martes, 21 de diciembre de 2021

Apasionante, amante, trágica navidad pucciniana: La Bohème en el Teatro Real.


Madrid, 20 de diciembre de 2021.

Ya se aproxima la navidad en Madrid. Los madrileños abarrotan las calles para hacer compra, mientras la variante ómicron parece cernirse sobre la capital cual sombra amenazadora. Toda la ciudad está engalanada para la ocasión, y sendos árboles iluminados frente y dentro del Teatro Real, nos recuerdan que está próxima la Nochebuena. Dicen que La Bohème de Puccini es el título operístico clásico de Navidades, así como El Cascanueces lo es para el ballet. Hace cuatro años, el Real, en coproducción con la Royal Opera House de Londres, estrenó una nueva producción de La Bohème, también entre las navidades de 2017 y los primeros días de 2018.  Yo tuve una entrada para ir, pero una neumonía lo impidió. Tuve que conformarme con el streaming que se emitió por Facebook, del reparto con Stephen Costello y Anita Hartig. En los últimos días de este eufórico 2021 (el de unos inolvidables Siegfried, Peter Grimes y Tosca) para nuestra lírica, vuelve el gran título pucciniano, lo que supone una nueva oportunidad no solo para mí, sino para todos los que no la vieron en su momento. Y lo hace con un nuevo reparto, más estelar que el de 2017 si cabe, y con un fuerte respaldo de crítica y público.

La producción de Richard Jones lleva sobre sus hombros la carga de sustituir a las históricas producciones tanto de Londres como la aplaudida, ahora añorada, de Giancarlo Del Monaco para el Real que se vio en 1998 y 2006. No es algo fácil, y no estoy seguro de que consiga hacer olvidar la anterior producción. Es una producción convencional, pero también demasiado funcional, de forma que en un intento de hacer el ambiente un poco más realista, en ocasiones se quede estéticamente inane, en una sencillez constante. Poco antes de que empiece la obra, en un pequeño rincón de la escena, empieza a caer la nieve, cuando aún las luces de la sala no se han apagado. El primer acto tiene lugar en una buhardilla que es poco más que su estructura de madera (muy alejada de la de Del Monaco con unas enormes cristaleras) , una pequeña plataforma escénica que se acerca casi al borde del escenario. Una de las cosas que llaman la atención, no precisamente bien para el público, es la aparición de los técnicos moviendo los decorados de sitio, o ver cómo se deslizan por el escenario las plataformas escénicas. En el acto segundo, se ven tres decorados que recrean una galería comercial, entre las que se encuentra la puerta del Café Momus. En directo se ve más simple que en vídeo, si bien el final es espectacular, con las farolas dando la idea de una avenida y los músicos de banda desfilando. Mejora algo en la escena del restaurante, con una divertida coreografía y acción escénica (ver a Rodolfo y Mimì acaramelados es algo que enternece cosa mala). El Tercer acto es el más intenso escénicamente: la nieve cae y llena el escenario, mientras se ve una casa con una chimenea que emana humo. En el cuarto, vuelve la buhardilla, pero una de las cosas que más llama la atención por su incoherencia, es que cuando los bohemios cantan su cuarteto, se ponen a hacer dibujos garabateados de desnudos femeninos. En cuanto a la dirección de actores, parece que lo que la puesta en escena pretende es sacar el lado más gamberro de los bohemios, pues aún son muy jóvenes sus personajes, de hecho una cosa que llama la atención es que Musetta mientras canta su vals se saca la ropa interior y la arroja a Marcello. Pero en términos generales, es bastante funcional y sirve a la obra. La iluminación de Mimì Jordan Sherin parece invitar a hacer partícipe al público, tanto en el segundo acto, como en los cambios de escena, con unas luces dorada y verde ocre en los cambios principales de escena. El vestuario del escenógrafo Stewart Laing es sencillo, aunque convencional, si bien se destaca el colorido en el segundo acto, y ese vestido verde en el último acto que lleva Mimì, como si intentara plantarle cara a la muerte, pero sin éxito.

