Hacía ya mucho tiempo de mi última experiencia con el teatro hablado. Poco antes de la pandemia, ciertamente. La ópera es el teatro que absorbe casi todo mi libre y mi escaso conocimiento. Pero las experiencias van más allá. Y a veces ocurre, que cuando veo una historia o un tema fascinante, no puedo evitar resistirme y acercarme. No digamos ya, si es un montaje visualmente impactante. Y todo esto se encuentra en una obra representada en el Teatro de la Abadía de Madrid, de la que se ha hablado mucho en estas semanas, y que se encuentra ya en sus últimas funciones: Cada átomo de mi cuerpo es un vibroscopio, de los dramaturgos Rakel Camacho y David Testal, basada en una idea de la actriz Eva Rufo, sobre la sordoceguera de la famosa escritora Helen Keller y su relación con su mentora Anne Sullivan.
Helen Keller es posiblemente la persona sordociega más famosa de la historia. Tras haber perdido la visión y la audición con tan solo 19 meses debido a una "congestión cerebro-estomacal" según lo diagnosticado por los médicos de su tiempo, parecía estar condenada a vivir para siempre en un permanente estado asilvestrado, incapaz de aprender, expresarse, siquiera de pensar. A los siete años conoció a su tutora Anne Sullivan, quien a través del tacto, del lenguaje de signos, de las vibraciones, no solo le enseñó a comunicarse y a expresarse, sino que la rescató de la oscuridad para que pudiera conquistar el mundo, y que nada detuviera al genio de la superación, del activismo social y político, y de la literatura, en la que esa niña se convertiría. El tacto se convirtió en la vista, el oído, pero sobre todo en la voz de una mujer que desde una grave limitación fue capaz de ir y hacer lo que muchos que no la tienen ni se plantean.
Posiblemente, a muchos, especialmente los que no tenemos mucha experiencia teatral, nos venga a la cabeza la famosa película de Arthur Penn con Anne Bancroft y Patty Duke, al pensar en esta historia. Sin embargo, el fascinante mundo de Keller aún puede ser contado de muchas nuevas formas. Y no solo contado, sino también sentido. Este montaje, con la puesta en escena de Rakel Camacho, ayudada por la minimalista y al mismo tiempo visualmente impactante escenografía de José Luis Raymond, la bella iluminación de Javier Ruiz de Alegría, y todo el resto del tremendo equipo escénico; no solo nos sumerge en el mundo de la escritora, sino que nos pone en su piel. Durante los 90 minutos que dura asistimos a una experiencia inmersiva, dos mundos entrelazados, el de Helen y Anne, y el de las actrices que las interpretan. Camacho y Testal nos presentan una sucesión de diálogos, que invitan a reflexionar, primero entre los personajes y luego entre las actrices, que también se dirigen al público. El montaje, por medio de intensos sonidos, vibraciones bajo el suelo, e imágenes, nos convierte en Keller. Nos hace imaginar, aproximarnos a lo que debía sentir cuando percibía las conversaciones o incluso cuando sentía la música a través del tacto. Nos hace pensar en cómo percibe el mundo un sordociego, qué puede guardar dentro de su alma y hasta dónde puede llegar.
Todo comienza mientras el espectador entra en la sala. Mientras el público ocupa sus asientos, se oyen por megafonía las declaraciones de personas que dicen lo que harían y cómo serían si volvieran a nacer. En el escenario, una pantalla gigante, al fondo lámparas recogidas, y una mesa con ruedas esperan su turno en la obra. Al apagarse las luces, las actrices hacen su entrada, y se proyectan imágenes relacionadas con el origen de la vida. En un momento dado, mientras una de las actrices habla, se oye un ruido tremendo, y no podemos oírla, hasta que la otra actriz se pone unos cascos y el ruido cesa. Entramos en la piel de la protagonista.
En una primera parte, asistimos a cómo Sullivan enseña a Keller las palabras, y hasta los modales, cómo comer, a tocar cosas y asociarlas a una palabra mediante signos... hasta que Anne levanta la mesa, entonces Helen descubre el agua. Una palabra, "agua", que aprendió cuando aún podía hablar y ver, viene a su mente. Ella se sumerge, y entonces ocurre algo extraordinario. La Helen sordociega comienza a ver y hablar. Pero no es Keller como tal quien lo hace, sino su pensamiento, su interior que ha despertado al mundo, y que se convertirá en su voz literaria. Posteriormente, acudimos a un diálogo entre las actrices en la que debaten sobre la dificultad de este trabajo, pero también el cómo les ha permitido ver sus límites y superarlos, ir a donde no sabían que llegarían. A partir de aquí, una sucesión de diálogos y alternancia entre esas dos esferas dramáticas, a cada cuál más intenso, con escenas verdaderamente conmovedoras como cuando Anne enseña a Helen a decir "te quiero" en lengua de signos. Otro de los momentos más bellos es cuando Helen toca las lámparas y el suelo, y luego las actrices las unen mediante una cuerda roja, con todas las luces iluminadas. A continuación, una escena hilarante entre las actrices, con alusiones a Star Wars, a los caballeros jedi y a la Fuerza (algo que también enseña, adiestra) hace reír al respetable. En la segunda mitad escuchamos también los pensamientos de Anne, que nos conmueven al transmitir el cómo su vida y la de Helen parecen haber estado destinadas a encontrarse. La parte final arranca con imágenes de la verdadera Keller asistiendo a una sesión de danza y canto, mientras suena la canción "Centro di gravità permanente", de Franco Battiato. Al final, Helen, quien ya ha encontrado su propia voz, vuelve al agua, y con la mención de esta palabra termina esta intensa sesión sensorial.
Las actrices Eva Rufo en el rol de Helen Keller y Esther Ortega en el de Anne Sulivan tienen esta titánica tarea sobre sus hombros. Si el dar vida a estos personajes, desnudar sus almas y exponer sus propias inquietudes, en medio de este impactante montaje nos supone una experiencia extrema, también se entiende que lo ha sido para ellas. Rufo se enfrenta a la dificultad de interpretar a una sordociega, con los ojos y oídos tapados al principio. Ambas actrices también se han tomado el duro trabajo de comunicarse el lenguaje de signos, detrás de lo cual está el trabajo de Julia Monje, responsable de movimiento. Por megafonía suenan a veces las voces de ambas protagonistas, haciendo hablar a su voces interiores, en la que la voz de Rufo suena particularmente profunda, bella, introspectiva. Rufo se convierte en Helen Keller, en una interpretación tierna, conmovedora. En la segunda mitad de la obra, Ortega brilla en la divertida escena de Star Wars, en la que, en palabras de la propia actriz, se convierte en Yoda. También brilla, entre otras cosas, cuando da voz a los pensamientos de Anne. Dos actuaciones de sobrenatural entrega, que se quedan en la memoria del público.
No es de extrañar, que por todo lo mencionado, y coincidiendo también con el feliz regreso del aforo completo a los teatros madrileños, esta obra cuelgue a diario el cartel de "Agotadas las localidades", con un éxito de crítica y un entusiasmo palpable entre el público. Vuelve la emoción de un teatro lleno, y lo hace con una conmovedora obra que se apodera de los sentidos del espectador.
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