domingo, 7 de agosto de 2022

Una perturbadora producción wagneriana de ¿Netflix? : El Ocaso de los Dioses desde Bayreuth.

Una vez más, me honra celebrar el quinto año de mi blog (aunque fue realmente hace casi dos semanas), comentando el Festival de Bayreuth, que llega vía streaming por las cadenas de televisión alemanas BR Klassik y 3sat, gracias a las cuales nos lleva la magia desde la colina verde, a los que no podemos desplazarnos hasta allí. Este año, se estrenan nuevas producciones de Tristán e Isolda y  El Anillo del Nibelungo. De la tetralogía, se televisa El Ocaso de los Dioses, aunque se espera que Deutsche Grammophon retransmita en streaming de pago todo el ciclo.

Prevista para 2020, esta Tetralogía tuvo que posponerse hasta este verano debido al Covid-19,  que cerró el Festival de Bayreuth por primera vez en 69 años. En 2021 reabrió el Festival, pero se decidió posponer el Anillo, en parte por las precauciones ante una situación aún no normalizada del todo, y por la enorme preparación y el gran capital humano que requiere, con un inmenso reparto al que hay que preparar. Por eso mismo pusieron en marcha una nueva, vibrante y a la vez violenta producción de El Holandés Errante a cargo de Dimitri Tcherniakov. No obstante, no ha sido un camino de rosas para la producción. Por enfermedad, el director musical previsto, Pietari Inkinen, ha sido sustituido por Cornelius Meister, quien ya ha cosechado buenas críticas en el Anillo actualmente en el repertorio de la Ópera de Stuttgart. Quien sí continúa al frente es el director de escena previsto, Valentin Schwarz, de tan solo 33 años, cuyo anuncio como regista de esta nueva producción fue toda una sensación, por totamente inesperada y por su juventud.



Schwarz, como hombre de su generación, se plantea esta epopeya como un drama familiar que puede encontrarse en cualquier serie de Netflix. Ayuda a pensar en ello el que el ciclo es una tetralogía, de cuatro óperas,  como si fueran cuatro entregas enormes de una serie, cuya duración es perfectamente análoga a dos o más temporadas de cualquier ficción de la famosa plataforma. A falta de ver el ciclo completo, el Ocaso que se ha emitido por la televisión alemana nos ha dejado el que posiblemente sea el más perturbador de los Ocasos que se hayan filmado nunca en la colina verde.  Ya durante las fotos que nos han llegado por Instagram, nos hacíamos a la idea de una estética propia de una serie de televisión, aunque también bastante manida, de señores con trajes y vaqueros con actitud libidinosa, empleadas, y señoras de extravagante figura, propias de series de la famosa plataforma como "Narcos" o incluso de películas de Tarantino. No mencionaré más series porque no he visto muchas, y las que he visto aquí pueden ser erróneas. Mi cultura de Netflix debe de ser inferior a la del señor Schwarz.

En el Ocaso de los Dioses, todo termina para dar un nuevo comienzo. Una oportunidad para el mundo, sin la ambición de dioses, nibelungos y corruptos humanos. Un mensaje de redención y esperanza explotado por el nacionalismo alemán hasta el racismo más perverso, y que hoy en día sigue siendo recurrente, para igualmente turbios propósitos. Por eso mismo, quizá Schwarz se adentra en las más oscuras, sórdidas emociones, conflictos, perversiones y psicologías para su visión de la obra. Y sin embargo, no queda claro el mensaje, a falta de ver el ciclo completo como se ha dicho. Habitualmente, la violencia contra los niños es algo que en el cine, la televisión, es algo que no queda más remedio que mostrar en ocasiones, porque desgraciadamente ha existido y existe en la vida real. Incluso en la ópera puede ocurrir a veces cuando el argumento lo menciona (como en la Medea de Reimann o la reciente Fire Shut up in My Bones en el Met, donde solamente se sugiere), pero cuando no lo hace, y sabemos que no lo hace, verlo de repente en una producción como esta resulta una experiencia lacerantemente perturbadora. 

