lunes, 4 de noviembre de 2019

El Anillo del Nibelungo en el Metropolitan Opera, por Levine/Schenk. 1990.


Una de las versiones más conocidas y celebradas (especialmente por la ortodoxia wagneriana) de El Anillo del Nibelungo, es la versión en vídeo de la antigua producción del Metropolitan Opera House de Nueva York, puesto que es la única puesta en escena tradicional que se encuentra en el mercado en DVD.

Durante veinte años, la producción de Otto Schenk y su escenógrafo Günther Schneider-Siemssen ha sido el último gran montaje tradicional de un gran teatro de ópera. Schenk busca adaptarse lo más fielmente posible a las acotaciones del libreto de Wagner, haciendo las delicias del público más conservador y de todos aquellos que quieren una lectura de esta obra como Wagner la imaginó. Los decorados son de una belleza y de un naturalismo hechizantes, al estilo siempre hollywoodiense de las producciones que se hacían en el Met en aquellos tiempos. Rolf Langenfass se ocupó del vestuario, con resultados exitosos, aunque hoy en día algunos nos parecerían acartonados. Aquí se ve toda la utillería nibelunga clásica: espadas, lanzas, cascos, armaduras, largos vasos de cuernos para hidromiel y filtros del olvido, yunques, hierbas, antorchas, escudos y un largo etcétera.

Y sin embargo,la fidelidad deseada no siempre tiene éxito. Se ha acusado al montaje de falta de dirección de actores, y que en realidad el Anillo es de Schneider-Siemssen más que de Schenk. Y es cierto que parece que el montaje se centra más en la fidelidad a la ambientación de la escena que de una dramaturgia profunda, pero por suerte cuenta con un elenco de auténticos cantantes-actores cuya interiorización de los personajes consigue sacar adelante el drama.


De El Oro del Rin ya hablé en su día detalladamente en este blog, así que mencionaré someramente que es de largo la parte más exitosa de todo el montaje, la que mejor consigue reflejar ese primigenio mundo de dioses, gigantes y enanos, con efectos especiales únicos para un teatro de ópera de su tiempo y que siempre es un placer ver. Personalmente, ya mencioné que se acerca mucho a cómo imagino en mi mente esta obra. El fondo del Rin es oscuro, con una roca donde brilla el oro que ilumina la oscuridad. El mayor logro es el decorado de las escenas segunda y cuarta, con un paisaje dominado por la imponente fortaleza de los dioses, en un alto de montaña que deslumbra por su naturalismo mitológico, con el arcoiris dominando la escena al final de la obra.


La Walkiria es por el contrario es la más floja de las partes de este Anillo. En esta obra crucial, la producción es bastante oscura, al contrario que en el Oro. El primer acto tiene lugar en una amplia cabaña de madera, donde se ve el fresno donde Wotan clava a Nothung, esta vez visible. Cuando Siegmund canta el Winterstürme se abren de repente las puertas y se ven unos árboles de los que emana la brisa nocturna de primavera. El segundo acto tiene lugar en un paso montañoso, con un cielo nocturno con nubes oscuras, de tormenta. Un momento interesante es la aparición de Brunilda a Siegmund, cuando se hace la luz en medio de la noche cerrada: el montaje consigue un efecto precioso e este punto. El tercer acto tiene luces y sombras: por un lado es espectacular la recreación de la roca de las walkirias, pero la oscuridad de luego está medianamente resuelta: las walkirias hacen su entrada sin más (entendemos que por la dificultad de poner caballos y cadáveres de héroes en escena), pero un momento tan musicalmente luminoso se ve apagado por la falta de iluminación en escena. Un momento de juego de luces es el interludio cuando se quedan solos Wotan y Brunilda, con sus sombras visibles. El fuego mágico es espectacular, con la lanza de Wotan lanzando chispas cuando golpea el suelo e invoca a Loge, y la iluminación naranja llena el escenario con humo. Al final, un halo de luz se abre paso entre las llamas para dejar salir al dios, mientras su hija ya duerme protegida por el escudo y cae el telón.

