros protagonistas, Trump con Kim Jong-Un, o incluso el presidente español Pedro Sánchez (lo que despertó cuchicheos en la sala) con Xi Jinping. En el tercer acto veremos a cada una de las parejas, los Nixon y los Mao, reflexionando sobre sus vivencias y sus ideas, mientras se proyectan imágenes de diferentes etapas de su vida sobre un enorme cuadrado giratorio. Al final, ambas parejas se encierran en dicho cuadrado, que encierra una habitación, y ésta se adentra en el fondo del escenario, mientras Zhou Enlai se pregunta sobre la vida, y si algo de lo que hicieron fue bueno, para luego seguir a ese cuadrado mientras se oscurece la escena y cae el telón.




John Adams se sitúa, para bien y para mal, en la escuela del minimalismo estadounidense. Como bien dice Alex Ross, el romanticismo americano trae a autores clásicos y los pasa por el filtro minimalista, combinado con tendencias musicales tales como el jazz y el swing. Si Alban Berg hizo asequible, humana, la música dodecafónica, Adams hace lo propio con el minimalismo musical. En la partitura encontramos referencias a Glass o Reich (especialmente cuando la madera toca melodías más estridentes), a estilos ya mencionados antes como la jazzística música del banquete de la escena final del primer acto, e incluso de estilos más clásicos como en gran parte del acto segundo, ya que la escena de Pat Nixon emana mucho lirismo, con un lenguaje más clásico, e incluso a Wagner, tanto en la comienzo de la obra, con un hermoso preludio de cuerdas que recuerdan al breve preludio de la escena de las Nornas antes de El Ocaso de los Dioses, o el despertar revolucionario de la bailarina en el segundo acto, con una música que recuerda al Fuego Mágico de La Valquiria. Del tercer acto, Adams sacó su magistral poema sinfónico "The Chairman Dances", para cerrar la obra con un sombrío final de violín, oscuro, que contrasta con el triunfalismo del inicio de la obra, y que cierra con cierto pesimismo la batalla musical con la dramática música de Mao y la entusiasta y vibrante de Nixon. Pero además, la obra es convencional en su estructura de las arias, que reflejan los conflictos de los personajes, al estilo tradicional, y hay grandes escenas de lucimiento para los personajes.

Al frente de la Orquesta Titular del Teatro Real se situó la maestra coreana Olivia Lee-Gundermann. Nuestra orquesta hizo lo que pudo para hacer justicia a la partitura de Adams, logrando en general un nivel notable, si bien tuvo algunos altibajos, que afectaron al viento en escenas como la llegada del avión o durante el aria de Jiang Qing, o incluso durante el preludio un poco también la cuerda. Sin embargo, a pesar de eso, la orquesta pudo salir más o menos airosa del resto y hacer justicia al evento que estamos presenciando en las funciones. De nuevo hay que volver al segundo acto, donde sí que brilló la orquesta, transmitiendo la enorme belleza de la música.




El pueblo chino es uno de los personajes principales -también es tradicional en este planteamiento- , al que Adams dota de escenas de gran fuerza. Y el Coro del Teatro Real volvió a estar a la altura del reto, cantando sus escenas con su habitual excelencia: el coro que abre la obra fue interpretado con una gran solemnidad, pero donde impactó fue en la escena de la fiesta del primer acto, durante el brindis, con ese grito "Gam Bei", que hizo temblar los cimientos del teatro, que recordó el sobrecogedor "Grimes!" en el en la homónima ópera de hace dos años. El coro femenino tuvo su momento de lucimiento en el segundo acto.

Leigh Melrose interpretó a Nixon, en una interpretación que fue de menos a más, ya que durante el aria "News has a kind of mistery" no parecía  inspirado, incluso las repeticiones del "has" las hacía en piano, lo que no permitía que se oyeran, pero mejoró a medida que avanzaba la obra, especialmente a nivel actoral donde transmitía la bravuconería de su personaje.

Mejor estuvo Sarah Tynan como Pat Nixon, su esposa. La voz lírica de Tynan se desempeñó bien en el segundo acto, y como actriz supo transmitir la imagen cándida y sofisticada que se espera habitualmente de una primera dama estadounidense. 

