Madrid, 17 de diciembre de 2023.
Las navidades en Madrid, con toda su vorágine de luces, su gentío y las compras masivas de regalos y cenas, convierten a la ciudad en un espectáculo por sí mismo. Al salir del metro de Ópera, uno es recibido por un pequeño mercado navideño en la Plaza de Isabel II, y un deslumbrante árbol de navidad. El Teatro Real es parte de este espectáculo, programando siempre una ópera de repertorio por esas fechas, con el fin de hacer caja y atraer al mayor número de espectadores. Este año, la ópera de las navidades es Rigoletto, de Giuseppe Verdi. No se veía esta ópera en el Real desde otras navidades, las de 2015. En aquél entonces, el legendario Leo Nucci triunfó, y bisó, como era habitual en sus funciones, el Sì Vendetta en el segundo acto. Una entonces emergente Lisette Oropesa era Gilda en el segundo reparto.
El Rigoletto verdiano es una de las óperas más representadas en el mundo, como Traviata y Trovatore, la famosa "trilogía popular" que creó a principios de la década de 1850, y en esta ocasión basada en una obra de Víctor Hugo, "El Rey se divierte", una obra que contaba una historia, romantizada, sobre dos personajes históricos: Francisco I de Francia, un libertino mujeriego, y su bufón Triboulet, quien tiene una hija en la que se interesa el rey. Dado que en época de Verdi no se podía representar a un rey de esa manera, la acción se traslada a la corte de Mantua, el galán libertino es ahora su Duque, y el bufón pasa a llamarse Rigoletto. Los libertinos en la Edad Moderna eran señores de poder político y económico prácticamente ilimitado, presentes tanto en la nobleza como en el clero. Por ello, podían disponer de cuanta mujer desearan, que no iba a tener consecuencias para ellos, incluso debía de ser un "honor" para ellas, y eran ayudados por sus cortesanos, que incluso alababan sus "conquistas" en todos los rincones del reino. Este mundo brutal era retratado en toda su crudeza en el universo pornográfico del Marqués de Sade, entre otros autores. El Duque es uno de estos hombres, el deforme bufón Rigoletto es uno de esos cómplices, y Gilda, hija del anterior, la inocente víctima que cae en las garras del libertino, toda una máquina de seducir y abusar. Las víctimas no podían rebelarse, y si lo hacían, como el pobre Monterone que maldice a Rigoletto por reírse de la desgracia de su hija, eran reprimidos. Y el vil bufón se verá envuelto en una tragedia en consecuencia, aunque lo intente evitar a toda costa. Verdi y su libretista Piave crearon una obra en la que la psicología de los personajes y la música se convierten en una sola, transmitiendo verdadera tensión teatral. Los impulsos del Duque, la preocupación de Rigoletto y el amor puro y traicionado de Gilda envuelven al espectador con una música tan virtuosa como emocionante, con sus conocidas arias y cabalettas, y sus escenas con un efectismo adelantado a su tiempo.
En un mundo donde los poderosos siguen abusando y triunfando sobre quien deseen, en una época en la que las agresiones sexuales están a la orden del día, donde hay más concienciación que nunca ante este respecto, y en un país donde han tenido un eco social, como el caso de la Manada, que terminó en la no menos polémica "ley del sí es sí, el Teatro Real ha recurrido al enfant terrible del teatro español, Miguel del Arco, quien dirige por primera vez una ópera, para llevarla a su escenario. El montaje quiere reflejar el descarnado mundo de los abusos sexuales por parte del poder, la tragedia de las violaciones. Sin embargo, más allá de algunos momentos puntuales, la puesta en escena resulta menos provocadora y adolece de muchos momentos sin sentido, resultando más sórdida que radical, más aburrida que controversial. Quizá hace 15 ó 20 años hubiese despertado una gran indignación en el público, pero hoy en día no llega a tal extremo, aunque sí fue abucheada en el estreno, al que asistió la alta sociedad madrileña. En el preludio de la obra, una joven se ve acorralada por unos hombres con máscara de conejo, que terminan abusando de ella. Entre ellos se encuentra Rigoletto, quien aquí no tiene joroba. La escenografía de Sven e Ivana Jonke consta de varias cortinas, en el primer acto siendo rojas. Los cortesanos visten de traje, mientras que unas bailarinas, con una coreografía de Luz Arcas, vestidas de oro amenizan la fiesta en el primer acto. En el segundo cuadro, aparece un habitáculo en forma de iglú, en cuyo interior está decorado de plantas, cual jardín, y Gilda lleva un vestido morado, ¿una alusión al feminismo actual? ¿alude esa casa a la inocencia de Gilda, a punto de ser robada? Mientras canta su aria, un montón de cuerpos desnudos aparecen a su alrededor. En el segundo acto, las bailarinas ahora se cubren la cara y llevan vestidos morados, mientras realizan bailes de Twerking mientras el Duque canta Possente Amor mi chiama. Un momento sobrecogedor es cuando una vez Rigoletto canta su desgarradora aria pidiendo que liberen a su hija, los cortesanos y las bailarinas aplauden al bufón al unísono del público, haciendo partícipe y cómplice de este en la tragedia. Al final del Sì Vendetta, los cortesanos aparecen en lencería y frotándose los unos a los otros, mientras el Duque observa ¿cual voyeur? El tercer acto representa la caída de los personajes. Antes de que comience, se oyen unos gruñidos y gritos, que parecen corresponder a una violación. Las bailarinas, ahora caracterizadas como prostitutas, realizan coreografías de felaciones y diversas posturas sexuales mientras el tenor entona la Donna é Mobile. Al final, un grupo de mujeres desnudas llevan el cadáver envuelto de Gilda al escenario, y cuando ésta muere lo hace uniéndose al grupo, representándola como una víctima más del Duque, y del abuso de poder.
