Madrid, 8 de noviembre de 2025.
Al Teatro Real le da muchas veces por hacer ciclos operísticos. Este año hay un ciclo entorno a Barbazul, y otro a Shakespeare. En lo concerniente al primero, tendremos dos clásicos de dos autores del siglo XX: El Castillo de Barbazul, en programa doble con El mandarín maravilloso, ambos de Bela Bartók, y Ariadna y Barbazul, de Paul Dukas. Este mes tenemos el programa doble en cartel. Bartók es uno de los compositores más populares del siglo XX, y uno de los que más hizo por el estudio y la difusión de la música regional centroeuropea en su tiempo. Nunca antes se ha representado esta ópera en el Teatro Real. En 2018, se vio interpretado en concierto por la Orquesta Nacional de España en el Auditorio Nacional, dirigida por David Afkham, con Elena Zhidkova y Bálint Szabó; y también en concierto ese mismo año por la Orquesta de Radio Televisión Española, bajo la batuta de Miguel Ángel Gómez-Martínez, con Vladimir Chernov y Ana Ibarra. Dada su corta duración, viene precedida en la primera parte por una coreografía del ballet pantomima "El Mandarín Maravilloso", que incluye también el primer movimiento de la Música para cuerda, percusión y celesta del mismo autor.
En esta ocasión se ha contado con una producción procedente de la Ópera de Basilea, dirigida escénicamente por Christof Loy, habitual en el Teatro Real. Este combinado de ballet y ópera viene con una producción oscura y minimalista, que ha despertado poco entusiasmo en crítica y público. El Mandarín Maravilloso es un ballet pantomima, sobre la historia de una mujer obligada por tres proxenetas a prostituirse, de la que se enamora un mandarín al que finalmente matan, y muriendo éste en brazos de su amada. En su tiempo, fue tan escandaloso en su estreno en Colonia en 1926, que el entonces alcalde Konrad Adenauer la prohibió por inmoral. En esta versión, la historia se prolonga, su amor resulta ser más fuerte que la muerte y él finalmente resucita. Tanto en esta obra como en la posterior, es un enorme vacío, presidido por una vieja cabina telefónica, un colchón viejo, ropas tiradas por el suelo, un pequeño estanque, y a la derecha, una suerte de bosque de palos de madera. La coreografía de Márton Agh parecía más bien reducida, contando la historia, pero ampliándola con una posible atracción homoerótica de los proxenetas hacia el mandarín, pero con una coreografía no muy atractiva, pareciendo más un drama coreografiado que un ballet.
En cuanto a El Castillo de Barbazul, se trata de una variación con final trágico del cuento de Perrault, pero al parecer más cercano a la leyenda original, difícil de representar debido a sus contínuos cambios de ambientación. La curiosidad de Judit por saber qué hay detrás de las siete puertas detrás del tenebroso castillo de Barbazul, la llevará a su perdición, convirtiéndola en "prima hermana" de la Elsa de Lohengrin, solo que el secreto de Barbazul es terrible, frente al sagrado secreto del héroe wagneriano. Al reto de cómo representar este cuento de hadas, la producción de Loy tiene una respuesta simple, y simplista: oscuridad. La oscuridad del castillo de Barbazul, en la que no entra luz. Pero aquí no hay llaves ni puertas (que sí aparecen en el vídeo trailer de las funciones). El decorado es el mismo de la obra anterior: ahora la cabina de teléfono parece enterrada, y sigue habiendo las mismas cosas y el colchón desparramados por el suelo. No hay llaves, no hay puertas, no hay nada que sugiera que se esté en un castillo ni lo que hay detrás de cada una de las habitaciones. Solo están los dos cantantes, vestidos de negro, como si con su interpretación quisieran dejar a la imaginación del espectador los mágicos ambientes que se describen en la música, que contrasta con el negro absoluto de lo que se ve en escena. De hecho, mientras suena la bella música de la habitación de las riquezas de Barbazul, vemos cómo este le coloca su chaqueta a Judith y la abraza tiernamente, y nada más. ¿Querrá la producción hacernos pensar que las estancias del castillo son en realidad los traumas y experiencias pasadas de los personajes? Al final, ante la atenta mirada del narrador del prólogo, Judit se sienta mirando al horizonte, mientras que el escenario se oscurece y Barbazul se adentra en la trampilla donde en la obra anterior estuvo el estanque.
