jueves, 27 de julio de 2017

Madama Butterfly en el Teatro Real. 13 de julio de 2017.

Madama Butterfly. Qué obra tan maravillosa. Qué música tan increíble. Las desventuras de la pobre Cio-Cio-San han sido una de las dos únicas manifestaciones artísticas que han conseguido hacerme llorar. Cada vez que se programa, donde quiera que se programe, su poder de emocionar es tal que el aforo se llena. Y naturalmente, también es el caso del Teatro Real. La vi por primera vez en 2002, con 14 años. Recuerdo haber hecho una cola de 4 horas en pleno julio para hacerme con dos entradas, y mi primera Butterfly fue Isabelle Kabatu. En 2007 volví a verla, con Plácido Domingo dirigiendo a la orquesta. Luego en 2012 la vi en una muy digna versión universitaria en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense. Y después de 10 años regresa al Teatro Real de Madrid.

                                                  Primer acto, con el primer elenco.

Es la tercera reposición de esta producción en 15 años. Por ella han pasado la desaparecida Daniela Dessì o Cristina Gallardo-Domas a la que vi en 2007. Esta vez la interpretaba Ermonela Jaho en el primer reparto, pero no ha sido a ella a quien he visto, sino a la del segundo reparto.

Por primera vez he visto una soprano asiática en este rol. Hui He se ha hecho un nombre interpretando al personaje, y la esperaba con ansia. El resultado ha sido desigual. Tiene más voz que Jaho pero no siempre es emitida afortunadamente. En su entrada en el primer acto, parecía tardar en entrar en calor, sonando los agudos algo fríos y  lanzados con demasiada fuerza para lo deseable. En el segundo acto mejoró sensiblemente la cosa. Si bien el Un bel dì vedremo lo resolvió correctamente en el canto, a nivel interpretativo levantó el vuelo. Desde entonces y durante el resto del acto bordó el personaje. Los graves pasaban por ser casi de mezzo (cuando imita al juez, y esto siempre dicho a su favor) y había que verla reír burlonamente cuando rechazaba a Yamadori. Conmovedora a partir de la escena de la carta y el Che tua madre dovrà fue memorable. En el tercer acto dio una actuación convincente como esa mujer engañada y traicionada. La escena de la muerte fue excelente. No obstante, no me gustaba que el agudo no le durase demasiado pero es comprensible dado el esfuerzo. Y el personaje está más que nunca, además de tener el físico para el personaje.


                                 Hui He, protagonista del reparto segundo y de esta entrada.

Andrea Carè no me disgustaba al principio , pero la voz es demasiado pastosa para mi gusto y no sobrada de volumen, algo no recomendable en este repertorio. El Dovunque al mondo no estuvo mal, pero en el dúo y en el Addio fiorito asil la voz no acompañó pese a que el sonido no era tampoco criticable.

Luis Cansino como Sharpless estuvo correcto vocalmente, si bien a nivel actoral estuvo estupendo como siempre. Gemma Coma- Alabert  fue  una Suzuki bien actuada (aunque la sombra de Marina Rodríguez - Cusì en el personaje es alargada, y de referencia absoluta) aunque en el tercer acto exhibió una línea de grave impresionante en  Ma bisogna ch'io le sia sola accanto.

Excelentes los comprimarios como el veterano Francisco Vas como Goro y el tio Bonzo de Scott Wilde.

Marco Armiliato dirigió a una orquesta para mi gusto bastante desangelada. No me pareció que destacase demasiado  e incluso a veces oscilaba entre unos tempi medio lentos o que tapaba a los cantantes. La cuerda volvió a su nivel habitualmente regular, nada que ver con los buenos niveles que Conlon alcanzó dos días atrás. Al menos pudo dar una muy buena interpretación del interludio después del coro a boca cerrada, pero no le libró del abucheo de algunos sectores del público, tristemente.

De nuevo, Hui He.

La producción de Mario Gas es bastante agradable y no molesta demasiado. La idea de rodar una película en los años 30 le da un sabor a clásico interesante. Y además tiene mucha aceptación entre el público.


                                                   Dúo de amor, con el primer elenco.

Al entrar en el teatro, vemos que el telón está levantado, y mientras la orquesta afina los instrumentos y el público entra en el escenario tiene ya lugar la acción. Es un enorme set de rodaje de los años del Hollywood dorado, en el que el personal técnico trabaja preparando el rodaje. Cuando el director está listo, suena la claqueta de rodaje y comienza la ópera. El set es una casa rodante, con un exterior para el primer acto y tercer acto, e interior para el segundo. Al fondo se ven apacibles paisajes de mar y en la noche una resplandeciente luna llena. En el segundo acto se proyectan unas letras rojas al fondo, con motivos de anuncio cinematográfico. Luego, en el interludio después del coro a boca abierta, se puede observar la recurrente  idea del sueño de Butterfly viendo a Pinkerton aparecer y reecontrarse con ella y su hijo. Curiosa es la muerte de la protagonista, pues no se suicida al tradicional rito japonés sino clavándose la espada en el cuello, mientras el niño agita la bandera americana a la vista del enorme barco que hay al fondo del escenario. La idea de rodar una película en los primeros años treinta hace que encima de los subtítulos se proyecte lo que las viejas cámaras filman en escena: primeros planos en blanco y negro de los artistas, lo que hace muy llevadera la función a los que habitualmente nos sentamos en los asientos de visibilidad reducida. A veces no hace tanta falta mirar al escenario, si uno se sienta arriba.



                                     Comodidad visual, para los que no solemos ver mucho.

La casa rodante como decorado del set o el vestuario de Franca Squarciapino son logros destacados del montaje. Pero he de señalar algo: en el segundo acto, Butterfly al cambiar de cultura se quita el quimono y se viste a la occidental. Llámenme rancio, pero no me gusta ese detalle. En mi mente pienso en que Butterfly canta su gran aria ataviada con un bello vestido nipón y esto me lo desvirtúa; aunque realmente sea una buena idea porque cuadra con las intenciones del personaje de abrazar el mundo de su marido, por amor.

Me parece curioso un detalle: al final de la función, se proyecta en la pantalla de subtítulos esta frase de Pinkerton:

En cualquier lugar del mundo,  el yanqui vagabundo disfruta y especula despreciando riesgos.

En 2002 no me gustó nada, ya que me parecía que tenía un regustillo moralizante bastante antiestadounidense. Ahora lo veo como una ironía: esta actitud despreocupante de Pinkerton se ha cumplido en su totalidad, con efectos devastadores.

Lleno total y ovaciones a los solistas. Tal es el poder de esta obra que oía sollozar a mucha gente. Incluso a mí se me hacía varias veces un nudo en la garganta.



El material audiovisual aquí publicado no es de mi autoría. Si alguien no está conforme con su publicación en este blog, que me lo comunique para quitarlo lo antes posible.

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