Madrid, 23 de marzo de 2022.
En estos tiempos de guerra entre Ucrania y su invasora, Rusia, representar una ópera rusa puede ser un acto de valentía. Y para algunos, en estos tiempos de "cultura" de la cancelación, una verdadera osadía. La perversa ambición imperialista y anacrónica de Vladimir Putin, presidente y dictador de Rusia, no solo ha llevado a que su país invada Ucrania, sumiéndola en un sinfín de destrucción y muerte; sino también a una solidaridad en todo el mundo musical con el pueblo ucraniano, con conciertos solidarios en múltiples auditorios y teatros. Pero también ha supuesto una situación complicada para los artistas rusos que actúan a lo largo y ancho de Occidente. Los más populares como Anna Netrebko y Valery Gergiev, condecorados y más o menos cercanos al régimen, han visto cancelados sus compromisos. Otros, tras condenar la guerra, abandonan las instituciones musicales rusas para establecerse en Europa Occidental.
Estas circunstancias han cogido al Teatro Real por sorpresa, ya que para este mes de marzo está previsto representar El Ángel de Fuego, de Serguéi Prokofiev, que se estrena en España con estas funciones. Naturalmente, la obra (compuesta hace casi un siglo) y el compositor, que aunque ruso nació en Ucrania (y para más inri en el Óblast de Donetsk, tan castigada por la guerra) y murió en 1953, están exentos de toda culpa y están más allá de toda esta barbarie. Prokófiev compuso esta ópera a principios de los años veinte, tras leer la novela de Valery Brusov, en un momento en que antes de componer óperas revolucionarias, la religión formaba parte de su obra. Intentó estrenarla en Alemania en 1926 pero fue imposible. No llegaría a verla representada en vida. El Prokófiev de Romeo y Julieta o Pedro y el Lobo muestra aquí su lado más moderno, violento, que supone todo un reto para el oyente, con tanta explosión de sonidos y tanta dureza, pese a ser una obra espectacular y con unos interludios musicales electrizantes cuanto menos, estando más cerca del estilo de Shostakovich. Por otro lado nos cuenta la historia de Renata, una mujer obsesionada con un ángel al que ama, reencarnado en un hombre que desapareció, y en su búsqueda, utiliza a un hombre que a su vez se obsesionará con ella.
Esta crítica hablará, sin embargo, del ensayo general del segundo reparto, que tuvo lugar unos días antes.
Este Ángel de Fuego viene en una producción procedente de la ópera de Zúrich, dirigida por Calixto Bieito, quien lleva la acción a los años 50. Una producción de gran impacto visual, el montaje se basa en una escenografía giratoria (a cargo de Rebecca Ringst), una suerte de casa de muñecas donde se ven diferentes estancias, un cuarto infantil, un salón, un consultorio médico, un rellano, y habitaciones vacías. Todo nos narra la trágica historia de Renata, y parece explicar su pasado, el por qué se ha convertido en la mujer arruinada mentalmente que es ahora. Nada más empezar el montaje, se ve una bicicleta volcada del revés, a cuyas ruedas Renata da vueltas. Mientras, la casa gira mientras se ven imágenes de la protagonista proyectadas. El vestuario de Ingo Krügler refleja el conservadurismo de esta época y Ruprecht aparece con una chaqueta de cuero, como un tipo duro, una especie de Marlon Brando o James Dean. Bieito ahonda en la ruina psicológica de la protagonista, a la que muestra como una mujer ya madura, curtida por su triste vida, a la que vemos primero como un objeto de burla por parte de los demás, del deseo de Ruprecht y también del del libidinoso tribunal de la inquisición, aquí una sala lujosa, pero lúgubre, en la que Renata baila mientras la miran con repulsiva lascivia. Todo bajo la atenta mirada de Heinrich o Madiel. En el último acto, la casa se ha deshecho y solo quedan las escaleras que llevaban a uno y otro sitio. Renata es ahora una religiosa, pero no lleva el hábito, y las demás monjas visten de forma muy conservadora. Toda el acto es un exorcismo atroz, que contagia al coro, que también está en éxtasis. Finalmente, cuando Renata es condenada, su bicicleta arde, para su desesperación.
En las pantallas de subtitulos, aparece un manifiesto del Teatro Real condenando la invasión de Ucrania, y señalando el origen ucraniano de Prokófiev. También se anuncia que antes de cada función, la orquesta interpretará el himno nacional de Ucrania, en solidaridad con el pueblo ucraniano (un gesto notable teniendo en cuenta que hay cantantes rusos y ucranianos en el reparto).
Y así, la orquesta interpretó este himno, con el público puesto en pie. Gustavo Gimeno ha conseguido que la Orquesta del Teatro Real haya sonado de forma majestuosa y espectacular. Se sintió la fuerza de la partitura. El Coro femenino del Teatro Real cumplió con su breve pero difícilmente sincronizable parte, haciendo que sonase de forma sobrecogedora.
Pero si estuvo muy bien dirigida, aún estuvo mucho mejor cantada. Posiblemente se trate de la mejor producción cantada en lo que llevamos de temporada.
Elena Popovskaya dio vida a Renata, en una interpretación redonda, una voz dramática, resistente, capaz de sobrepasar a la todopoderosa orquesta de la partitura. Como actriz, cumple con la visión de Bieito: una mujer madura que no ha vivido más que para su amor enfermizo, algo que la tiene tan desubicada como decidida a seguir con su misión.
Dimitris Tiliakos interpretó a Ruprecht. Este barítono griego cantó en el Real en la época de Mortier, con un estupendo Macbeth y también en Dido y Eneas. Diez años más tarde vuelve con la misma voz robusta, resistente y de muy buen timbre.
Vsevolod Grivnov fue un estupendo Mefistófeles, con una voz potente de tenor de carácter. Pavel Daniluk dio una interpretación absolutamente memorable como el Inquisidor en el acto final, con una potente, escalofriante interpretación del perverso personaje. Daniluk tiene una voz de graves muy oscuros, un bajo profundo de raza.
Olesya Petrova interpretó con su bello y oscuro grave, casi de contralto su doble rol como la Vidente y la Madre Superiora. Un lujo contar con Nino Surguladze como la Posadera, caracterizada como una odiosa chismosa. De nuevo un lujo contar con Dmitry Ulyanov como Fausto. Sorprende que un bajo tan importante esté en un rol tan secundario, pero Ulyanov no defrauda. El veterano actor alemán Ernst Alisch interpretó al temible Heinrich, aunque es un papel mudo, pero que en este montaje impone miedo y es siniestro.
Posiblemente estemos ante la más redonda producción en lo que llevamos de temporada. Un estupendo balance tanto en lo vocal, orquestal y escénico. Un triunfo que se anota el Teatro Real esta temporada, que ha sido bien recibido por el público.
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