jueves, 21 de diciembre de 2023

Porgy and Bess cantado por blancos ¿racista o universal? El controvertido montaje húngaro.


Hubiera preferido que la primera entrada de mi blog dedicada a esta ópera, hubiese sido de una función completa en vivo. Sin embargo, las últimas que tuvieron lugar en Madrid, fueron hace siete años, a cargo de la Ópera de Ciudad del Cabo. Estoy hablando, de Porgy and Bess, de George Gershwin, con libreto de su hermano Ira y DuBose Heyward. En 1935, Gershwin estrenó en Broadway esta ópera sobre una comunidad negra en el sur de Carolina. Lo hizo en una época en la que los afroestadounidenses sufrían una fuerte discriminación social , cuando en Estados Unidos el racismo era institucional, con los linchamientos a la orden del día. Los Gershwin apostaron por una producción con cantantes negros con formación clásica, algo poco común en aquel entonces, cuando ninguna de las principales compañías estadounidenses quería contratarlos. No quedó exenta de polémica: al fin y al cabo dos judíos blancos habían creado una ópera sobre una comunidad de negros, con estereotipos por doquier, que hoy en día son aún más lacerantes.  

El que sus pegadizas y maravillosas canciones se convirtieran pronto en clásicos del Jazz, género musical con el que Gershwin quiso fusionar la música clásica, algo también arriesgado en su tiempo, no ayudó a que en su propio país esta obra gozase del estatus de gran ópera que merecía, y no fue hasta la producción de Houston de 1976, y su estreno en el Metropolitan Opera de Nueva York en 1985, que finalmente lo alcanzó, cuando en Europa ya llevaba décadas siendo aplaudida. El hecho de que la familia Gershwin, empezando por el propio compositor, - que desdeñó una propuesta para estrenarla en el Met con cantantes blancos, y también un proyecto con el mítico Al Jolson, ambas por usar el blackface- de restringir las interpretaciones de esta ópera solo para cantantes negros (algo que afortunadamente no se limita a cantantes negros estadounidenses, ya que la Ópera de Ciudad del Cabo, de Sudáfrica la ha paseado por todo el mundo y con éxito en los años 2010, y en también lo hizo la compañía del Gran Teatro de La Habana, Cuba, en los primeros 2000), es una de las principales que pese a que esta ópera forma parte del repertorio clásico, no se represente tanto como debería.


En 2018, la Ópera de Budapest sorprendió a todos cuando anunció que, integraría en su repertorio esta  ópera, cantada  por su propia compañía de canto, cuyos integrantes son todos de piel blanca. La controversia no se hizo esperar: el que esta producción tuviera lugar en Hungría, país conocido por su gobierno xenófobo y ultraconservador, y con unos elevados índices de racismo en su sociedad, se sumó a la indignación que causó en Estados Unidos, tanto en la comunidad afroamericana como en los sectores más progresistas del país, que vieron una muestra más de racismo opresor blanco, que cometía una apropiación cultural de una historia afroamericana. Posiblemente tal ola de indignación no se habría visto desde que el Metropolitan Opera House de Nueva York estrenó Parsifal, de Richard Wagner, de forma ilegal en 1903, desatando la misma indignación en Alemania. 

Finalmente, para poder representarla, el elenco húngaro tuvo que emitir una declaración firmada en la que profesaban una identidad afroamericana, y colocar junto a los anuncios de las representaciones, que  "la manera en que esta producción de Porgy and Bess es producida está desautorizada, y es contraria a los requerimientos para la presentación de la obra". Y sin embargo, pese a todo esto, el director de la compañía, Szilvester Okovács (afín al gobierno de Viktor Orbán), afirmó que la restricción de los Gershwin era racista, y que Hungría, a falta de un pasado colonial, no podía disponer de una compañía de cantantes negros para representarla de forma habitual. Las representaciones colgaron el cartel de "No hay billetes", aunque las críticas sobre la calidad del espectáculo fueron dispares. 




A falta de un streaming completo para juzgar el espectáculo, hay varios vídeos subidos en Youtube, Facebook o Instagram. La puesta en escena corrió a cargo de András Almási-Tóth, y con decorados de Sebastian Hannak, traslada la acción desde el original Catfish Row, a un centro de refugiados en Europa, en una época indeterminada, aunque la estética del vestuario de Krisztina Lisztopád, que además coloca peinados acartonados y rastas a las mujeres, y la propia etnicidad de los cantantes, nos indica que podrían ser los años 60 ó 70. Incluso se ha afirmado que en la época del flower power. Un único decorado preside toda la obra: se trata de un edificio blanco, al que acceden los personajes desde una escalera que comunica el escenario con uno de los palcos de proscenio, aunque un extraño mural, también con estética setentera, del que emanan luces, se encuentra a la derecha del escenario. Hay una importante intervención del cuerpo de danza, coreografiado por Dóra Barta, que termina por resultar excesivo, sobre todo en la penúltima escena de la obra, donde realmente carece de sentido. 

