Madrid, 7 de julio de 2023.
Cinco años han pasado desde el regreso de Turandot a Madrid, después de veinte largos e inexplicables años desde su anterior presentación, y estreno en el Teatro Real. Los veranos, al igual que las navidades, son fechas clave para el Teatro Real ya que se programan títulos de repertorio, con cantantes de nivel. Este verano es el turno de Turandot. La historia de la fría y gélida princesa china y del fugitivo príncipe tártaro, amado por una esclava que sacrifica por él, con una de las arias más famosas de todos los tiempos y repetida hasta el aborrecimiento, el Nessun Dorma, pero que es capaz de elevar el espíritu de quien la escucha; vuelve a hacer las delicias del público de Madrid, al que entusiasma esta música.
Hay muchas cosas que hacen especial a Turandot. Es, duele decirlo, la última gran ópera italiana. Presenta una historia de amor distinta a los arquetipos de los personajes líricos hasta ese momento: la protagonista es una princesa fría, distante, cruel y celosa de su independencia, y el héroe realmente sigue solo el camino de su obsesiòn, dejando su puesto a la tercera en discordia, aquella que sí sacrifica su vida por amor. Y también es una obra que contacta con las modernas tendencias musicales del momento, jugando con las disonancias sin llegar a la atonalidad ya que en los años 20 ya habían dejado su impronta Schönberg, Strauss y Mahler. Giacomo Puccini murió el 29 de noviembre de 1924, sin haber podido terminarla. Como para Mozart lo fue su Réquiem, Turandot se había convertido en su última gran preocupación, pensando en ella hasta casi el final. Poco antes de partir a Bruselas por tratamiento, le pidió al maestro Arturo Toscanini que no dejase que se quedara sin terminar. Incluso después de la muerte de Puccini, descartado el compositor designado por éste para terminarla, Riccardo Zandonai, la forma de acabar esta obra fue un problema ya que el elegido para acabar la titánica tarea, Franco Alfano, tuvo que crear dos finales, siendo el último el que se interpretó en la segunda función tras su estreno ya que, como todos sabemos, Toscanini dejó de dirigir tras la muerte de Liù.
Hoy en día, la cuestión sobre el final de esta ópera sigue siendo objeto de debate entre el público y la crítica. Se han compuesto varios finales alternativos, incluso cada vez más teatros importantes representan la obra hasta la muerte de Liù, ciñéndose solo a lo que dejó Puccini. Sin embargo, la tradición ha aceptado el segundo final de Alfano, ya que pese a que se notan las diferencias entre lo que deja su pluma y lo que deja la de Puccini, el terminar la obra con el coro celebrando el triunfo del amor con la música del tema de Calaf cierra la obra con broche de oro.
Con Turandot regresa el montaje de Robert Wilson, que en 2018 gustó a varios y disgustó a muchos más. Wilson aplica su estética Kabuki a todas sus producciones, lo que en algunas obras resulta y en otras, como las óperas de repertorio, directamente no funciona. Cuando se anunció que dirigiría Turandot hace cinco años, para muchos fue como un balde de agua fría. ¡Cómo iba a encajar el minimalismo de Wilson con una obra llena de colorido musical, de exotismo, como el cuento que es! El resultado fue que ese minimalismo, tan bello, aquí terminaba por resaltar el lado más tenebroso y gélido de la obra, tan frío como la propia princesa. Lo onírico del mundo de Wilson aquí desemboca en una bella pesadilla.
Cinco años más tarde, el montaje sigue siendo el principal reclamo. Wilson podrá repetirse, pero su montaje es completamente asiático, lo que la estética no renuncia a la esencia de la obra aunque la reduzca al mínimo. El todopoderoso coro Gira la Cote, en el que coristas y solistas van de atrás hacia adelante todo el rato, logra ser vibrante a la vista. Aunque la ausencia de decorados y la luz azul omnipresente le den una sensación de estatismo que llega incluso a aburrir en el primer acto. Un cambio importante ha habido: en la presentación de esta producción en Toronto, a los tres ministros Ping, Pang y Pong, se les cambió el nombre a los muy asiáticos Jim, Bill y Bob, ya que un trabajador de la misma, alegó racismo, y además se les desproveyó de sus trajes de mandarín, sustituyéndolos por trajes negros occidentales. Ese cambio se ha mantenido en la reposición en Madrid, aunque al menos se han conservado los nombres chinos. El segundo acto sigue manteniendo su belleza, tanto con las armaduras danzantes de fondo en el trío de los ministros, y luego la escena de los enigmas, donde la eliminación de decorados intensifica la tensión de la escena, además de ver a los bonzos, ataviados con kimonos, bailar a cada enigma resuelto. Cierto es que el que los cantantes no se miren durante las escenas más intensas y tengan movimientos muy reducidos hace que la obra pierda la pasión que Puccini hubiera deseado para ella. El final sigue siendo un misterio: Calaf desaparece, para que Turandot, sola, pueda revelar al pueblo el nombre del desconocido, lo que le supone una gran alegría. Mientras tanto, el escenario se ilumina de rojo y una luz de neón desciende dividiendo en dos el escenario. Con el último acorde, la sonrisa de Turandot se convierte en una repentina sorpresa. ¿Se habrá sacrificado Calaf como todos los príncipes, manteniendo Turandot su estatus de inalcanzable?
