Función del 17 de febrero de 2020.
Cuatro años después de su estreno en Madrid, vuelve al Teatro Real la aclamada producción de Barrie Kosky y Susanne Andrade de La Flauta Mágica del gran Mozart. Y como entonces, lo hace con enorme éxito y haciendo las delicias del público. Musicalmente se llegó a un buen nivel global, sin que los solistas destacasen brillantemente unos más que otros sino que todo el conjunto hizo la representación disfrutable.
Siempre que hay una función de La Flauta Mágica, uno sale con una sonrisa en los labios, y la sensación de haber visto algo maravilloso. La última ópera de Mozart tiene una música magistral, tan cómica y dramática al mismo tiempo, tan distinta a la trilogía Da Ponte como no podía ser de otra forma en los singspiel, más humanos, más mundanos. Y tras esa obra encantadora, un lenguaje de sabiduría y salvador del mundo en una hermandad que se atribuye la francmasonería, que vemos a través de la iniciación de Tamino en el templo de Sarastro. Claro que no todo lo que reluce es oro: también en la obra encontramos algunas alusiones que hoy difícilmente pasarían nuestro filtro. El desdén del Orador y de la orden de Sarastro hacia las "mentiras y falta de virtudes" que ven en las mujeres o la "contención" de Monostatos de su derecho de amar por su color oscuro de piel son cosas que eran pensadas en la Europa de 1791 (pese a que la Ilustración y la Revolución estaban en su apogeo). Todo ello, se queda eclipsado ante la belleza de las páginas más populares de la obra como la obertura o la segunda aria de la Reina de la Noche que conoce casi todo el mundo.
Kosky y Andrade crean un único y maravilloso mundo mágico de proyecciones cuya inspiración es el onírico y fantástico universo del cine mudo, donde Pamina es Louise Brooks, Papageno es Buster Keaton, Tamino es Rodolfo Valentino, Papagena es una corista sacada de "El Ángel Azul", Sarastro es un caballero de princpios de siglo y Monostatos es Nosferatu, así como las tres damas son tres señoras estrafalarias de los años veinte. Proyectado sobre un panel enorme del que a veces los artistas cantan sobre pequeñas plataformas dando la sensación de estar suspendidos en ella, en este mundo mágico la Flauta mágica es una especie de hada que recuerda a la Campanilla de Peter Pan, y las campanillas de papageno tienen piernas sensuales de mujer con lencería de la época. La reina de la noche es una araña peligrosa que destruye y aturde incluso cuando pretende pedir ayuda. El cine mudo tal y como lo conocemos es principalmente en blanco y negro, pero aquí predominan los colores, en una producción que parece en cierto modo deudora de "Las aventuras del príncipe Ahmed" de Lotte Reiniger en su uso de las sombras, pero hay bastantes reminiscencias de toda esa época. Entre los logros de la producción están la escena inicial de Tamino huyendo del dragón en medio de un bosque nocturno, las escenas de la reina de la noche, toda la acción en el templo de Sarastro parece sacado de la más deslumbrante y colorida película de aventuras con un toque gótico, como las escenas de Monostatos y sus perros o las cabezas-robot en el templo repletas de mecanismos y palabras que advierten a los protagonistas. Los diálogos originales son sustituidos por intertítulos con una música de piano de fondo, tal y como en la exhibición de películas mudas. Al final, con la desaparición de los villanos terminan las proyecciones y aparecen unas imágenes de toda la historia como en negativo de cinta que se destruye. ¿Habrá sido este mundo maravilloso también un engaño? Cae el telón y en él aparece el coro, quien durante la obra estuvo vestido de Sarastro, ahora vestidos de Tamino y Pamina y en los acordes finales aparecen los protagonistas entre todos para darse un beso mientras se apagan las luces. No hay bien ni mal, solamente amor. El éxito de la producción y su gran aceptación entre el público se explican, por el perfecto encaje de la estética del cine mudo con lo fantástico de la historia original; haciendo la historia reconocible, comprensible y disfrutable. Uno no puede dejar de ver esa ambientación maravillosa. Es una lástima que no sea inmortalizada en DVD.
Ivor Bolton dirige la Orquesta del Teatro Real igual que en 2016. Al principio de la obertura la orquesta parecía estar desorientada, y el sonido de la percusión no era el mejor, pero en la segunda mitad de la pieza inicial la agrupación encontró un balance y un sonido aceptables. Y así, la orquesta alcanzó un nivel bastante digno que se mantuvo durante toda la función, sin demasiadas pretensiones pero sí disfrutable.
El Coro del Teatro Real volvió a dar muestras de su nivel, especialmente la sección masculina que tiene aquí mucha relevancia: divertido y potente en "Das Klinget so schön", profundo, espiritual y humanista en su intervención estrella "O Isis und Osiris", y radiante junto a sus compañeras femeninas en el número que cierra la obra.
La estrella de la noche fue la Pamina de Anett Fritsch, de voz bella, que se deja oír, que ha evolucionado favorablemente desde que la escuchamos en el Così de 2013 y con una versión dulce a la par que muy dramáitica en su aria "Ach, ich fühl's" pese a algún agudo abierto más de lo deseable.
Andreas Wolf, veterano de la era Mortier, nos trae un Papageno bien cantado y actuado, con un timbre mozartiano apreciable.
Rafal Siwek fue un excelente Sarastro, con buen material y bella voz de bajo, aunque algunos graves parecían sonar guturales. Su aria "In dieser heiligen Hallen" estuvo estupendamente cantada. También cantó la parte del Orador.
Paul Appleby fue un Tamino cuya aria principal "Dies bildnis ist bezauernd schön" fue más bien discreta. Mejoró a lo largo de la función pero no al nivel de sus compañeros.
Rocío Pérez fue una Reina de la Noche con una voz preciosa pero a la que faltaba volumen. La coloratura estuvo bien manejada y de hecho el agudo final en O zittre nicht fue muy hermoso. Quizá Ana Durlovski tuviera en 2016 más volumen y una coloratura más virtuosa, pero Pérez profundiza y se centra en crear un personaje creíble a diferencia de su estelar colega que se limitó a disparar los agudos sin más. Y de hecho en su primera aria dio un bello pianissimo que hacía creíble la aflicción de la reina por su hija perdida. En la famosa Der Hölle Rache salió airosa de la difícil tesitura con unos agudos excelentes.
Mikeldi Atxalandabaso repitió su maravilloso Monostatos de hace cuatro años, con esa maravillosa voz de tenor de carácter que a veces recordaba al gran Gerhard Stolze, además de actuar y hacer creíble la caracterización de su personaje convertido en Nosferatu.
Ruth Rosique también repite su excelente Papagena de hace cuatro años.
Tanto las tres damas, con la cumplidora Gemma Coma-Alabert que cantó pese a estar enferma, como las tres jóvenes sopranos que interpretaron a los tres niños estuvieron a un buen nivel vocal como actoral, especialmente las primeras que desplegaron una gran vis cómica.
El público se lo pasó en grande con la función que al igual que en La Valquiria tenía la sala llena. Mozart tiene la capacidad de hacer al público feliz y el equipo musical lo transmitió. Lo que sí echaremos de menos, si esta producción no se repone en Madrid es el mundo maravilloso de la puesta en escena que hace que nos de un poco de pena dejarlo cuando cae el telón.
Algunas fotografías no son de mi autoría, si alguien se muestra disconforme con la publicación de cualquiera de ellas en este blog le pido que me lo haga saber inmediatamente.
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