Después de largo tiempo, los aficionados madrileños hemos podido ver Aida en el Teatro Real, después de una ausencia de veinte años. Demasiados para uno de los títulos más celebrados del repertorio y por este motivo, la mayoría de asistentes a estas funciones estamos viendo esta genial obra posiblemente por primera vez en nuestras vidas.
El Real repone este gran título con el mismo montaje que se programó hace dos décadas y que lleva la firma de Hugo de Ana. El director de escena argentino afirmó que sería una reelaboración de aquella producción, hasta el punto de presentarla prácticamente como nueva. Entre otras cosas, se han aducido razones de seguridad. Y desde luego con un vestuario opulento aunque no siempre fiel del todo, como en el caso del coro en la marcha triunfal.
El telón metálico con decoraciones egipcias, que se levanta en cada cambio de escena.
Al empezar la obra se levanta el telón de color metal y con decoraciones egipcias que domina la sala, para dar paso a una escena dominada por un enorme obelisco, pero tapada por un tul en el que a lo largo de la obra se proyectarán imágenes de templos,estatuas e ilustraciones del antiguo Egipto. Por ejemplo, el preludio es un recorrido en 3D por un templo. Sobre el escenario, hay proyecciones que funcionan bien vistas frontalmente, que en el tercer y cuarto actos parece dar la sensación de un paisaje de pirámides, pero vistas desde un lateral se ve que eso es una trampa y sólo hay en el escenario un obelisco aislado y un pico de pirámide. En el primer acto y en el final esas proyecciones dificultan muchísimo la visión.
El gran final del acto segundo, lo más celebrado del montaje.
Lo más logrado es el segundo acto: primero porque se ve el escenario sin el dichoso tul. En la primera escena vemos un enorme monumento ricamente decorado que es la estancia de Amneris, y luego la gran marcha triunfal. En la gran escena final de ese segundo acto vemos la enorme pirámide en la que se sitúa el asfixiante poder con el Faraón, Ramfis y los sacerdotes mientras que el pueblo y el cuerpo de ballet se sitúa a ras de suelo. Después de la marcha la pirámide se acerca más y entran los prisioneros y los personajes y finalmente entran las imágenes de los dioses. Cuando termina esta escena se ilumina y apaga varias veces, como si fuera el propio montaje el que estuviera saludando. No dejo de ver en este aspecto una copia de los viejos montajes del Met, pretendiendo ser Zeffirelli sin conseguirlo.
Acto Primero. Danza de las sacerdotisas.
Las coreografía de las escenas de danza corren a cargo de Leda Lojodice, la cual no me termina de convencer. En el primer acto la danza de las sacerdotisas la realizan unos cuerpos espectrales y casi desnudos intentando deshacerse de unas vendas larguísimas y no muy bien conseguidas, casi de papel higiénico; lo que nos hace pensar que son momias. En el segundo acto la cosa mejora en la danza de los esclavos moriscos; pero el resultado es desigual en la marcha triunfal, porque los soldados hacen una danza victoriosa cuando uno se hace a la idea que deberían desfilar. En la música inmediatamente posterior se ve un cortejo entre bailarinas y soldados, siendo mejor la danza de ellas que de ellos.
Pese a todo, es un consuelo que muchos nos bauticemos escénicamente en una Aida como esta y no con un versión más provocadora que no tenga ni un atisbo de Egipto. El público ha disfrutado del lado más espectacular de este montaje.
Violeta Urmana como Amneris.
Liudmila Monastyrska, una de las sopranos verdianas más aclamadas en estos últimos años, debuta en el Teatro Real como Aida. Hay que decir que tiene un volumen enorme, y que cuando da un agudo es capaz de sobrepasar a la orquesta, el coro y los solistas. Cuando tiene que cantar en piano, el sonido es bellísimo, y todos los pianissimi nos deleitaban. En general, su voz es bella y de gran calidad pero interpretativamente a veces la encuentro un poco fría. Para el recuerdo el Numi pietà y el O Patria Mia, donde hizo una exhibición impresionante de bellos sonidos. También se guardó para el final, donde estuvo conmovedora.
Gregory Kunde volvía a un Real donde es venerado, interpretando a Radamés; pero siento mucho que esta vez no pueda deshacerme en halagos. El Celeste Aida ya le cuesta mucho y aunque los agudos siguen siendo impresionantes, la voz resiste y aún conserva un timbre más o menos dramático; la peligrosa sensación de quiebra vocal impregnó la interpretación el día 19. El 22 fue mucho mejor pero siguen evidenciándose esas carencias, lo que hace pensar que ya no está para hacer este personaje o que debería disminuir su vertiginosa agenda o que el aria se le hace cuesta arriba. Posiblemente la dirección atronadora de Luisotti hizo que al final del primer acto la orquesta le sobrepasara.
Sin embargo, sus aún generosos medios le devolverían la gloria en la segunda mitad: en el tercer acto estuvo muy bien en los dúos con Aida y Amneris, con la voz aún sonando bella. En el final estuvo igualmente muy bien, con una interpretación estupenda: bellísima interpretación la que hizo en La Fatal Pietra. A sus 64 años este tenor estadounidense ha demostrado ser gran artista y tiene un nivel muy superior muchos de sus colegas, pero según el repertorio que se cante la voz podrá soportar mejor el temporal porque Otello no es Peter Grimes (que abordó en Valencia el mes pasado en estado de absoluta gracia), ni Radamés es Devereux.
Amneris fue interpretada el día 19 por Ekaterina Semenchuk, una mezzosoprano de voz oscura y con enorme talento escénico, con bello sonido de contralto; que dejó una escena del juicio para el recuerdo. Violeta Urmana la interpretó el día 22, pese a estar indispuesta según se anunció en megafonía. Siempre he disfrutado con Urmana y era la primera vez que la veía como mezzosoprano. Pese a su estado, cantó con su habitual hermosa y temperamental voz, además de tener unos graves excelentes.Sus actuación fue generalmente convincente y al igual que Semenchuk, su talento escénico dejó también para el recuerdo la escena del juicio del acto cuarto, con un agudo final espectacular.
Roberto Tagliavini interpretó en su buena línea habitual al sacerdote Ramfis. George Gagnidze interpretó a Amonasro en su línea habitual: voz que suena mejor en vivo pero ahora tendente un poco al "ladrido", que estuvo bien en lo interpretativo pero en lo vocal ya empieza a sonar algo difícil aunque esa voz sea de las que corren por todo el teatro.
Soloman Howard es un faraón de físico espectacular, y la vocalmente no se queda atrás pues la voz es enorme. Tiene un buen sonido de base; pero un poco gutural a veces, lo que dificulta la dicción.
Sandra Pastrana y Fabián Lara como la sacerdotisa y el mensajero respectivamente cumplieron muy bien sus personajes comprimarios con unas estupendas voces.
La sensación de que la producción tanto escénica como musicalmente es mejorable, era latente. Por eso el 19 fue recibida fríamente aunque el 22 hubo ovaciones sonoras, quizá porque los intérpretes dieron más de sí y todos salimos ganando. Pero en el fondo, el público sabe que Aida es una obra maestra, tanto por las conocidas escenas que requieren muchos figurantes en escena: como por las escenas más intimistas de unos personajes que aman intensamente y sufren por ello, que se manifiestan en las más bellas arias y escenas salidas de la pluma de Giuseppe Verdi, el verdadero gran triunfador de estas noches.
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