Arranca definitivamente la temporada 2021-2022 del Teatro Real, con su primera ópera escenificada, La Cenerentola de Gioacchino Rossini. Ahora que los principales teatros del mundo paulatinamente retoman su actividad y el público vuelve a sus salas, los teatros españoles inician su segunda temporada pospandemia. Por otro lado, este es un estreno muy especial por muchos motivos: la música de Rossini vuelve a escucharse en este escenario después de ocho años de ausencia, cuando se vio el Barbero de Sevilla en 2013. Esta vez también La Cenerentola regresa a la capital, veinte años después de aquellas lejanas funciones con Sonia Ganassi, una joven Joyce DiDonato y Raúl Giménez. Además, estas funciones están dedicadas a la legendaria mezzosoprano Teresa Berganza, histórica intérprete de esta ópera. Y esta es la temporada número 100 en la historia de nuestro teatro.
El pasado jueves, día 23, tuvo lugar el estreno de esta producción, con la asistencia de la Reina emérita Doña Sofía y de la flor y nata de nuestra alta sociedad, una función a unos precios irracionalmente caros: de 65 a 593 euros, algo sin precedentes para el público general; que hasta entonces podía adquirir localidades a precios más razonables, aunque siempre más caros que el resto de funciones (un servidor ha estado al menos en tres funciones de estreno de temporada). Uno se pregunta si el Real, una vez premiado como el mejor teatro de ópera del mundo, ahora desea ponerse al nivel del esnobismo, glamour y exclusividad de las aperturas de festivales como Bayreuth o Salzburgo al pedir semejante cantidad de dinero al respetable por una función, aunque sea de estreno. Al menos, ha sido retransmitida en directo por Televisión Española, para todos aquéllos que no pueden ver el reparto del estreno o no han podido venir a Madrid. Dicho esto, esta crítica tendría que haber hablado del segundo reparto de estas Cenerentolas, en la función del 26 de septiembre de 2021. Pero debido a un pequeño accidente doméstico con visita al hospital incluido, no he podido ir -y vaya si lo lamento- , así que me limitaré a hablar del estreno visto por televisión.
Rossini, en su particular versión del cuento de Charles Perrault, hace cambios sustanciales, que si bien no alteran la esencia de la obra, terminan por convertirla en algo distinto de lo que dice el cuento original. Una música inspirada, desternillante, repleta de imposibles coloraturas (en el sentido de su extrema dificultad) hacen que al final, el público salga con una sonrisa en la oreja. El regreso del genio de Pesaro y de esta ópera a la capital llegan de la mano del prestigioso director de escena noruego Stefan Herheim, famoso por algunos montajes como su histórico Parsifal en Bayreuth entre 2008 y 2012. En esta producción, Herheim propone una versión moderna y clásica al mismo tiempo, en la que todo transcurre en las fantasías de una limpiadora del mismísimo Teatro Real, a la que el mismo Rossini, en un papel de dios y creador, incluso llevando alas, ayudará a convertirse en princesa. Pese a que parece un inofensivo montaje cómico, al mismo tiempo Herheim nos devuelve a la realidad: detrás de esa fantasía, tanto la Cenicienta del cuento como la limpiadora del principio y del final sufren mucho, y ese mundo colorido y fantástico sirve para evadirse por un momento de la vida difícil del trabajador. Un narcótico para el dolor de vivir. El vestuario de Esther Bialas se hace eco de la fantasía de Rossini, con coloridos, deslumbrantes y llamativos trajes del siglo XVIII, aunque el más distintivo es el de Rossini: con su peinado típico de principios del siglo XIX, sus alas de ser celestial y su camisa lila. Torge Moller y Fettfilm crean un ambiente musical, fantástico, nunca mejor dicho, de cuento de hadas, con proyecciones y animaciones que se describirán en el siguiente párrafo.
Al principio se ve a Cenicienta con su carro de limpieza, leyendo un libro. Rossini, desde una nube, la ve y baja ayudarla, y con su pluma, que es una suerte de varita mágica, invita a la joven limpiadora a convertirse en la protagonista del cuento que está leyendo en ese momento, introduciéndose en una chimenea. De ahí saldrá convertida en dicho personaje, además del resto de personajes de la obra ya caracterizados. Al acabar la obertura, Rossini le dice al maestro que no pare, y entonces se abre el telón, que revela un callejón, con el palacio de Don Ramiro proyectado al fondo, en una especie de paisaje idílico, que recuerda mucho a Disney, incluso al castillo de sus parques de atracciones. Este fondo servirá para proyectar animaciones que irán acorde con la acción: el burro del que Magnífico habla en su aria, o corazones en el dúo de amor. Precisamente, Magnífico es al mismo tiempo Rossini. Como si fuese una antítesis o lo que es aún mejor: Dios-Rossini-Hada Madrina no solo la convierte en princesa, sino que le da también el lado negativo: ese padrastro y hermanastras crueles, como si ni siquiera en los cuentos fuera todo color de rosa. En un momento durante uno de los concertantes, se ilumina la sala y se ve proyectado el Teatro Real en el escenario, Rossini, desde las alturas, alcanzará a Angelina-Cenicienta todo lo que necesita para ir al baile del príncipe, incluídos los famosos brazaletes, y hará emerger del carro de limpieza dos caballitos de cartón que la llevarán a palacio. El segundo decorado es el palacio, un lujoso decorado formado por el marco de la chimenea, que se repite constantemente hasta el fondo del escenario, dando profundidad. Ahora el padrastro está vestido como su personaje real, pero es el coro el que ahora aparece totalmente vestido de Rossini, y todos ellos con pluma y partitura crean notas y notas de música, en el hilarante final del primer acto, en el que los cantantes se introducen en la mesa, y se convierten en el divertido menú del coro rossiniano, con un baile final de sillas y mesas. En el Segundo acto, Magnífico y sus hijas discuten, junto a un extraño con una peluca hecha con una fregona, una de las chicas se la quita y se descubre que es el director de orquesta, quien se retira graciosamente al foso. Durante la escena de la tormenta, se ve cómo es ahora Ramiro el que aparece en el carruaje-carrito, y luego él y los demás personajes avivan toda la maquinaria escénica del decorado y demás efectos especiales rudimentarios. Al final de la obra, llama la atención la arrogancia de las hermanastras durante el aria final, pero todo tiene sentido: mientras Cenicienta termina su aria, todos los personajes desaparecen, el escenario se queda a oscuras, y el vestido se le desprende, cae la fregona, aparece el carrito de la limpieza, y ella se queda sola y encogida de brazos. ¡Todo ha sido un sueño!
