Madrid, 29 de julio de 2022.
Este año parecía que no, pero al final sí, hay ballet en Madrid este verano. La interminable guerra de Ucrania, no solo ha diezmado vidas, ciudades y causado oleadas de refugiados, además de elevar el coste de vida en Occidente sino que también ha afectado a la vida cultural. El boicot a las instituciones rusas por parte de los principales teatros occidentales llevó, entre otros, a la cancelación de la actuación del Ballet Bolshoi de Moscú en el Teatro Real el pasado mayo. De ahí, que se pudiera pensar que las tradicionales temporadas de ballet clásico en la capital, habitualmente a cargo de compañías privadas rusas, se verían comprometidas. La mala imagen de la marca Rusia en este momento no parece propicia para compañías habituales de la ciudad (con muchos bailarines ucranianos en la plantilla pese a los nombres de las compañías) como el Ballet de San Petersburgo de Andrey Batalov o el Russian National Ballet de Sergei Radchenko. Sin embargo, las compañías privadas ucranianas han salido al rescate para el deleite de los madrileños, solidarios con su tragedia.
A varios de estos bailarines, la guerra les ha sorprendido de gira por Occidente, lo que también les ha supuesto apoyo por parte de instituciones como la Ópera de París. En el caso que nos ocupa, el Ballet de Kiev está dirigido por Viktor Ishchuk y Anna Sophia Scheller, bailarines principales del Ballet de la Ópera Nacional de Kiev, que se presenta en España por primera vez, con El Lago de los Cisnes, del gran Piotr Ilich Tchaikovsky, como presentación, ya que para las navidades llevarán El Cascanueces o Giselle, a varios teatros de nuestro país. Empezaron la semana pasada en el Teatre Tívoli de Barcelona, pero tuvieron que afrontar problemas, como la imposibilidad de algunos de sus bailarines masculinos de poder salir del país.
Ahora llega al Teatro Coliseum de Madrid, donde habitualmente se representa el musical "Tina". No estoy muy convencido de la capacidad del Coliseum, pese a tener una sala moderna pero acogedora, para representar un ballet en condiciones, después de la decepción que me supuso ver un Cascanueces allí, hace cinco años. Pero en este caso, el espectáculo no salió tan mal como entonces. Nada más entrar, el amplio y negro escenario del Coliseum, que no permite poner la decoración verde boscosa que tuvo en Barcelona, recibe al espectador con un telón negro al fondo, que dice "El Lago de los Cisnes, Ballet de Kiev". Como es habitual también en estas compañías, la música es grabada, pero no supone un problema, al menos para mí. Uno siempre se emociona con la música, pese a que en las introducciones parte del público suela hablar, sin valorar que la Obertura es tan famosa como el tema del cisne o el paso de cuatro. Escuchar el arpa en el segundo acto, o el final tan apoteósico, siempre resulta una maravilla, aunque venga de un altavoz. Los decorados son paisajes con una iluminación azul, mas un convencional salón real dibujado en el tercer acto, que se nos revelan tras el final de cada obertura. La falta de un telón en el borde del escenario se resuelve con que tras el final feliz, se apagan súbitamente las luces, tras el último acorde, lo que refuerza la sensación que no puede haber nada más.
Una cosa que me gustó mucho, fue que el hermoso, también conocido y con frecuencia cortado en estas compañías, Andante con Moto, del famoso paso a seis, fuese incluido en la representación. Pero no como el primer baile del cisne negro, sino como obertura del acto cuarto, con el escenario a oscuras. Sin duda, era un efectivo momento de suspense que incrementaba la tensión tras la intensidad del acto anterior y el desenlace que estaba por llegar. Y luego ver a los cisnes entrar en la oscuridad para luego levantarse el telón y mostrar el azul intenso del lago.
La pareja protagonista para estas funciones está formada por la jovencísima bailarina alemana Julianna Correia Dreyssig, de tan solo 17 años, en el rol de Odette/Odile , y por el ucraniano Ievgen Lagunov, miembro del Ballet de la Ópera de Budapest, en el rol del príncipe Sigfrido. Ambos vinieron acompañados por una treintena de bailarines, de los cuales el cuerpo de ballet ascendía a veinte, de los cuales los cisnes eran dieciséis.
Correia, a su joven edad, y a la que espera un futuro prometedor, sin duda se ha apuntado un éxito personal con su gran interpretación de Odette/Odile, deslumbrando al público con su agilidad, su técnica deslumbrante, su destreza en las complicadas escenas en el lago, su elegancia seductora como el cisne negro,y su sincronización con la música, que la hacen brillar en los actos segundo y tercero, en los que sus intervenciones fueron memorables.
Lagunov como Sigfrido, se mostró un poco más discreto frente a la protagonista, pero supo salir airoso del reto de interpretar al héroe por antonomasia del ballet, especialmente en su danza final del acto primero y en la famosa coda del tercero. Lástima que el tamaño reducido del escenario le limitara en sus movimientos.
Me enerva mucho que en muchas de estas compañías no haya en el programa de mano una lista del reparto completo, pues creo que sin duda nos merecemos saber quién es quién. Aun así, el Rothbart, quien fuera, cumplió con su personaje, destacando sobre todo en su danza de introducción en el segundo acto. De quien sí pude adivinar quién era fue Kostiantyn Mayorov como Benno, el amigo de Sigfrido. Mayorov sí destacó en sus danzas del primer y tercer acto, además de tener un porte atlético impresionante, lo que le daba un mayor vigor en su interpretación, a la par que Sigfrido. Del resto del elenco, a destacar las cuatro solistas de la famosa danza de los pequeños cisnes, y los de la danza napolitana.
Es una alegría volver a ver ballet en la capital, tras los obstáculos de la pandemia, y ahora de la invasión rusa de Ucrania, lo que le da un toque de empatía. Pero sobre todo, el que todos los veranos e inviernos haya una pequeña temporada de ballet en la capital española, pese a las limitaciones, especialmente de repertorio, pero que viene a cubrir el vacío por parte de las grandes instituciones culturales hacia algo tan valorado por el gran público como la danza clásica.