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Madrid, 17 de enero de 2025.
La Novena Sinfonía de Anton Bruckner es una de las grandes obras de su catálogo, y una de las más bellas de todos los tiempos. Durante la etapa de su composición, que abarcó entre los primeros borradores en 1887, y el año de su muerte en 1896, Bruckner se hallaba en la cima de su carrera. El éxito de las sinfonías séptima y octava le llevó a hacer revisiones de todas las demás de su catálogo, lo que demoró la composición de la novena. Cuando se dispuso a trabajar en serio en ella, a partir de 1891, el compositor austríaco se encontraba fatigado: la vejez, la intensa actividad profesional de esos años. Sin embargo, a Bruckner le acechaba la muerte: la frágil salud de sus últimos años le hizo temer que al terminar cada movimiento, quizá no podría comenzar el siguiente. Como resultado de sus inseguridades, al tercer movimiento, el largo Adagio, lo tituló "Despedida de la vida". No llegó a terminar el cuarto: al morir en 1896 había dejado borradores de una buena parte del mismo, pero sin el gran final con el que pensaba concluírlo.
Esta obra maestra inacabada es peculiar: no solo porque refleje el pesimismo ante la muerte, y una última alabanza a Dios, al que está dedicada, sino porque musicalmente es un puente con la música del siglo XX. Su música parece unir su doble alma musical, conservadora y al mismo tiempo muy wagneriana, con la disonancia que llevará a la atonalidad en menos de veinte años. Grandeza y profundidad, armonía y disonancia, el conflicto final en el que Bruckner encara sus demonios y busca la paz. El primer movimiento es una solemne introducción, cuyas primeras notas recuerdan al preludio del Oro del Rin wagneriano, para ir luego por temas más mayestáticos. El segundo, el popular Scherzo, es tan terrorífico en el tema introducido por la orquesta, como alegre en el tema introducido por los violines y la flauta. El movimiento final, el largo Adagio, empieza tan melancólico como lo haría otro gran Adagio de otra sinfonía inacabada: la Décima de su discípulo Gustav Mahler. Los conflictos musicales del compositor aquí llegan a una batalla final, que termina con la que posiblemente sea una de las músicas más bellas no solo de su autor, sino de toda la música clásica: esa conclusión conmovedora, iniciada por la flauta y replicada por la cuerda, en la que parece que la lucha interna de Bruckner ha concluído, y ha encontrado la paz, como si estuviese en comunión perfecta con Dios, en un estado de plenitud absoluta.
Tal apoteosis musical inspira una sensación de acabado en el oyente, reforzada por la falta de un final completo, que hace pensar que después de eso no puede haber nada más. Incluso hay músicos y aficionados que creen que Bruckner pudo haber perdido la inspiración en la música existente del cuarto movimiento. En las últimas décadas, varios musicólogos como Samale, Mazzuca, Cohrs, el recientemente desaparecido Carragan, y otros han intentado completarlo, dando lugar a muchas e interesantes versiones. Sin embargo, la tradición ha terminado aceptando que con la emocionante prolongada nota final de trompa que concluye el tercer movimiento, concluye también la brillante carrera musical de Anton Bruckner.
En 2024 tuvo lugar el Año Bruckner, y las orquestas de la capital española ofrecieron excelentes interpretaciones: la Nacional de España interpretó la quinta, la séptima y la octava, la Sinfónica de Madrid interpretó la Cuarta, y la Orquesta de Radio Televisión Española interpretó la sexta y la séptima dirigida por el mítico Christoph Eschenbach en un concierto extraordinario. Ahora que recién comenzado 2025 hemos dejado atrás ese año, o mejor dicho estamos terminando las celebraciones del mismo, la Orquesta de Radio Televisión Española, al mando de Christoph König, ha interpretado ayer y hoy dos grandes obras: la inacabada Novena Sinfonía y el Te Deum. Entre ellas, se interpretó el Ohoi de Giacinto Scelsi, un autor contemporáneo.
