Sin embargo, acostumbrado a la opulencia del Strauss sinfónico o el de sus grandes óperas, una cautivadora y ligera partitura que se une a una discusión profunda sobre la ópera y el público, puede resultar una comedia sesuda y por tanto algo difícil. Pero en este punto, hay que reconocerle el mérito a Strauss por llevar a un escenario lírico este tema en el marco de una partitura que lleva su genio y su estilo , cuyo final es uno de los momentos más tiernos y emocionantes de la ópera del siglo XX. El monólogo de La Roche sobre el trabajo del director de escena, en el que se funden palabra y música para formar una ópera tiene mucha fuerza, y en algunos casos su profundidad es heredera del Sachs de Los Maestros Cantores de Núremberg. Por otro lado, la breve intervención de los criados, que también opinan sobre el tema, es un contrapunto curioso: ellos representan la opinión del público, frente a los protagonistas que representan el debate desde dentro del mundo de la escena. Un debate fascinante, en el que el espejo donde se mira la Condesa el mismo en el que se mira su época: así como el mundo decadente de la aristocracia dieciochesca desaparecía ante la revolución y la ilustración, la Europa de la época del estreno de esta obra se dirigía hacia su destrucción de la mano del horror de la Segunda Guerra Mundial.
Al asistir al ensayo general de esta producción, lo descrito aquí podría mejorar conforme las funciones vayan teniendo lugar. De hecho, la prensa y varios espectadores (en las redes sociales) están hablando de un enorme éxito en el estreno de anoche.
Después de diez años, y tras una controversial producción de la Lulu de Berg, el director de escena Christof Loy regresa al Teatro Real. Y lo hace fiel a su estilo: espacios amplios con poco atrezzo, pero está vez siendo fiel, demasiado fiel al debate subyacente de la obra, lo que lo hace demasiado teatral en muchas ocasiones. El telón se abre y nos revela un salón palaciego enorme, en otro tiempo deslumbrante, ahora en declive. Pocos muebles, un sofá y unas sillas, y con un enorme espejo ya gastado por el tiempo que domina el espacio. Aquí transcurrirá toda la obra. Los artistas discuten sobre la importancia del género musical, teatral, operístico. Pese a que hay momentos que evocan el siglo XVIII como danzas o los trajes de los empleados o del Conde, la mayoría del vestuario es contemporáneo, y un tanto informal. Ello, sumado cierto estatismo de la obra y la dirección de actores sencilla, hace que por momentos uno se sienta asistiendo a la escenificación de un ensayo rutinario sin atrezzo. El momento más emocionante vino, como no podía ser de otro modo, al final. La Condesa aparece vestida con un bello traje antiguo y con la iluminación ténue, para abordar su gran monólogo, es decir su gran duda. Y es aquí donde el trabajo del señor Loy llega a momentos de emoción, cuando en su indecisión se encuentra con sus yoes de infancia y vejez, vestidos como ella, a los que pide un consejo. Ella se marchará y su yo de la infancia se quedará jugando con una marioneta mientras el mayordomo está a unos metros de ella, cuando finalmente cae el telón.
La orquesta del Real bajo la dirección de Asher Fisch logró un nivel que empezó aceptable, que fue mejorando a medida que avanzaba la función. Es cierto que no fue todo lo straussiana que podía esperarse, quizá por estar en un ensayo después de todo, pero es de agradecer que las cuerdas no suenen flojas desde un principio, si bien en las zonas altas se perdía el volumen, algo que afectaba a la obertura. El trabajo de Fisch fue resaltar lo camerístico de la obra, aunque se alcanzó un nivel estupendo en el interludio y escena finales, donde la orquesta reflejó, en perfecta sintonía con la puesta en escena, la belleza del claro de luna en el interludio y finalmente el intimismo de la decisión final de la Condesa, terminando de forma muy emocionante.
El reparto estuvo liderado por una Malin Byström con un timbre de voz dramático, aunque era de esperarse que se reservase para el final, que abordó maravillosamente. Como actriz cumple con las exigencias de la puesta en escena, además de ser una mujer muy bella y con un porte elegante, ideal para el personaje.
El bajo Christof Fischesser fue el otro gran nombre de la noche, con una estupenda voz que además corría por la sala. El monólogo de La Roche cantado por él fue el segundo mejor momento de la noche después del final.
En cuanto a los amantes, el tenor Norman Reinhardt y el barítono André Schuen como Oliver cumplieron con su cometido, pero no era del todo suficiente. Reinhardt tiene una bonita voz pero el agudo no termina de ser su fuerte. En este sentido Schuen estuvo mejor como Oliver, también en la faceta actoral. Theresa Kronthaler interpretó muy bien a Clairon, así como Josef Wagner como el conde. La pareja de cantantes italianos formada por Leonor Bonilla y Juan José de León cumplió bien con sus difíciles roles. El resto de comprimarios estuvo a un buen nivel, aunque al igual que los anteriores estuvieron eclipsados inevitablemente por Byström y Fischesser.
La dificultad de la obra se hizo patente para una parte del público del ensayo general, viéndose alguna que otra deserción en la zona del Paraíso, lo que no dejaba de ser sorprendente para un músico como Strauss. Sin embargo, nada ha tenido que ver con la calurosa y reconfortante acogida que ha tenido en su estreno. Es por tanto una oportunidad para ver una obra que es una rareza fuera de Alemania y Austria. Con el transcurso de las funciones posiblemente mejorará, porque con todo, parte de una excelente base.
Notas de prensa del estreno que tuvo lugar anoche: https://elpais.com/cultura/2019/05/28/actualidad/1558998355_202924.html
https://shangay.com/2019/05/28/critica-de-opera-capriccio-regalazo-teatro-real-strauss/
Algunas fotografías no son de mi autoría, si alguien se muestra disconforme con la publicación de cualquiera de ellas en este blog le pido que me lo haga saber inmediatamente.
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