El telón se abre para mostrarnos una casa amueblada, burguesa, con dos camas, en la que Brunilda le lee un cuento a su hija antes de dormir. Sigfrido se encuentra cerca, apesadumbrado. Cuando la niña se duerme y se queda sola, de su cama y de la de al lado emergen tres criaturas monstruosas, con una máscara y garras verdes, que son las Nornas. El dúo de Sigfrido y Brunilda es una discusión de separación más que uno de amor. El héroe va a abandonar el hogar familiar, y la valquiria se muestra enfadada, suplicante. Grane es un anciano mayordomo que acompaña a Sigfrido. Sobrecogedor ver a la niña abrazarse a su padre, pero no será la única desgracia que le acontecerá. El primer acto muestra un cómodo y moderno salón, con los Gibichungos como unos  estrafalarios, turbios nuevos ricos, con una foto de los tres de safari sobre una pobre y cazada cebra. Ya es habitual mostrar a Gunther como un niño malcriado, pero aquí se ve que es el más malvado de todos, no por perverso sino por estúpido. Llama la atención que lleve una camiseta en inglés con brillantinas que dice "¿Quién carajo es Grane?" Hagen parece más bien propenso a hacerle el trabajo sucio. Por primera vez se muestra un beso homoerótico en el Festival, con Gunther y Siegfried besándose en la boca para sellar su hermandad. Gutrune es una drogadicta que viste modelos llamativos y extravagantes. Grane el mayordomo aparece torturado al final de la primera escena. Waltraute aparece como una señora mayor deformada por las cirugías. Pero llama la atención cómo Brunilda la expulsa con Nothung, la espada que esta vez no se llevó el héroe. Cuando aparece Gunther (realmente Sigfrido), se toma el atrevimiento de amordazar y atar a una silla a la niña y de intentar someter a Brunilda con asfixia. 

En el segundo acto, Hagen aparece preparándose para boxear en solitario, en un escenario de lonas transparentes, donde reinan el vacío y la iluminación. Alberich aparece, atormentando a su hijo, y boxeando con él. ¿Una alusión a Rocky y su amigo Paulie? Cuando se va, aparecen Gutrune (vestida de cuero) y Sigfrido con su hija, esta última maltratada por la servidumbre, a la que luego deja a Hagen, quien aparte de Brunilda es quien más amable es con ella, y la protege cuando aparecen los Gibichungos vestidos con hábito negro y capuchas rojas con el rostro de Wotan, una mezcla entre el Emperador Palpatine de Star Wars  y Eyes Wide Shut de Kubrick. La escena central, el enfrentamiento entre Brunilda y los demás es quizá el de mayor tensión dramática, además de un alivio para su pobre hija, pues mamá ha llegado.

El tercer acto es quizá el de mayor impacto visual, y el único que merece la pena estéticamente, con la salvedad del salón del prólogo. Una piscina vacía, sucia, que alude a un fondo del Rin seco, en la que Sigfrido y su hija han ido a pescar algún pececillo, cosa que la niña consigue, mientras las tres hijas del Rin, de nuevo caracterizadas como prostitutas avejentadas, advierten al héroe de lo que le ocurrirá. Al fondo, un paisaje al atardecer, mientras el resto de personajes observan la acción desde el borde. Hagen mata a Sigfrido con un cuchillo. Tras una conmovedora escena de despedida entre él y su hija (el aria final de Sigfrido), la niña, al ver que no reacciona su padre, es acompañada amablemente por Hagen a salir de la piscina. Al final, las hijas del Rin ponen la máscara de Wotan a la niña, y esta muere fulminada. Brunilda canta su escena en la piscina junto al cadáver de su marido, mientras besa la cabeza decapitada de Hagen, y luego se tumba a su lado para esperar la muerte. El paisaje desaparece, es sustituido por unas luces fluorescentes, mientras que en la piscina se proyectan a dos fetos, incluido el cordón umbilical, abrazados. ¿Son los niños que traerán la esperanza a la humanidad? ¿O todo ha sido un experimento de laboratorio? ¿O alude al final de un serie, cuando los focos se apagan?

Pero si a muchos el montaje les decepcionó, tampoco les ha entusiasmado lo que se escuchó.

