"Kinder, macht neues!"
" Niños, ¡cread algo nuevo! "
Es lo que Wagner, dijo, más o menos, en una carta dirigida a Franz Liszt, entonces su futuro suegro, en 1852, refiriéndose a la nueva creación de Hector Berlioz, Benvenuto Cellini. Ciento setenta y un años después, esta arenga revolucionaria del maestro se ha utilizado para legitimar cualquier nueva creación relacionada con la interpretación de su obra.
Un año más, celebramos un nuevo aniversario de mi blog, el sexto ya, comentando el Festival de Bayreuth. Este año, y tras cuatro años de ausencia, es el turno de una nueva producción de Parsifal, el festival sacroescénico que Wagner creó especialmente para el Festival, deseando que solamente allí se representara, como un acto de fe,. No pudo ser, y desde 1914 se representa en todo el mundo, haciéndonos posible el disfrutar de su última ópera sin tener que ir allí, con lo complicado que es. Sin embargo, cada función o nueva producción de esta ópera en Bayreuth es un auténtico acontecimiento. Con la cercanía del festival conmemorativo de 2026, y con la incertidumbre de si Katharina Wagner seguirá muchos años al frente del festival, la nueva producción de Parsifal de este año, causó una gran expectación cuando el año pasado, el director de escena encargado de la misma, el estadounidense Jay Scheib, anunció que el montaje incorporaría realidad aumentada, y que los espectadores necesitarían gafas en 3D para disfrutar de la experiencia. La otra gran novedad fue que, por otro lado, por primera vez en la historia, un director de orquesta español iba a dirigir en el foso de Bayreuth: el granadino Pablo Heras-Casado. Cierto es que el polifacético tenor Plácido Domingo dirigió allí La Valquiria en 2018, pero su oficio principal no es precisamente el de director de orquesta, y mucho menos después de su reciente y estrepitoso fracaso en el Festival de Verbier dirigiendo música de Beethoven y Tchaikovsky.
Imagen de Realidad Aumentada para este montaje.
Scheib, procedente del Massachusetts Institute of Technology, crea una puesta en escena cuya verdadera atención debe estar en la visión ofrecida por la Realidad Aumentada, algo solo al alcance de los 300 espectadores que han podido optar a las gafas 3D, porque lo visto en el vídeo resulta bastante más simple y minimalista. El vestuario de Meentje Nielsen decepciona, sin embargo por su simpleza y fealdad, especialmente en el primer acto, siendo ligeramente mejorado en el segundo con los atuendos de Kundry, Klingsor y las muchachas flor. En cambio la excelente iluminación del maestro Reiner Casper, que crea diferentes ambientes que casan con el pesimismo inicial y la esperanza final de la obra. A los pocos minutos de empezar el preludio, se abre el telón y se revela un escenario amplio, de iluminación muy oscura, en cuya mitad se alza un monolito y un pequeño estanque. Gurnemanz y los escuderos duermen, y como guiño al exitoso montaje anterior, Gurnemanz despierta primero, y se encuentra con una bella y seductora mujer con la que se magrea, mientras una cámara de vídeo lo filma todo y se proyecta en una pantalla. Al despertar los demás, el escenario toma una iluminación más azulada. Otra seductora mujer, vestida de blanco, entra en escena, es Kundry, siendo la mujer del preludio una imitación de ella. Amfortas aparece, esta vez vestido de blanco y con la herida sangrante, además de bañarse en ese charco antes mencionado. Parsifal aparece vestido con un chaleco salvavidas, con zapatillas y pantalón corto, una estética que recuerda a un náufrago o a un inmigrante que se juega la vida en una patera. ¿Y si se tratase de un recién llegado, del mundo real, a este mundo mágico? El cambio a la escena del Grial comienza con un juego de luces, y el escenario vacío, de cuyo suelo circular emergen los caballeros del Grial. Este momento, de relativa belleza visual, recuerda un poco a la estética de Wieland Wagner. La procesión del grial tiene lugar, y fiel al libreto, Amfortas descubre el Grial, esta vez un enorme pedrusco con forma de rombo. Titurel aparece en escena, como un viejo decrépito, aunque con la sangre de Amfortas, vertida encima del Grial hacia el cáliz, Titurel rejuvenece espectacularmente, y abraza a su hijo Amfortas. Al final del acto, aparece Kundry, solemne, triunfante, mientras desciende un enorme círculo, rodeándola.
