Madrid, 26 de diciembre de 2025.
Si tuviera que hablar de la fama mundial del mito de Carmen, uno de los más famosos que se asocian a España, tendría que referirme a una doble ironía: que ese mito que tanto nos ha representado y del que gustosamente nos hemos apropiado, sea obra de dos franceses, Merimée y Bizet; y que la ópera más famosa de Francia sea sobre una inventada, exótica y estereotipada historia sobre su país vecino y no sobre alguna historia o mito popular del propios. Algo peculiar si tenemos en cuenta el fuerte antagonismo cultural que siempre ha existido entre estas dos naciones, y que aún persiste.
Y ahí está esa gitana indómita, fascinando al mundo, ciento cincuenta años después del estreno de la ópera que la catapultó a la cultura universal. Merimée creó a una gitana carismática, de fatal encanto, mentirosa, hábil manipuladora, y malvada, en su novela. Bizet suavizó esas características, conviertiendo a Carmen en una mujer incapaz de crear un vínculo de pareja estable y monógama, inconsciente de la fatalidad de su encanto, incluso si lo tiene que usar para sus fines, pero que al mismo tiempo proclama su libertad afectiva y sexual, en una época donde la mujer "decente", tenía que ser más bien abnegada y virtuosa. En su tiempo, era un ejemplo de demonio con faldas. Hoy la vemos como alguien que usa su voz y no permite que nadie haga lo que quiera con ella. En cambio Don José, visto en su tiempo como un pobre hombre que cae en manos de una mala mujer que saca lo peor de él, hoy es visto como un hombre tóxico, posesivo, inmaduro, machista, reprimido, incapaz de gestionar lo que se le viene encima por amar de esa forma insana, a esta mujer. Además, siguiendo las convenciones de la ópera cómica, Bizet y sus libretistas Meilhac y Halévy añadieron como contrapeso la figura romántica de Micaela, joven virtuosa enamorada de Don José, y le dieron más protagonismo a la figura del torero, aquí llamado Escamillo, el nuevo amante de Carmen, y que es consciente de que su relación con ella es una aventura.
En estas fechas, la capital está sumida en una vorágine de luces navideñas, ejércitos de personas comprando regalos de navidad y reyes, además de comida para Navidad y Nochebuena, y los teatros están a rebosar con su gran oferta de ocio. Y cada año por estas fechas, el Teatro Real programa una ópera popular para hacer caja; y esta vez ha tocado Carmen. Hace veintitrés años, por estas mismas fechas, se programó también esta ópera en este teatro, siendo la primera vez que yo la veía en vivo. Alain Lombard la dirigía, y Denyce Graves y Béatrice Uria-Monzon (a quien vi) se alternaron en el rol, y la producción era la clásica y espectacular, con cuerpo de danza incluido, de Emilio Sagi (que se había estrenado en 1999 con Agnes Baltsa como la gitana). En 2017 regresó, con el célebre montaje de Calixto Bieito, que sigue siendo el montaje moderno de referencia hoy en día. En 2024 se hizo en versión de concierto, con René Jacobs ofreciendo la versión original compuesta por Bizet antes de los arreglos para el estreno.
En esta ocasión, se ha contado con una producción de Damiano Michieletto, procedente de Londres. Michieletto ya dirigió en este teatro un Elisir ambientado en una playa hace años, y el año pasado una lúgubre Madama Butterfly. Al ver esta producción, uno no puede dejar de pensar en la de Bieito, ya que es deudora de aquélla. Incluso hay momentos que parecen calcados, como por ejemplo la aparición de vehículos y los escenarios giratorios, o el coro bailando en su gran escena del acto cuarto. Michieletto parece haber trasladado la acción a los años setenta, en un paisaje desértico, en un país hispano y presumiblemente bananero, que podría ser España, o incluso México, al que le encuentro más parecido. En una sociedad también presumiblemente conservadora, la producción toma lo sobrenatural, que es importante para la protagonista, y lo reencarna en la madre de Don José (interpretada por la actriz Lola Manzano), personaje que no aparece en la ópera originalmente, una mujer vestida de negro y con una enorme mantilla, de semblante severo y posesivo, que aparece en los momentos de tensión y que explica la personalidad tan insegura del protagonista. No está del todo bien resuelto, ya que si en el tercer acto Micaela le dice a José que su madre se muere, ¿cómo se explica que en el acto cuarto aparezca toda robusta y como si nada? Otro punto importante es el contraste fuerte entre Carmen y Micaela, la primera agresiva y sensual, la segunda caracterizada de joven mojigata y vestida recatadamente, a la que solo le falta el aparato de dientes para parecerse a Betty la fea, de ahí que cuando Morales diga en el primer acto "que cherchez-vous, la belle", uno no se lo crea. De nuevo sucede con Michieletto que el cambio de época parece interesante, incluso hay algún detalle, pero luego todo se convierte en irrelevante porque la trama se sigue sin demasiados problemas y se puede pasar del feísmo en escena. Además, no hay recitativos entre los números musicales, ni tampoco diálogos, siendo reducidos a la mas mínima expresión.
En la segunda parte del preludio, cuando se introduce el tema del destino, aparece la madre de José, enseñando la carta de la muerte, que luego mostrará a Carmen. El primer acto transcurre, como se ha dicho, en un paisaje desértico, presidido por una comisaría con un letrero en mayúsculas que dice "policía local". El escenario es giratorio, y se ve el interior de esa comisaría, con una mesa en la que hay una máquina de escribir. Al término del acto se oye una voz que dice algo así como "José, cuando termine tu destino puedes volver conmigo, estoy ya vieja". Es la voz misteriosa de la dominante madre. Los niños tienen un mayor protagonismo del original, ya que durante los intetludios nos dicen, usando unos cartones con letras rojas, el tiempo que ha pasado: un mes más tarde, al inicio del segundo acto, a la noche siguiente al inicio del tercero, y unos días más tarde al inicio del cuarto. Otra cosa que falla, porque en total Carmen y José solo han estado juntos una noche y es poco tiempo para que ella se canse de él, si tan encaprichada está, y concluya que la vida de delincuente no es para él. O que al final José le diga que se amaron en otro tiempo... hace tan solo una semana.