La orquesta, a la hora de enfrentarse a semejante obra, ha tenido alguna dificultad, pero ha podido sacarla adelante lo más dignamente posible, dentro de sus posibilidades. Por otro lado, oír esta sinfonía en vivo es toda una experiencia, ya que en el teatro se siente la espectacularidad de la obra, las vibraciones de los golpes de orquesta, el impacto no se compara a oírlo en casa en disco o en el ordenador. Así, el trémolo de las cuerdas, seguido del viento, con el que empieza el primer movimiento es sobrecogedor, aunque en la primera aparición del tercer tema hubo un poco de zozobra que se solventó en la repetición del mismo, donde sonó plenamente. Durante todo ese movimiento, la orquesta fue de menos a más. No obstante, hubo algún desajuste en el segundo movimiento con los pizzicatos iniciales, pero aquí la orquesta logró grandes momentos, con las cuerdas sonando estremecedoras en el impactante primer tema y luego en el juguetón segundo tema sonaron bastante bien. El tercer movimiento, el éxtasis de la obra, fue el mejor momento para la orquesta, especialmente para el viento, que también tuvo alguna complicación al principio. Pero todo eso queda opacado con el brillante arranque de las cuerdas, magníficas en el primer tema. El final, lo interprete nuestra orquesta de RTVE como lo interprete la Filarmónica de Viena, siempre es una experiencia conmovedora, aunque aquí las cuerdas perdieron un poco de fuelle frente a las trompas que sonaron tan celestiales como la música.
La segunda parte empezó con la obra de cuerda Ohoi, de Giacinto Scelsi. Se trata de una obra estridente, de un trémolo constante, como de un momento de suspense mantenido a lo largo de ocho estresantes minutos. El maestro König unió esta pieza con el Te Deum de Bruckner, para sorpresa de muchos, aunque posiblemente la obra de Ohoi no hubiera tenido muchos aplausos.
El Te Deum de Bruckner es una de sus grandes obras corales, y uno de los mayores éxitos en vida del compositor, del que estaba muy orgulloso. Es una potente y visceral alabanza al creador, para coro, orquesta, órgano y cuatro voces solistas, de los cuales las voces masculinas tienen más preponderancia que las femeninas, aunque la soprano tiene un breve solo. Aquí el protagonismo se lo llevó el genial Coro de Radiotelevisión Española, acompañado de una orquesta que dio una versión notable de la potente orquestacion. En cuanto a las voces, las mejores fueron la de la soprano Esther González y la del bajo Vicente Martínez, de voz notable. El tenor José Darío Cano en cambio tuvo una voz zozobrante, y tuvo algún problema que otro en el agudo. La mezzosoprano Ekaterina Antipova tiene una voz cálida, pero la música no le da el mismo lucimiento que a sus otros colegas.
En un teatro que no estuvo lleno, sin embargo, el programa fue recibido con entusiasmo, especialmente al terminar el Te Deum. Antes de comenzar la segunda parte, el maestro Luis Cobos, conocido por sus grabaciones de zarzuela y crossover, apareció para entregar un premio a la orquesta.
Cualquier melómano debería tener la oportunidad de oír al menos una vez en la vida esta sinfonía en vivo, porque es una verdadera subida al cielo. Pocos autores (Berlioz, Verdi) han podido recrear tan bien ese estado de ánimo como Bruckner al final del Adagio de esta sinfonía.
ENGLISH: Rising to heaven with Bruckner's Ninth Symphony at the Teatro Monumental.
Madrid, January 17, 2025.
Anton Bruckner's Ninth Symphony is one of the great works in his catalogue, and one of the most beautiful ones of all time. During the period of his composition, which spanned between the first drafts in 1887, and the year of his death in 1896, Bruckner was at the peak of his career. The success of the seventh and eighth symphonies led him to make revisions to all the others in his catalogue, which delayed the composition of the ninth. When he set out to work seriously on it, starting in 1891, the Austrian composer was tired because of the intense professional activity of those years. In addition, death loomed Bruckner: the fragile health of his final years made him fear that as he finished each movement, he might not be able to be alive to begin the next one. As a result of this fear, he titled the third movement, the long Adagio, "Farewell to Life." He did not finish the fourth one: when he died in 1896 he had left drafts of a good part of it, but without the grand ending with which he planned to conclude.
This unfinished masterpiece is peculiar: not only because it reflects pessimism in the face of death, and a last praise to God, to whom it is dedicated, but because musically it is a bridge with the music of the 20th century. His music seems to unite his double musical soul, conservative and at the same time very Wagnerian, with the dissonance that will lead to atonality in less than twenty years. Greatness and depth, harmony and dissonance, the final conflict in which Bruckner faces his demons, seeks and finally finds peace. The first movement is a solemn introduction, whose first notes recall the prelude to Wagner's Das Rheingold, and then move on to more majestic themes. The second one, the popular Scherzo, is as terrifying in the theme introduced by the orchestra as it is joyful in the theme introduced by the violins and flute. The final movement, the long Adagio, strongly recalls, or announces another great Adagio from another unfinished symphony: his pupil Gustav Mahler's Tenth one. The composer's musical conflicts led to a final orchestral battle, which ends with what is possibly some of the most beautiful music not only by Bruckner, but of all symphonic music: that moving conclusion, initiated by the flute and replicated by the strings, in which it seems that Bruckner's internal struggle has ended, and he has found peace, as if he were in perfect communion with God, in a state of absolute happiness.