El segundo acto sigue con ese minimalismo tan electrizante como aterrador: Un enorme prisma, con la forma del Grial, pero iluminado de rosa se abre a la derecha del escenario, en el que Klingsor, ataviado con un traje rosa y zapatos de tacón, invoca a Kundry a lo lejos, mientras se pone una máscara de demonio. Kundry yace en un lado del enorme y vacío escenario, de nuevo con un guiño al "Nuevo Bayreuth" de los años 50 . La escena de las muchachas flor, por otro lado, destaca por su colorido, imágenes floridas y vivos colores se adueñan del escenario mientras las jóvenes flor recogen a sus amados muertos por Parsifal, para luego insinuársele. Una cosa que sorprende gratamente es la química entre Schager y Garança, potenciada por la dirección de actores, ya que la actitud de Parsifal hacia Kundry no es la de reprensión, sino de ternura, compasión y comprensión, incluso en un momento tan tenso como la escena posterior al beso entre los protagonistas. En el tercer acto, el estanque del primer acto aparece ahora encharcado, con un tanque abandonado, una tienda de campaña donde Gurnemanz parece vivir con la mujer misteriosa del preludio. Como en el libreto, Gurnemanz despierta a Kundry, Parsifal aparece con la lanza del Grial y bautiza a Kundry. El cambio de escena es espectacular, con un círculo iluminado bajo el agua. Al final, Parsifal destruye el Grial, fruto de desgracias para Amfortas y para la orden, además de contener el mal que representaba Klingsor, una santidad pírrica que causa dolor. Finalmente, Parsifal y Kundry se adentran en el agua, en trance, mientras que Gurnemanz y la otra mujer se abrazan.
Heras-Casado ha obtenido muchas críticas positivas con su dirección de la Orquesta del Festival de Bayreuth. Sus tempi son rápidos, pero favorecen la acción teatral, agilizándola, pareciendo más apasionada que apresurada. El preludio y el interludio del segundo acto sorprenden por su sonido diabólico, furioso. Las cuerdas estremecedoras de la orquesta se hacen notar en el preludio, en la llegada de Kundry, en la escena del Grial, y en el preludio del tercer acto. El interludio del mismo es tan majestuoso que despierta la sensación de tragedia, al igual que la dulzura de la madera en el bautizo de Kundry y el encanto del Viernes Santo. No es de extrañar que en los aplausos finales, haya cosechado enormes ovaciones. En España ha habido grandes maestros wagnerianos, desde José Lassalle quien introdujo a Wagner, Mahler, Bruckner y Strauss en España a principios del siglo XX, pasando por Jesús López-Cobos, con tanta experiencia en Berlín, o Josep Pons en el Liceu de Barcelona, pero ha sido el joven maestro granadino quien ha sido el primero en oficiar la música del maestro en su templo sagrado. Se ha hecho historia, y con letras de oro. El Coro del Festival de Bayreuth muestra una vez más su excelencia, en la escena del Grial con el coro femenino detrás de escena, y con el potente coro masculina al final de la misma. En la escena de las flores, el coro femenino destacó por su sensualidad y su actuación, representando la lascivia entre ellas. En el tercer acto, el coro masculino dio una interpretación doliente, no poderosa aunque sí firme, del cortejo fúnebre de Titurel.
