Tras una larga carrera de éxitos, que le convirtieron en un autor universal, Giuseppe Verdi se animó todavía a componer una última ópera. De nuevo, el maestro, en colaboración con su genial libretista Boito, volvió a tomar la inspiración de otro maestro: el bardo de las letras William Shakespeare. El tema elegido, Falstaff, de la obra Las alegres comadres de Windsor. En 1839 el joven Verdi compuso una comedia, Un giorno di regno, que fue su primera obra. Y ahora con el siglo XX llamando a la puerta, se despedía con otra comedia, una última obra maestra en la que se ríe de la condición humana en general y de la aristocracia en general.
Falstaff es una obra vivaz, distinta a todo lo anterior del maestro, con una música más ligera, destinada al divertimento, y con momentos de gran inspiración. El hecho de que en el gusto de muchos aficionados tenga que competir con, por ejemplo su antecesora inmediata Otello, que juega en otra liga, hace que a esos aficionados les cueste un poco disfrutarla.Sin embargo, y pese a esas diferencias que marca más el aficionado que la calidad musical, Falstaff es una obra maestra por derecho propio. Entre otras cosas, es casi heredera directa de la tradición bufa, y no deja de tenerse esta sensación durante toda la obra, con esos hilarantes cuartetos y concertantes del acto segundo, con toda la intención de burla: Falstaff es burlado, pero a su vez él es consciente de que esos estirados señores tendrían una vida aburrida sin él. Y ellos caen en su propia trampa, porque al burlarse de él ellos terminan siendo engañados e igualmente burlados, cerrando la obra verdiana con el Tutti gabbati final. Musicalmente es un registro distinto al de sus grandes dramas, pero tiene momentos inspirados como los bellos solos de oboe en la lectura de carta, las baladas que cantan los personajes, el aria de Ford como contrapunto cómico al Credo de Yago o el aria de Fenton que nos recuerda a la Furtiva Lagrima donizettiana. En el tercer acto volvemos a escuchar al Verdi evocador musical, recreando con su partitura una noche oscura y deliciosa, con las apariciones de espíritus sugeridas brillantemente por las cuerdas.
Después de diecisiete años, las aventuras del orondo caballero volvían al Real. En 2002 se pudo ver con el legendario montaje de Giorgio Strehler y con el célebre Ambrogio Maestri como protagonista.
Ahora, se ha podido ver (mañana será la última función) en un montaje de Laurent Pelly. Ya conocido en el teatro por otros montajes exitosos de óperas cómicas, presenta un montaje oscuro pero que no pierde el aspecto cómico, pero que pese a su efectividad, para mucha gente no iguala otros trabajos brillantes como sus montajes de El Gallo de Oro o La Fille du Régiment. Pelly sitúa la obra en una época que podríamos definir como atemporal, en primer lugar porque la taberna de Falstaff es un tugurio actual, pero en la casa de los Ford el estilo es idéntico al de los años sesenta. En algunos momentos uno tiene la impresión de ver una de esas sitcom familiares de aquellos años, en blanco y negro o en mal color. Para Pelly, Falstaff es un mafioso de poca monta viejo, sucio, gordo y venido a menos, y la familia de Ford es una familia gris de clase media-alta con cierto aire rancio. Los jóvenes, Nanetta y Fenton, buscan cualquier momento para revolcarse a escondidas de los patrones que vetan su amor. El montaje intenta hacer reír, que el público se fije en personajes a los que no miraría por la calle. Es la comicidad de un mundo lúgubre y aburrido .La obra empieza con una taberna muy pequeña y reducida, pero que aumentará de tamaño posteriormente, con las ventanas de la calle encendidas como fondo. La casa de Ford es una escalera imponente, laberíntica y enorme, ideal para la cocción de enredos familiares. El tercer acto es mucho más sencillo, con un cielo nuboso de color verde de fondo (ya presente), con un espejo que da forma a los árboles del bosque que reducirá y ampliará el espacio de acuerdo al drama y la acción. Un momento muy bello es la aparición de Falstaff en la oscuridad con los cuernos y la bata verde, o a telón bajado las conjeturas de la familia contra Falstaff. Cuando se descubre el engaño, los solistas y el coro, embadurnados de blanco, se acercan al público al cantar el irónico final.
Daniele Rustioni dirige una orquesta que si bien acompaña a los cantantes y consigue encajar en la maquinaria de comicidad que pretende Verdi, la orquesta tarda en arrancar hasta alcanzar un nivel notable en el acto final. Bien es cierto que algunos momentos son destacables, como el solo de viento en la escena de la lectura de las cartas o las cuerdas en la aparición de los espíritus. El coro, en sus breves apariciones, logró una bella y mística intervención con el coro de espíritus del tercer acto, así como en el final de la obra. Su actuación resultó muy divertida, con gestos y expresiones hilarantes.
La función del día 7 ha sido de segundo reparto, que ha mantenido un buen nivel.
Misha Kiria ha sido una revelación como Falstaff, con una voz bella, aunque un poco ligera para el personaje. No obstante, es de agradecer que lo cante, otros mezclan canto y declamación. En la parte actoral tiene el físico y el porte para el personaje, además de agradable vis cómica.
Ángel Ódena vuelve al Real con Ford, aunque su enorme voz y presencia escénica hacen que le quede un poco pequeño al personaje. Con esa voz, su Ford es más totémico que cómico. A uno le viene a la cabeza lo que haría un Nucci aquí, pero es siempre un placer escuchar la impresionante voz de nuestro barítono.
Albert Casals es un Fenton de bella voz pero insuficiente para el personaje, ya que partiendo de un timbre agradable, pasa algún apuro en el agudo y en el tercer acto la voz no terminaba de arrancar ni en color y no es que andase aquí muy sobrado de volumen. Una pena, porque el registro medio era salvable y físicamente es adecuado para el rol.
Los comprimarios estuvieron muy bien ,empezando por el Pistola Valeriano Lanchas con una voz enorme de bajo, y los excelentes Mikeldi Atxalandabaso y Christophe Montaigne como Bardolfo y Caius.
De las mujeres, Rocío Pérez como una bella tanto física como vocalmente Nannetta (aunque a veces le faltaba un poco de volumen) y Teresa Iervolino como una Mistress Quickly bien cantada, con graves estupendos y sensual voz de mezzosoprano; fueron las lideresas vocales del reparto femenino. Raquel Lojendio estuvo muy bien como Alice Ford, pero el nivel no era el de las anteriores, aunque tuvo momentos de belleza. Gemma Coma-Alabert cumplió igualmente bien como Mrs. Meg Page.
Aunque no fuese quizá el más ideal Falstaff, el público disfrutó mucho de esta divertidísima velada de ópera, en la que el mayor triunfador fue un Verdi que terminaba su inmortal obra con un mensaje de cómica ironía sobre la sociedad y con un mensaje: en la vida, hay que reírse.
Las fotografías no son de mi autoría, si alguien se muestra disconforme con la publicación de cualquiera de ellas en este blog le pido que me lo haga saber inmediatamente.
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