Bayreuth, 12 de agosto de 2024.
Todo wagneriano tiene como referencia el Festival de Bayreuth para ir, al menos, una vez en la vida. El wagnerismo, tanto si se vive como una fe como una pasión musical, tiene su centro espiritual en el teatro que Richard Wagner hizo construir en esta tranquila ciudad bávara, desde entonces ligada al maestro. En lo personal, para mí supone el fin de 19 años de espera: desde que solicité entradas por primera vez, en 2005, esta es la primera vez que visito el Festspielhaus, tras dos ocasiones en las que no me fue posible ir a una representación. Como decimos en España, a la tercera va la vencida. Y ha sido con Tannhäuser, ópera que no veía en vivo desde 2009.
Wagner siempre tuvo en mente la idea de crear un teatro en el que se pudieran hacer representaciones modélicas de sus obras, acondicionando su estructura para ello. De este modo, Wagner revoluciona la ópera, y adelanta la realización cinematográfica, veinte años antes de su invención. Ya no se va a la ópera para lucirse socialmente, se va a ver un espectáculo total.
Para un wagneriano, asistir a Bayreuth es como un peregrinaje. El hecho de que el teatro esté en lo alto de una colina, para la que hay que subir una cuesta, refuerza esa idea. Lo primero que se ve nada más subir es el consabido arreglo floral, y el montón de muñequitos de Wagner, por el artista Ottmar Hörl, este año de color dorado. La emoción inicial se intensifica cuando los músicos de la orquesta salen, poco antes de que empiece el espectáculo, a interpretar la primera fanfarria del primer acto de la ópera que se interpretará ese día.
Además de las fanfarrias, una campanilla avisa al público de que queda poco para que empiece la función. Wagner quería que la gente fuese solamente a ver la obra y no se entretuviera en demasiados lujos, por lo que el teatro es muy sencillo. La sala principal es elegante, pero no excesivamente decorada.El Festspielhaus de Bayreuth está arraigado en la tradición en todos sus aspectos, lo que no siempre es conveniente. A fin de evitar perjudicar la acústica, no hay aire acondicionado, por lo que el calor que se pasa en la sala es bastante considerable. Muy especialmente si uno se sienta en las zonas más altas, en la llamada Galería. Allí, los asientos son filas interminables de madera sin pasillos, por lo que para entrar hay que hacer levantar a toda la fila. Y como se suelen vender todas las entradas más económicas, se concentra demasiada gente en la sala y el calor es aún más intenso y en consecuencia, allí se suda bastante, incluso sintiéndose calor bajo el brazo, (llama la atención el número elevado de camisas blancas sudadas que se ven al acabar cada acto) y la posibilidad de mareo no puede descartarse. Ello hace pensar en que posiblemente sea el sitio más incómodo para ver ópera. Aún así, durante el tercer acto, corría alguna ráfaga de aire fresco. Durante los descansos, es imperativo abandonar la sala, no se pueden visitar el patio de butacas ni el foso de la orquesta. Los amables acomodadores lo impiden con firmeza. Como novedad este año, se han dispuesto bidones de agua y vasitos descartables para que el público pueda hidratarse un poco al final de cada acto.
La producción de Tannhäuser de estos años es la exitosa de Tobias Kratzer, estrenada en 2019, y considerada hoy en día la producción estrella. Tanto así, que se ha prorrogado un año más, para el festival de 2026. Kratzer propone una actualización radical de la obra, en la que Tannhäuser, el inadaptado al sistema, es aquí un anarquista que forma una pandilla junto a Venus, Oskar, el enano de la novela El Tambor se Hojalata, de Grass, y la drag queen negra Le Gateau Chocolat, con los que recorre Alemania en una caravana. Tannhäuser es un artista que ha huido del establishment musical, y en esta ocasión ya no son los trovadores medievales del Wartburg, sino los propios artistas del festival de Bayreuth, entre los que se cuentan sus antiguos compañeros cantantes y su amada Elisabeth. De este modo, Kratzer ironiza sobre Bayreuth y su sociedad con este montaje de teatro dentro del teatro. Así, el segundo acto es una representación canónica de la obra, con una puesta en escena tradicional. Sin embargo, Tannhäuser arrastrará a la perdición a sus amigos, y a Elisabeth, en un crudísimo y oscuro tercer acto. Sobre los detalles de la puesta en escena ya hablé en en mi crítica de 2019, cuando se emitió en streaming.
