Madrid, 16 de febrero de 2025.
El pasado domingo fue la última función de "La Corte de Faraón", de Vicente Lleó, un título emblemático del repertorio de la zarzuela, pese a que está a caballo entre la misma y géneros como la revista, el vodevil y la opereta. De hecho, se denomina "opereta bíblica", debido a que el tema principal es la historia bíblica de José, vendido por sus hermanos como esclavo, y terminó en Egipto, donde fue acusado por la mujer de Putifar ya que no quiso acostarse con ella. Sin embargo el enfoque no es religioso precisamente. Ni es el único tema. El libreto de Perrín y De Palacios sitúa esta obra en el marco del género "sicalíptico", que cuenta historias con un toque picaresco, erótico, repleto de insinuaciones subidas de tono. Este género vivió una edad de oro en las primeras décadas del siglo XX en España.
¿Cómo presentar esta obra en 2025? La picaresca sexual de 1910 no es la misma de hoy, ya que vivimos en una época donde casi ni es necesaria. ¿O quizá sí? Aún reímos tímidamente cuando entendemos un doble sentido. De esta obra ha habido varias versiones, pero Emilio Sagi, director de escena, y el tenor Enrique Viana han presentado una adaptación del libreto a temas más actuales, que data de 2012, que pese a haber despertado algún que otro recelo en la crítica o en algún purista, sigue haciendo que el público se monde de risa y que incluso cante el número más celebre de la obra, el cuplé babilónico "Ay ba, ay ba... ay Babilonio que marea".
Y es que pese a la transformación de la obra, el brillibrilli, las lentejuelas, las danzas y el humor desternillante que hace reír al público habitual de zarzuela, que ya tiene cierta edad, siguen presentes. La producción de Sagi mezcla esta tradición, presente en la estética clásica del primer acto, que con sus coros y marchas es una parodia de la Aida de Verdi. El vestuario de Gabriela Salaverri nos lleva al Antiguo Egipto tan idealizado de esos tiempos, la escenografía de Daniel Bianco, recreando bustos y sarcófagos suma a esa mágica estética. Además cuenta con un divertido y ágil cuerpo de baile masculino, con bailarines de cuerpo escultural, coreografiados por Nuria Castejón. Al final de la obra, de repente, los personajes cambian el vestuario egipcio por un moderno vestuario en el que llevan estampadas imágenes de bustos de Tutankamón y Nefertiti. Al final todos bailan un bis del "Ay ba, ay ba" con un mural de collages de imágenes egipcias al fondo.
El ya dos veces mencionado "Ay ba, ay ba" es el momento más conocido de la obra, como también se ha dicho. Es cantado por Sul, una cupletista de Babilonia. En esta ocasión, y algo que ha levantado ampollas entre algunos puristas de la obra, es la versión de este número preparada por el tenor Enrique Viana, quien interpreta a la cupletista. En un evidente guiño al mundo drag queen, se ha criticado que el guión improvisado de la escena sea, según los más puristas, un alegato del orgullo LGBT, y de intenciones woke. Tras cantar el número tal y como aparece en la obra, luego desaparecen los subtítulos y empieza la nueva versión, en la que Sul hace guiños a la situación política mundial, a los recortes del ministerio de Cultura, y de las relaciones de las "amigas" con los hombres. En un género que se presta a modificaciones, alusiones a la situación social del momento, e incluso a pedir abiertamente al maestro que toque una u otra pieza o que toque en una u otra clave, no debería sorprender esta nueva versión. Lo único cierto es todo el público se río a carcajada abierta durante la escena, incluso Viana hizo cantar el famoso estribillo, primero a todos los hombres de la sala, y luego a todo el público.
Carlos Aragón dirigió la Orquesta de la Comunidad de Madrid con alegría, incluso en algún momento la cuerda sonó con mucha fuerza. El Coro del Teatro de la Zarzuela cantó entregado, especialmente en sus primeras escenas.
La labor del elenco, que puede definirse como coral, fue de entrega absoluta a la producción, sacando la mayor vis cómica de cada uno. María Rey-Joly, con la voz ya madura, pero aún capaz de dar buenas noches debido a que es un animal escénico, además de tener un espectacular físico, fue una divertida Lota, mujer de Putifar. Annya Pinto fue una Raquel deliciosamente cantada, y es un gusto ver a la veterana María Rodríguez como la matronil Reina. El tenor asturiano Jorge Rodríguez-Norton, tan habitual del solemne y wagneriano Festival de Bayreuth, como de las temporadas de este teatro, muestra su versatilidad sacando su lado más divertido como el Casto José, que aborda tanto musical como actoralmente, ya que como su contraparte Rey-Joly, cuenta con un cuerpo escultural, que exhibe paseándose en calzoncillos dorados durante casi toda la obra. Enric Martínez-Castignani interpreta al Faraón con una aún potente voz. Ramiro Maturana es la otra gran voz masculina, interpretando a Putifar: su voz es grande, aunque un poco irregular, pero convence en el divertido e impotente personaje con su actuación.
Un teatro repleto se lo pasó en grande, y las ovaciones a Viana demuestran lo mucho que se divirtió el público. Pero también fueron generosos con el resto del elenco. Espero ver algún día algo parecido a la "esencia" particular de la obra, pero la gente con la que fui y coincidí en la sala, se lo pasó de lo lindo. Hasta la organización europea Juvenilia, que abarca jóvenes melómanos de todas partes de nuestro continente, con alguno que otro vinculado a grandes teatros, estuvo en la función de visita. Ojalá que hayan gozado de esta perla de nuestro género.
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