El director de repertorio italiano favorito de Madrid, el maestro Nicola Luisotti, se pone al frente de la Orquesta del Teatro Real, para lograr una dirección que en esta ocasión se divide entre momentos de gran espectacularidad, marca de la casa, y otros más dedicados a cuidar a los cantantes. El preludio fue desgarrador, así como el final del segundo acto y casi todo el tercero. Las cuerdas sonaron con agilidad, logrando su mejor momento en el dúo de Rigoletto y Sparafucile, pero algo más flojas en el aria del tenor del segundo acto. En cambio la madera logró bellos momentos, como la flauta en el aria Gualtier Maldè y el clarinete para reflejar la oscuridad en el tercer acto. El coro estuvo a su excelente nivel habitual, especialmente en el final del primer acto y a lo largo del segundo, así como al crear el efecto del viento en la escena de la tormenta.
Javier Camarena, tenor predilecto del público, regresa al Teatro Real, interpretando al Duque de Mantua. Se dice que Camarena ha sufrido un cambio en la voz desde que cantó Il Pirata hace cuatro años en este mismo teatro. Antes de que empezara la función, por megafonía se anunció que padecía de una gripe, pero que cantaría por deferencia con el público. El timbre sigue siendo igual de bello y juvenil, aunque sufre cuanto más arriba vaya la voz. Los agudos en general son más cortos, y en general dio buenas interpretaciones del Questa o quella y el Parmi veder le lagrime, aunque en la cabaletta no dio el agudo final. Pero parece que, dentro de sus circunstancias, se reservó para La Donna è Mobile, y es que el tenor mexicano lo dio todo en esta aria, cantando todo lo a plena voz que pudo y dando un agudo final prolongado que impresionó a algunos del público que no pudieron reprimir comentarios de admiración. Luego estuvo a un nivel un poco más contenido en el cuarteto.
Ludovic Tézier, uno de los más importantes barítonos verdianos de hoy en día, interpreta a Rigoletto. Si bien durante el primer acto parecía más contenido, pese a sonar bien desde el principio, fue en el segundo donde se apoderó de la escena. Su voz sigue siendo notable, sabe interpretar a Verdi, y en el segundo acto su voz suena aseada, dramática y llega a toda la sala, con una conmovedora y bien cantada versión del Cortigiani. Durante la escena con Gilda como actor logró transmitir la rabia y el abatimiento del personaje, cerrando con una apoteósica versión de la Vendetta, que esta vez no se ha bisado (Leo Nucci ha malacostumbrado al público español con sus esperados y publicitados bises). En el tercer acto mantuvo su excelente nivel.
Adela Zaharia, habitual en esta casa, interpreta a Gilda. Su interpretación ha convencido al público, que se deleitó con su interpretación del Gualtier Maldè en el primer acto, pero fue a partir del segundo, en el Tutte le feste al tempio, cuando confiesa su amor por el duque, a su padre, y toda la escena, con su sonido más dramático y sus buenos agudos. Conmovedora en el Lassú in ciel del final, con un agudo precioso.
Excelentes los comprimarios Peixin Chen como Sparafucile, un bajo con un grave gutural, profundo, que conviene al personaje, y Marina Viotti como una Maddalena con un precioso timbre de contralto, una voz que se hace oír por encima de todos y que fue la predominante en el cuarteto del tercer acto. Jordan Shanahan, Klingsor en el Parsifal de Bayreuth, en cambio fue un Monterone más bien descafeinado. El resto del elenco estuvo correcto.
El teatro estaba completamente lleno, lo que demuestra las ganas que tenían tras ocho años sin ver al bufón. Y recompensó con ovaciones a Chen, Camarena, Zaharia y Tézier, aunque tampoco fueron demasiado prolongadas ni muy atronadoras. Simplemente se disfrutó de una buena tarde de ópera, aunque la producción les pareció, a juzgar por los comentarios, soez. Al salir, una vez más, el árbol iluminado de la plaza de Oriente y el mercado aguardaba al espectador, para desearle una Feliz Navidad con algunas las mejores voces líricas y con una de las óperas más bellas. ¿No es este entusiasmo musical también parte del espíritu navideño?
Las fotografías no son de mi autoría, si alguien se muestra disconforme con la publicación de cualquiera de ellas en este blog le pido que me lo haga saber inmediatamente.
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