viernes, 25 de noviembre de 2022

Un Orfeo cantado y bailado en la mágica visión de Sasha Waltz: L'Orfeo de Monteverdi, en el Teatro Real.


Madrid, 24 de noviembre de 2022.

No fue la primera stricto sensu, pero cuando Monteverdi estrenó su Orfeo el 25 de febrero 1607 en la corte del Duque de Mantua, sucedió algo grandioso: un género tímido que aunaba música y teatro, cuyos temas mitológicos trataban de resucitar el esplendor de los dramas de la Antigüedad grecorromana, acababa de nacer. Se trata ni más ni menos que de la ópera. En las cortes palaciegas renacentistas, sin saberlo, se gestaba un nuevo género musical que siglos más tarde influiría hasta más allá de la música. Si bien a finales del siglo XVI se compusieron las primeras óperas, con la Eurídice de Jacopo Peri siendo la primera conservada, la primera gran ópera, la que asentó el género, la que inició el camino que hoy sigue imparable, y desde luego la primera del repertorio tradicional, fue "La Favola d'Orfeo" o La Fábula de Orfeo en español, de Claudio Monteverdi. Dos décadas más tarde, la ópera ya se representaba en teatros, como la Poppea del mismo autor. Y un siglo más tarde los castrati asentarían el estrellato musical. Mucho, pues, le debemos a este Orfeo.

No es esta una ópera infrecuente en Madrid. Desde su estreno en el Teatro Real en 2008, con un ciclo que bajo la dirección de William Christie y Les Arts Florissants trajo la trilogía Monteverdiana a la capital, esta obra maestra se ha visto varias veces en la capital: en 2017 la trajo Paul Agnew, y más recientemente la trajo Universo Barroco en versión concierto al Auditorio Nacional, con Ian Bostridge. Ahora vuelve al regio coliseo en una tanda de solo cuatro representaciones.



Sasha Waltz es una de las más destacadas coreógrafas del mundo de la danza. En muchas ocasiones, y como haría su colega, la legendaria Pina Bausch, Waltz ha unido danza y canto, dirigiendo montajes de óperas donde estas dos artes se unen.  Y en esta ocasión ha ido incluso más allá. Porque en su idea de hacer un espectáculo total, Waltz hace que los cantantes bailen y los bailarines canten. En su visión del mundo de Orfeo, la inmersión de los artistas es definitiva. Lo hace además en un espectáculo de gran belleza visual. Hay que destacar la enorme calidad de su compañía Sasha Waltz and Guests, cuyos bailarines poseen la agilidad suficiente para marcarse danzas increíbles, como la inicial en el momento del monólogo de la Música. La coreografía refuerza la música y viceversa. 

No hay telón, y una plataforma enorme de madera divide en dos a la orquesta que está en el escenario.  Es la estructura escénica donde se moverán cantantes y bailarines, en un montaje donde no siempre está claro quién tiene tal y cual función.  El vestuario es de blanco en el mundo de los vivos y negro en el Hades. En el fondo del escenario, primero una imagen de un bosque, que luego da lugar a paisajes oscuros y tétricos para representar el Hades. Precisamente es esta la parte mejor lograda de la puesta en escena, con Orfeo siendo seducido por la Esperanza, y luego las escenas de Caronte, acompañadas de una danza más visceral.  De hecho, el acto cuarto se inicia con una larga y prolongada danza sin ningún acompañamiento musical, tras la cual se introduce a Proserpina y Plutón, los reyes del Inframundo. Todo esto acompañado por un fondo gris sugerido por la iluminación y la imagen al fondo de un suelo rocoso ante el que se abre el vacío de un cielo grisáceo, que ya no abandonará a Orfeo, haciendo que entre por los ojos del espectador la soledad, lo tenebroso del Hades. Al final, la obra se cierra con una danza del coro, bailarines  y músicos de la orquesta, el director incluido,  aunque sin Orfeo ni Apolo. 

