Las Golondrinas, de José María Usandizaga, es uno de los títulos emblemáticos de la zarzuela, y de la ópera española, ya que desde su reconversión en ópera en 1929, va entre las dos aguas. Usandizaga desarrolló su carrera en una de las épocas más interesantes de la historia de la música, en los inicios del siglo XX. Desgraciadamente, su muerte en 1915, a los 28 años, nos privó de la que habría sido una obra tan grande como la de Sorozábal, Chapí, Bretón, Guerrero o Moreno Torroba, aunque lo que tenemos ya lo sitúa en las cumbres del género.
Con libreto de María Lejárraga, pero con el nombre de su marido, el dramaturgo Gregorio Martín-Sierra, y basada en la obra de este último, Saltimbanquis; se estrenó en el Teatro Circo Price el 5 de febrero de 1914. No pudo ser un escenario más indicado, al tratarse de una obra sobre payasos que ríen en escena, pero que lloran detrás de ella, como en los Pagliacci de Leoncavallo. Un trágico triángulo amoroso, como tantos en la historia de la lírica, donde los celos posesivos y enfermizos del protagonista llevan a un desenlace fatal. La vida en los circos es dura, con tanta itinerancia, y sigue siéndolo, como no hace pocos años el programa de televisión "21 días" documentó en uno de sus reportajes. Musicalmente, se sitúa cercana al verismo y a la escuela francesa, pero siempre con guiños a la música española.
La producción que nos ocupa, del maestro italiano Giancarlo del Monaco, se estrenó en 2016 en el Teatro de la Zarzuela, en la primera temporada de Daniel Bianco, el ya ex director del teatro. Y se ha convertido en un exitoso montaje, que traslada la acción a una época indeterminada, entre los 50 y los 60, pero fiel a la esencia de la obra. Y es también inmersiva, por que cuando suena el brillante y breve preludio, unos payasos y acróbatas entran en medio del patio de butacas, lanzando anuncios del espectáculo, y suben a la escena. Toda la obra transcurre en los bastidores de un teatro, y la acción del primer acto sucede mientras los artistas ensayan sus números, escupiendo fuego, tragando espadas, contorsionándose. En el segundo acto tiene lugar la pantomima, con el excelente vestuario de Jesús Ruiz y la coreografía de Barbara Staffolani, en la que Puck se dirige al público y la pantomima tiene lugar, mientras que al fondo se ve una pintura de un payaso. La segunda parte de este acto es la recepción de los artistas, donde se ve al coro elegantemente ataviado. De nuevo del patio de butacas sale un personaje, esta vez Cecilia, quien se encuentra con la sorpresa de volver al circo. El tercer acto es el más oscuro de la obra, pese al hermoso preludio anterior, y aquí el escenario está totalmente desnudo, con la iluminación tenebrosa, dejando a los personajes solos con sus atormentadas conciencias. Tras el trágico final, Puck sale del teatro por el patio de butacas, dejando a Lina sola, con el coro vestido de payaso.
Juanjo Mena dirige la Orquesta del Teatro de la Zarzuela en una interpretación enérgica, con la orquesta sonando en forte, y en muchas ocasiones sobrepasando a los cantantes, los cuales no tienen voces pequeñas para el teatro. Aun así, la agrupacion parecía reservarse para la larga pantomima, de la que dieron una versión encantadora, mágica y divertida. También se reservaron para el preludio del tercer acto, con un lucimiento de la madera, seguida de una apoteosis orquestal. Pese a tapar a veces a los cantantes, no puede decirse que la orquesta no transmitiera la riqueza musical y la tragedia de la partitura, como el trémolo de bajos en el tercer acto o el chelo en una romanza de Lina en el primer acto. El coro tuvo una gran interpretación, alcanzando su punto álgido en el coro del acto segundo "Clavel de abril, la dulce amante de Pierrot", cuando sus voces sonaron en todo su poderío, envolviendo con él toda la sala.
Gerardo Bullón fue Puck, el trágico protagonista. Sustituyendo al previsto Carlos Álvarez, Bullón se ha apuntado un éxito personal, con su interpretación desgrarradora y su potente voz. Raquel Lojendio se erige como la protagonista de la noche, con su deliciosa y convincente interpretación de la abnegada Lina. Su precioso timbre, pese a algún agudo problemático, frente a otros aceptables, unido a su entrega al personaje le aseguraron no pocos aplausos del público. Ketevan Kemoklidze como Cecilia es una excelente mezzosoprano, con un grave imponente, el timbre contraltado, y un bonito timbre, más carnoso y oscuro. Jorge Rodríguez-Norton interpretó a Juanito, que en el segundo acto aparece disfrazado de Charlot, y Javier Castañeda a Roberto, el padre de Lina. Ambos intérpretes cumplieron con sus roles, haciendo que sus voces se oigan, y Rodríguez-Norton trabaja la vis cómica del personaje. Entre los actores payasos, es una agradable sorpresa encontrar a Sergio Dorado, quien participó como uno de los enanitos en la célebre película Blancanieves (2012) de Pablo Berger.
Hoy era la última función, con el teatro prácticamente lleno, aplaudiendo feliz tras los grandes números. Lo que nos muestra una vez más la grandeza de nuestra lírica española, especialmente de nuestras óperas, con una obra que poco tiene que envidiarle a sus contemporáneas óperas veristas italianas. Ojalá volvamos a ver Las Golondrinas muy pronto.
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