jueves, 21 de septiembre de 2017

Lucio Silla en el Teatro Real, segundo reparto. 20 de septiembre de 2017.







Asistimos al comienzo de la temporada 2017/18 del Teatro Real con un título poco frecuente de Mozart: Lucio Silla.  Se ha dicho que es una "salvajada", por su dificultad extrema para los cantantes, como también por el hecho de que cómo un jovenzuelo de 16 años (los que tenía Mozart en el estreno de esta ópera en 1772) pudo componer una partitura así, con una trama tan complicada y pasional como política. Esta obra fue creada en los últimos años del estilo llamado opera seria. Su larga duración y su uso de la pirotecnia vocal son algunas de las muestras aquí visibles de esta forma extinta de hacer ópera. No es una obra fácil, la obertura es bella pero larga y la música alterna, al menos para mí, momentos bellísimos con momentos de sopor.


Estrenada hace cuatro años en el Liceu de Barcelona, la puesta en escena de Claus Guth es uno de los éxitos de esta producción. De nuevo utiliza Guth una plataforma escénica giratoria en constante movimiento para explorarnos el drama de manera más ágil. En esta ocasión dicha plataforma está alejada de la elegante mansión de su Rodelinda o del sombrío pero alucinante hospital psiquiátrico de su Parsifal. Ahora es una mole de hormigón opresiva, por momentos sucia y claustrofóbica, totalmente sórdida. Aquí no hay nada agradable. Como dice el programa de mano, asistimos a las cloacas del poder, a un mundo lóbrego donde sólo la luz artificial atenúa el estado de angustia y sufrimiento de los protagonistas. Es una dictadura donde la miseria material y emocional se respira en todas partes. Para Guth, Silla es un dictador atormentado, cuya inconsciencia (posiblemente la antesala de una demencia) pone constantemente en jaque a la pareja protagonista. Este dictador es un hombre totalmente frágil y digno de lástima. ¿Estamos en un estado dirigido por un tirano estúpido? Entre otros aspectos interesantes de la dirección de actores, podemos encontrar el gesto amoroso de Cinna hacia el abrigo que en un momento Cecilio deja en escena o cómo acaricia tiernamente a uno de los guardias, como dejando manifiesta cierta ambigüedad sexual del personaje. O también que Celia, la hermana del dictador, sea el único personaje capaz de sonreír en  medio de tanta miseria.


El telón se abre y ya vemos una esquina de la plataforma en la que emergen Cinna y Cecilio de un grupo de desamparados, luego vemos una horrible estancia de azulejos blancos y algo roídos que vendría a ser el palacio de Silla. Pero los grandes logros arquitectónicos de la puesta en escena son un paso subterráneo de hormigón donde transcurre buena parte de la acción en movimiento y una parte de la plataforma que tiene dos plantas, con una fachada con círculos enormes donde transcurren escenas como la del capitolio en el final del acto segundo.



La iluminación es estupenda, sobretodo en las escenas que tienen lugar en ese enorme pasillo subterráneo, donde en las arias de Cecilio se proyecta la sombra de Giunia a punto de alcanzarle. Sin embargo, el final no queda del todo claro: cuando Silla restaura el orden y la justicia para los personajes para inmediatamente después abdicar, éstos no parecen estar felices y aliviados; sino muy aturdidos. Como si o bien no pudieran asimilar su libertad o bien sin el tirano ya sus vidas se tornasen carentes de sentido. Y nada es lo que parece, ya que Silla aparece al final de nuevo con su capa roja y riendo a carcajada abierta ¿ ha sido entonces todo una broma y vuelve la amargura para todos, dando inicio a una nueva etapa de sufrimientos? No obstante, tiene el inconveniente de que los cantantes están metidos a veces muy dentro de la plataforma, lo que en ciertas zonas del teatro a veces no se les oyera.

Ivor Bolton ha hecho un buen trabajo en la orquesta: tras una agradable obertura, los tres actos fueron dirigidos con soltura y con pulsión dramática. Excelente fue el acompañamiento en las arias Ah se il crudel periglio y Pupille amate. No aburrió en ningún momento, lo que es buena noticia.

    Anna Devin y Hulkar Sabirova, segundo reparto.

El segundo reparto realizó una labor notable y se disfrutó mucho de una función en la que las voces femeninas capitanearon la noche, casi por derecho propio.

Julie Fuchs fue una estupenda Giunia, con una interpretación de Ah se il crudel periglio  en la que se ganó el sueldo, con un manejo formidable de la coloratura. Y le reportó una enorme ovación del público. Igualmente estuvo estupenda en el tercer acto.

Marina Comparato como Cecilio fue de menos a más. Aunque a veces la orquesta parecía taparla, pero luego superó la prueba. La voz tiene un sonido bonito, y su interpretación de Pupille amate  fue excelente.

La bella Anna Devin fue una estupenda Celia, tanto en lo vocal como en lo actoral.

El gran descubrimiento fue sin embargo el Cinna de la soprano uzbeka Hulkar Sabirova. Su voz es bellísima y destacó del resto por su agilidad en la coloratura y sus impresionantes agudos. Sublime en el aria inicial Vieni ov'amor t'invita. A seguir.

Los hombres sin embargo, no llegaron a tanto: Roger Padullés fue en lo actoral un Aufidio propio de villano de tebeo, por momentos divertidamente grotesco y muy intrigante. En lo vocal, acometió decentemente su aria Guerrier, che d'un acciaro aunque el volumen no acompañase siempre. La voz acusaba cierta pastosidad no muy agradable en los recitativos.