Alfred Kim, quien ha cantado Aida y Otello en este escenario, fue quizá la voz más formidable del reparto, en su interpretación de Mao Tse Tung. La voz se encuentra potente, firme, se deja oír y el agudo es generoso, en un rol de tenor con mucha dificultad y dramatismo en el primer acto. 

El de Jiang Qing en esta ópera es el último gran rol escrito para una soprano de coloratura en el siglo XX. Y requiere una soprano de enjundia para interpretarlo. La soprano estadounidense Audrey Luna fue la encargada de interpretar a la esposa de Mao. En la función del viernes 21 se encontró indispuesta y otra soprano tuvo que cantar fuera de escena mientras ella vocalizaba. Quizá ese estado de convalecencia incidió en su interpretación, ya que no parecía cantar a plena voz durante su famosa aria (la más conocida de la obra), I am the wife of Mao Tse Tung, si bien cumplió con la inclemente tesitura porque tiene los sobreagudos requeridos. Mejor estuvo en el tercer acto, quizá menos presionada, donde sí pudo lucir su coloratura y la voz corría mejor, e incluso le dio un toque sensual a su personaje a nivel vocal y escénico. 

Jacques Imbrailo interpretó notablemente a Zhou Enlai, especialmente en su aria final, con una voz de barítono no obstante ligera, pero adecuada a este repertorio y que se proyectó bien. Borja Quiza interpretó al secretario de estado Henry Kissinger, en una interpretación que fue a más, especialmente a partir del segundo acto, donde se mostró vocalmente en forma, y también a nivel actoral, mostrando el lado más cómico del personaje, especialmente en la escena de la ópera revolucionaria. Las tres secretarias cumplieron bien con su cometido, lideradas por Sandra Ferrández.




Si bien dicen que en otras funciones ha habido deserciones, no ha sido el caso de esta representación, donde no se vio ni una, e incluso se escucharon bravos tras el aria de Madame Mao y tras acabar la obra. De hecho, somos muy afortunados de poder presenciar estas funciones de esta bellísima ópera, que con justicia se ha asentado en el repertorio y ha podido conquistar a muchos aficionados que habitualmente son musicalmente estancos y conservadores. No cabe duda de que estamos ante el acontecimiento operístico más esperado de la temporada musical madrileña, y uno de los eventos culturales del año en la capital. Esperemos que en el resto de España sigan más producciones de esta ópera en temporadas venideras.


Algunas fotografías no son de mi autoría, si alguien se muestra disconforme con la publicación  de cualquiera de ellas en este blog le pido que me lo haga saber inmediatamente. Cualquier reproducción de este texto necesita mi permiso.

viernes, 7 de abril de 2023

The return of the missed Swan Knight: Lohengrin is back at the Met after seventeen years.


There was a time when Richard Wagner's Lohengrin, was one of the classic repertoire operas at  the Metropolitan Opera House in New York, whose presence was as constant as La Traviata, Tosca, Aida, La Bohème or The Magic Flute, to mention some popular titles which are constantly scheduled at the famous operatic venue nowadays. Season after season, the greatest tenors delighted the audience by giving unforgatettable renditions of the title role: Lauritz Melchior, René Maison, Sandor Konya, Torsten Ralf, Hans Hopf, Max Lorenz, Set Svanholm, Brian Sullivan, René Kollo, Plácido Domingo and Peter Hofmann, just to name some. However, after a last performance run in 1986 (immortalized on video), it wasn't performed 1998, in a then poorly received minimalistic production by Robert Wilson, which on the other hand featured the one of the best Lohengrin in those days: Ben Heppner. After a revival in 2006, this title has been absent from the Met's repertoire until last March. Seventeen years of absence, for a title so loved by the audience, seems too long. In fact, other Wagner operas such as Die Meistersinger or the Ring cycle itself, both more difficult to stage than Lohengrin, have been seen much more frequently in recent decades at the MET.  Has this absence been possible due to the difficulty to find a cast able to make justice to their parts? Whatever the reason could be, New Yorkers can only celebrate this sought-after comeback.

