De los grandísimos directores wagnerianos del pasado, casi no existen grabaciones en vídeo de sus más importantes interpretaciones. Quizá entre los que grabaron alguna ópera completa del maestro estarían Sawallisch , Böhm o Karajan. Del decano de la dirección wagneriana, Hans Knappertsbusch, solo existen registros en vídeo de conciertos junto a la Orquesta Filarmónica de Viena, además del famoso vídeo en Bayreuth dirigiendo un fragmento de Parsifal en el foso.
Durante las famosas Festwochen vienesas de 1962 y 1963, Knappertsbusch filmó dos conciertos, con obras de Beethoven y Wagner, siendo las últimas las que interesan a esta crítica: Acto primero de La Valquiria, Preludio y Muerte de Isolda y el Idilio de Sigfrido.
El famosísimo primer acto de La Valquiria, (filmado en 1963) tan habitual de las salas de conciertos, tan lírico, tan psicológico y tan sinfónico a la vez, es lo más parecido a una ópera dirigida por el gran Kna en vídeo, y especialmente del Anillo, del que dejó tres versiones en disco consideradas como las mejores de la discografía. Las limitaciones de filmación en directo, especialmente para la televisión, no favorecían la filmación de óperas completas, por eso muchas de ellas eran películas, y de las mismas un gran número eran versiones reducidas de las obras originales. En este caso los conciertos estaban filmados en el emblemático Theater an der Wien, y todos en blanco y negro y calidad limitada de imagen, comparado con diez o veinte años más tarde.
Knappertsbusch hacía maravillas con la orquesta. Dentro de su estilo vieja escuela, tan opulento, tan mayestático, con la orquesta al máximo rendimiento, era capaz de hacer sentir la grandeza y la belleza del drama wagneriano, capaz de llegar al espectador (y al oyente en sus grabaciones), sin sobrecargarlo. Con la Filarmónica de Viena estableció un vínculo artístico tan prodigioso como el que tenía con el Festival de Bayreuth, y en este sentido todas sus interpretaciones wagnerianas con los wiener son referenciales. En estas filmaciones aparece, aunque todavía recio, ya anciano y aparentemente fatigado, pero aún es capaz de ofrecernos momentos para el recuerdo y absolutamente difíciles de superar.
Los tempi de Kna eran lentos, en el famoso estilo "Bayreuth" que aprendió de directores como su maestro Hans Richter, que habían trabajado con el compositor. A veces estos tiempos podrían resultar cargantes, si escuchamos las viejas grabaciones de Muck o Von Hoesslin, pero los del director de Elberfeld aguantan y superan el paso del tiempo. Esta lentitud, este estilo de grandeza hace que cada detalle, cada instrumento, sea percibible, disfrutable y eleve al oyente, puesto que da la sensación de que cada músico es parte de la epopeya musical wagneriana. Cada sección brilla majestuosamente. El preludio de este primer acto empieza lento: la tormenta y la sensación de huida de Siegmund se sienten quizá más rústicos que la violencia y sensación de agitación de un Solti, pero las cuerdas y la orquesta que se incorporan progresivamente tampoco dejan lugar al sosiego. Por otro lado, el sonido tan característico y especial de la orquesta le viene a este estilo como Anillo al dedo. Durante la primera parte, la más teatral, Kna saca momentos mágicos de los detalles más nimios. El cello mientras Siegmund bebe agua brilla con luz propia, el viento es elegíaco a más no poder cuando el héroe cuenta su vida. Durante la segunda parte, la más conocida y la más rica y musical, la orquesta alcanza su cénit, sobrepasando en belleza a los cantantes, y a la vez complementándose con ellos para conformar el drama. La escena de cuando Siegmund descubre la espada es simplemente memorable, y en los momentos finales la apoteosis orquestal quizá se alargue más que con otras batutas, pero nos consigue transmitir la excitación, la victoria de los hermanos y amantes, con esas cuerdas brillantes y el tutti orquestal final a golpe perfecto de bombo, propio de la perfecta percusión de esta orquesta.
Lejos de la gloriosa pareja protagonista de su disco de 1957, el reparto, cuenta con una leyenda, una soprano solventísima y un tenor que pese a sus limitaciones consigue ser notable.
Como Siegmund, Fritz Uhl tiene una voz de tenor que parece ligera comparada con sus legendarios contemporáneos. De hecho tiende a abrirse mucho en la zona aguda, mostrando sus carencias y falta de autoridad vocal, pero aún así tiene la suficiente solvencia como parecer mejor que muchas voces actuales, pese a que sus dos compañeros le anulan y del enorme gallo en el agudo final. Con todo, desde la escena final del acto logra estar inspirado, especialmente en su monólogo Ein schwert verhiess mir den vater.
Claire Watson realiza aquí una Sieglinde inolvidable. La voz no solo está en su sitio, tiene una dicción exquisita, y es de gran belleza, sino que como intérprete es sobresaliente. Su interpretación de la protaginista es la de una mujer frágil, tierna, pero decidida. Su interpretación del aria Der Männer Sippe es de antología, a la altura de sus históricas compañeras, con una pronunciación dramática y un bello registro grave, unos agudos bellísimos al final de Du bist der Lenz, que canta con una voz deliciosa, sino que también es capaz de dar una preciosísima nota en casi pianissimo en "mich dünkt, ihre klang, hört ich als Kind". Watson grabó Freia y Gutrune en el Anillo de Solti, además de ser Ellen Orford en el legendario Peter Grimes de Pears y Britten. En su tiempo, tenía que competir con las históricas Rysanek, Crespin, Brouwenstijn o Grümmer, pero lo que se aprecia aquí es de un nivel tan alto que hoy en día todos los teatros se pelearían por una Siglinda así.
El mítico Josef Greindl es Hunding. Y no decepciona, ya que aun siendo aquí veterano, no se aprecia decadencia ninguna: sigue teniendo esa voz tan oscura, potente, rotunda, que atemoriza e impone. Sus miradas y expresiones hacen que el concierto gane en teatralidad. Y su última frase "hüte dich wohl!" la pronuncia como un auténtico villano, muestra de las tablas que este bajo profundo de raza tiene aún.
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