Al inicio del segundo acto, y sin el personaje de Lilas Pastia debido a la supresión de los diálogos, la caseta de la policía es sustituida por una discoteca de mala muerte, en la que Carmen baila con sus amigas y con Dancaire. Incluso Frasquita se anima con el twerking. Al final de dicho acto, la madre enfadada tira la flor que José le dio a Carmen, al suelo. En el tercer acto, una furgoneta aparece, de la que sacan Zúñiga con la cabeza cubierta, mientras los contrabandistas apuntan a otro soldado. La caseta es ahora un almacén, del cual durante su aria, Micaela saca un rifle con el que se defiende de los contrabandistas. Durante el interludio del acto cuarto, aparece un hombre terminando de hacer un arreglo a la chaqueta de Escamillo, que es molestado por los niños. Ahora la caseta es un lujoso camerino en el que Escamillo se arregla, hay espejos y fotos de otros toreros. Alrededor de ella, el coro festeja y baila mientras compra sombreros y abanicos de un carro ambulante. Todos piden autógrafos a los toreros, y los niños se meten al camerino de Escamillo para ello. Durante el dúo final, una luz verde intensifica la escena, y José no apuñala a Carmen, sino que la estrangula, ante la presencia de la omnipresente madre.
La Orquesta del Teatro Real ha sido dirigida por la maestra Eun Sun Kim, quien hace una versión irregular: la orquesta empieza con mucho brío, y también muchos decibelios, con un preludio bastante rápido... el inicio del primer acto tuvo un sonido tosco en las cuerdas. Sin embargo, a partir del tercer acto si bien el sonido se equilibra, la dirección se ralentiza. Me arriesgo a decir que el mejor momento orquestal fue el interludio antes del tercer acto, al que conviene un ritmo más lento, y en el que la flauta brilló. También los chelos tuvieron un sonido precioso interpretando el motivo de Escamillo cuando este abandona la escena en el tercer acto. El Coro del Teatro Real fue a más en la función. Tras un primer acto en el que aún no entraba en calor, fue en los actos segundo y tercero donde se lució, de nuevo impactante en el final del segundo, cerrando la escena con un poderoso "La liberté". En el tercero estuvo igualmente bien en su conocido número inicial. Los Pequeños Cantores de la ORCAM, con más niñas que niños cantantes, fue de menos a más. Y junto con los demás niños actores, se robaban la escena en sus apariciones.
Aigul Akhmetshina es posiblemente la Carmen de nuestros días. La joven mezzosoprano rusa es además aclamada por el público del Real tras su genial interpretación de la Elisabetta de Maria Stuarda hace un año. A nivel musical resulta disfrutable y notable. Está en su mejor momento, y su Carmen presenta una voz aterciopelada, un timbre oscuro, con los que al menos musicalmente, transmite la sensualidad del personaje. La seguidilla y la canción gitana son dos grandes muestras de ello. También tiene unos graves preciosos, muestra de ello da en el aria de las cartas en el tercer acto. Como actriz es notable, sabe ser tan sensual y arrebatadora como el personaje, aunque su imponente físico aún le juegue un poco en contra. Aun así, eso es lo que menos me importa... en mi personalísima opinión, es la mejor Carmen que he visto en vivo desde Uria Monzon y Graves (a la que vi en 2005 en la plaza de toros). Y han pasado más de veinte años desde aquellas funciones.
Adriana González es una excelente Micaëla. Aunque la puesta en escena no favorezca tanto a su personaje, vocalmente es impecable. Su voz es lírica, pero con un timbre más dramático. Y en el dúo con José y en su aria soltó un par de pianissimos muy bellos.
Charles Castronovo es un Don José que da una de cal y otra de arena. La voz no es mala, pero tiene momentos: en el aria del segundo acto hace todo lo que puede, y donde mejor está es en el final del tercer acto, donde vocalmente se lució con el agudo y actoralmente convenció con sus sollozos cuando Micaela le dice que su madre se muere. En el dúo final sin embargo, empezó con la voz fatigada, y ante Akhmetshina, se empequeñeció hasta lo irrelevante, incluso si remontó un poco después, ella se lo engullía escénicamente.
En cambio, Lucas Meachem mostró más voz como Escamillo, y escénicamente tiene también más presencia que Castronovo.
Del resto del elenco, mencionar a la siempre solvente Natalia Labourdette, aquí como una Frasquita muy bien cantada (qué timbre tan delicioso) y actuada, muy superior a la Mercédès de Marie-Luise Chappuis. El siempre excelente Mikeldi Atxalandabaso, fue un Remendado bien cantado en sus brevísimas apariciones.
Como con tantas óperas populares, la programación de Carmen en el Real termina con el cartel de no hay entradas en todas las funciones. Y esta no ha sido una excepción, que se nota en los abundantes e incómodos cuchicheos en los interludios orquestales, como si no importaran. Por otro lado, hubo pocos aplausos hasta el aria de Don José, siendo el aria de Micaela del tercer acto la más aplaudida. Sin embargo, más generoso fue el público en los aplausos finales, ovacionando a Akhmetshina y González. Carmen sigue encantando al público, la función se pasa tan rápido, que con independencia de si se ha interpretado bien o mal, que cuando se acaba uno quiere ver ya otra función. Ojalá no pasen ocho años más hasta que vuelva a verse aquí.





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