François Girard, already a regular at the Met after his productions of Parsifal and The Flying Dutchman, is the director for this new staging. Initially, it was to be a co-production with the Bolshoi Theater in Moscow, which has already premiered this production last year, but due to the war in Ukraine, any co-operation with Bolshoi Theatre has been withdrawn. I read some unenthusiastic criticism of this production, as if they blamed it for Lohengrin possibly being ostracized again from the Met's repertoire because of it. However, although this staging may be conservative, or even boring for fans of regietheater and demanding minds, the truth is that it has a magic and visual beauty that not only comes along  but also suggests more than it shows. If Lohengrin became a work with such a powerful nationalist language, this is somewhat shown in this production, in a setting that turns this work into a magical fairy tale, but with a tragic background. In this opera, the authorities are weak. The people are weak. Even villains are weak, abusing other weak people. Only Elsa's hope, can make Lohengrin appear to turn the situation around and bring justice back, but at the cost of everyone's dependence, since nothing can be done without him. The dangerous necessity for a strong leader instead of the strength of a united, organized people. 


The staging sets the work in an apparently post-apocalyptic world, whose aesthetics are reminiscent of popular epics such as The Lord of the Rings or Game of Thrones. In a vaulted grotto with a huge hole from which the moon and stars are visible,  during the overture seem to collide with each other, destroying the moon, suggesting that only a new and primitive life underground is possible. In an interestic visual dramatic display, the costumes have so many layers as they reflect how the action and different moods are taking place, by changing their costume colours: white, green, red and black. So, we can see the contrast between the haughty red of Telramund and Ortrud, the noble white of Elsa and Lohengrin, and the green of King Henry and the Herald.  Act Three shows Ortrud casting spells during the prelude, to later reveal the starry sky, seen behind enormous walls, which for the first time give us the impression of leaving the cave. But this happiness, we know well, is short-lived. 

The Met Orchestra is conducted by Yannick Nézet-Seguin, who achieves a solemn, rather lyrical, intimist conducting. If there is something really outstanding here, it is the strings of the orchestra, which manage to recreate the celestial aura of the prelude to the work, or the darkness and bitterness of the prelude to the second act, always in a brilliant, pristine sound. Brass seem, however, more restrained, so the interlude of the third act sound more conventional than apotheosic(like in the unforgettable Levine's 1986 rendition, when they hit, move us profoundly ). The Met Choir does achieve excellence in singing and acting.


It is difficult to find a cast able to do justice to this work nowadays. Andthis production it has not been the exception, but if there is something beyond doubt, it is the amazing Piotr Beczała's rendition of  Lohengrin. The Polish tenor has shown a charisma that is unrivaled in the cast, with a voice with a heroic tone and at the same time conveying nobility and youthful lyricism. His entrance was radiant, but the In Fernem Land was, knowing it's hackneyed to say it, the most exciting moment in the performance because of  his devoted, exquisite singing, specially the pianos singing when he tells the noble origin of his role. 

The only singer of the cast not to be second to him, however more at a performing than singing level, is Christine Goerke as Ortrud, who despite not being in her total prime, has enough charisma, enough sense of drama for her tremendous character, which she turns into a sinister, resentful, fearsome woman, a true sorceress. She uses the low voice for a tragic, scary intonation, making his character more repulsive and dangerous. Goerke's voice is still very good, despite some difficulties in high notes, something that perceived during the famous curse scene in Act 2, but the voice is still authoritative, impressive. Her acting skills reveal an accomplished portrait of the role, being her Ortrud a vengeful woman, still waiting to get her throne back.

Tamara Wilson is a well-sung Elsa, but not at the level of her co-star, despite the fact that in her arias she achieves sweet renditions. Evgeny Nikitin is a Telramund who in an acting level conveys the arrogance and repulsion that the character gives off, but vocally he has ups and downs, alternating nice, moments of vocal authority with others with a rather listless singing. Gunther Groissböck is a King Heinrich who at a vocal level  despite being well sung is not the most authoritative vocal portray, but he improves significantly during the performance. Brian Mulligan, on the other hand, is a dissapointing Herald, with a voice that is too light for the role, since his light tone suggests a tenor singing rather than a baritone one.


