La suspensión del festival del año pasado, que tenía previsto un nuevo Anillo, supuso un duro golpe para los wagnerianos de todo el mundo. Desde 1951, tras seis años de suspensión debido a la devastación de la Segunda Guerra Mundial, no se había suspendido ni un solo año. Escuchar el concierto del año pasado tuvo un regusto triste, porque para los wagnerianos, verano es igual a Bayreuth. Por lo tanto, la nueva reapertura en 2021 es un hecho tan histórico como la que dio inicio al Nuevo Bayreuth en 1951, aunque sin el excelso nivel artístico de aquélla. Y de nuevo, un honor para mí celebrar el cuarto aniversario de mi blog comentando el Festival.
De nuevo, y gracias a la generosidad de BR Klassik, 3sat, así como de Deutsche Grammophon, la magia del Festival de Bayreuth llega a todos los hogares del mundo gracias a su retransmisión por streaming en vídeo. Millones de personas están junto a los 900 asistentes en el Festspielhaus, con la mitad de su aforo. En esta ocasión, se trata de una nueva producción de El Holandés Errante, en el año en que se cumplen 120 años de su estreno en Bayreuth en 1901.
El famoso director de escena ruso Dmitri Tcherniakov es el responsable escénico. Conocido por sus provocadoras y deconstructoras puestas en escena, Tcherniakov debuta en el festival wagneriano con un montaje que no muestra el mar, pero que lo hace sentir. El Holandés Errante es un hombre maldito, que incapaz de hallar la muerte, ha de vagar errante por el mundo hasta encontrar una mujer que lo redima, una mujer entregada, que ante Dios jure su compromiso de redención. Tcherniakov transforma todo en un drama moderno, con las señas de identidad de su montaje: reuniones colectivas o familiares en torno a una mesa, algo tomado de la cultura rusa. En esta visión, el Holandés es un hombre maldito no por tener la ayuda del diablo, sino por ser hijo de una mujer proscrita en un pequeño pueblo de marineros, y heredando por tanto su oprobio.
Durante la obertura, presentada como "el extraño y siempre recurrente sueño de H.", se ven los orígenes de la tragedia personal del protagonista. En una pequeña comunidad, la madre del Holandés y Daland tienen amoríos, que las presencia el niño protagonista. Sin embargo, ella es abandonada y señalada por el pueblo, y ante esta situación elige suicidarse. Muchos años más tarde, el Holandés regresa a casa, decidido a vengarse. El montaje muestra la plaza de un pueblo, cuyas casas se moverán para recrear sus calles, en un movimiento escénico muy agradable de ver. De fondo, el cielo azul marino, que evoca el mar, nunca visible pero omnipresente, y sugiriendo que estamos ante un pueblo de pescadores.
En el primer acto, en uno de los bares del pueblo, Daland y los marineros charlan y beben amigablemente, mientras que en la barra se ve un montón de botellas de bebidas alcohólicas y el menú, indicando que "no hay wifi". El holandés, un tipo enorme que calza unas enormes zapatillas, aparece, lo que sorprende a Daland. Los coros y la canción del timonel se convierten en anécdotas y canciones populares en esta visión. Cuando el marinero se duerme y solo quedan unos pocos en el bar, entra el Holandés a contar su terrible historia, que apesadumbra a los que le escuchan. Al terminarla, inexplicablemente, ese momento de tensión se convierte en algo desenfadado, en el que el Holandés invita a sus compañeros de mesa, mientras el espeluznante coro de su tripulación suena fuera de escena. El reencuentro con Daland termina en una algarabía, con el Holandés y el timonel celebrando felices el futuro matrimonio.
En el segundo acto, el escenario se traslada a otra calle, en el que las mujeres ya no se reúnen para hilar, siendo el coro una reunión de canto amateur, partitura en mano, con Mary como directora del coro. Senta aparece como una joven rebelde e inadaptada, una adolescente que pasa del mundo. Sin embargo sí tiene ganas de conocer al Holandés, cuyo retrato es una fotografía que ha sustraído del bolso de Mary. La balada la canta completamente revolucionada. Al acabar, Erik, que ha estado presente al final del primer acto escuchando a Daland y el Holandés, aparece como un personaje afable, pero a medida que el dúo con Senta avanza, asiste impotente a la entrega total de esta a su causa redentora. La acción se traslada a la casa de Daland, donde Mary pone la mesa, y junto a Daland, el Holandés y Senta se disponen a cenar. El dúo de estos dos últimos transcurre ante la atenta mirada de Daland y Mary, esta última cada vez más preocupada a medida que el dúo avanza.