Riccardo Frizza, experto director rossiniano, consigue obtener de la orquesta una interpretación aseada, con una obertura con un sonido ágil, aunque quizá con los tempi un poco lentos, lo que como se comentará a continuación, favoreció al viento en las escenas más cargadas de lirismo y solemnidad. No obstante, durante toda la obra consigue, a pesar de eso, transmitir la alegría y vitalidad rossinianas. Excelente el desempeño del viento en la escena de la tormenta. El coro masculino, como siempre, estupendo vocalmente, y aún mejor a nivel actoral, representando el multiplicado genio de Rossini, como haciendo constar el poder de éste sobre la historia.
Karine Deshayes, una de las más solicitadas mezzosopranos de la actualidad, ha interpretado el rol de Angelina, es decir la Cenerentola. La voz de esta artista francesa tiene un timbre oscuro, aunque no parece potente, lo que puede convenir a momentos como la triste aria "Una volta c'era il re" pero no tanto en los momentos más hilarantes y agitados de la obra, que son muchísimos. De hecho, se antoja una interpretación más bien fría. Mejor estuvo en la famosa aria final, "Nacqui all'affanno", para la que parece haberse reservado, con un solvente dominio de la coloratura y del agudo, pero sin demasiadas alegrías para lo que este rol parece requerir. Todo lo anterior sí que parece haber conectado con el oscuro montaje de Herheim, en el que se desempeña bien como actriz.
Dimitri Korchak es el príncipe Don Ramiro. Habitual en este teatro, Korchak tiene una interesante voz de tenor lírico ligero, con un bello, aunque sin la gallardía y el carisma de un Flórez, timbre juvenil. Durante el aria "Si, ritrovarla io giuro" reveló tener dificultades, especialmente en la zona más alta, y quizá durante la segunda parte de la misma, "Pegno caro e adorato" no estuvo especialmente inspirado pese a un pianissimo decente en "Come ti stringerò". Pudo salir airoso de la tercera parte, "Ritroveremo", donde ganó algo más de vitalidad, cerrando con un buen agudo final aunque parece que no le resultó tan fácil.
No puedo decir que el Don Magnifico de Renato Girolami fuese del todo satisfactorio, aunque supiera cantar el personaje, especialmente los endiablados tempi ultrarrápidos en varias de sus escenas que le pone la partitura. La voz no parece tener la rotundidad de la que se hace acreedor este personaje, que pese a ser un ridículo, sigue siendo un noble; sino que parecía ligera y adolecía un poco de falta de volumen. El "Miei rampolli femminini" no fue especialmente memorable, incluso parecía, que la orquesta le tapaba. No obstante, cuando el montaje le hacía convertirse en Rossini, sí que como actor resultó completamente convincente, llegando a verse al personaje que vemos en sus retratos.
Lo mejor de la noche fue el Dandini de Florian Sempey. Este joven barítono francés tiene una bella y rotunda voz, claramente sonora y con un estupendo timbre oscuro. Aunque algo tímido en la entrada "Come un'ape ne' giorni d'aprile", la voz rápidamente mejoró, llegándose a robar la escena. Excelente en el dúo del segundo acto con Magnifico.
El siempre competente Roberto Tagliavini volvió a impresionar al público, esta vez como Alidoro, con su bella voz de bajo, en una versión de su famosa aria, "Là del ciel nell’arcano profondo", en el primer acto. Aria que cantó llena de autoridad, estilo, un grave que resulta brillante, dominando la coloratura y un buen legato, con excelentes agudos y notables graves. Siempre es un placer contar con este gran artista cada temporada.
Rocío Pérez y Carol García estuvieron excelentes como las perversas hermanastras Clorinda y Tisbe, ambas excelentes actrices con una gran vis cómica y muy bien cantados sus roles.
El exclusivo público del estreno disfrutó de una agradable noche de ópera a juzgar por las ovaciones y el entusiasmo recogido. Pero también los miles de telespectadores, que agradecidos al Teatro Real por esta iniciativa que lleva la ópera a todos los hogares españoles, y del mundo a través de internet (ya se encuentra en Youtube y demás páginas de vídeos), que pueden gozar en sus casas del mundo de ensueño del montaje de Herheim y de la gran música de Rossini. Un agradable comienzo de temporada.
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