The March 18 performance has been seen worldwide in the 2022-2023 Met in Live HD season, telecasted to cinemas in many countries around the world, and later in video. That is how the joy of the audience filling the hall is now shared by millions of viewers around the world, who are now able to see and make their own opinion on this show. The eagerness of the audience to see this work was palpable in the applause of the public. For this reason, without being a musically referential rendition of this opera, just feeling the emotion of listening to the heavenly first minutes of the overture is worth it. I wish it won't be many years absent again!

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jueves, 6 de abril de 2023

El añorado caballero del cisne: Lohengrin vuelve al Metropolitan Opera después de 17 años.


Hubo un tiempo en que Lohengrin, de Richard Wagner, era una de las óperas estandarte del Metropolitan Opera House de Nueva York, cuya presencia era tan frecuente, como lo siguen siendo La Traviata, Tosca, Aida, La Bohème o La Flauta Mágica en el escenario neoyorquino. Temporada tras temporada, los más grandes tenores dejaban su impronta vocal para mayor deleite del público: Lauritz Melchior, René Maison, Sandor Konya, Torsten Ralf, Hans Hopf, Max Lorenz, Set Svanholm, Brian Sullivan, René Kollo, Plácido Domingo o Peter Hoffmann, entre otros tenores, interpretaban habitualmente al caballero del cisne. Sin embargo, tras unas últimas funciones en 1986 (inmortalizadas en vídeo), se hizo el silencio hasta 1998, en una denostada producción a cargo de Robert Wilson, la cual contó con el mejor Lohengrin de su época: Ben Heppner. Tras una reposición en 2006, no se volvió a oír este clásico del repertorio en el teatro de ópera más grande del planeta, hasta este año, en una nueva producción. Diecisiete años de ausencia, para un título tan querido y emblemático por el público, se antojan demasiados. Más aún cuando otras obras de Wagner tan o más complicadas de montar como Los Maestros Cantores de Núremberg o el mismo Anillo se han visto con mucha más frecuencia en estas últimas décadas en el MET. ¿Posiblemente sea la falta de intérpretes de renombre para esta obra? Como fuera, es un motivo de celebración el que se pueda ver de nuevo en Nueva York una ópera tan amada por el público. 

La producción elegida para este regreso corre a cargo de François Girard, ya habitual en el Met tras sus producciones de Parsifal y El Holandés Errante. En un principio era una coproducción con el Teatro Bolshoi de Moscú, que ya estrenó este montaje el año pasado, pero la guerra de Ucrania hizo que el teatro estadounidense omitiera dicha mención. He llegado a leer críticas poco entusiastas con este montaje, como si lo responsabilizaran de que posiblemente Lohengrin vuelva a sumirse de nuevo en el ostracismo por su causa. Sin embargo, si bien este montaje puede resultar conservador, o incluso aburrido para mentes más exigentes, lo cierto es que posee una magia y belleza visuales que no solamente acompañan sino que sugieren más de lo que muestran.  Si Lohengrin se convirtió en una obra con un lenguaje nacionalista tan potente, es algo que este montaje nos hace plantearnos al respetar el libreto, desde una escenografía que convierte a esta obra en un cuento mágico y de hadas, pero con un trasfondo trágico. En esta obra la autoridad es débil. El pueblo es débil. Incluso los villanos son débiles que abusan de otros débiles. Solo la fuerza de Elsa, a través de su esperanza puede hacer que aparezca Lohengrin para darle la vuelta a la situación y traer la justicia de vuelta, pero a costa de la dependencia de todos, que sin él no atan y desatan. La peligrosa necesidad de un líder en lugar de la fuerza de un pueblo unido. Y eso es algo que la producción hace aflorar, junto a esta mágica estética.

