lunes, 2 de diciembre de 2019

Il Pirata en el Teatro Real: una cita histórica con el belcanto más deslumbrante. Segundo reparto.



Función del 1 de diciembre de 2019.

Por primera vez en su historia, el Teatro Real de Madrid sube a su escenario una de las obras más difíciles y por ello raras del repertorio belcantista: Il Pirata, de Vincenzo Bellini. Una obra que se suele programar poco, ya que necesita auténticos atletas vocales que puedan con la inclemente partitura de Bellini, toda una fiesta de la coloratura y de las dificultades técnicas, aunque también repleta de música capaz de expresar los sentimientos de los personajes de forma teatral. El dúo del segundo acto entre Imogene y Ernesto, con las cuerdas tocando suaves melodías transmiten el despecho y el dolor de esta infeliz pareja de esposos, por poner un ejemplo, o el momumental final, donde el sufrimiento y locura de la protagonista nos son comunicados a través del viento madera que toca unas melodías elegíacas, donde el patetismo final de esta tragedia se escucha además de verse.

Muchos tenores han temido la dificultad del terrible rol protagonista. En una de las citas más esperadas de su temporada, el Real ha querido montar esta obra con una gran producción y tres repartos con grandes artistas que se han lanzado a la piscina al ponerse en frente de semejante partitura. Por ello, la expectación es grande y hay una considerable ocupación de las localidades. Aunque ayer tuvo lugar el estreno con Javier Camarena y Sonya Yoncheva, estrellas del momento, la función de hoy, primero de diciembre, ha sido la primera del segundo reparto, cuya prestación no se ha quedado atrás.

Las funciones estaban dedicadas a Montserrat Caballé, histórica intérprete del rol de Imogene, cuya grabación de la obra es referencia absoluta, y una de las grandes defensoras de este título, rescatándolo del olvido, ya que contribuyó a devolverlo al repertorio.


La puesta en escena corre a cargo del veterano Emilio Sagi, cuyo escenógrafo es en esta ocasión Daniel Bianco, director del Teatro de la Zarzuela. Este tandem de artistas y a la vez directores de teatro (Sagi lo fue en el Real en los primeros años del milenio, y Bianco lo es actualmente en la Zarzuela) repite en el Real tras su producción de I Puritani, con la que sorprendentemente guarda bastantes semejanzas. Sagi ha querido despojar cualquier atisbo de realismo medieval siciliano, y crear en su lugar un mundo onírico, mágico, psicológico y de tintes góticos. La puesta en escena resulta muchas veces casi minimalista, con el propósito de acentuar estas características.



El escenario está repleto de espejos (que intensificarán lo onírico y psicológico de la trama y del enfoque que se le da en la producción) , y el tejado al subir revela al fondo idílicos paisajes de invierno, con los árboles sin hojas, con nieve, ya sea de un atardecer soleado o nuboso. El vestuario está a camino entre lo decimonónico y atemporal. Las mujeres visten trajes cercanos al siglo de Bellini mientras que los piratas, Ernesto, y algunos hombres visten entre lo moderno y atemporal. Del mismo modo Gualtiero parece estar sacado de la estética byroniana. Al levantarse el telón, se ve cómo se proyectan sobre los espejos imágenes de tormenta y del mar, creando una sensación de catástrofe. En las últimas escenas es cuando el montaje alcanza sus momentos más álgidos:primero en la escena final de Gualtiero el coro empuja el ataúd de Ernesto mientras que los espejos dejan paso a un escenario oscurecido, con solo unas leves cortinas, sobre las que se proyectan luces grises en el juicio del héroe. La escena final es la más intensa, con Imogene al final llevando con un velo-telón que arrastrará y hará caer con ella, como símbolo de su gran dolor y de la carga emocional tan intensa y trágica con la que ha tenido que lidiar en su vida. La pobre heroína cantará su gran escena final con ese velo a cuestas mientras delira junto a la tumba de su esposo mientras espera la suerte de su amado. Cuando descubre que el Consejo le ha condenado ella se deja caer esperando morir de horror.


Maurizio Benini es el director de estas funciones. Experto en el terreno belcantista, su direccion orquestal empezó con una obertura en la que la orquesta parecía querer entrar en calor pero sin intensidad a la vista. A partir del segundo acto la cosa fue distinta: con una orquesta inspirada, las cuerdas reflejaron la tensión dramática en el dúo de Imogene y Ernesto, y lo mejor llegó con una inspirada interpretación del viento madera, esos oboes y fagotes inspirados en la escena final de la protagonista. Además, el volumen de la orquesta mimó a los cantantes al no sobrepasarlos. El Coro tuvo una prestación musical y actoral excelentes. El coro inicial fue una unión de gran prestación musical y gran movimiento escénico, así como el coro femenino estuvo a un gran nivel en sus intervenciones. En el final, lograron un conmovedor y solemne canto en sus réplicas a Gualtiero.


Nada más entrar al teatro, y para sorpresa de todos, junto al programa se aportaba una nota en la que se comunicaba al público que el tenor previsto Celso Albelo no podía cantar esta tarde debido a una enfermedad justificada, siendo sustituido por el italiano Giorgio Misseri. ¿Podría con la casi olímpica tesitura requerida? Este fue uno de mis principales temores. Ciertamente, Misseri cumplió, aunque la voz durante el primer acto sonaba demasiado ligera y los sobreagudos aparecían calados. En el segundo acto la voz parecía estar un poco más en forma y se mantuvo a un nivel aceptable, especialmente en su escena final para la que parecía haberse reservado y en la que cantó todas las notas en su sitio.

La gran protagonista de la noche fue sin lugar a dudas Yolanda Auyanet, con su deslumbrante Imogene. Auyanet domina el estilo, las coloraturas y canta con exquisito gusto. La voz tiene un timbre impresionante, con un registro medio aterciopelado, dramático, y un grave igualmente apreciable. En general, los agudos son buenos, especialmente en las escenas finales, aunque en algunos quizá aún le falte mejorar. En la escena final estuvo memorable, entregándose por completo interpretativamente y con un bello canto.

El barítono Simone Piazzola fue un Ernesto de bella voz, canto aseado y noble: temible y vocalmente entregado en el primer acto y conmovedor, dentro de lo villano de su personaje, en el segundo. Después de Auyanet fue el mejor de la noche.

Estupendos los comprimarios en el resto del reparto: con el veterano Felipe Bou como un gran Goffredo, María Miró una dulce y bien cantada Adele, y con Marin Yonchev como un magnífico Itulbo.

Programar esta bella y complicada obra siempre es un gran acontecimiento musical. El segundo reparto ha conseguido salir airoso del titánico reto, y el público ha aplaudido con entusiasmo una obra que no se ve todos los días y que ha tardado 192 años en verse en el regio teatro madrileño. Una oportunidad que no se puede dejar pasar. Quién sabe cuándo volveremos a verla por aquí.

Algunas fotografías no son de mi autoría, si alguien se muestra disconforme con la publicación  de cualquiera de ellas en este blog le pido que me lo haga saber inmediatamente.

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