jueves, 14 de marzo de 2024

Diez años sin Gerard Mortier: La temporada más rara de la historia del Teatro Real. (Temporada 2011-2012)

 

TEMPORADA 2011-2012.

Desde el momento de su anuncio, esta temporada desató un enorme enfado entre el público, ya que en la misma no había óperas del repertorio más tradicional, y muy pocas grandes voces, y además dos espectáculos despertaron un recelo enorme: un espectáculo teatral, “The Life and Death of Marina Abramovic” y “C(h)oeurs”, un espectáculo de danza con música de Verdi y Wagner, para cubrir la cuota de estos autores. Si algo pudo mitigar ese enfado, podría haber sido la visita de Riccardo Muti, quien dirigió “I due Figaro” y la visita anual de Plácido Domingo con “Cyrano de Bergerac”, de Franco Alfano.  De hecho, lo más clásico abarcaba hasta la mitad de la temporada. 


La temporada se inauguró con el conocido montaje de la Elektra de Strauss, a cargo de Klaus Michael Gruber, con escenografía del célebre pintor y escultor Anselm Kiefer, en un patio gris, con aspecto de prisión, que parecía una pirámide invertida, con su nivel más bajo siendo el más estrecho, transmitiendo la claustrofobia y angustia que emanan del libreto de Hugo von Hoffmansthal. A nivel musical fue un éxito redondo: fue dirigida por el maestro Semyon Bychkov, quien hace maravillas con la orquesta del Real, haciéndola sonar como una orquesta alemana importante, y tuvo dos repartos, con Christine Goerke y Deborah Polaski, legendaria intérprete del rol, alternándose como Elektra, y figuras notables como Anne Schwanewilms, Ricarda Merbeth como ChrysothemisJane Henschel y la veterana Rosalind Plowright como la Clitemnestra. Chris Merritt fue Egisto y el siempre competente Samuel Youn fue Orestes.  

En noviembre vino todo un clásico, Pélleas et Mélisande, de Debussy, en el montaje de Robert Wilson, procedente de Salzburgo y París, también icónico y uno de los más bellos que se hayan hecho para esta obra tan onírica. La estética minimalista de Wilson, sus gestos mínimos, inspirados en el teatro Kabuki, y la iluminación principalmente de azul o violeta intenso, encajan muy bien con la belleza de la música, que muchas veces parece trascender lo terrenal, creando una ambientación que daba una sensación de amanecer o anochecer permanentes. Sylvain Cambreling dirigió notablemente la orquesta, con un reparto liderado por Laurent Naouri, quien hizo un excelente Golaud, Camilla Tilling y Yann Beuron . 

John Easterlin cantando la escena del campesino borracho en Lady Macbeth de Mtsensk.

Diciembre traía otro clásico del siglo XX, la Lady Macbeth de Mtsensk de Shostakovich, en el conocido e impactante montaje oscuro y muy sexual de Martin Kusej, que transcurría en una casa de cristal, donde el público era testigo de la tragedia de Katarina. Eva-Maria Westbroek, quien la protagonizó en Ámsterdam en este mismo montaje, inmortalizado en DVD, interpretó a la protagonista, y a la batuta estuvo Hartmut Haenchen, otro maestro que hacía sonar excelentemente a la orquesta. En el apartado “Las Noches del Real”, Philippe Jaroussky dio un exitoso recital en noviembre, y  Valery Gergiev dirigió el Romeo y Julieta de Berlioz con la Orquesta de la Comunidad Valenciana en diciembre.


El 2012 empezó con un programa doble, la Iolanta de Tchaikovsky con Perséfone de Stravinsky, en un montaje de Peter Sellars, en Iolanta formado por luces de colores y puertas que conducían al mundo interior de la ciega protagonista.  Perséfone fue más exitoso, ya que las luces anaranjadas encajaban con el mundo del Hades. Para esta obra se contó con unas bailarinas camboyanas que al parecer habían sobrevivido al genocidio de los años 70 durante la nefasta Kampuchea Democrática. Teodor Currentzis dirigió la orquesta, de forma correcta, aunque lo mejor de él en el Real estaría por venir. Ekaterina Sherbachenko, Willard White y la actriz francesa Dominique Blanc formaron parte del elenco.  

Febrero trajo otro clásico mortieriano: La Clemenza di Tito, de Mozart, ópera que él adoraba, en el montaje de Karl y Ursel Hermann, que se estrenó en Bruselas en 1982 y que se suponía iba a ser la última vez que se vería (luego se repuso en Madrid en 2016). Con casi el mismo decorado en la mayoría de las escenas, lograba momentos sobresalientes como la columnata del capitolio, la estatua ardiendo y la teatralidad desde el acto segundo, con una intensa escena de confrontación entre Tito y Sesto. Muy bonitos fueron los momentos de silencio con el telón bajado -una preciosa recreación de nubes-, cuando dejaba a los cantantes frente al teatro. La parte musical fue, sin embargo, muy correcta, Thomas Hengelbrock no estuvo muy inspirado, Amanda Majeski cumplió como Vitellia, Yann Beuron no fue suficiente como Tito, y Kate Aldrich sí fue de menos a más como Sesto. Y hasta aquí lo “clásico” del repertorio de aquella temporada.

