Madrid, 24 de junio de 2022.
La Orquesta Nacional de España se acerca a cerrar su presente temporada en el Auditorio Nacional, con su tradicional apuesta por una gran pieza sinfónico-coral, principalmente operística, por temporada. En otros años han interpretado El Holandés Errante o Tristán e Isolda de Wagner, o los Gurrelieder de Schönberg, The Bassarids de Henze o la Elektra de Richard Strauss. Precisamente este año el gran título es de Strauss, ni más ni menos que la todopoderosa Salomé.
Cuando se estrenó en 1905, Salomé era un tema escandaloso para un teatro de ópera. La obra de teatro de Oscar Wilde, que Strauss adaptó, también lo era para la puritana sociedad de la Belle Époque. Una princesa aparentemente inocente, pero tremendamente lujuriosa, que despierta pasiones en todos los hombres, y que finalmente se entrega a una pasión y una lascivia letales, que terminarán engulléndola. Strauss no corrió mejor suerte: con una música tan exigente, los artistas se iban yendo de la producción y la protagonista, Marie Wittich, decidió no bailar la danza de los siete velos al considerarlo indecente. Y la conservadora sociedad europea tampoco lo entendió: en Viena tardó en estrenarse hasta 1918, y en Nueva York fue retirada del cartel bajo presión. Pero el tiempo la ha convertido en una obra importante del repertorio. Y no solo por la fascinación de la figura de Salomé, sino también por la música.
La partitura de Strauss posee una riqueza musical que seduce, un océano de melodías que empieza evocador, sugerente, para pasar por un erotismo musical deslumbrante en la Danza de los Siete velos, para terminar en una apoteósica escena final, una prueba de fuego para la soprano que protagonice esta ópera, en la que la música nos hace sentir una lascivia tan trascendental como patológica. En esta etapa de su carrera, Strauss coqueteaba con el atonalismo, tendencia que se haría aún más patente con Elektra, aunque no llegaría a romper del todo con la tonalidad como haría Schönberg, y pronto acabaría esa arriesgada aventura. La música nos mete en la locura amorosa de la protagonista, y en la repugnante lascivia de Herodes, su padrastro, enamorado de ella, pero también en el exótico mundo de la Judea del siglo I.
En Madrid, Salomé se estrenó en 1910, pero en italiano, con la gran Gemma Bellincioni, en el antiguo Teatro Real. Montserrat Caballé la interpretó en 1979, Hildegard Behrens en 1986, todas ellas en el Teatro de la Zarzuela. Al nuevo Real no llegaría hasta 2010, entonces con una producción histórica, con una puesta en escena fabulosa de Robert Carsen, y con un terceto protagonista de impacto: Nina Stemme, Doris Soffel y Gerhard Siegel, dirigidos por un Jesús López-Cobos, experto en estas lides, inspirado como pocas veces le vi. Ahora vuelve al Auditorio Nacional en versión de concierto.
La Orquesta Nacional de España sigue atravesando una fructífera y maravillosa etapa al frente de David Afkham, quien la hace sonar en una potencia tal, que la convierte en la referencia en Madrid para este tipo de repertorio. Si bien la hace sonar a veces un poco fuerte, lo que complica a los cantantes pero es casi imposible en Strauss y en esta obra hacerlo sonar más suave, la batuta de Afkham recrea la exuberancia de la partiura, en una versión grandilocuente. Espectacular el interludio orquestal de la entrada de Iokanaan, y en los momentos en los que éste habla del mesías. Las cuerdas impresionaron, especialmente los contrabajos durante la ejecución del profeta, y luego las cuerdas con un sonido cálido, seductor, en la famosa danza de los siete velos. En esta famosa pieza, parece que el mundo se detiene, porque en esta ocasión casi ni una respiración se oyó. Y la orquesta parecía otra, introduciendo al espectador en ese éxtasis musical, que sugiere la relación sexual que Herodes no puede tener con Salomé. Afkham dirige una versión a veces lenta de la misma, pero también seductora, excitante, con una orquesta brillante. Igualmente en el final, con el contrabajo y la percusión creando esos momentos de tensión durante la ejecución de Iokanaan y después de que Salomé besara la cabeza de su amado para terminar con esos golpes secos tras la muerte de la princesa.
