miércoles, 28 de diciembre de 2022

Una austera y empoderada nueva versión belcantista: La Sonnambula en el Teatro Real, segundo reparto.


Madrid, 27 de diciembre de 2022.

Para el melómano madrileño, no se concibe ya la navidad sin el título del repertorio tradicional en el Teatro Real. Forma ya parte de esa vorágine que todos vivimos en estas fechas: compras, reuniones con la familia, enormes cenas, calles iluminadas y una velada única en el Real con algún título emblemático del género. Y eso se siente nada más entrar y salir del teatro: encontrarse con el mercadillo y el reluciente árbol de la Plaza de Isabel II nos indica que no estamos en una época cualquiera. Este año, el gran título en cartel durante las fiestas es ni más ni menos que un título tan clásico como largamente ausente del Teatro Real: la Sonnambula de Vincenzo Bellini, que vuelve al regio coliseo, así como a la ciudad de Madrid, tras veintidós años desde la última vez que se representó, allá por el 2000.

Uno entiende que una posible razón, si pudiera haber alguna -yo lo dudo-, de tal ausencia, pudiera deberse esta obra requiere de una soprano de enjundia para afrontar el complicado rol. Pese al tiempo transcurrido desde aquellas funciones en el año 2000 con Annick Massis y María José Moreno, no es esta una obra ajena a la larga y accidentada historia del Real. Desde que Marietta Alboni la estrenase en este escenario allá por 1851, muchas de las grandes sopranos han estrenado esta obra. En los anales de nuestra historia lírica, queda inscrito en noviembre de 1863, cuando una veinteañera Adelina Patti, la más célebre soprano de la segunda mitad del siglo XIX, interpretó esta ópera con la que deleitó al público, tras el cual no solo se encontraba la Reina Isabel II, sino también el gran escritor Benito Pérez-Galdós, por aquel entonces un joven periodista. Y como un regalo del destino, nos podemos hacer una ligera idea de esa efeméride oyendo una grabación de la Patti, eso sí, ya veterana. Otras grandes sopranos como Amelita Galli-Curci, María Barrientos, Graziella Pareto o Regina Pacini interpretaron el rol en este mismo escenario.

Ahora La Sonnambula vuelve a Madrid con dos grandes elencos, ambos con un éxito enorme de crítica y público. Esta crítica hablará del segundo reparto. 


La puesta en escena de Bárbara Lluch, quien ya deslumbró al público del Teatro de la Zarzuela con su genial y colorido montaje de El Rey que Rabió, y nieta de la gran Nuria Espert, quien también dirigió (Tosca) y actuó (Ainadamar) en este teatro, es un contraste absoluto con su montaje para el teatro de la Calle Jovellanos. Si su montaje de El Rey que Rabió era colorido, y presentaba un mundo de fantasía, en La Sonnambula apuesta por el minimalismo, la austeridad y lo gótico, aunque eso último no es tan discordante con la obra. Además presenta varias danzas, en las que el cuerpo de baile representan a los espíritus, al destino que afecta a la vida de Amina.  El bucólico ambiente helvético se transforma en austero, más cercano a los amish o menonitas que un pueblecito suizo de romántica postal, en parte debido al vestuario de Clara Peluffo.

La iluminación oscura, en tonos anaranjados y  verdes oscuros, con un árbol omnipresente en la primera mitad refuerzan este ambiente gótico. La acción se inicia con una danza en total silencio, en la que los bailarines-espíritus mueven a Amina en una danza siniestra. La acción da lugar a los esponsales de los protagonistas, que llevan unas aparatosas coronas nupciales. En el segundo acto, el montaje presenta al conde Rodolfo más lascivo de lo que lo retrata el libreto original. El conde en la historia de Romani respeta a Amina, mientras que aquí está a punto de tomarla por la fuerza mientras duerme, hasta que el pueblo entra y la descubre durmiendo. En la segunda parte, unas máquinas de vapor presiden la escena, para luego dejar el escenario vacío y una enorme casa, con una iluminación naranja de fondo, de cuya buhardilla sale Amina en su famosa escena final de sonambulismo, suspendida en la altura. Mientras canta su famosa aria, cae la nieve. 


Una cosa de la que se ha hablado es el enfoque feminista que le da s la directora de escena, ya que al final Amina no se queda con Elvino, sino que le rechaza, después de haber dudado tanto de ella, algo que no casa con la felicidad que está cantando. ¿Se trata de un nuevo enfoque moral, acorde con los tiempos que corren, el mostrar a una Amina empoderada y con autoestima? Si esto pasara hoy en día, es comprensible que dejara al tonto y cerril Elvino, pero en época de Bellini primaba el triunfo del amor sobre todo lo demás, lo que puede resultar chocante, sobre todo en una propuesta más bien "clásica" de la obra. 