Benjamin Bruns fue un Lucio Silla para mi gusto regular, a veces tirando a mediocre. En lo actoral su buen trabajo es incontestable: interioriza y trabaja muy bien la visión que Guth tiene para el personaje. Consigue con su torpeza y desesperación despertar la compasión por el dictador. Pero en lo vocal la voz no siempre es agradable y alterna momentos en los que tiende ir mucho al forte en los recitativos para luego luchar por hacerse oír en determinadas ocasiones. No pude evitar compararlo con la maravillosa función que Bernhard Richter dio como Tito hace un año.

El coro por otro lado en su buena línea habitual, aunque a veces sonaban muy fuerte.

Si bien el teatro no se llenó, el público asistente aplaudió contento. Sin llegar a ser tan estelar como el primero, este segundo reparto ha dado una función agradable de un título a veces difícil para el público, en el marco de una producción tan buena como necesaria para el Real.




Las fotografías subidas, salvo la última, pertenecen a funciones con el primer reparto. 
El material audiovisual aquí publicado no es de mi autoría. Si alguien no está conforme con su publicación en este blog, que me lo comunique para quitarlo lo antes posible.

jueves, 7 de septiembre de 2017

Funciones bonitas, de las que nos acordamos : Carmen en la Plaza de las Ventas (2005)





A veces, la vida o la curiosidad nos regalan funciones que no esperábamos y de repente suponen una oportunidad.

De vez en cuando, algunas compañías privadas de ópera montan funciones espectaculares en grandes recintos como estadios de fútbol o en nuestro país, plazas de toros. En el resto de Europa es una costumbre que aún goza de buena salud, e incluso esas compañías pueden ser itinerantes. El Stade de France en París a veces acoge algunas de estas producciones.

Hace mucho tiempo, en nuestras plazas de toros se prodigaban artistas como Plácido Domingo o Alfredo Kraus. Recuerdo producciones de este estilo en sitios como el Palacio de Vistalegre, donde se vieron títulos como Nabucco, La Traviata o Carmen. No las vi, pero las vi anunciadas en diferentes medios.

                                                                     Denyce Graves.


En diciembre de  2002, se repuso la producción de Carmen en el Teatro Real dirigida por Emilio Sagi, de tres años antes. En aquélla ocasión, la puesta en escena fue clásica y espectacular, con un Alain Lombard dinámico en el foso y con un interés especial: la protagonista estaba a cargo de la mezzo estadounidense Denyce Graves. En aquél tiempo era de las Cármenes más solicitadas en todos los teatros. Llamaba la atención por ser una mujer de deslumbrante belleza, físico exhuberante, afroamericana (parecía que siempre tenía que explicarlo en cada entrevista, siempre llamaba la atención este aspecto) y de voz deliciosa, contraltada. Sin embargo, mi entrada fue para ver el segundo reparto: lo protagonizaba la francesa Béatrice Uria - Monzon, quien dio una gran función y hasta la fecha sigue siendo una de las intérpretes de referencia en Carmen.

                                                                Graves como Carmen.

Me quedé con las ganas de escuchar a la Graves, y dado lo mucho que me gustaba sobretodo su versión de la canción gitana; esperaba verla de nuevo algún día.

Tres años después, la oportunidad llegó. A finales de agosto de 2005, se anunciaba una espectacular producción de la obra de Bizet en la plaza de toros de Las Ventas, y con Denyce Graves en el rol principal. Detrás de esta Carmen estaba José Luis Moreno, aunque en aquella época no lo sabía. La puesta en escena fue marca de la casa, tradicional y con muchos artistas en escena, bailarines e incluso caballos. En el escenario se proyectaban imágenes con la ambientación pertinente: la fábrica de tabacos, una taberna, unas montañas... y vestuario de época así como danzas. Aunque para los que veíamos ópera en el Real, la producción era irremediablemente kitsch, también se agradecía una ambientación de época.Un poco de circo de vez en cuando no hace daño. Entre los mejores momentos podría destacar el preludio, con Carmen saliendo del telón y con gestos trágicos, o el coro del acto cuarto, con danzas y con caballos desfilando en directo, terminando la entrada de Escamillo y Carmen con fuegos artificiales.

Fue un espectáculo ameno y con voces de calidad, aunque las diferencias con el Real eran claras: como que a mitad de acto vinieran los señores de las palomitas y los refrescos a ofrecerte sus productos, y en plena habanera.

El reparto estuvo capitaneado por una espléndida Graves, aunque a veces resultaban un poco tiernas sus danzas en el acto segundo en la escena con Don José; pero se notaba su dominio del personaje, pues lo vivía. Era sensual tanto física como vocalmente. Se alternó con Elena Zaremba en algunas funciones, pero tuve la suerte de ver a la americana.

Don José era un Mario Malagnini (que el año anterior cantó Tosca en el Real) apasionado pero a veces algo tendente al grito, Escamillo fue Gianfranco Montresor y Micaëla fue Svetla Krasteva. La orquesta estuvo a cargo de Tulio Gagliardo, habitual en las producciones de Moreno.

¡Quién iba a decirme que tendría que agradecerle a José Luis Moreno la oportunidad de ver a mi admirada Denyce Graves en vivo!

Como recordar es volver a vivir, aquí dejo los vídeos de la función entera, muy disfrutable:

Primer Acto

Acto segundo




Acto Tercero


Acto cuarto




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