Para sorpresa de muchos, la temporada 2022-2023 del Teatro Real comienza no en el regio coliseo, sino en un moderno y alternativo escenario: la sala roja de los Teatros del Canal. Esta temporada lleva el leitmotiv "bajo el signo de Orfeo", ya que el mítico bardo tendrá representación con tres grandes óperas dedicadas a él. La primera de ellas, es Orphée, una ópera en francés de Philip Glass, con libreto de Jean Cocteau.
Philip Glass es uno de los más grandes compositores de la actualidad. Y de los pocos que, traspasando fronteras entre la música clásica, y la experimental en sus inicios, más bandas sonoras de cine, ha llegado a un público masivo. Pero además de eso, es uno de los más grandes compositores de ópera de Estados Unidos, y desde luego uno de los más asequibles al público. Glass ha demostrado su genio en obras experimentales como "Einstein on the Beach", que hace trilogía con dos óperas antológicas como la inspiradísima "Satyagraha", sobre la vida de Gandhi, cuyo estremecedor primer interludio del acto segundo recientemente se ha escuchado como banda sonora de la serie "Stranger Things", y "Akhnaten"; la famosa película experimental "Koyaanisqatsi", que supuso su consagración definitiva, las hermosas piezas para piano "Metamorphosis", o como compositor de bandas sonoras de cine de películas como "Kundun" o "Las Horas", partituras nominadas al premio Oscar.
El minimalismo musical, aunque considerado moderno, y cuyos orígenes eran revolucionarios y experimentales, ha encontrado su sitio en el público de forma muy peculiar. Si bien es admirado no solo por amantes del arte contemporáneo, incluso muchos espectadores jóvenes, también se ha convertido en la opción mejor acogida, dada su accesibilidad, por los melómanos más conservadores. Ahí está la música de Arvo Pärt, indiscutiblemente el mejor músico de nuestro tiempo, celebrada por muchos melómanos que no pueden entender una obra de Messiaen, Rihm, Berg o Schönberg. Michael Nyman goza de una excelente aceptación. Un camino parecido ha encontrado en el mundo de la ópera, y muy especialmente en la escena estadounidense, con obras de Glass o de John Adams (cuya ópera Nixon en China, que se verá en abril, es uno de los principales acontecimientos líricos en España en esta temporada), autores cuya música resulta no solo asequible, sino que los temas que llevan a escena son propios de la historia el país norteamericano, o temas que conocen. Todo lo contrario de una Europa enquistada en lo atonal y abstracto.
Unido al texto de Jean Cocteau, el famoso poeta francés quien hizo una película sobre Orfeo, y cuyo guión sirve de libreto para esta ópera, Glass nos da su propia versión musical, en versión camerística, de la adaptación de Cocteau del mito griego. Este Orfeo es artista, pero no despierta tanta empatía como el original griego. Este Orfeo engaña y trata mal a su Eurídice, y además divaga constantemente como buen genio sensible, irascible, promiscuo y temperamental, lo que hace que el público no sepa muy bien lo que quiere el héroe. Personajes del inframundo se hacen pasar por personas de carne y hueso, que hacen lo posible por ayudar a Orfeo en su doble tarea de unir pero también de separarlo de su amada Eurídice, lo que difumina aún más si cabe la frontera entre realidad y ficción, entre el mundo de los vivos y los muertos, que según el chofer Heurtebise la marcan los espejos.
