lunes, 22 de febrero de 2021

Sigfrido en el Teatro Real: El milagro de representar a Wagner en tiempos de pandemia.



Representar a Wagner siempre es complicado. Y más en estos tiempos de pandemia, distancias de seguridad y mascarillas, de casos de contagios que suben y de vacunas que no llegan a tiempo. Los teatros están cerrados en su mayoría, ofreciendo en el mejor de los casos streamings en directo de funciones sin público. Cuando la temporada 2020-2021 del Teatro Real se anunció en junio del año pasado, con la ciudad aún en desescalada del largo y duro confinamiento, la gran pregunta que surgía era cómo llevar a cabo este Sigfrido en la normalidad. Se antojaba imposible, con el mismísimo Bayreuth cerrado. 

Sin embargo, el Real ha vuelto a superar la prueba. Con el país aún en la tercera ola del virus, el teatro ha apostado por seguir adelante con la programación. Como ya dijo el director Joan Matabosch, nunca estuvo sobre la mesa la idea de hacer una versión reducida. El resultado ha sido el situar a la orquesta en otras zonas del teatro, especialmente ahora que hay reducción de aforo. De este modo, hay instrumentos que suenan fuera de escena, a la soprano que interpreta al pájaro del bosque la han hecho cantar en la sala de espera de encima de la tribuna, y  en los palcos de platea de han situado a las arpas y percusión a un lado, y a las tubas y demás grandes instrumentos de viento metal en otro, distribuyéndose de este modo:

                                 
Hace 18 años, en la anterior producción de este ciclo en el Real, Siegfried contó con un reparto con grandes nombres como Stig Andersen en el rol titular y la mítica Hanna Schwarz como Erda, y tanto la  dirección musical de Peter Schneider como la escénica de Willy Decker que estuvieron inspiradas, siendo la mejor jornada de aquél irregular anillo. En esta ocasión, se vuelve a tener la misma sensación de equilibrio, incluso supera a su antecesor en varios aspectos.

Como en las jornadas precedentes del presente ciclo, también llamado el "Ecoanillo", Robert Carsen continúa con su visión de la épica musical wagneriana en un mundo contaminado, sin solución, sin futuro, sin belleza, donde solo el declive es posible. Siegfried es la ópera de la esperanza. Tras los conflictos de intereses entre dioses y humanos, entre lo que los personajes desean y terminan haciendo finalmente, después de que los problemas y sufrimientos de los personajes se crucen de manera trágica y decisiva en La Valquiria; la aparición del héroe destinado a salvar a los dioses y al mundo trae un soplo de aire fresco a esta historia.

Sigfrido es el nieto del dios, el cruce entre la estirpe humana y la divina, el elegido para resolver los enfrentamientos y asuntos pendientes que Wotan deja a consecuencia de sus pactos. La intrepidez, aunque también la impulsividad del héroe impregnan el ambiente de positividad. Son los últimos momentos de felicidad antes de la destrucción que se avecina en la jornada siguiente. Criado por el nibelungo Mime, el joven welsungo que desconoce el miedo, y otras cosas de la vida, matará al dragón y se convertirá en custodio del tesoro del nibelungo, algo a lo que están a la espera tanto los buenos, que ven al muchacho como la restauración del orden,  como los malos, que lo ven como su vía de acceso al botín, y al poder. A todos les interesa lo que haga él. Solo Erda, Fafner, y Brunilda por estar dormida, si bien al haber pedido que la despierte quien no conozca el miedo, está implícito que el hijo valeroso de los welsungos  sea el único capaz de despertarla. Y al final lo consigue, despertando a la valquiria, y tras algunas reticencias de esta, haciéndola su mujer. La unión de humano y divino se consigue con esta pareja, terminando la obra con un júbilo incontenible, aunque las palabras finales "muerte sonriente" que los amantes cantan a dúo son un anticipo de lo nada halagüeño que está por venir.