Nicola Luisotti vuelve a dirigir a la Orquesta Titular del Teatro Real en esta ópera tal y como hizo en 2018. Luisotti dirige esta obra con una intensidad y volumen wagnerianos, lo que supone una enorme dificultad para la mayoría de cantantes, especialmente la pareja protagonista, para hacerse oír. A destacar la cuerda en "Perchè Tarda la Luna", intensificando el trance en el que el coro se encuentra al contemplar la luna, y de ahí se mantuvo en un nivel destacado. La trompeta tuvo buenos momentos en el segundo acto, si bien el metal tuvo algunos altibajos. Otro momento de gran belleza fue la muerte de Liù, donde cuerda y viento dieron una interpretación conmovedora. El Coro del Teatro Real, sin embargo, pese a su gran nivel, perdió el pulso frente a la orquesta: tuvo que luchar para hacerse oír en el primer acto, precisamente donde más protagonismo tiene. Mejoró en los actos siguientes, no obstante, especialmente en los respectivos finales del segundo y tercer actos, en este último destacando el que fue su mejor momento, en la muerte de Liù. Esta es la última producción en la que trabajará Andrés Máspero, ya histórico director de este coro, cuyo nivel ha elevado hasta la excelencia, desde que empezara su trayectoria al frente del mismo cuando Mortier estaba al frente del teatro.
Esta Turandot ha sufrido cancelaciones y modificaciones de los repartos, algo que ha enfurecido a los espectadores. En este reparto habría tenido que cantar Elena Pankratova el rol principal, pero tras cancelar su participación, fue sustituida por la soprano polaca Ewa Płonka, quien ya debutó en Madrid el año pasado como Abigaille en el tercer reparto. Płonka es una soprano emergente en el panorama lírico, siendo Turandot uno de sus roles principales. Sin embargo, su voz resulta más ligera, a veces estridente, de lo deseado, en este caso una voz lo suficientemente masiva y con el grave necesario para darle enjundia dramática. La Płonka incluso tuvo problemas para hacerse oír en partes de los dúos con Calaf, aunque por lo menos sí tiene agudos, además de una imponente presencia escénica.
Habitual de las temporadas madrileñas, el tenor estadounidense Michael Fabiano, quien cantará Madama Butterfly la próxima temporada, interpreta a Calaf, el príncipe ignoto. Fabiano tiene una voz con tintes heroicos, lo que en un principio conviene a la tesitura de este rol. Sin embargo, al igual que Płonka, ha tenido problemas para hacerse oír al frente de la inmensa orquesta, especialmente en el primer acto. Como atenuante, Fabiano ha alegado en sus redes sociales que el maquillaje usado le dificultaba para poder cantar. No obstante, la resistencia y el timbre del tenor consiguen salvar la representación, en la medida de lo posible. Para lo que se reservó fue para la famosa aria Nessun Dorma, en la que se impuso a la orquesta, en la que cantó con si habitual vigor, y un canto bien proyectado. También brilló en la escena inmediatamente posterior, en la que se enfrenta a los ministros. Los agudos de Fabiano suelen ser espectaculares, aquí no sacó muchos pero sí que dio alguno.
Ruth Iniesta interpretó a Liù. Esta soprano lírica sí pudo ganarle el pulso a la orquesta, con una voz lírica y de delicioso timbre, logrando un agudo en piano, prolongado y conmovedor al final del Signore Ascolta, y del mismo modo su gran escena final del tercer acto fue uno de los momentos más conmovedores de la noche.
La voz que más se dejó oír fue la del bajo chino Liang Li como Timur, una poderosa voz de bajo profundo, con un grave impresionante y un volumen que cómodamente sobrepasaba a la orquesta. La mejor voz de la noche.
Los ministros Ping, Pang y Pong, a cargo de Germán Olvera, Moisés Marín y Mikeldi Atxalandabaso respectivamente, quienes sacaron adelante el arduo trabajo de representarlos en este montaje, al estar constantemente moviendo las manos y la cabeza, y además de mantener la vis cómica, reto que consiguen superar. Olvera cantó en pianissimo "Ho una casa nell'Honan" con una ternura exquisita. Atxalandabaso destacó una vez más con su genial voz de tenor de carácter.
Viçenc Esteve y Gerardo Bullón estuvieron al mismo buen nivel como Altoum y el mandarín, respectivamente.
Pese al disgusto de muchos por la puesta en escena, el público acogió calurosamente la obra, y al elenco, e incluso no se contuvieron las ganas de aplaudir tras el Nessun Dorma, pese a que Luisotti no hizo pausa para ello. No haré más conclusiones porque la semana que viene veré el reparto principal. Hasta entonces.
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