Such a musical apotheosis inspires a sense of completion in the listener, reinforced by the lack of the complete Finale, which makes one think that nothing else is possible after the Adagio. There are even musicians and brucknerites who believe that Bruckner may have lost inspiration, when analizing the existing music of the fourth movement. In recent decades, several musicologists such as Samale, Mazzuca, Cohrs, the recently deceased Carragan, and others have attempted to complete it, offering many interesting versions. However, tradition has come to accept that with the moving, ethereal long horn final note that concludes the third movement, so Anton Bruckner's brilliant musical career does.
In 2024 the Bruckner Year took place, and the orchestras of the Spanish capital offered excellent performances: the Spain National Orchestra played the fifth, the seventh and the eighth, the Madrid Symphony (the Teatro Real Orchestra) played the Fourth, and the Spanish Radio Television Orchestra played the sixth and the seventh conducted by the legendary Christoph Eschenbach in an extraordinary concert. Now that 2025 has just begun and we have left that year behind, or rather we are finishing its celebrations, the Spanish Radio Television Orchestra, under the command of Christoph König, has performed two great works yesterday and today: the unfinished Ninth Symphony and the Te Deum. Among them, the Ohoi by Giacinto Scelsi, a contemporary author, was performed.
The orchestra, facing with such a work, has had some difficulties, but has been able to carry it out as dignified as possible, within its possibilities. On the other hand, hearing this symphony live is quite an experience, since in the theater one can feel the spectacular nature of this music, the supernatural vibrations of the orchestral beats, so the live impact is not compared to hearing it at home on disk or on the computer. Thus, the tremolo of the strings, followed by the woodwind, with which the first movement begins sounds overwhelming, in the hall, although in the first appearance of the third theme the strings were somewhat unheard, something resolved in the repetition of the same, where they sounded fully. During all that movement, the orchestra went from less to more. However, there was some mismatch in the second movement with the opening pizzicatos, but despite this, here the orchestra achieved great moments, with the strings sounding thrilling in the striking first theme and then in the playful second theme they sounded quite good. The third movement, the ecstasy of the work, was the best moment for the orchestra, especially for the brass, which also had some complications at the beginning. But all that is overshadowed by the brilliant start of the strings, magnificent in the first song. The ending of this movement, whether performed by our RTVE Orchestra or by the Vienna Philharmonic, is always a moving experience, although here the strings lost a bit of steam compared to the horns that sounded as heavenly as the music.
The second part began with the string work Ohoi, by Giacinto Scelsi. It is a strident piece, with a constant tremolo, like a moment of suspense maintained over eight stressful minutes. Maestro König combined this piece with Bruckner's Te Deum, by starting it inmediately after the end of Ohoi, much to the audience's surprise, probably because Ohoi's work may not have received much applause. Bruckner's Te Deum is one of his great choral works, and one of the composer's greatest successes during his lifetime, of which he was very proud. It is a powerful and visceral praise to God, for choir, orchestra, organ and four solo voices, of which the male voices have more preponderance than the female ones, although the soprano has a brief solo. Here the leading role was taken by the brilliant Spanish Radio and Television Choir, accompanied by a remarkable rendition by the orchestra of the powerful orchestration.
As for the voices, the best were those of the soprano Esther González and the bass Vicente Martínez, with a remarkable voice. The tenor José Darío Cano, on the other hand, had a wobbly voice, and had some problems in the high notes. Mezzo-soprano Ekaterina Antipova has a warm voice, but the music does not give her the same shine as her other colleagues.
In a far from being full hall, however, the program was received with enthusiasm, especially at the end of the Te Deum. Before beginning the second part, crossover orchestra conductor Luis Cobos appeared to present an award to the orchestra.
Any music lover should have the opportunity to hear this symphony live at least once in their life, because gives the feeling of a true rise to heaven. Few authors (Berlioz, Verdi) have been able to recreate that mood as well as Bruckner at the end of the Adagio of this symphony.
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