Carsen toma todo esto para llevarlo a su mundo de fealdad, haciendo más irónica esta esperanza, en un entorno donde nada parece advertirla. Durante la mitad de la obra, el  bosque estará presente, con un suelo amarillento, yermo, del que emergen troncos de árboles partidos a la mitad. En el primer acto, en medio de ese bosque se encuentra la destartalada caravana donde viven Sigfrido y Mime (un elemento ya recurrente en otras producciones), que se suma a su sucio campamento, donde la fragua, una lavadora donde el enano guarda celosamente la espada Nothung partida en dos, y el mobiliario. Mime aparece sucio, grasiento, de pasar tanto tiempo forjando espadas, y Sigfrido aparece con el mismo traje militar de sus padres (lo que da a pensar que la sociedad humana de este futuro postapocalíptico está totalmente militarizada), con una actitud chulesca, violenta e impulsiva como la de un adolescente malcriado. Siempre ha sido controversial la actitud de Sigfrido en la obra: pese a la maldad de Mime, resulta chocante la violencia y mala educación del héroe para con él, del mismo modo que su irreverencia, que le valdrá para derrotar a quienes se interponen en su camino. Para un espectador moderno, el joven y valiente protagonista que Wagner ideó, puede llegar a ser un mocoso insolente e insoportable.  En cambio, Wotan, como el Viandante, es elegante, noble y sabe actuar desde la distancia. Al final del primer acto, cuando Sigfrido termina de forjar su espada, muestra su poder golpeando la caravana, que se abre dejando descubierto su interior, y provocando un enorme estruendo.

                                
El segundo acto, muestra el bosque de árboles rotos, sin nada de verde. En la primera intervención de Fafner el escenario se oscurece y hay un baile de luces, gracias a la magnífica iluminación de Manfred Voss, quien consigue transmitir el miedo. En el enfrentamiento de Fafner y Sigfrido, el dragón es representado por dos palas mecánicas que representan las fauces de la bestia, a la que el héroe golpea con su espada, y del que emerge Fafner en su versión humana, totalmente ensangrentado. En el dúo final de Mime y Siegfried, Mime aparece como un camarero desaliñado, que ofrece a Siegfried un pastel envenenado, pero termina cayendo encima de él, cuando el protagonista le asesina tras saber que intenta acabar con él. El tercer acto muestra el palacio de Wotan, ahora abandonado. El dios bebe mientras recuerda tiempos mejores. Erda aparece como una mujer de la limpieza, que dormía oculta tras las sábanas que cubre uno de los sofás de palacio. Tras el diálogo con la diosa, aparece Sigfrido, buscando a la valquiria en el palacio de su abuelo.

El cuadro final es el mejor resuelto: personalmente creo que la roca de las valquirias es lo más logrado de lo que llevamos de Anillo. Volvemos a ver a Brunilda dormida entre los restos de antiguas espadas y escudos que antes dejaban los héroes que ella y sus hermanas llevaban al Walhalla, y con ese hilo de fuego real al fondo del escenario, que ilumina toda la escena, y que Sigfrido atraviesa de verdad (puesto que las llamas son pequeñas y fácilmente atravesables). Cuando el héroe besa a la semidiosa para desperarla, se tumba a su lado mientras ésta se despierta de su letargo. El éxtasis amoroso es palpable en esta versión, que explota la alegría desbordante y la ternura de la pareja, con la iluminación ligeramente anaranjada que resalta el suelo yermo donde Brunilda yacía, como un recordatorio del inmundo entorno donde tiene lugar este amor.


Pablo Heras-Casado consigue su mayor logro con la Orquesta del Teatro Real en lo que llevamos de Anillo. El director granadino firma una versión espectacular, extrayendo de los músicos un sonido épico. El viento ha logrado una de sus mejores prestaciones, posiblemente en mucho tiempo. Ya en el preludio del primer acto sonó maravillosamente, transmitiendo la oscuridad de la cueva de Mime en ese pasaje. Las cuerdas en un principio parecían sonar tímidamente, pero muy pronto entraron en calor, para lograr un sonido brillante a lo largo en toda la obra. El final del primer acto fue prácticamente apotéosico pese a alguna descoordinación en la última nota. El preludio del segundo acto fue otro de los grandes momentos, con la orquesta bordando lo tenebroso del pasaje. Los murmullos del bosque fueron abordados con exquisita sensibilidad, destacando el corno inglés fuera de escena con un poderoso sonido recreando el fallido intento del héroe de comunicarse con el pájaro con una caña. En el tercer acto la orquesta estaba ya en plenitud, desde el preludio, con una enérgica versión, e igualmente en el interludio. Un momento muy bello fue el solo de clarinete antes de que Sigfrido se de cuenta de que Brunilda no es un hombre, con una interpretación dulce, íntima. El despertar de Brunilda fue un momento emotivo, de éxtasis. Y así continuó la orquesta hasta el final de la obra. La orquesta se supera una vez más respecto del anterior anillo.


