lunes, 11 de octubre de 2021

Cuando el logrado y anhelado dinero no compra la felicidad: Triunfo de Los Gavilanes en el Teatro de la Zarzuela.

Los Gavilanes, de Jacinto Guerrero, es una de las obras más conocidas y celebradas del repertorio. Estrenada en el Teatro de la Zarzuela en 1923, esta historia sobre el regreso de un indiano a su pueblo natal en la Provenza francesa, tras hacer dinero en Perú, lleva casi un siglo haciendo las delicias del público. Tras una ausencia de veinte años, este título regresa al teatro que lo vio nacer, en una nueva producción, a cargo del director de escena Mario Gas. La nueva temporada del teatro madrileño ha tenido un accidentado comienzo. La función prevista para el estreno del día 8 de octubre se ha visto afectada por la huelga de tramoyistas, que ha suspendido la función, además de afectar a otras de otros teatros de la capital. Finalmente ayer sábado tuvo lugar el estreno con el segundo reparto y esta misma tarde ha sido el turno del primero. 

Es, Los Gavilanes, una obra costumbrista , con números muy inspirados. La influencia de los ritmos de su época, como el foxtrot, la copla o el tango milonga se hacen eco en una partitura inspirada, con números que llegan al sentimiento como las romanzas de Juan, como las escenas habladas acompañadas por el trémolo de las cuerdas, o el fagot y el arpa en la desgarradora escena de Adriana y Rosaura en el segundo acto. También se trata de una obra que expone una figura que no quedaba tan lejana en la España de principios de siglo: el indiano, aquél que iba a las Américas a buscar fortuna y regresaba obteniéndola con creces: ejemplos de enormes caserones de estos ricos emprendedores se extienden por todo el norte de nuestra geografía, aunque en este caso la acción transcurre en la Provenza francesa (no obstante, todo evoca más a España que al país vecino). Este indiano, antes ignorado, ahora es adulado por su inmensa fortuna, de la que todos esperan sacar tajada, aunque esta misma sociedad hipócrita es la misma que le condena por intentar a toda costa comprar el amor de la joven Rosaura, de la que se encapricha, más que realmente se enamora. A pesar del final feliz y de la magnanimidad del protagonista, la obra trata apasionada y al mismo tiempo graciosamente el cómo altera a un pueblo la fortuna recién caída del cielo de un hombre que dentro de su buen fondo se deja llevar por su poder, pensando en comprar lo único que no sabe que puede: el amor.

El director Mario Gas realiza una lectura conservadora de la obra, pese al cambio de época. De mediados del siglo XIX donde transcurre la acción original, a casi mediados del siglo XX, a juzgar por el vestuario de las mujeres jóvenes (en bellísimos y coloridos vestidos a cargo de Franca Squarciapino, ganadora de un Oscar en 1990 por la película Cyrano de Bergerac), más cercanos a los años 40. Ha habido cortes en esta producción, dejando la función en 105 minutos, sin descanso. La estética del montaje es de evidente tendencia cubista, y la escenografía de Ezio Frigerio lo refleja tanto en el telón azulado con la luna llena que da la bienvenida al espectador, como en los decorados de la obra, especialmente un paisaje costero, con las casas que recuerdan a obras como "Las Casas de Horta", de Pablo Picasso. Además, unas enormes grúas de colores rojo y azul dominan el escenario, acentuando la industrialización que para mediados del siglo pasado ya dibujaban el paisaje de varios pueblos costeros como el de la obra. Por otro lado, los decorados incorporan los telones animados, que ayudan a cambiar la ambientación, de la playa a la plaza del pueblo, o incluso un diminuto tren atravesando el paisaje. Durante la escena de la fiesta del pueblo, Adriana y el coro cantan en el borde del escenario mientras se iluminan las luces de la sala, el típico efecto escénico que busca hacer partícipe al público. Al final, cuando los amantes se reúnen y el indiano les da su bendición, y el pueblo se une en la alegría general, el animado decorado es ocupado por un sol resplandeciente con la palabra "Fin", en una intención cinematográfica, al estilo del cine de los años 30 y 40, un recurso que recuerda a su famoso montaje de Madama Butterfly, tantas veces visto en el Teatro Real.