El montaje ambienta la obra en un mundo que parece ser postapocalíptico, con una estética que recuerda a El Señor de los Anillos o Juego de Tronos. En una gruta abovedada con un enorme agujero desde el que se ven la luna y las estrellas, las cuales durante la obertura parecen chocar entre sí, destruyendo la luna, lo que sugiere que solo una nueva y primitiva vida bajo tierra es posible, tiene lugar la acción. Un evento novedoso es que el vestuario tiene tantas capas que a medida que avanza la acción o se alternan los estados de ánimo en la obra, va cambiando de colores: blanco, verde, rojo, negro, o el contraste entre el rojo altivo de Telramund y Ortrud, el blanco noble de Elsa y Lohengrin, y el verde del Rey Enrique y el Heraldo. El tercer acto muestra durante el preludio a Ortrud haciendo conjuros, para luego revelar el cielo estrellado, oculto tras unos enormes muros, que por primera vez nos dan la impresión de salir de la gruta. Pero esta felicidad, lo sabemos bien, dura poco.  

La Orquesta del Met está dirigida por Yannick Nézet-Seguin, quien logra una dirección solemne, más bien lírica, intimista. Si hay algo que destaca son las cuerdas de la orquesta, que logran recrear el aura celestial del preludio de la obra, o la oscuridad y la amargura del preludio del segundo acto, siempre con un sonido brillante, prístino. Más convencional el metal, lo que hizo que el interludio del tercer acto sonase más convencional que apoteósico (como lo haría Levine en el famoso vídeo de 1986). El Coro del Met sí que logra cotas de excelencia musical y actoral.

Es difícil encontrar un reparto que haga justicia a esta obra hoy día. Y en esta producción no ha sido la excepción, pero si hay algo que está fuera de dudas es el liderazgo del Lohengrin de Piotr Beczala. El tenor polaco ha hecho exhibición de un carisma que no tiene rival en el elenco, con una voz con un timbre heroico y al mismo tiempo que emana nobleza, juventud. Su entrada fue radiante, pero el In Fernem Land fue, quizá esté ya manido decirlo, el momento más emocionante debido a su entrega y la exquisitez con la que cuenta el origen noble de su personaje. 

La única que puede ponerse a su altura, a nivel más interpretativo que canoro es Christine Goerke, que sin estar en un momento vocal desbordante, tiene la suficiente carisma, el suficiente arrojo escénico para su tremendo personaje, a la que convierte en una siniestra mujer tan resentida como temible, una auténtica hechicera. Los graves los usa para declamación, haciendo más repulsivo y peligroso a su personaje. Goerke no está tan mal de voz aún, aunque el agudo ya le cueste cada vez más, algo que se percibe en la maldición del segundo acto, pero el caudal vocal se mantiene, pese a todo. Y a nivel actoral su interpretación es sobresaliente. 

Tamara Wilson es una Elsa bien cantada, pero no al nivel de su coprotagonista, pese a que en sus arias consigue una interpretación dulce, pero no siempre desbordante de belleza. Evgeny Nikitin es un Telramund que a nivel actoral transmite la altivez y la repulsión que desprende el personaje, pero en lo vocal tiene altibajos, alternando momentos de autoridad con otros con un timbre más bien desganado. Gunther Groissböck es un Rey Enrique que tampoco posee la mayor autoridad del mundo, pero mejora conforme pasa la función. Brian Mulligan en cambio decepciona como el Heraldo, con una voz demasiado ligera para el rol, ya que su timbre agudo sugiere una voz más tenoril que baritonal.

La función del día 18 de marzo nos ha llegado al resto del mundo vía Live HD, transmitida a cines de muchos países en alta definición, y posteriormente en vídeo streaming. Por eso la alegría del público que llenaba la sala podía ser compartida por millones de espectadores en todo el planeta. Las ganas de ver esta obra se palpaban en los aplausos del público. Por eso, sin que en lo musical haya sido un Lohengrin de absoluta referencia, ya con solo sentir la emoción de escuchar los celestiales primeros minutos de la obertura vale la pena. Bastante tiempo que se ha dejado pasar para que envuelvan la sala en su mágica aura. Ojalá que no pasen tantos años sin que esta obra se deje ver de nuevo, incluso cuando llegue el momento de cambiar de producción.


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