Como ocurre con Norma y Puritani, esta ópera lleva el sello de Bellini: melodías bellas, inspiradas, virtuosas, que tanto convienen al bucolismo, el costumbrismo de la Suiza rural donde transcurre la obra; y al mismo tiempo tienen un efectismo dramático, en escenas como la del sonambulismo, o el dramatismo de la famosa aria de Amina del tercer acto. Aunque se note el aire de comedia romántica, Bellini no olvida la psicología, la profundidad de los personajes, y esto lo manifiesta en su música, en arias como Vi ravviso, Perché non posso odiarti, donde la partitura se vuelve lírica, exponiendo el alma del personaje, con toda su fragilidad. La Orquesta Titular del Teatro Real está dirigida por el maestro Maurizio Benini, veterano en esta casa y en este repertorio. En esta ocasión, el maestro Benini le dio mucha fuerza a la parte orquestal, haciendo que esta subiera el volumen en varias ocasiones, lo que en el segundo acto tapó un poco al tenor. La trompa, tan presente en obras tan pastorales, tuvo un momento de esplendor en dicho acto. También el chelo al acompañar a la soprano en el aria. El Coro Titular del Teatro Real estuvo a su habitual excelente nivel tanto musical como actoral.



Jessica Pratt, una de las sopranos de coloratura más celebradas en la actualidad, debuta por fin en el Teatro Real, después de haber cantado en giras con la compañía, pero nunca en su escenario. La Amina de Pratt, uno de sus roles fetiche, se enmarca en la tradición de las sopranos de coloratura que se acercan al rol, con su fuerte técnica y sus impactantes agudos, que sobrepasan a los demás voces y orquesta. No obstante, ha alternado momentos de excelente nivel con otros más bien aceptables  y dignos. Tras una entrada tímida con el Care Compagne y el Come per me sereno, donde estuvo un poco discreta, a medida que avanzaba el acto empezaba a relucir su trabajada coloratura, además de sus potentísimos agudos y sobreagudos. El canto en piano lo domina, ya que le sale bellísimo en el segundo acto. En la famosa escena final, empezó con una versión más bien dramática, introspectiva, melancólica del Ah non credea, para terminar con la cabaletta Ah non giunge, que cierra la obra, con una exhibición de su pirotecnia vocal, en una impresionante interpretación.

Francesco Demuro sorprendió con su entregado Elvino, en el cual supo proyectar su voz de timbre juvenil y agradable, pero a la que le falta cierto refinamiento. Si bien destacó en los dúos e hizo una prometedora versión del Prendi l'Anel ti Dono, donde realmente tuvo su mejor momento fue en el segundo acto, donde estuvo espléndido de voz. Luego en el Perché non posso odiarti cantó igualmente bien, pero no tenía el mismo volumen, posiblemente debido en parte a la orquesta, si bien cerró su escena con excelentes agudos. 

Serena Sáenz interpretó una Lisa que mejoró según iba la función, tras una entrada aceptable, cerró la función con una interpretación excelente del De' lieti auguri a voi son grata, la cual concluyó con un espectacular sobragudo final, que le valió unos aplausos entusiastas, en una función en la que estos no se prodigaron mucho. Como actriz supo interpretar a esta joven envidiosa.

Fernando Radó estuvo aceptable como Rodolfo, con una interpretación de su aria Vi ravviso, o luoghi ameni que cantó bien, aunque pudo faltarle autoridad. No obstante, sí tiene un grave apreciable.

Gemma Coma-Alabert como Teresa fue una de las sorpresas del elenco, ya que cantó el rol bellísimamente, con su bien proyectada voz y su timbre oscuro y al mismo tiempo aterciopelado.

Isaac Galán como Alessio y Gerardo López como el notario cumplieron con sus roles notablemente.



Sin duda esta función, pese a los pequeños altibajos, ha terminado con un nivel notable y disfrutable, sin llegar del todo a lo, algo muy difícil, por otra parte, excelso. Pero al final el público ha sabido apreciar el esfuerzo del elenco, sobre todo el de Pratt, a la que aplaudieron con entusiasmo, señal de que los asistentes lo han pasado bien. Algo que confirma a esta producción como un éxito indiscutible de esta temporada. 


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