La ausencia de Verdi y Wagner se vio compensada en marzo con un espectáculo de danza de estos dos autores que ocupó el espacio que le correspondía a un título operístico, llamado C(h)oeurs, que poniendo sobre la h entre paréntesis un doble significado en francés a la palabra, pudiendo significar o “coros” o “corazones”.  El espectáculo tenía como protagonistas al Coro del Teatro Real y a la compañía de ballet contemporáneo Les Ballets C de la B, dirigida por Alain Platel. En una época donde la crisis económica que azotaba España estaba en su máximo apogeo, la Primavera Árabe estaba reciente todavía, y cuando un año antes la juventud acampó durante meses en la Puerta del Sol, dando lugar al movimiento 15M, a los que se llamó “Indignados”, Alain Platel y el Real aseguraron que llevaban a escena dichas revoluciones con este montaje. Y la controversia no desapareció en ninguna de las funciones, con un estreno abucheadísimo y con la prensa internacional haciéndose eco de toda esta polémica, pero tampoco fue este un montaje conocido por su claridad. Cuando asistí a ver este espectáculo, acompañado de un amigo muy cercano, quien me acompañaría en muchas producciones en esta época, y en quien pienso mientras escribo estas líneas, la sensación que tuve fue de decir “qué fuerte”. A juzgar por lo que se veía, debió de ser una dura prueba para el coro, quien cumplió excelentemente. Como ya se dijo, el programa constaba de música de Verdi y Wagner. Pero los Ballets C de la B no demostraron su valía aquella noche, sin que por otro lado ello quitase un ápice de interés al concepto del espectáculo. De toda la obra sólo los Preludios de Lohengrin, Traviata y Meistersinger tenían danza o algo que se les pareciera. El resto eran contorsiones, interacciones, caricias...

La función comenzaba con el Dies Irae y el Réquiem de Verdi, en la que un bailarín se ponía de espaldas al público y unas manos emergían de su espalda al son del Tuba Mirum. Antes de comenzar el Va, Pensiero, los bailarines empezaron a decir “aaaaaah” durante un largo e incómodo rato antes de la entrada del coro, que estuvo espléndido. Durante el preludio de Lohengrin me ponía nervioso que los bailarines se pusieran casi a tiritar todo el rato, y tras el famoso interludio del acto tercero, un bailarín se quedó a solas tarareando, berreando la parte del Rey Enrique, siendo un verdadero tormento. En el preludio de Traviata, algunos bailarines se desnudaban y todo acababa con el coro con las manos abriéndolas y cerrándolas. La parte central era la más provocadora y la única que lindaba con el 15-M o cualquier revolución. Una bailarina, primero en francés y luego en español hablaba citas sobre la democracia o agrupando a los coristas "que hagan grupo los que aman, que hagan grupo los que morirían de amor" y así. Luego escribían palabras en carteles, tales como "Agua", "Bogotá", "Garzón", y a continuación decían sus nombres, pero no cada uno sino cuatro a la vez, lo que no se oía. Más que una función de ópera, parecía una performance, que desde luego me dejó una sensación visceral, siendo el espectáculo de danza más agresivo que he visto en mi corta carrera como espectador de este género.  

En abril estaba programado el fruto de la discordia, que preveía una polémica mayor, que finalmente no fue tal, sino que resultó un éxito de público, colgando el cartel de “no hay entradas” en todas las funciones. Se trataba de “The Life and Death of Marina Abramovic”, un espectáculo estrenado en Mánchester el año anterior, sobre la vida de la “abuela” de la performance, una de las pioneras de esta disciplina artística, la serbia Marina Abramovic, quien protagonizaba este montaje, interpretándose a sí misma, y acompañada de la estrella de cine Willem Dafoe, quien interpretaba a Ulay, su amante y pareja artística. La puesta en escena era de Robert Wilson, con acompañamiento musical del grupo musical Antony and the Johnsons (la vocalista de la banda, antes conocida como Antony Hegarty, hoy es llamada Anohni) el contratenor Christopher Nell y un grupo de folclor serbio. Desde luego, el enfado porque este espectáculo estuviera ocupando el lugar que le correspondía a otra ópera seguía latente, pero no hubo tiempo para el escándalo, ya que los curiosos y admiradores de todos los artistas citados agotaron las localidades, algo que no se esperaba ni el personal de taquillas del teatro. Me recuerdo a mí mismo yendo a por las últimas localidades en taquilla, de nula visión, que había comprobado que quedaban disponibles en la web del teatro, y cuando llegué, ya se habían agotado. Finalmente, tuve que hacer cola de cuatro horas para coger una localidad de último minuto.