El tercer acto tiene lugar en un espacio vacío, con unas casas a mano derecha, lo que invita a pensar que se trata del malecón que da a la costa. Allí se encuentran celebrando los marineros y las mujeres, hasta que aparece, serio, silente, amenazante, el Holandés, acompañado de su tripulación, quien le sigue en su actitud imponente. En su correspondiente coro, atemorizan a los lugareños, e incluso el Holandés dispara a dos personas. Cuando descubre a Erik y Senta, el Holandés, de nuevo amenazante, permanece impertérrito a las súplicas de su amada mientras arden las casas, presumiblemente incendiadas por su tripulación, o algún poder paranormal. ¿Y si la boda fuese una farsa ideada por el Holandés para vengarse de Daland? De repente, Mary dispara al Holandés, matándole, desencadenando primero la risa histérica de Senta, pero después esta reconforta a su nana, mientras cae el telón. Posiblemente, Mary intuyera las intenciones de venganza del Holandés, y quiso evitarle a Senta una ruina mayor.
Esta producción también es histórica también por otro motivo de peso: por primera vez en su historia, una mujer dirige la famosa orquesta del festival, la ucraniana Oksana Lyniv. Lyniv, quien ya dirigió esta obra en Barcelona no hace mucho, logra una interpretación ágil, vivaz, y al mismo tiempo melancólica de la obra. La obertura destaca por los momentos más íntimos, con una brillante sección de viento, que la maestra dirige con una lentitud tendente a la tristeza, la introspección, como en el trombón, que la evoca maravillosamente. En los interludios dirigió con cierta rapidez, especialmente en el del segundo al tercer acto. En la Balada de Senta se notó cierta aspereza, propia de la escuela eslava, que ya se vio en el Tannhäuser con Gergiev el año pasado. Uno de los momentos más destacados fue el motivo de la redención, fue interpretado con bella lentitud tanto al final de la obertura como de la obra misma.
El Coro, que nunca desilusiona, de nuevo soberbio a las órdenes de Eberhard Friedrich. El coro de la tripulación del Holandés, que canta fuera de escena, en su terrible línea "Ewige vernichtung, nimm uns auf (Eterna aniquilación, llévanos contigo)" fue cantado en una sobrecogedora línea de pianissimo, siendo un momento fantasmal, aterrador. Y también apoteósico en el tercer acto. El resto del coro, excelente: una divertida actuación en el segundo acto por parte de las mujeres, y sensacional por parte de los hombres en la gran escena del tercero.
Asmik Grigorian lidera el reparto con su espectacular Senta. Una tremenda voz lírico-dramática, y una estupendísima actriz, que retrata a la joven arisca y al mismo tiempo ilusionada en la versión de Tcherniakov. Estupenda en la Balada, con un timbre dramático, bien proyectado, aunque a veces un poco nasal. Aún así, el agudo, sigue siendo firme, y el timbre de gran belleza, . Una Senta más ligera de lo habitual, pero consigue salir airosa.
John Lundgren interpreta al Holandés. Cantante de imponente presencia, su interpretación es buena, pero al principio parece algo fatigada. La voz tiene un importante timbre oscuro, profundo, pero también alterna con lineas cantadas casi en susurro, como tratando a través de ellas de liberar el lado más humano y frágil de su recio personaje.
Eric Cutler interpreta un Erik que canta bien, pese a sus limitaciones. Su voz tiene un timbre oscuro, de sonido baritonal, aunque con un agudo también apreciable. Excelente en el dúo del segundo acto, donde dio agudos bellos y un sonido juvenil, pero no parece tener el caudal que necesita el personaje y desde luego Grigorian lo anulaba en escena. Aún así, muy buen actor. Cumplidor en su famosa aria del tercer acto.
Georg Zeppenfeld sigue siendo un excelente bajo de la casa. Su Daland está sensible y exquisitamente bien cantado, y el grave, profundísimo, sigue impactando, aunque en el primer acto parecía algo ligero de voz. Marina Prudenskaya es una excelente Mary, una voz aterciopelada de mezzosoprano y una buena actriz, con un grave estupendo. Attilio Glaser es un timonel de voz agradable, con un toque baritonal y al mismo tiempo un timbre también juvenil, en su canción del primer acto, y en sus escenas con el coro en el tercero.
Al final de la obra el público estalló en un poderoso aplauso y con bravos, quizá en parte por las ganas que tenían de volver al Festspielhaus. No obstante, el equipo escénico se llevó abucheos, especialmente Tcherniakov cuando salió a saludar en solitario. Había ganas de Bayreuth, de Wagner en el lugar donde le corresponde, de la magia de la colina verde, que gracias al streaming llega a todo el mundo. Independientemente del resultado, los wagnerianos volvemos a estar de enhorabuena. El teatro del maestro ha vuelto a nuestras vidas.
Las fotografías no son de mi autoría, si alguien se muestra disconforme con la publicación de cualquiera de ellas en este blog le pido que me lo haga saber inmediatamente.
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