Sin embargo, a lo largo de los años ha habido cambios, y en directo se ve diferente. En la obertura, la proyección de la película de las aventuras de Tannhäuser es más impresionante cuando se ve en la enorme pantalla que ocupa todo el escenario, con imágenes desde el aire de los paisajes de Turingia, algunos en sentido descendente y en tan alta resolución que da la sensación de despeñarse inmediatamente. Durante la obertura se ve a Oskar, en primer plano, tomándose una copa a la salud de Stephen Gould, el tenor que estrenó esta produccion y que murió el año pasado de cáncer. Cuando se ve una foto suya con su fecha de nacimiento y defunción, el teatro estalló en un fuerte aplauso. Como ya es sabido, Venus, Oskar y Gateau realizan una performance en el estanque de la colina, a la que pueden acceder espectadores y visitantes, interactuando con los artistas, que ademas cantan populares canciones de pop e incluso Gateau canta con potente voz grave el Dich Teure Halle.
En el segundo acto la mitad del escenario es ocupada por una pantalla que muestra todo lo que ocurre detrás de escena, que es parte de la representación, lo que distraía bastante. Durante la escena de la entrada de los invitados, se ve a la pandilla de Tannhäuser entrar en el teatro, y Gateau y Oskar pasan por el pasillo donde están las fotos de todos los directores de orquesta, que ahora incluye a Pablo Heras-Casado, Oksana Lyniv y a Simone Young, entre otros. Como este año, por primera vez en la historia del festival, hay más mujeres directoras de orquesta que hombres, en la salida de los maestros, llamada "dirigent-gang" , Gateau añade con un rotulador el sufijo femenino "-innen" a la palabra "dirigent", lo que provocó risas en el teatro.
Pocos momentos mágicos hay en Bayreuth como cuando se apagan gradualmente las luces, siendo primero el patio de butacas y finalmente la galería: empieza la obra, con la sala en total oscuridad salvo la luz proveniente del foso de la orquesta, invisible para el público. En medio de ese ambiente, comienza a sonar el clarinete que da inicio a la obertura, envolviendo a todos en esa magia. Uno comprueba que pese a la situación de la orquesta, y que dentro de esta en el foso hay gradas, todos los instrumentos suenan como si la orquesta estuviera al nivel del escenario, incluso la potente percusión, que está en la última grada del foso.
Tras su debut el año pasado en el festival con esta misma obra, la maestra francesa (y antigua contralto) Nathalie Stutzmann repite su labor al frente de la fabulosa Orquesta del Festival de Bayreuth. Algunos han definido la interpretación de Stutzmann como "historicista". La verdad es que es bastante competente. Los tempi son un poco lentos a veces, lo que permite recrearse en la bella orquestación de la obra, en sus momentos más intimistas, como el bello paisaje para el viento madera entre el aria de Elisabeth y la de Wolfram en el tercer acto. Las cuerdas suenan brillantes desde el inicio. Lo único que podría quedarse un poco, y solo un poco atrás es el metal, pero incluso su nivel es alto. En el largo y bello preludio del tercer acto, las cuerdas van un poco rápidas en el pasaje antes de la potente intervención del metal y la percusión en el momento central de la pieza. Pero al final termina la obra con un enorme nivel orquestal, que demuestra la fuerza de esta orquesta. El Coro del Festival de Bayreuth es uno de los mejores del mundo. Dado que esta obra tiene muchas intervenciones corales, en esta obra sale a relucir su todo su poder. Las voces masculinas se hacen sentir con muchísima fuerza en sus intervenciones, tanto en los coros de los peregrinos, que empiezan como un susurro y terminan envolviendo toda la sala. Pero aún más sobrecogedor resulta cuando cantan fuera de escena, especialmente los jóvenes peregrinos que son interpretados por el coro femenino, en una experiencia que pone los pelos de punta, como en el coro final.
Wagner consideraba a la voz humana como el instrumento más preciado. Por eso la estructura del teatro no solo impide a la potente orquesta tapar a las voces, sino que permite que estas fluyan y se dejen oir en toda la sala. Así, cantantes cuyo nivel no es tan apreciado en grabaciones o en otros teatros, aquí suenan como intérpretes de referencia.
