jueves, 25 de julio de 2019

Il Trovatore en el Teatro Real de Madrid. 24 de julio de 2019.


Como cada verano, el Teatro Real apuesta de nuevo por un título de repertorio para cerrar su temporada. En esta ocasión se trata de Il Trovatore, ausente del regio coliseo desde 2007, cuando unas gloriosas Fiorenza Cedolins y Dolora Zajick impresionaron al público de Madrid. Y no podía faltar tampoco la difusión de una de sus funciones por una pantalla gigante en la Plaza de Oriente, por televisión y en streaming a todo el mundo y a varios centros culturales en el país el 6 de julio.
El Trovador regresa a Madrid a lo grande, con una producción a cargo de Francisco Negrín, y hasta tres repartos interpretan esta cima de la lírica.

La producción de Negrín, tal y como dijo en la prensa, busca mostrar en escena cómo los fantasmas del pasado son capaces de atar y condicionar a los personajes. Para ello, hace aparecer a la madre y al verdadero hijo de Azucena, como unos personajes más de la acción. La acción tiene lugar en un espacio metálico, frío, que intensifica el patetismo y el lado más oscuro de la obra hasta hacerla irrespirable. En las zonas inferiores  hay espacios donde el coro, tan importante en la obra, canta sin estar del todo visible en varias escenas. Además, en determinados momentos hay dos postes que se cruzan formando una cruz, y que dividen el escenario de forma eficiente, como en la escena del convento. Este minimalismo salvaje intenta que nos concentremos en la tragedia de Azucena, pero en algunos momentos resulta aburrido: los efectos dramáticos que crean las apariciones de los fantasmas  no compensan el feísmo de la producción que en ocasiones termina por aburrir o por volverse irrelevante.

Nada más abrirse el telón, vemos a Azucena invocando el fuego en una mesa de donde salen llamas reales, y a su madre en lo alto del escenario. Ferrando cuenta su narración a unos niños mientras el coro canta escondido. En el segundo acto se ve al verdadero hijo de Azucena como la segunda aparición espectral y de gran peso, ya que en los dúos con Manrico ella habla más con el fantasma de su hijo biológico que con su hijo adoptivo, un reflejo de su locura. El coro de gitanos es un momento interesante, con las mujeres haciendo hechizos mientras los hombres cantan casi fuera de escena. Un contraste de vestuario tiene lugar entre los hombres del Conde de Luna, vestidos de cuero negro y los de Manrico, vestidos de cuero natural. En el tercer acto se ve al Conde rabiar mientras se ve a Manrico y Leonora juntos en una torre. En el dúo final se ve a la madre de Azucena sujetar con unas cadenas a los amantes, como un anticipo de sus trágicos finales antes de pasarle la cadena, es decir decidir el destino de la pareja, a su hija. Al final se ve a Azucena proclamar su triunfo final mientras empuja uno de los paneles que hacen la cruz mientras el fuego se proyecta al fondo del escenario y las llamas salen de la mesa omnipresente.


Maurizio Benini ha realizado una dirección orquestal bastante interesante, con unos tempi ágiles y con tensión dramática; extrayendo de la orquesta un buen sonido si bien a veces resultaba un poco más rápido de lo esperable. Entre los momentos interesantes se cuentan la excelente prestación de la trompeta en las escenas del conde de Luna, el coro de gitanos o el acto cuarto. Benini ha sabido transmitir en un estilo belcantista la partitura de Verdi, ayudando notablemente a los cantantes.

El coro, en su buen hacer habitual, ofreció una versión notable del coro de gitanos y los coros masculinos en el tercer y cuarto actos alcanzaron un nivel excelso.

El primer reparto, sin ser el colmo de lo excelso, es de lo mejor que se puede encontrar para esta casi incantable ópera, logrando en su última función anoche que el público pasara una agradable noche de ópera.

