sábado, 7 de marzo de 2020

Agua, Azucarillos y Aguardiente por el Proyecto Zarza: vuelve la juventud a la Zarzuela.

 Función abierta al público, 6 de marzo de 2020.

Un año más, vuelve el exitoso Proyecto Zarza al Teatro de la Zarzuela, con el propósito de acercar el género a los jóvenes y a los más pequeños: funciones con un lleno total a las que han asistido miles de niños de varios colegios. De esas funciones, solo dos han sido abiertas al público. Este año, el título elegido ha sido Agua, Azucarillos y Aguardiente, el gran clásico del género chico, de Federico Chueca. 

En esta ocasión, se ha confiado en el escritor Nando López y la directora de escena Amelia Ochandiano, para la adaptación moderna de la obra. Tras una versión High-School radical, desconstruida de la Verbena de la Paloma a cargo de Pablo Messiez el año pasado, esta llamada libre versión se acerca en muchos aspectos a la obra original más que su antecesora. López y Ochandiano han creado una adaptación que aun conectando con una audiencia moderna, conserva el casticismo, la chulería madrileña y hasta un vestuario inspirado en las versiones tradicionales, y hasta la aparición de barquilleras. Incluso se recuperan fragmentos y expresiones de los diálogos originales y el usted vuelve a escucharse en escena.

                                          
La obra empieza con el escenario totalmente vacío. Asia, bisnieta de la Atanasia del original de Chueca y Carrión, cuenta al público que no le gusta su nombre, y que lo heredó de su madre y abuela. Su abuela, la original aspirante a poeta, escribió una obra llamada Pasillo Veraniego, más conocida como Agua, Azucarillos y Aguardiente. Mientras suena la obertura el escenario se transforma en un colorido y ensoñador lugar con aires de circo y de relax, de evocador color azul marino decorado con imágenes de árboles, y de su puerta de estilo arabesco salen el puesto de Pepa, un árbol con pajarillos y al final un oso. Al acabar la obertura el elenco saluda al público coreando el nombre de la obra. Aquí Simona no es la madre sino la hermana de Asia, y el casero no aparece, pero la esencia de la obra es la suficiente como para que se entienda bien el sentido original. Los personajes en los coros van en patines en varias ocasiones. Los chicos empujan a las chicas en sus columpios de tal forma que se elevan sobre la orquesta mientras cantan el coro de niñeras, dando un efecto llamativo en lo visual y con un toque de romanticismo. Federico Chueca se convierte en un personaje más, quien interactúa con el maestro, toma fotografías (que interrumpen la acción), se sienta en una mesa aparte a componer y dirige un añadido como es la Gavota de El Bateo, mientras los personajes bailan enamorados, con unas camisetas que llevan un estampado de un corazón. E incluso cuando Asia se da cuenta de que su amor con Serafín es un fracaso y está a punto de dejarlo todo, Chueca se reúne con ella y la convence de seguir sus sueños. Entonces la Asia moderna, inspirada por esta conversación del músico con su antepasada decide seguir su ejemplo y no rendirse. La escena final es bastante fiel al libreto, aunque el Gacho sea interpretado por una mujer. Los realizadores ya advirtieron que recuperarían la intención original de Chueca de representar esta obra como el triunfo final de la amistad, alejado de la interpretación tradicional de una pelea de gatas entre dos aguadoras que todos conocemos, y aquí se ve la ternura de la reconcilación de las protagonistas. Al final vemos incluso los mantones de Manila que los novios recuperan para sus chicas antes de ir todos a celebrar la verbena. El vestuario de Gabriela Salaverri pretende ser moderno, pero recupera el elemento chulapo en los hombres y le da un toque años 60 a las mujeres, aunque Simona parece más bien sacada de los años treinta. 

Al acabar la función hubo un coloquio en el que los espectadores hicieron preguntas a los artistas, entre las que destacaron las de un espectador que pidió a los artistas que definieran sus personajes con una sola palabra y la de un niño que preguntó cómo siendo tan jóvenes podían hacerlo tan bien, llevándose un sonoro aplauso.

                                        


Como siempre en Zarza, el acompañamiento musical lo forma una orquesta reducida de ocho músicos, dirigida por el maestro Oliver Díaz, comprometido con este proyecto. En esta ocasión la orquesta estaba inspirada, incluso más que el año pasado. La orquesta interactúa con los actores, inolvidable el divertido pique entre el percusionista y una de las mujeres del coro de niñeras. 

El reparto lo formaban cantantes-actores jóvenes, quienes en conjunto y fruto de su entusiasmo, divirtieron al público con sus interpretaciones; logrando un buen resultado coral aunque sus voces son más bien de musical que líricas. De ellos, podemos destacar a Sylvia Parejo como una divertida Asia, llena de inquitudes, quien realmente lideró el reparto junto a la potente Pepa de Cielo Ferrández. Joselu López transmitió muy bien la chulería castiza de Pepe. Lara Chaves fue una estupenda Manuela. David Pérez interpretó al compositor Chueca convirtiéndolo en un simpático y atractivo joven músico. Nuria Pérez convenció como una protectora y sensata Simona, aunque sea hermana de Asia.

Las dos funciones abiertas al público general tienen colgado el cartel de "no hay billetes", y como siempre, había un ambiente familiar que no se ve en el resto de la temporada. Esta vez Zarza se ha anotado un tanto para sí misma: equilibrando una necesaria modernidad con una tradición que hace comprender a los más jovenes la esencia castiza del género chico y la zarzuela que han conocido de sus abuelos, disfrutándola en lugar de rechazándola. Buen trabajo.


Las fotografías no son de mi autoría, si alguien se muestra disconforme con la publicación  de cualquiera de ellas en este blog le pido que me lo haga saber inmediatamente.

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