Lise Lindstrom vuelve al Auditorio Nacional tras interpretar Elektra en 2018. La voz de Lindstrom es más adecuada para Salome. La soprano americana tiene sin duda una voz grande, aunque lidia con el obstáculo de la orquesta y la acústica del Auditorio, tan poco adecuada para las voces. Pero domina el personaje y sale airosa del reto. En los momentos más tiernos, cuando canta en piano, realmente parece la niña de 16 años que Strauss quería para el rol. El agudo es potente, aunque no siempre prístino, pero bastante tiene con lidiar con la potente orquesta tras de sí. Su timbre es juvenil, su Salomé es la de una joven de apariencia candorosa, que se convierte en una mujer temible cuando pide la cabeza de Iokanaan, con un grave aterrador. Durante la escena final, Lindstrom saca a relucir sus potentes agudos, y su talla como intérprete, de nuevo con una voz tan dulce como dramática. Además, la esbelta figura y la gran belleza física (en este caso, nórdica) de Lindstrom es también un gran añadido.
Frank van Aken vuelve a Madrid tras su solvente Tristán de hace tres años. Ahora como Herodes, está más en la línea de un heldentenor aún vigoroso, que en la de un tenor de carácter. Su interpretación ha sido impecable, con una voz que suena robusta bien proyectada, aunque perjudicada por las circunstancias de la versión concierto. Dado que esta es una versión de concierto dramatizada, como actor es convincente como un Herodes ebrio y que mira a Salomé con una lascivia incómoda. Desgarrador en la escena "Salome, bedenkt", cuando intenta convencer a su hijastra por última vez de que no le pida la cabeza del profeta.
Quien ha sorprendido a propios y extraños es Tomasz Konieczny como Iokanaan. El barítono polaco, que en los últimos años ha cantado el Wotan en el Teatro Real, ha dejado boquiabierto al público con su potentísima voz, que se ha dejado oír hasta por encima de la orquesta y que recorría todo el auditorio de más de 2000 personas. Konieczny ha interpretado un Iokanaan antológico, con un timbre de bajo-barítono potente, robusto, oscuro, que transmite la autoridad, la fuerza y hasta el misticismo del personaje, incluso cariñoso por un breve momento con Salomé cuando le dice que busque a Jesús, hasta que esta le seduce y vuelve a rechazarla enérgicamente.
Violeta Urmana interpreta a Herodías, con su aterciopelado timbre, ahora como mezzosoprano, en este breve rol, aunque capaz de algún gran agudo como en su famosa línea "Ich will nicht haben, daß sie tanzt!". Y desde luego sigue manteniendo su imponente presencia, como el de una reina altiva y distante de la catástrofe que se avecina, y luego cuando se sienta a presenciar todo el monólogo de Salomé, manteniendo un perfil recio.
El resto del reparto ha estado formado por excelentes y destacados cantantes españoles, cerrando el elenco con un altísimo nivel.
Alejandro del Cerro interpreta a Narraboth. Este joven tenor español tiene una voz potente y aguda. Dentro de lo que le permite la acústica, el suyo es un Narraboth juvenil y de sonido agradable.
David Sánchez como el segundo soldado ha podido ganarle la batalla a la orquesta y a la acústica. Este joven bajo tiene una voz que se oye cómodamente en todo el enorme recinto, además de sonar igualmente agradable para este comprimario.
Junto a ellos, caras conocidas y habituales como Pablo García-López, Tomeu Bibiloni, Lidia Vinyes-Curtis, David Cervera o Vicenç Esteve completaron el genial y largo elenco.
Susana Gómez se encargó del concepto escénico, sumando algo de movimiento y de acción a esta versión de concierto, que se inicia con Salomé atravesando el auditorio, y luego las sillas del coro cubiertas y sobre las cuales se proyectan luces de colores, con un momento bellísimo con Salomé en medio de ellas, con una luz púrpura sobre el recinto, y luego de color rojo sangre cuando ella en su escena final y Herodías la observa complacida. No hay mucha danza, por falta de espacio y para no fatigar a la soprano, pero toda la dramatización de las escenas con Salomé y Herodes fueron plenamente intensas.
Un público entregado ovacionó tras dos intensas horas. Producciones como esta enriquecen la oferta lírica de Madrid, e incluso la ponen en el mapa más de lo que ya está. Había varios extranjeros entre el público, lo que indica el interés de esta Salome que se repite el domingo por segunda y última vez. Quien pueda ir, que no se la pierda.
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