De esta manera, Waltz con su espectáculo inmersivo, no se aleja mucho de como pudo ser en el estreno de la obra en el siglo XVII, una unión de danza y canto, que también consigue ser inmersiva con el público, ya que durante la Toccata, o el dúo de Orfeo y Apolo, las trompetas hacen su entrada desde el patio de butacas. 

La prestigiosa Freiburger Barockorchester, dirigida en esta ocasión por Leonardo García-Alarcón, es una de las orquestas barrocas más prestigiosas del mundo, y no es desconocida para el público de Madrid. La agrupación barroca, con una veintena de músicos, ha dirigido una versión esmerada de la obra. Una veintena de músicos se ha puesto al servicio de la danza y el canto, en una versión ágil, de tempi más bien rápidos. Excelentes el primer violín y el arpa, sobre todo en el Possente Spirto, donde varios instrumentos Dan réplica a Orfeo en su estremecedora y larga súplica a Caronte. También una mención de honor al percusionista y al metal, quienes interpretaron la Toccata y varios de los interludios musicales del tercer acto. 

El Vocalconsort Berlin hizo las veces de coro, el cual dio una versión estupenda de los coros más tristes como los del segundo acto, o el del final del acto cuarto. 

El reparto vocal, en consonancia con las indicaciones de Waltz, tuvo por delante un duro trabajo. Nada puede negar su dedicación a la puesta en escena, pero no puede negarse que el nivel no ha sido uniforme en la excelencia. 




El barítono Georg Nigl interpretó a Orfeo. Su voz no es tan grave, lo cual se sitúa en una situación intermedia, cuando se elige si es un tenor o un barítono quien interpreta al protagonista. La voz se deja oír, aunque no siempre tiene el mismo volumen. Aunque eso lo puede usar a su favor al recrear los distintos estados de ánimo por los que pasa el pobre Orfeo, especialmente cuando recita en piano, con un hilo de voz "Rendetemi il mio ben" en el tercer acto. Su interpretación del momento más impactante de la ópera, el largo "Possente Spirto" sí lo abordó con gran dramatismo, transmitiendo el conmovedor lamento del protagonista, y con un canto sensible, frágil, que se unía a la tiorba, al arpa y al violín. A medida que iba avanzando la obra su interpretación se volvía más desgarradora. 

Alex Rosen como Caronte fue una de las dos grandes sorpresas de la noche, con su poderosa y gravísima voz. Sus dos breves intervenciones eclipsaron a Orfeo. La otra gran sorpresa fue la Proserpina de Luciana Mancini. Esta mezzosoprano sueca es una rara avis en los teatros. No solo por su bella, generosa en volumen y bien proyectada voz de timbre oscuro e imponente, sino porque también es capaz de ajustarse a la coreografía, merced a su espectacular físico, como cualquier otro de los bailarines. 

La veterana Charlotte Hellekant tiene una bella voz aún, y es una gran actriz, además de tener un porte elegante. No obstante, la voz no siempre se deja oír. Con todo, su interpretación de la Esperanza fue uno de los mejores momentos de la noche. Konstantin Wolff como Plutón tiene una voz con un timbre un tanto gutural. La joven Julie Roset tiene una voz dulce y encantadora, en su doble papel como la Música y Eurídice.

El resto del elenco se mantiene en un nivel vocal entre aceptable y bastante bueno, pero sin quitarles mérito al compenetrarse con los bailarines, al alternar canto y danza. 


Las cuatro funciones se han saldado con un enorme éxito de crítica y público, algo raro y que le costó mucho más conseguir a la Aida del mes pasado. Orfeo es una obra maravillosa, y aunque el teatro no estaba lleno, no cabe duda de que Sasha Waltz ha conquistado Madrid con su onírico, alegre y al mismo tiempo tenebroso mundo de danza, música y mitología.

Las fotografías no son de mi autoría, si alguien se muestra disconforme con la publicación  de cualquiera de ellas en este blog le pido que me lo haga saber inmediatamente. Cualquier reproducción de este texto necesita mi permiso

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