La producción de Rafael R. Villalobos, joven promesa de la dirección de escena en el mundo operístico ( quien dirigió un Così fan Tutte en Sevilla a finales de 2020, con un aforo reducidísimo debido a la pandemia, y cuyo polémico montaje de Tosca en Bruselas, previsto esta temporada en Barcelona, ahuyentó al famosísimo tenor Roberto Alagna y a su esposa, la soprano Aleksandra Kurzak, previstos para cantar esta temporada en este título, debido a su fuerte contenido), ambienta esta obra en los Estados Unidos de los años 90, en un momento en que el neoliberalismo feroz impregnaba cada sector de la vida, algo que se reflejaba en la televisión. Por eso mismo, hay una inmensa estructura, con múltiples pantallas de televisión, que recibe al espectador en la sala, y que va cambiando de posición a medida que avanza la obra y se intensifica el drama. En esas pantallas de televisión se ven imágenes de informativos, anuncios (incluido uno del refresco Gatorade) y programas de televisión de los años 90. Dichas pantallas constituyen el único decorado del montaje, dejándolo como única referencia temporal de una puesta en escena extremadamente minimalista (como la música), en la que la dirección de actores y la iluminación de Irene Cantero, en cuyas manos el acto tercero resulta ser de gran belleza estética y acorde con el tono lúgubre que toma la obra, hacen el resto. Esa desnudez escénica se conecta con la obra a la hora de difuminar los límites entre la vida y la muerte, la realidad y el sueño, el éxito y el fracaso, temas que obsesionan a la sociedad en todas las épocas y que son alentadas en décadas recientes por el poder depredador de los medios de comunicación.
Es Orphée una obra de cámara, con influencias del barroco, pero que muy pronto da señales del estilo de Glass. Se reconocen, en las diferentes secuencias musicales que suponen la base de cada escena, reminiscencias de sus grandes obras como Satyagraha, Koyaanisqatsi o el preludio de Akhnaten. Muy inspirada resulta la primera escena entre Eurídice y Heurtebise, los interludios en general, y el acto tercero va cobrando un cautivador estilo entre lo trágico y lo siniestro. El amor final de los protagonistas, en el Inframundo, lejos de ser romántico, es lúgubre, y eso lo sugiere la música. Jordi Francés dirige a la Orquesta Titular del Teatro Real con una pequeña plantilla de 31 músicos, pero aún así, superior al número original previsto por Glass para su estreno. La orquesta saca adelante este difícil repertorio, inspirándose a medida que avanza la obra, muy especialmente en el viento y la percusión, aunque hay momentos en que la orquesta se empastaba, al menos en lo percibido arriba. En el acto tercero la orquesta logró transmitir esa belleza siniestra al igual que lo hacen obra, montaje y partitura.
En cuanto al reparto, un entregado elenco español en su mayoría acomete con gran dignidad esta obra.
Edward Nelson interpreta a Orfeo, con una bella voz de barítono, aunque más ligera que oscura, y con un físico espectacular, ideal para el montaje.
El gran Mikeldi Atxalandabaso interpretó maravillosamente a Heurtebise, con un timbre brillante, la voz en su sitio, con un canto impecable.
María Rey-Joly interpreta a una Princesa, en espléndida forma física y vocal, con un canto estupendo. Un servidor la recuerda cuando, siendo adolescente, era Woglinde, y otros roles comprimarios en el Teatro Real hace dos décadas.
Sylvia Schwartz interpreta a la sufrida Eurídice, transmitiendo la fragilidad del personaje en su interpretación.
Pablo García-López tiene un complicado trabajo escénico como Cégeste, que además alterna el canto con el sprechgesang. Trabajo escénico que abordó con su juvenil voz.
Del resto del elenco, todos aparecen entregados a esta producción. Podemos destacar a Karina Demurova como Aglaonice, aquí una esbelta y fuerte amazona, con una voz potente de mezzosoprano y al bajo David Sánchez, con una destacada participación como el juez en el tercer acto, en el que se mostró en buena forma vocal.
Una sala con alta ocupación, con un público en el que se encontraba mucha gente joven, acogió bien la propuesta, y una prueba de ello es que al salir los protagonistas, los tradicionales (que posiblemente se estén perdiendo) bravos de la ópera dieron paso a un coro de entusiastas "ues" de aplauso. Raro es que la temporada de un gran teatro de ópera empiece en un escenario alternativo, con una obra de cámara. Pero ¿por qué no, si se trata de una revisión de un mito universal, con libreto de un conocido escritor y música de un renombrado compositor contemporáneo?
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