Jordi Bernàcer dirige la Orquesta del Teatro de la Zarzuela, de la que obtiene una interpretación notable, como en momentos como la pequeña introducción orquestal, el bello sonido de las cuerdas, con un impresionante trémolo de contrabajos y violonchelos, así como la viola que tiene bellos pasajes. Memorable el fagot en el dúo de Adriana y Rosaura del segundo acto, respondido por arpa en estado de gracia. El coro de la Zarzuela estuvo a un buen nivel.

El protagonista indiscutible fue un Juan Jesús Rodríguez como Juan, el indiano, quien dominó la función de principio a fin, con un chorro de voz, una pasión evidente, una gran presencia en escena. Siempre he encontrado en Rodríguez estas cualidades que le hacen un cantante de referencia hoy en día. No obstante, al principio, en la romanza de entrada el agudo me pareció algo vibrante, pero eso no palidece un brillante trabajo actoral, en el que denota autoridad. Y a cada número que pasaba el público estallaba en entusiasmo, aplaudiendo enfervorecido.

María José Montiel interpretó el otro gran personaje, Adriana. Montiel es una intérprete inteligente, y al igual que Rodríguez con una gran presencia escénica. Su Adriana es la de una gran señora, aunque frágil y desdichada. Su aterciopelado timbre se hace eco de estas cualidades actorales y le da ese aire de vulnerabilidad al personaje, aunque quizá le faltara un poco de volumen. Durante el dúo con Rosaura, No merece ser feliz, abordó dicha escena totalmente entregada, con unos graves bonitos, que barnizaron el dramatismo de su interpretación.

Marina Monzó fue una estupenda Rosaura, con una agradable voz (quizá un poco oscura al principio) y una interpretación en la que transmite la ternura y al mismo tiempo la determinación del personaje. Como añadido, tiene el físico ideal para el personaje al ser joven y bella. Ya la recordábamos en el Teatro Real como una excelente Inés en La Favorite hace unos años, y su carrera sigue en ascenso.

Ismael Jordi juega en casa, sin duda, en el terreno de la zarzuela. Este tenor, que injustamente está en segundos repartos del Teatro Real, se encuentra cómodo en este género. Su voz lírica, con un bellísimo timbre juvenil y magníficamente proyectado conquistan desde su primera intervención fuera de escena con "Soy mozo y enamorado", que parece heredero del "De mon amie" de Les Pécheurs de Perles, que Jordi canta brillantemente. Durante el resto de la obra mantiene ese gran nivel (aunque algunos sonidos, como las aes, me parecieron un poco nasales, pero no tiene importancia), especialmente en la endiablada romanza "Flor Roja", donde salió airoso de la agilidad que le exige la partitura. Un placer escuchar esta deslumbrante voz, ideal para un protagonista que además cuenta con un físico de galán.

En cuanto a los actores, Lander Iglesias como el adulador Clariván y Esteve Ferrer como el policía Triquet, bordaron sus cómicos roles, haciendo reír y mucho al respetable. Una mención especial para Ana Goya, cuya interpretación de Leontina, la temible abuela, infundió respeto con su grave voz. El resto del elenco estuvo en el mismo notable nivel.



Hoy, 10 de octubre, el Teatro de la Zarzuela cumplía 165 años desde su inauguración. Por eso mismo, y cada vez que hay función en esta fecha, el director del teatro Daniel Bianco salió a dar un breve discurso, en el que celebraba el género y la gran labor de este teatro. Y la normalidad regresa también al Teatro de la Zarzuela: por primera vez desde marzo de 2020, se ve el aforo completo, aunque todos con mascarillas y aún saliendo de la sala de forma escalonada. Así pues, más de mil personas llenaron el teatro con la firme intención de disfrutar, y ¡vaya si lo hicieron! los aplausos y las ovaciones hablaban por sí solos. 


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