Bernd Alois Zimmermann fue un autor que se situó en varios estilos, convirtiéndose en un recopilador de los mismos. Uno de los mismos fue el "collage" de tendencias musicales recogidas para unirlas a sus propias composiciones. La partitura es además de exigente, verdaderamente terrible. Si Wozzeck puede parecer la representación de la esquizofrenia en la ópera, Die Soldaten la deja pequeña en ese sentido. La angustia nos acompaña desde el primer hasta el último momento, desde la explosiva obertura hasta el Pandemonium final. Entre los diversos estilos adivinables, reconocemos el serialismo y una inspiración marcada por la segunda escuela de Viena, pero en mi opinión no supera a esta última. El tercer acto es uno de los más inspirados, donde la música está al servicio de la trágica degradación de la protagonista.
Y no es menos terrible la historia: las desventuras de la pobre Marie Wesener, la degradación física y espiritual de una chica inocente en lo más profundo de su ser, en un ambiente atroz, sórdido, clasista de un mundo de guerra y soldados.
De todo esto, el trabajo de Calixto Bieito se hace eco con su espectacular y ultraviolenta producción. Procedente de la ópera de Zúrich y la transgresora Komische Oper de Berlín, este montaje transmite pese a la limitación de espacio que da la enorme orquesta, la degradación moral de sus personajes y la tragedia de Marie. Sin duda, estamos ante una de las mejores producciones de ópera contemporánea de los últimos años.
Nada más entrar, nos encontramos con la imagen de una preciosa niña rubia que representa la inicial inocencia de Marie, proyectada en el telón. Al abrirse el telón vemos una enorme plataforma amarilla escalonada en la que está situada la orquesta, toda ella vestida con uniformes militares, incluído el director de orquesta. Podría pensarse que estamos ante una orquesta de guerra, lo que contribuye a dar un ambiente más opresivo. Podría ser que entre batallas y una vida dura, se den el lujo de representarnos esta historia. También hay plataformas en los palcos y pantallas enormes en ambos lados de la sala. En el enorme espacio que tapa el foso de la orquesta, los cantantes interactúan. Pese a estar ambientada hace siglos, el vestuario es actual, lo que casa mejor con la obra. Bieito presenta a los soldados con una crudeza mayor que los legionarios de Carmen: viven en una mayor suciedad, son más brutales y más violentos. Los personajes de rango superior se dan el lujo de torturarlos en escena, o entre ellos mismos cometen atrocidades, como el aplastamiento que hacen a Stolzius al final del segundo acto. En las pantallas podemos ver cómo los personajes filman a Marie, convirtiéndola en objeto de deseo, como preludio a su degradación en el final, así como también vemos las sórdidas expresiones orgásmicas de Desportes poseyendo a Marie.
El final es lo más desgarrador: Marie es violada por un soldado y sujetada por los personajes, dejada toda ensangrentada y utilizada como mesa, como silla y denigrada por los mismos que la han destruido. Al final aparecerán todos los personajes y fuera de escena se oirán los pasos de los soldados y los desgarradores gritos finales del Pandemonium, que nos dejan con la sensación de tener taquicardia. Una Marie bañada en sangre se entrega al destino mientras en la pantalla la niña inocente del principio aparece muerta. Es el fin de la inocencia, el fin de lo bueno en un mundo donde sólo cabe la destrucción, la muerte y la sordidez.
La dirección musical de Pablo Heras-Casado destaca por su excelencia, esta vez logrando de la orquesta un sonido espléndido y saliendo airosa de la difícil tarea.
De los solistas, Susanne Elmark lleva sobre sus hombros la titánica empresa de encarnar a la protagonista. Vocal y actoralmente entregada, se dejó la piel en escena: primero juguetona, antes de que el mundo la destruya y finalmente frágil e indefensa. Elmark con su enorme voz y su gran actuación nos deja una Marie para el recuerdo.
Pavel Daniluk fue un imponente Wesener con su gran voz de bajo, al igual que el barítono Leigh Melrose con su excelente Stolzius. Uwe Stickert (en un principio, estaba anunciado Stefan Vinke) también cumplió como Desportes, aunque a veces la voz sonase un poco disonante; pero convenía al personaje. Noemi Nädelmann con su bella voz hizo creíble a la perversa condesa de la Roche. La veterana Iris Vermillion con sus enormes graves fue de las sorpresas de la noche, como la madre de Stolzius. Pero lo más sorprendente fue ver a la histórica mezzosoprano Hanna Schwarz aún en activo como la anciana madre de Wesener. A sus 76 años sigue siendo una intérprete de lujo y con una voz que no suena demasiado quebrada, interpretando el lamento y la advertencia del futuro de su nieta. Un verdadero milagro.
Sí, ha habido deserciones y verdadero recelo, como suelen despertar estas obras. Pero pese a su gran dificultad, no me parece la suya una programación prescindible sino necesaria. La complejidad de su monumental partitura, lo universal de su argumento y la maestría de su autor jusifican su presencia en el Teatro Real. Si vemos exposiciones de arte moderno en el Reina Sofía, la ópera no se queda al margen. Todas las grandes obras merecen ser vistas por el gran público, con independencia de su dificultad. Con todo, los que estuvimos al final aplaudimos con entusiasmo esta producción que va camino de ser lo mejor de la temporada. No pudo presentarse esta ópera con mayor honor.
Algunas fotografías no son de mi autoría, si alguien se muestra disconforme con su publicación en este blog le pido que me lo haga saber inmediatamente.
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