En Sigfrido, se vuelve a recuperar el nivel perdido. El primer acto es una espectacular cueva, con unas vistas al fondo del bosque. La fidelidad del montaje al libreto hace que veamos que Sigfrido traiga un oso (un figurante disfrazado), que Mime prepare una poción con huevos y hierbas; y que Sigfrido realmente frague su espada, siendo el final de este acto uno de los momentos más espectaculares. El segundo acto es un bosque tenebroso y denso. La iluminación hace un precioso juego del anochecer al amanecer mientras Sigfrido y Mime entran en escena. Es un mérito para la puesta en escena el recrear un pequeño y frondoso bosque por el que se consigue ver a los protagonistas entrar y salir a lo lejos, en una buena recreación del bosque escandinavo. El dragón, es en cambio una auténtica chapuza: en medio de la oscuridad, no tiene forma definida, y desde luego su apariencia no es la de un dragón sino la de una araña. Incluso con la escena plenamente iluminada no se distingue su forma auténtica. El tercer acto es una verdadera belleza. La primera escena es el paso de montañas de noche, cuya iluminación nocturna da paso a un amanecer más bien rojizo, en parte por la proximidad del fuego mágico. El interludio es un cambio de escena donde el humo se adentra en el escenario, iluminando la escena de rojo. La llegada de Sigfrido a la roca es una maravilla: con el cielo aún amaneciendo, en el tono rojizo anaranjado antes mencionado, mientras descubre la roca y a la valquiria durmiente. El despertar de ella tiene lugar ya en el día resplandeciente. Finalmente, se ve la pasión de los protagonistas al final, ya convertidos en amantes, cayendo al suelo a consecuencia de ese fuego amoroso mientras cae el telón.
En El Ocaso de los Dioses, la puesta en escena es un éxito. Inspirados, los autores consiguen transmitir drama y belleza escénica.El prólogo empieza con una ambientación oscura, un cielo nocturno, pero en un tono casi grisáceo, como si la luz de la luna hiciese más sombría la escena de las nornas. Todo cambia a un amanecer radiante en el dúo de los protagonistas. Maravilloso el momento en que Brunilda, visiblemente triste, despide con entusiasmo a Sigfrido al escuchar su cuerno. El palacio de los Gibich es uno de los logros de la producción: la sala es todo un mastodonte de piedra, de dos plantas, con un paisaje del Rin cruzando un valle y con un precioso cielo dorado de atardecer como fondo. No es menos la imponente fachada donde se celebra la doble boda: dos torres enormes e imponentes de se alzan al cielo, de ese palacio pétreo de aspecto vikingo. El tercer acto es el más bello, y quizá de lo mejor del ciclo: el primer cuadro es un paisaje donde está el Rin, a cuyas orillas están sus hijas, a las que solo se ve hasta los hombros. La marcha fúnebre no siempre es representada, pero aquí lo está con todo el honor: los hombres llevan al héroe triste y solemnemente por todo el escenario hasta la mitad del interludio.

Wagner, con sus acotaciones escénicas difícilmente realizables para un teatro incluso en este siglo, anticipaba la llegada del cine con el final de la obra. Este montaje supera el reto y emociona. Tras encender la pira, Brunilda se arroja al fuego y sale una chispa. Todo el palacio se desmorona, consumido por el fuego, derrumbándose (con el escenario de la sala, la primera planta, hundiéndose). Las torres del palacio también caen, dejando las ruinas. Al fondo se ve de nuevo a las hijas del Rin con el Anillo mientras Hagen desaparece en las profundidades. Poco después, esta imagen desaparece para verse, proyectado, el Walhalla ardiendo y desmoronándose. Al desvanecerse la fortaleza de los dioses se ve el cielo de color azul marino, con las aguas del Rin detrás de las ruinas. En el cielo aparece una brillante y enorme luz. El pueblo se acerca a las ruinas para ver el desolador paisaje, y cae el telón. Es el fin de la era de los dioses y una nueva oportunidad para la humanidad, un nuevo comienzo y quizá una nueva esperanza.

James Levine es el director musical de esta epopeya. Levine es un gran director, aunque en Wagner siempre ha dirigido con tempos muy lentos. Y el resultado, en una obra larga pero con momentos muy dinámicos pese a su solemnidad, es bastante desigual. El Oro es brillante, con una dirección opulenta, solemne del preludio, y manteniendo esa fuerza wagneriana y dramática durante toda la obra. La llegada de los gigantes es pomposa e imponente, con ese lento transcurrir de los timbales. En el resto de la obra se limita, sin embargo a acompañar y está inspirado por momentos. La cuerda está en estado absoluto de gracia, con un electrizante sonido en el preludio de la Walkiria, en una alegoría de la tormenta, o en el preludio del primer acto de Sigfrido con la viola recreando maravillosamente esa música tan siniestra. En el Ocaso mejora, está inspirado en los interludios musicales y en el siempre emocionante final, donde convenientemente alarga la última nota, lo que cierra con broche de oro la obra.