Desde esta temporada, el maestro Gustavo Gimeno será el director musical del Teatro Real. El maestro valenciano se pone al frente de la Orquesta Titular del Teatro Real, para realizar un buen trabajo, aunque se puede advertir alguna estridencia en clarinetes y flautas en el Barbazul. La música de Bartók es opulenta y tiene una rica orquestación, además de que ambas obras tienen momentos impactantes, como el violín y la celesta en la mágica escena de la tercera puerta en el Barbazul o la poderosa música que evoca sus dominios en la escena de la quinta puerta. Pese a las mencionadas limitaciones, la orquesta cumplió notablemente.
Pocas veces en España ha cantado Evelyn Herlitzius, soprano alemana conocida por sus grandes interpretaciones wagnerianas, celebradas por su arrojo escénico y su volumen vocal, más que por la belleza de su voz. En Barcelona cantó en La Valquiria en 2008 y Elektra en 2016, siendo esta su última vez ya que no pudo cantar en el Lohengrin del Liceu previsto para 2020 (finalmente estrenado en marzo de este año), debido a la pandemia del Covid-19 que cerró el teatro. En Sevilla cantó Tristán e Isolda en 2009 y el breve rol de Venus en Tannhäuser en 2007 en Canarias, año en que también cantó la ópera Oberto, de Verdi, en Bilbao. Sin embargo, este es su debut en la capital, la cual parece habérsele resistido. A sus 63 años, Herlitzius mantiene intacto su magnetismo en escena, es una intérprete que se mete al cien por cien en los roles de heroínas fuertes que interpreta. Aunque vocalmente esté ya madura, y que puede haber perdido algo de volumen debido al repertorio asumido en su carrera (roles como Elektra, donde es referencial, Brunilda o Isolda), la señora mantiene el tipo. Aún tiene algún agudo potente e impresionante, el grave es igualmente apreciable y encaja en el perfil atormentado del personaje, y el centro aún se parece mucho al de sus días de gloria. Además en cada frase se siente la fragilidad y la curiosidad peligrosa del personaje, en una entrega total al drama. De hecho me preguntaba si aún seguiría sonando igual que en grabaciones. Solo por verla, ya era una cita ineludible esta producción. Una pena que no haya venido antes.
A su lado, el bajo Christoph Fischesser, al que se ha visto antes en este escenario en Capriccio y en la Flauta Mágica, fue también un Barbazul bien cantado, con un timbre agradable.
Poco puedo añadir, dada mi ignorancia sobre el tema, y que la mayoría de lo que pasaba sucedía en la esquina del escenario que no veía, sobre el conjunto de bailarines de la primera parte, salvo que sus bellos cuerpos trataban de contar la historia, dentro de lo que les permitía la reducida coreografía. Tampoco puedo decir mucho sobre las introducciones en húngaro recitadas por el actor holandés Nicolas Franciscus, salvo agradecer que en el Barbazul se ofrezca la obra en su integridad.
No diría que esta ocasión el señor Loy haya conquistado al público ni que este sea el mejor de sus trabajos, ya que el ambiente no casaba con la bella, descriptiva música; convirtiendo en aburrido algo que debería ser sugerente y mágico. Más aún en El Castillo de Barbazul, donde la falta de ambientación era aún más lacerante, lo que invitaba a reflexionar si no era más honesta una versión en concierto. Pese a todo, hubo ovaciones generosas a los dos cantantes, así como al cuerpo de ballet. Aun así, esta era una oportunidad única para ver representada en Madrid la genial obra escénica de Bela Bartók. Ojalá volviera con un montaje mejor.
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