Cornelius Meister en el foso no ha logrado tampoco una lectura que eleve, sino más bien una rutinaria, que se vale del gran sonido de la Orquesta del Festival de Bayreuth para salir adelante. Pero si los tempi son habitualmente lentos, la espectacularidad raramente está presente, y en un momento tan clave como la Marcha Fúnebre, hay más rapidez y brusquedad que solemnidad y contundencia. Y de hecho, se llevó un sonoro abucheo, pero tampoco fue el único. Como siempre, el Coro dirigido por Eberhard Friedrich se lleva la palma, con sus geniales voces masculinas.

Irene Theorin como Brunilda, ya tira más de tablas que de capacidad vocal para sacar adelante al personaje. La voz suena uniforme, y si bien el centro sigue sonando bien, los agudos ya tienden al grito, como en el acto segundo donde hay un momento en que llegan a romperse.

Clay Hilley, sustituyendo a Stephen Gould, ha sido en cambio una agradable sorpresa. Este joven tenor tiene una voz de sonido agradable, heroica. Más ahorradora de medios vocales que tendente a dar voces, su tono ligeramente baritonal y con agudos firmes se corona como una de las revelaciones del festival.

Albert Dohmen, el Wotan de la antepasada producción y el Alberich de la anterior, vuelve a estar ligado al Anillo una vez más, ahora como Hagen. Sin ser un bajo profundo, se convierte en el indiscutible líder del reparto, con su oscura voz y su adecuada proyección que le permiten sacar un personaje que no le va en principio a su tesitura. Como actor, aún tiene presencia y autoridad pese a que la dirección de actores suaviza mucho al malvado personaje.

Michael Kupfer-Radecky como Gunther saca adelante al personaje, con una voz no precisamente bonita pero conveniente a lo odioso que lo hace este montaje. Elisabeth Teige fue la mejor voz femenina de la noche, con una Gutrune de voz contundente, oscura,  carnosa, pero también de dulce agudo.

Olafur Sigurdarson también  ha sido un estupendo Alberich, pero ligero para la parte, aunque en esta obra no afecta a su breve aparición. Christa Mayer ha cantado una Waltraute decente, con un bello timbre oscuro, de contralto, aunque no siempre rotundo. 

Del resto del reparto, las hijas del Rin y las Nornas dieron un nivel notable, pero tampoco sobresaliente. Okka von der Damerau fue una Primera Norna más dulce y encantadora (pese al horrible vestuario) que de ultratumba. Kelly God en cambio sí fue una estupenda Tercera Norna. Stephanie Houtzeel, la bella y gran mezzosoprano americana, repite como Wellgunde, tras el Anillo anterior, aunque esta vez de las hijas del Rin la palma se la lleva la debutante Lea-ann Durbar como Woglinde. Mención de honor para los actores que han tenido que interpretar a Grane y la hija de los protagonistas, por todas las canalladas que han aguantado en escena. Grandes intérpretes.

Como es habitual en Bayreuth, los abucheos han sido para la parte escénica, que ha tenido que soportar en silencio un abucheo unánime. Valentin Schwarz parecía aguantar el tipo porque no le quedaba más remedio, mientras que otros como Tcherniakov o Kosky los han aguantado mejor en otras ediciones. Tampoco se libraron Theorin ni el director Meister. La orquesta, como siempre, se llevó una sonora ovación, así como del elenco se lo llevaron Dohmen, Hilley y Mayer. 

Bayreuth es un lugar de experimentación desde hace décadas. Y en Alemania, un lugar de discusión nacional. Quizá por eso siempre atraiga atención. Haya tenido éxito o no, esta representación sí que ha logrado lo que quizá pretendían Schwarz, Katharina Wagner, y el público que protestó: que se hable de ella. Y gracias a la televisión alemana, el mundo entero puede participar de este debate una vez más. Nada podría hacer más feliz a Wagner.

Las fotografías no son de mi autoría, si alguien se muestra disconforme con la publicación  de cualquiera de ellas en este blog le pido que me lo haga saber inmediatamente. Cualquier reproducción de este texto necesita mi permiso.


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