Madrid, 2 de mayo de 2025.
En esta temporada que ya se acerca a su recta final, el Teatro Real ha contado con una gran presencia de la ópera rusa, con una ópera emblemática, Eugenio Oneguin, y ahora con una bella ópera, raramente representada fuera de Rusia: La Leyenda del Zar Saltán, de Nikolai Rimsky-Korsakov. De Rimsky-Korsakov ya se ha visto en el Real "El Gallo de Oro" en 2017. Rimsky ha alcanzado a la gloria absoluta como compositor con sus obras sinfónicas: el universalmente conocido poema sinfónico Sherezade, clásico del ballet y de las orquestas; el Capricho Español, otro gran poema sinfónico, e incluso el famoso "vuelo del moscardón", parte de esta ópera, se conoce en su versión orquestal. Sin embargo, tiene óperas interesantes en su catálogo: La Ciudad Invisible de Kitezh, o las dos ya mencionadas anteriormente. En ellas, los temas a tratar son cuentos de hadas, historias de personajes legendarios de la tradición rusa, como el caso de Kitezh, o de poemas de Pushkin como El Gallo de Oro o El Zar Saltán. En ellas, la música es colorida, bella, con toques folclóricos, y de una riqueza orquestal. Ese toque tan personal también hizo que su orquestación de la ópera de Modest Mussorgsky, Boris Godunov, ayudase a esta genial obra maestra a consagrarse en el repertorio operístico internacional, como la más importante ópera rusa.
Aún me resulta increíble, y emocionante, pensar en que Dmitri Tcherniakov, el provocador y sesudo director de escena ruso, vuelva a Madrid después de doce años sin verse un montaje suyo en Madrid. Apadrinado por el difunto Gerard Mortier, durante la estancia de éste como director artístico en el Real, levantó tantas pasiones de los entusiastas de lo moderno como rechazo de los más conservadores, con sus producciones en este teatro de Eugenio Oneguin, Macbeth y Don Giovanni, esta última una deconstrucción absoluta del mítico seductor, que levantó un enorme abucheo en el estreno y en muchas funciones. Yo creí que tras la muerte del belga, y tras su vergonzante salida del Teatro Real unos meses antes, habría perdido las ganas de volver a visitarnos.
Pero ahora vuelve, triunfante, con una producción de esta ópera, procedente de Bruselas, donde se estrenó con éxito en 2019. Tcherniakov da un giro, y coge este cuento de hadas pushkiniano y lo convierte en un drama en el que la zarina y su hijo Guidon han sido abandonados por el zar, Guidon es autista y su única realidad son los cuentos de hadas que su madre le cuenta, ya que además es la única persona con la que habla. No hay telón, sino que hay una habitación con sillas y una pared de color dorado, y en el escenario, unos soldados de juguete, una ardilla y una muñeca vestida, con los que Guidon juega mientras la zarina habla con el público y le cuenta que están abandonados por el padre; que de hecho no conoce a su hijo, y que le contará todo en forma de cuento de hadas. De este modo, la historia, hasta el cuadro final, transcurre como un cuento de hadas que está en la mente de Guidon. Los colaboradores habituales de Tcherniakov, Elena Zaytseva, encargada del vestuario, y Gleb Flishtinsky, encargado de iluminación y vídeo, han contribuído al éxito de la producción de forma visible: el vestuario de la primera, cuya estética es fiel a la caracterización clásica de los personajes, pero con un toque de dibujos animados. A partir de la tercera escena, los vídeos de Flishtinsky comienzan a ser parte de la producción y diría que la clave de su triunfo: en ellos vemos animaciones que ayudan a entender la narración y la ambientan: el sufrimiento de la zarina y su hijo en el barril, la caza del halcón y la liberación del cisne, que al convertirse en princesa, aparece rodeada de un paisaje coloreado; la emocionante aparición de la ciudad de Ledenets, o la mesa de la corte del zar y el abejorro que pica a las tres malvadas hermanas brujas de la zarina. Toda esta acción transcurre en la imaginación de Guidon, y se muestra proyectada en un panel en el que solo él puede entrar, ante la atenta mirada de su madre. Al final de la obra, la princesa cisne es liberada convirtiéndose en un personaje real, una chica igual a Guidon. El zar, las hermanas y la corte aparecen en el mundo real: son el padre de Guidon y sus amigos, que han venido a ayudar a que padre e hijo se conozcan, pero al final, la locura y confusión se apoderan de todos los asistentes, y el pobre Guidon tiene un ataque de ansiedad y golpea la pared, invocando al mundo de cuentos de hadas, ya que es el único lugar donde es feliz, ante la desesperación de su madre.
Karel Mark Chichon estaba previsto para dirigir a la Orquesta del Teatro Real, pero por razones de salud tuvo que ser sustituido por el israelí Ouri Bronchti, asistente musical de La Monnaie de Bruselas y de Alain Altinoglu, quien dirigió el estreno de la producción en la capital belga. Bronchti ha hecho que la orquesta cumpla y recree, el mundo mágico que hay en la partitura de Korsakov. Inspirados los interludios, con especial mención a trompas y violines. En cuanto al Coro del Teatro Real, siempre profesional al mando de José Luis Basso, tuvo que lidiar con el reto de cantar solventemente en ruso y con los siempre complicados movimientos de los montajes de Tcherniakov. Ha habido momentos en los que el coro cantaba en escena pero otros en los que parecían las voces venir de fuera del escenario, incluso si había gente, como si la mente de Guidon narrase la historia.
Svetlana Aksenova se entrega en cuerpo y alma a la producción, convenciendo como una madre preocupada y cuidadora de su hijo, vocalmente correcta. El rol de Guidon tiene muy bella música, y siempre se ve mejor representada con una voz que brille como el personaje. Tras haber cantado a Lenski en el Oneguin de Tchaikovsky hace dos meses, Bogdan Volkov interpreta ahora a Guidon con su voz lírica. Volkov no tiene la voz más grande, pero su esfuerzo es notable y su voz lírica y su entrega al personaje se alinean con la visión de Tcherniakov del Guidon autista.
Del resto del elenco, destacar a Ante Jerkunica fue un cumplidor zar Saltán, Carole Wilson como la perversa Babarija es la mejor de las tres hermanas, con un destacado grave, Nina Minasyan fue una Princesa Cisne con una bonita voz, y el español Alejandro del Cerro como un bien cantado mensajero.
Oportunidades para ver obras como esta hay pocas, y es positivo que en ocho años, se hayan podido ver hasta dos óperas de Rimsky-Korsakov en el Real. Por los comentarios oídos en los pasillos, incluidos los de mi compañero de abono, el público que venía con reservas por el montaje de Tcherniakov ha salido encantado y ha ovacionado a casi todo el elenco, especialmente a la pareja protagonista.
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