Andreas Schager interpreta a Sigfrido. Habitual de producciones wagnerianas en la capital, Schager es de los pocos capaces de hacerle frente al inclemente personaje. Y en esta ocasión ha salido del paso, aunque no sin dificultades. Su voz suena por momentos juvenil, por momentos heroica, pero resistiendo a la orquesta y la inclemente tesitura. Conoce los entresijos del personaje, y transmite su lado más inocente, espontáneo aunque también insolente, en una magistral actuación. Se reserva para los momentos más importantes, aunque en la zona muy aguda tiene algunos problemas, que le pasan factura en la escena de la fragua. Este primer gran momento del héroe es abordado por Schager con una voz potente y bien proyectada, pero en los Hoho, Hohei finales el agudo en ocasiones le abandona. En el segundo acto, el tenor austríaco vuelve a reservarse para los Murmullos del bosque, que aborda de forma tierna, sensiblemente cantada, para estar a plena voz en el resto del acto. Es para la gran escena final donde reserva lo mejor de sí, con una gran interpretación tanto a nivel musical como escénico, aunque en el Lachender tod final la última nota se le acorta. Una suerte haber contado con un tenor solvente y que no suena mal: esperamos volver a verlo en el Ocaso.

Andreas Conrad es un Mime estupendo en lo vocal, y su timbre grotesco casa con el enano siniestro, aunque el volumen no le acompañe siempre, siendo en varias ocasiones tapado por la orquesta. No obstante, sorprende el grave que es capaz de imitar en su monólogo inicial, casi de barítono, en la línea "der Niblungen Hort hütet er dort". A nivel actoral transmite el servilismo y comicidad del nibelungo.

Tomasz Konieczny interpreta al Viandante, la falsa identidad que usa Wotan para moverse por el mundo. El timbre llega en ocasiones a ser gutural, pero también sabe cantar con nobleza, que explota muy bien en el primer acto. El volumen es generoso, posiblemente una de las voces que mejor corren por la sala. En el tercer acto, durante su invocación y en el dúo con Erda, es donde deslumbra con su timbre autoritario, potente, con un grave destacable, si bien podría ser que suene mejor en Sigfrido que en Valquiria.

Ricarda Merbeth es Brunilda. Posiblemente la tesitura del personaje en esta obra no sea el más adecuado para su voz. Si bien sabe cantar con gusto, algo que se refleja en el aria final Ewig war ich, que acomete tierna y solventemente, el agudo le es problemático, especialmente en el despertar, con la línea "Heil dir licht" con un sonido poco grato. El agudo final consigue salvar los muebles en esta interpretación, en la que al menos como actriz transmite la felicidad y la fragilidad de la valquiria.

Martin Winkler es Alberich. Su voz es gutural, a veces de villano cómico, pero tiene buenos momentos, especialmente en los dúos con Wotan, donde canta con un grave imponente la temible línea "der Welt walte dann ich!". También se destacó en el dúo con Mime.

Jongmin Park como Fafner es posiblemente el intérprete más destacado del reparto. Su poderosa, grave, de ultratumba, voz de bajo profundo suena rotunda y potente. El estupendo e imponente grave estremece a la sala. 

Okka von der Damerau es una Erda insuficiente. Si bien la voz es buena, el timbre no es lo suficientemente oscuro para este personaje, aunque el grave no suene tan mal, pero el volumen no le acompaña. 

Leonor Bonilla interpreta, fuera de escena, al Pájaro del Bosque, con una bella y dulce voz desde las zonas más altas del teatro.


Disfrutar de una buena función de Wagner en estos momentos es un privilegio teniendo en cuenta que la pandemia tiene la mayoría de teatros de ópera en Europa con el telón bajado. El Teatro Real se ha vuelto a poner en el mapa lírico internacional con este Siegfried sieneo capaz de representarlo en tales circunstancias.  Todos los ojos wagnerianos y líricos a nivel internacional miran en este momento a la capital española.


Las fotografías no son de mi autoría, si alguien se muestra disconforme con la publicación  de cualquiera de ellas en este blog le pido que me lo haga saber inmediatamente.
 





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