La obra de Puccini es un canto al amor juvenil, la tristeza del tercer acto, en la que los personajes se aman pero creen conveniente separarse, apela directamente al sentimiento, las palabras de amor de esos protagonistas que parecen enamorarse por primera (y única) vez en sus vidas, aparece en esta música que siempre emociona. Uno parece, al escucharla, sentir que el amado o la amada quiere rodearlo con sus brazos. Divagaciones, sí, pero el amor, uno juvenil y al mismo tiempo trágico, impregnan la obra, sometiendo al espectador a un coctel de emociones musicales. La Orquesta del Teatro Real bajo la dirección de Nicola Luisotti, sonó, como siempre con este maestro, con un majestuoso sonido, obteniendo de la orquesta una interpretación rica, en la que  instrumentos como el arpa, los estremecedores bajos del principio, o la percusión aumentaron el impacto que ya de por sí tiene la música de Puccini. Solo en algunos momentos, parecía tener algún que otro sonido perdido, pero eran más bien pocos. En todo momento la batuta de Luisotti hizo sonar, a veces un poco en exceso, la riqueza de la orquestación pucciniana. Y es otra de las ocasiones donde la cuerda suena maravillosamente. El Coro cantó tan bien como siempre, en su breve intervención. Muy animados en la primera parte de la segunda escena, e impactantes en el desfile final, con ese sonido tan potente, uniforme. Al mismo nivel estuvieron en el principio del tercer acto, tan misterioso.

Michael Fabiano interpretó a Rodolfo. Fabiano estrenó este montaje en Londres. Uno de sus roles fetiche, el tenor estadounidense volvió a demostrar por qué es tan adecuado para Puccini. Durante el primer acto, no obstante, parecía aún reservado, sin entrar del todo en calor. Y de hecho, así abordó al principio el Che Gelida Manina, hasta que a partir de la bella e intensa frase "Talor del mio forziere" dio ya señales de tomar impulso, con la voz ya inspirada y con ese timbre vigoroso que le caracteriza. En el tercer y cuarto acto, fue donde definitivamente terminó por conquistar al público. Fue entonces cuando la voz empezó a imponerse, con un canto bien proyectado, que recorría la sala. Conmovedor y apasionado en "Mimì è una Civetta", pero aún más tierno en el final, cuando soltó esos pianissimi que tan bien usa cuando quiere parecer tierno, íntimo, como en este caso su personaje. En el mismo nivel se mantuvo en el acto cuarto, donde como actor fue desgarrador verlo deshacerse en llanto por Mimì. 

Ermonela Jaho como Mimì fue la estrella de la noche. Una de las divas más aplaudidas del público madrileño, la soprano albanesa volvió a meterse al público en el bolsillo. Su Mimì es delicada, pero al mismo tiempo intensa. Jaho es muy expresiva, y su bello canto le ayudan en su interpretación del personaje, aunque a veces se pregunta uno si la voz parece querer vibrársele un poco en algunos agudos. En el Sì, mi chiamano Mimì, metió esos pianissimi tan bellos que tiene, con un canto tan exquisito, que resultaron en una deliciosa versión. Del mismo modo en el Donde lieta uscì resultó conmovedora, y obtuvo una ovación del público. Igualmente estuvo en el acto cuarto, magnífica en su gran escena final "Sono Andati", donde también supo transmitir la agonía del personaje en sus expresiones.

Ruth Iniesta fue Musetta. La voz sigue siendo deliciosa, y como actriz nada que objetar a su interpretación tan gamberra como pizpireta en el segundo y tercer actos, hasta convertirse en una mujer madura y preocupada en el último. En su famoso Vals del segundo acto cantó muy bien, exhibiendo su coqueto y bonito timbre, aunque la tesitura del rol no es nada fácil.

Lucas Meachem como Marcello estuvo a un buen nivel, con una voz sonora y agradable, del mismo modo Joan Martín-Royo como Schaunard y Vicenç Esteve como Benoît. Krzysztof Baczyk como Colline fue toda una sorpresa: una elegante, y al mismo tiempo rotunda voz de bajo, quien cantó con nobleza y dolor su aria del tercer acto, Vechia zimarra, senti. Nadie diría que es el mismo bajo que el año pasado que no siempre se oía en Don Giovanni.


Un público que llenaba la sala, pese a su frialdad en el primer acto, con aplausos corteses, premió al elenco (especialmente a Jaho) con unos aplausos finales y ovaciones. Una Bohème que sin ser referencial (es imposible lograr algo así hoy en día), tiene un nivel notable, que nada tiene que envidiar por ejemplo a la misma Bohème que el Met está ofreciendo hoy en día. Ha sido inteligente por parte del Real contar con esta obra y este elenco para unas fiestas donde los espectadores se han evadido un momento de las preocupaciones de la nueva, y enésima, variante del Covid. Porque donde y como se esté, la música de Puccini, la gran triunfadora de esta noche, siempre apela al más tierno y amante corazón del oyente.

Algunas fotografías no son de mi autoría, si alguien se muestra disconforme con la publicación  de cualquiera de ellas en este blog le pido que me lo haga saber inmediatamente.


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