Todos duermen mientras Clara canta el Summertime, para luego ser despertados por Sportin' Life. Porgy aparece con un abrigo y rastas, y Bess aparece bailando animadamente, siendo la antítesis de Clara. En su celebérrima aria It ain't necessarily so, Sportin' Life aparece bailando y moviéndose por todo el escenario, aunque acompañado del cuerpo de danza. Durante su breve intervención, se ve al vendedor de cangrejos flirteando con una mujer que podría ser Bess, y al final, vemos el sinsentido del cuerpo de danza, mientras cae confeti al escenario (¿una alegoría de las drogas?), y Bess y Sportin' Life abandonan el escenario por las escaleras y el palco.



István Dénes dirige a la orquesta de la ópera de Budapest en la mayoría de las selecciones, de forma notable, incluso excelente en la primera aria de Porgy y la de Sportin'Life, aunque la trompeta a veces falla. El coro hace lo que puede, y tiene cierto éxito. El elenco se esfuerza, pero a muchos se les nota la poca afinidad con los estilos musicales de la obra. De lo visto, lo más destacable son el Porgy del barítono Marcell Bakonyi, (quien se alternó en 2022 con ¡Willard White!, preguntándose uno cómo el legendario intérprete de esta ópera pudo involucrarse en semejante espectáculo) con una bella voz, y el Sportin'Life del cantante de musical János Szemenyei, este último logrando una divertida y casi tenoril versión del It ain't necessarily so, que no consigue el tenor Laszlo Boldiszar en el otro extracto subido. Más discretos el Crown de Csaba Szegedi y el Jake de Máté Fülep. Beatrix Fodor no parece haber tenido su mejor día interpretando la bellísima Summertime, ausente de agudo final. Lilla Horti es una Bess estridente. Janos Szerékovan como el vendedor de cangrejos tiene un buen timbre de tenor de carácter. En una producción de blancos, un negro, el actor guineano Marcelo Cake-Baly (arraigado en Hungría, con un hijo parlamentario) en el rol del policía, y que aparece brevemente en uno de los tráileres, el actor Kalid Artúr, de padre árabe, en el rol del detective y el niño Rafael Abebe-Ayele en el rol de Scipio, son las únicas excepciones "étnicas" en el elenco.



La controversia se le plantea incluso al mismo espectador. Por un lado, uno también tiene la sensación de que no está viendo Porgy and Bess, sino otra cosa, e incluso con la música cuesta reconocer la obra. Contravenir las indicaciones de Gershwin, sabedor de que los cantantes negros estarían más familiarizados con los estilos musicales de la obra que los blancos, además de que con ellos la obra tendría su única credibilidad dramática posible, lleva a ver esta producción como un auténtico atentado. Y el  haber tenido lugar en la Hungría liderada por gobierno racista de Viktor Orbán, hace que el recelo esté en el aire. 

Por el otro lado, en una sociedad globalizada, en el resto del repertorio hace mucho que la etnia del cantante ha dejado de importar, mientras se tenga la voz para ello, y la prueba es la cantidad de cantantes negros y asiáticos que se han convertido en leyendas de la lírica, pese a que aún queda mucho por hacer. ¿Si tenemos cada vez más Aidas, Mimís o Brunildas, negras, asiáticas o sudamericanas mestizas, por qué no podríamos ver a una Bess o Clara de esas mismas etnias, más allá de cantar Summertime en un concierto, si tienen la voz y se familiarizan con los estilos de Gershwin? ¿Acaso las vivencias de Porgy and Bess no podrían suceder también, salvando las distancias, en comunidades romaníes, balcánicas, bangladesíes, o en una favela de cualquier ciudad sudamericana, o en los barrios, casi guetos, de inmigrantes de todas las etnias que existen en ciudades París, Bruselas, Berlín o Londres? ¿Y si a consecuencia de esta última posibilidad, la restricción de los Gershwin se ha quedado desfasada? Esta música es tan maravillosa, tan potente, que uno puede entender por qué, incluso desde una absurda argumentación racista, la ópera de Budapest haya querido incorporar esta obra a su repertorio sin que pasen muchos años entre producción y producción. Quizá  aunque pueda parecer fácil llegar a una conclusión definitiva, el encanto de esta partitura, podría ponerlo más difícil de lo que se cree. 


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