El reparto es en general excelente, con los más grandes cantantes de aquél momento. No todos están en plena forma, pero son auténticos actores consumados.

James Morris es Wotan. Aunque su voz es peculiar, su canto en piano y su ternura en Walkiria, así como su canto  a veces gutural pero al servicio del drama en Oro y Sigfrido nos sitúan ante una gran representación del dios.

Siegfried Jerusalem es Sigfrido. El último grande en este personaje. Aunque la voz es la que es y ya está cansado, su caracterización del héroe es ideal. Suena a tenor heroico pese a que no siempre tiene belleza vocal. Y con todo, uno está ante un gran artista. En el Oro en cambio, esa voz heroica, permite salvar el declive vocal interpretando un Loge canalla y noble al mismo tiempo, y muy bien cantado.

Hildegard Behrens es también la última gran Brunilda. Aunque más fatigada vocalmente que Jerusalem, aún da grandes momentos y en el dúo final de Sigfrido está estupenda. En Walkiria y Ocaso los agudos ya están calados  y el grave aparece quebrantado. Sin embargo, lo de esta mujer era una auténtica pasión escénica, con una autoridad tremenda en el escenario, siendo tierna con Wotan y a la hora de mostrar amor hacia su amado Sigfrido. La inmolación, con todos sus inconvenientes, es un gran momento que resuelve con total entrega y magnetismo.

Jessye Norman está en su mejor momento como Sieglinde, con su bella, cálida y aterciopelada voz y sus estupendos graves aunque no sea una soprano dramática. Gary Lakes tiene una voz enorme y un registro medio ideales para Siegmund, pero el agudo es calante al final del primer acto de Walkiria e interpretativamente es muy plano.

Ekkehard Wlaschiha era el Alberich del momento. Pero solo en el Oro da lo mejor de sí, vocalmente en forma y con una creación tenebrosa del personaje. En el resto de la obra cumple sin más. Heinz Zednik en cambio repite su Mime de antología. Tras dos décadas interpretándolo, la voz está madura pero aún conserva su poderoso volumen y su timbre de gran tenor de carácter. En Sigfrido su interpretación es la mejor de la jornada, con un Mime malvado pero que conmueve hasta la lágrima en su primera escena con el héroe al reprocharle su ingratitud.
La legendaria Christa Ludwig interpreta a Fricka y Waltraute. Estando ya cerca del retiro, la voz ya está mermada, especialmente en el agudo (que en Walkiria le pasa factura),pero aún le queda su aterciopelado registro medio aunque esté ya maduro, y su elegancia y estilo dramático, ideales para la diosa en el Oro y la hermana de Brunilda en el Ocaso.

Matti Salminen está en su mejor momento, impresionando con su poderosa voz y sus graves perfectos de bajo profundo. Hace doblete como Fafner y Hagen, este último grandioso y con una gran interpretación del brutal personaje. Kurt Moll también hace una gran interpretación de Hunding, muy bien de voz y con un perfil violento de su personaje. Jan Hendrik-Rootering es un buen Fasolt. Birgitta Svendén es Erda, con una exquisita y enigmática voz de contralto, con unos graves bellos y destacables. Anthony Rafell y Hanna Lisowska son los hermanos Gunther y Gutrune, ambos con voces más que cumplidoras, si bien ella tiene unos graves de soprano dramática que llaman la atención en tan liviano papel.

El resto del reparto formado por dioses, valquirias, hijas del Rin y Nornas está a un nivel digno, aunque no llega a la excelente plantilla de secundarios de Bayreuth. Entre ellos destacan Dawn Upshaw con su peculiar pero dulce voz del lazarillo del bosque, Mari Anne Haggänder como una agradable Freia, o Andrea Gruber como Tercera Norna, quien entonces estaba haciendo una carrera.

Con indiferencia de si el resultado global es bueno o malo, cada Anillo supone una experiencia. Y cuando se termina de ver o escuchar la obra con el ultimo acorde del Ocaso uno siempre siente una sensación de haber vivido una experiencia musical sobrenatural. Este, con todo, es uno de los últimos grandes. Una forma de hacer ópera que ya no se vive en los teatros de hoy. Y por eso es historia de la interpretación wagneriana.

Las fotografías no son de mi autoría, si alguien se muestra disconforme con la publicación  de cualquiera de ellas en este blog le pido que me lo haga saber inmediatamente.


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