Junto a Heras-Casado, el otro gran triunfo de la noche ha sido el de la superestrella, la mezzosoprano Elina Garanča, quien ha sustituido en tres funciones a la prevista Ekaterina Gubanova, debutando así en Bayreuth. Garanča ya había interpretado el rol en Viena, en un streaming sin público en 2021, con un reparto estelar. Ya entonces sorprendió con su magnífica Kundry. Ahora, tras escucharla en la función de estreno, uno se pregunta si no estamos ante la sucesora de Waltraud Meier en este rol. Garanča tiene una voz de timbre aterciopelado, seductor, con un canto exquisito, un centro realmente bello y con un toque oscuro. El grave es excelente, desgarrador, dramático, y esto lo demostró en la primera escena el segundo acto con Klingsor. El agudo está muy bien proyectado, y llega a impresionar en la terrible línea "ich sah ihn, und - lachte!" Las interpretaciones de sus arias "Ich sah das Kind" y "Grausamer" son memorables, la primera en un despliegue sensual de sus atributos vocales, y la segunda por un dramatismo en el que desnuda el alma del personaje, no de una forma salvaje como se espera, sino sensible y frágil. A nivel actoral, sus expresiones, su magnetismo escénico, su cautivadora mirada y su gran belleza física redondean su interpretación de esta mujer atormentada y maldita. Una interpretación histórica, y desde luego una de las más importantes en el Bayreuth de los últimos años.
En el rol de Parsifal, Andreas Schager, el heldentenor más solicitado de la actualidad, vuelve a sorprender con su resistencia y su timbre heroico, que nunca suena mal y que por momentos es robusto. Como actor, es capaz de transmitir inocencia en el primer acto, socarronería y fuerza en el segundo, y autoridad en el tercero. En un rol no tan complicado como Sigfrido pero que sigue requiriendo resistencia, Schager sale airoso una vez más, y convirtiéndose, junto con Vogt, en el tenor indispensable de cada temporada en Bayreuth.
Georg Zeppenfeld, quien ya ha cantado el rol en Bayreuth, y también en Viena con Garanča, es un excelente Gurnemanz, aunque no tenga una voz poderosa y gigante. Su voz está dotada de expresividad, que pone al servicio del drama, y un bello grave, además de un timbre de bajo profundo que le da autoridad.
Derek Welton, quien fue Klingsor en la producción pasada, es ahora un Amfortas que tiene voz y sabe cantar con dramatismo, aunque su personaje inspira más lástima que nobleza. Jordan Shanahan, quien esta vez se ocupa del rol de Klingsor, tiene un timbre notable, sin ir sobrado de volumen, un barítono que sabe transmitir la maldad, pero sobre todo el resentimiento del personaje y la repugnancia que inspira.
Tobias Kehrer como Titurel tiene una grave, oscura voz, lo que favorece a su personaje de ultratumba.
El conjunto de secundarios es como siempre excepcional, destacando al tenor Siyabonga Maqungo, y al bajo Jens Erik-Aasbø como los caballeros del Grial, o el también tenor español Jorge Rodríguez-Norton como un escudero, de excelente voz, o a Marie-Henriette Reinhold como la voz de las alturas. Las muchachas flor también fueron excelentes.
Contrario a lo que suele pasar en Bayreuth, pocos abucheos se han escuchado este año, salvo algunos al final del primer acto y para el equipo escénico, siendo recibida esta nueva producción con más entusiasmo que desdén. Este Parsifal ha sufrido de cambios en el reparto, pero por suerte han sido para mejor, y aunque la puesta en escena, sobre todo porque del tan anunciado concepto de realidad aumentada solo ha podido disfrutar menos de una séptima parte del público, ha terminado por ser más funcional y conservadora que impactante e innovadora. Pero confiemos en que con las sucesivas temporadas se vaya refinando. Lo que está fuera de toda duda es que ha sido un éxito musical, con un reparto experimentado e inmejorable, en uno de los mejores elencos escuchados en la colina verde. Una vez más, solo nos queda agradecer al streaming que cada año llega por BR Klassik, 3sat y ahora Stage+, además de Youtube y otras plataformas, las cuales cada 25 de julio llevan la magia del Festival de Bayreuth al mundo, pasando la audiencia de miles a millones. A Wagner le habría encantado.
Las fotografías y vídeos no son de mi autoría, si alguien se muestra disconforme con la publicación de cualquiera de ellas en este blog le pido que me lo haga saber inmediatamente. Cualquier reproducción de este texto necesita mi permiso.
Magnífica reseña, como todas las que haces.
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