Francesco Meli fue Manrico. Tras verle el día 6 en televisión, me saltaron las alarmas ante lo que me parecía un tenor limitado. Sin embargo, en vivo y viendo una función completa, puede decirse que su nivel es alto para lo que hoy se encuentra en Manrico. La voz es juvenil, belcantista (pero adolece un poco de la heroicidad que requiere la voz del trovador), y se encuentra más cómodo en este rol que en otros como el Don José de Carmen que le vimos hace dos años. Al ser italiano, su dicción y experiencia consiguen que su Manrico sea más expresivo. Empezó con una bella versión del Deserto sulla terra, logrando en el tercer acto  una gran versión del Ah, si ben mio en la que exhibió un importante agudo prolongado que arrancó una ovación en la sala. Sin embargo, la Pira fue descafeinada ya que no consigue el agudo deseado y el número parece superarle, en ocasiones afectando a la proyección. En el acto cuarto remonta con una excelente intervención en el Miserere y en el resto de la obra.


Sustituyendo a una Maria Agresta que el día 6 parecía limitada y con los agudos superándola en alguna que otra ocasión, el día 24 tuvimos a Lianna Harotounian como Leonora. Harotounian tiene una voz enorme, y unos agudos enormes e impactantes. El primer acto le costó en parte, pero sus agudos,como el del final del terceto que cierra el acto que impresionó al público. Salió airosa de su gran escena en el acto cuarto, con un D'amor sull'ali rosee con un legato apreciable, aunque el Miserere y la cabaletta final fueron aún mejores. Por otro lado, la frase M'avrai ma fredda esanime spoglia en la que afirma que prefiere morir a ser del Conde fue un momento sobrecogedor debido a su desgarradora pronunciación de la misma. En el acto cuarto fue a mejor, con una notable versión del Prima che d'altri vivere.

Ludovic Tezier es uno de los barítonos más solicitados de hoy en día, y una de las primeras opciones para el conde de Luna. Su voz, pese a algunos momentos que parecían tender un poco a lo gutural, es de las pocas que suenan a barítono verdiano de verdad, y eso es mucho en estos tiempos que corren. Logró pues un buen Conde de Luna, con una versión de Il Balen del suo sorriso bastante conmovedora y aplaudida. Además de buen intérprete es buen actor y transmite lo temible del personaje. Al final de su dúo con Leonora del cuarto acto logró un agudo apreciable.

Ekaterina Semenchuk fue, junto a Meli, la estrella indiscutible de la noche. Su Azucena no es una mujer puro fuego como la Cossotto o incluso la Zajick, que destilan drama por cada poro. Su interpretación de la gitana empieza sutil, esperando tranquilamente el momento de la venganza, hasta que la tragedia ya se le respira por todos lados y metiéndose al público en el bolsillo. Vocalmente tiene una gran técnica (aunque pueda dar una primera impresión de frialdad) y una voz con un sonido sugerente de contralto, y unos agudos que impresionan. Empezó con un Stride la Vampa un tanto frío, pero desde su desgarradora versión del Condotta ell'era in ceppi, donde narra toda su tragedia, la función ya era suya. Al final del segundo acto dio un agudo estremecedor. Su mejor momento, y el de toda la función fue el Ai nostri monti, donde su canto en pianissimo logró conmover a la sala, dejando una versión para el recuerdo. También es una buena actriz, logrando transmitir la enajenación del personaje.

Roberto Tagliavini, habitual en el Real, fue un Ferrando de lujo, con su habitualmente bella voz de bajo. Su Abietta Zingara fue de muchos quilates.

El resto de comprimarios cumplió con su cometido, desde la efímera intervención de Cassandre Berthon como Inés, el correcto Ruiz de Fabián Lara y el gran mensajero de Moisés Marín.
Aunque este cierre de temporada no ha sido tan apoteósico como la Lucia del año pasado, puede decirse que ha sido un Trovatore notable y sobretodo muy disfrutado por el público que llenó la sala y aplaudió entusiasmado con cada número. Había ganas de Trovatore después de una larga ausencia.

Aquí pueden ver la función en vídeo.



Algunas fotografías no son de mi autoría, si alguien se muestra disconforme con la publicación  de cualquiera de ellas en este blog le pido que me lo haga saber inmediatamente.

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