Klaus Florian Vogt es el tenor principal de Bayreuth. Es capaz de cantar varios roles en cada festival, por lo que se ha convertido en imprescindible para el teatro y en muy querido para el público. Vogt siempre ha hecho gala de una voz de timbre muy juvenil y brillante, aunque eso no siempre encaje con los roles wagnerianos que interpreta. Ese sonido puede ser idóneo para Lohengrin o Stolzing, pero Tannhäuser, que es un hombre que ha vivido mucho, requiere una voz de un tenor de timbre más heroico. Eso hace que en varios momentos la voz de Vogt suene totalmente inane (por ejemplo cuando dice por primera vez el nombre de Elisabeth), especialmente en el primer acto, cuya tesitura le resultaba complicada y en pocas veces durante la primera escena, a la voz le costaba arrancar. Sin embargo, remontó durante los actos segundo y tercero, donde la voz sonó más entregada y el canto fue un poco más convincente, especialmente en la segunda mitad del segundo acto. En la narración y posterior escena final salió airoso.
Elisabeth Teige, por el contrario fue una excelente Elisabeth, con una estupenda voz dramática, que además se unía a una excelente actuación. Durante su emotiva defensa de Tannhäuser en el segundo acto (Ich flieh' für ihn) y durante la plegaria del tercer acto estuvo estupenda.
Markus Eiche es un Wolfram que canta y frasea bien. Aunque tiene intención y domina el personaje, a la voz le falta más grave. Aún así pudo defenderse bien en su aria del tercer acto, la famosa canción de la estrella.
Iréne Roberts ha debutado triunfalmente este año en Bayreuth, en el rol de Venus. Esta mezzosoprano americana tiene una deliciosa voz de timbre aterciopelado, y firme proyección. Además es buena actriz y es físicamente muy atractiva.
Günther Groissböck fue un estupendo Landgrave. Es sorprendente cómo la acústica le permite proyectar tan bien, que está voz que suena con un grave formidable en el teatro, una imponente presencia y una dicción exquisita, sea la misma voz que cantó un Rey Marke inane en el streaming del Tristán e Isolda que abrió este festival hace tres semanas.
Del mismo modo, la acústica parece beneficiar al islandés Olafur Sigurdarson, el cual pese a su ligero timbre, su breve intervención como el caballero Biterolf suena digna en este teatro, mientras que en grabaciones no siempre suena bien.
El excelente tenor sudafricano Siyabonga Maqungo fue un lírico Walther von der Vogelweide, en su breve intervención. Flurina Stucki fue un buen pastorcillo, aunque su voz parece un poco más robusta que las ligeras que lo suelen interpretar. El tenor Martin Koch (que sustituye al español Jorge Rodríguez-Norton) y el bajo Jens-Erik Aasbø estuvieron notables en sus pequeñísimos roles como Heinrich y Reinmar.
Una vez más, los divertidos Manni Laudenbach como el enano Oskar y la drag queen negra británica Le Gateau Chocolat provocaron las risas del público, aunque sus roles no están previstos por Wagner, sino por el director de escena.
Como es esperable en Bayreuth, el aforo estaba lleno. La recepción del espectáculo fue, curiosamente, variando con cada acto. Al final del primer acto se escuchó un sonoro abucheo en la sala, pero los actos segundo y tercero fueron recibidos con un creciente entusiasmo. Ovaciones cerradas para Vogt, Teige, Groissböck, Eiche, el coro y sobre todo para la maestra Stutzmann. Al salir del teatro, ha caído la noche y la gente abandona la verde colina tanto a pie como en los autobuses especiales que los llevan a los diversos hoteles de la ciudad.
Pese a la incomodidad y el calor atroz, no puedo negar que he presenciado una función disfrutable con momentos mágicos. Y puedo añadir que el nivel de la orquesta, coro, escena, unidos a la entrega del reparto, han hecho de este el mejor Tannhäuser que he visto en un teatro. Y aunque pronto volveré a España, ya pienso en volver dentro de unos pocos años.
Las fotografías y vídeos no son de mi autoría, si alguien se muestra disconforme con la publicación de cualquiera de ellas en este blog le pido que me lo haga saber inmediatamente. Cualquier reproducción de este texto necesita mi permiso.
Fotografías de la representación son propiedad de Enrico Nawrath y del Festival de Bayreuth.
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