Tras el jolgorio y euforia juveniles de las funciones de La Verbena de la Paloma por el proyecto Zarza, le tocaba el turno a otro de los títulos más emblemáticos del género lírico: El Barberillo de Lavapiés, del maestro Barbieri. Se dice que es de las zarzuelas que más han influido para dar al género la forma que hoy tiene. Del casticismo madrileño decimonónico pasamos al folclorismo del Madrid goyesco. Y la popularidad de esta obra ha llenado el teatro, colgando el cartel de "No hay billetes" en casi todas las funciones.
Es una obra que si bien transcurre en un momento histórico determinado, el debate sobre qué político conviene, la división que la política produce en el pueblo y las diferencias de clases siguen ocurriendo hoy en día tanto como en 1777, siendo una obra con un mensaje universal. Tal vez ese ha sido el motivo de la enorme austeridad de la puesta en escena de Alfredo Sanzol, que presenta la obra en un escenario prácticamente desnudo y oscuro, con unas paredes negras que se mueven durante toda la obra formando calles, muros según convenga a la obra. La ausencia de decorados o iluminaciones sugestivas hace pensar en atemporalidad, querer hacer conectar la obra con el público del siglo XXI. La ausencia de ambientación choca con el clásico y rico vestuario goyesco, que nos recuerda en qué época nos encontramos. Ese contraste termina por chocar hasta el punto de que puede llegar a aburrir por momentos. De hecho, un telón negro y pesado es el que da la bienvenida al público en cada función. Y es el vestuario, sumado a las actuaciones lo que terminan de transmitir lo que la casi inexistente puesta en escena no puede. Los vivos colores de los trajes dieciochescos y también las danzas coreografiadas por Antonio Ruz, vistosas y espectaculares pero no del gusto de buena parte de público que esperaba unas danzas más clásicas son los que nos meten de lleno en esta obra.
José Miguel Pérez-Sierra dirigió a la orquesta con energía y tiempos ágiles, que ayudaban al drama, aunque a veces un poco tendentes a la pomposidad en alguna danza; siendo una buena dirección orquestal que recibió muchos aplausos, que extrajo una riqueza de sonidos muy líricos de la orquesta del teatro.
Borja Quiza es el triunfador absoluto de este reparto, con una gran creación del personaje de Lamparilla. La voz está en buena forma y se deja oír por la sala, con un espectacular agudo prolongado en ¡No seas tirana! en el dúo con Paloma. Y si vocalmente cumplió con la partitura, su caracterización aún fue mejor, ya que es un buen actor con una divertida vis cómica.
Cristina Faus tiene una preciosa voz aterciopelada, siendo una gran Paloma. María Miró como la Marquesita estuvo a su mismo nivel vocal y con una graciosa interpretación de la aristócrata. El dúo de ambas en el final fue uno de los mejores momentos de la noche. Un tanto insuficiente el Luis de Haro de Javier Tomé, con una zona aguda que le daba algún apuro, pero compensada con su actuación. En cambio Abel García fue un excelente Pedro de Monforte, con una gran voz de bajo profundo.
La función ha sido enormemente disfrutada por el público, tanto por la popularidad de la obra como por el alto nivel musical, pese a los contrastes de la puesta en escena, que ha generado alguna división de opiniones. El próximo viernes 12 será transmitida por internet a todo el mundo, que podrá sumarse al disfrute que han dado estas funciones al público madrileño.
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