Anohni (entonces Antony) cantando Cut the World, el mejor momento de este espectáculo.

De hecho, multitud de personalidades, como Pedro Almodóvar, o la entonces alcaldesa de Madrid, Ana Botella, asistieron a las funciones. Antes de cada espectáculo había una aglomeración de público enorme, pues no se podía entrar hasta 10 minutos antes. Y así, al entrar uno se encontraba con tres ataúdes, algo inspirado en los deseos de la propia Abramovic para su propio funeral. El espectáculo narraba la dura vida de esta señora: una infancia traumática, (incluido el episodio donde Abramovic rompe una lavadora), con una severa y castrante madre, un repaso por su vida artística, incluida la famosa táctica para matar ratas. La segunda parte fue más inspirada y más profunda que la anterior, con un diálogo profundo entre Abramovic y Dafoe, siendo el punto álgido de todo el espectáculo cuando el  Antony-Anohni interpretó la bellísima canción “Cut the world”, creando un ambiente mágico que quedará en el recuerdo de los que asistimos a las funciones. Le siguió una canción llamada “Salt in my wounds”, que era preciosa, pero tuvo la mala suerte de estar cantada por la propia Abramovic, que pese a haberse preparado estudiando canto para estas funciones, no es algo con lo que se hubiera ganado la vida. Recordando estos tiempos, no dejo de pensar en Anohni, ya que si bien desde finales de 2014 es abiertamente una mujer transgénero, antes de esta fecha, su ambigüedad en este tema y su estética hoy en día me parecen pioneras porque en esa época no se trataba tanto en el debate público el tema de la identidad de género, tan de actualidad hoy. En cualquier caso, esta señora posee una de las voces más hermosas que he oído en el pop.

Audio completo del Rienzi de mayo de 2012.

Tras este paréntesis revolucionario, la ópera volvió en mayo: Cyrano de Bergerac, de Alfano, con Plácido Domingo, se alternó con Rienzi, de Wagner, en versión concierto, que no se veía en el Teatro Real desde el siglo XIX. Esta era la tercera ópera en concierto que se veía, junto a La Finta Giardiniera en octubre de 2011 y Don Quichotte de Massenet en diciembre del mismo año. Este Rienzi contó con la batuta de Alejo Pérez, procedente de Argentina, y especializado en Wagner, dirigiendo en su país un Oro del Rin en La Plata que fue todo un acontecimiento allí. Sin embargo, estas funciones a nivel orquestal fueron discretas. Aun así, se trataba de un evento imprescindible pues pocas veces se ve Rienzi y muchas menos fuera de Alemania. El reparto fue de alto nivel, y estuvo protagonizado por un joven tenor que hoy en día es el principal heldentenor del mundo: el austríaco Andreas Schager, quien logró una interpretación impecable. A su lado, estaban Anja Kampe, Claudia Mahnke y el gran bajo Friedemann Röhlig.

En junio se vio una versión nueva de L’Incoronazione di Poppea de Monteverdi, una ópera tan teatral y que trata tan bien en escena la ambición de poder y su perversa unión con el sexo y la política, en una nueva orquestación de Philippe Boesmans, que se llamó “Poppea e Nerone”. Hubo protestas porque esta ópera se había visto tan solo dos años antes, en una histórica producción de Les Arts Florissants, dirigidos por William Christie y con unos Philippe Jaroussky y Danielle de Niese en estado de gracia. Con todo, se trató de una excelente producción, dirigida en lo escénico por Krszystof Warlikowski, que ambientó la trama en una imaginaria dictadura fascista estadounidense en los años 30, teniendo como principal decorado un gimnasio. Al final de la obra, mientras transcurre el dúo de amor, se proyecta un texto con el trágico final de los malvados protagonistas (vestidos él de mujer y ella de hombre) en un efectivo toque de ironía. En lo orquestal, contó con la Klangforum Wien, experta en música contemporánea, como orquesta, dirigida por Sylvain Cambreling. En el reparto se encontraban Charles Castronovo como Nerón, Nadja Michael como Poppea, que se alternó con Sofía Soloviy, Willard White y José Manuel Zapata como la nodriza Arnalta. Junto con el Parsifal de 2016, esta fue la función de la que más tarde recuerdo haber salido de un teatro: a las 00:20 horas.

Al mismo tiempo, el 20 de junio, Cambreling y la Klangforum Wien acompañaron a Christine Schäfer en el debut de ésta en el Real, un recital que incluía una excelente versión del Pierrot Lunaire, obra en la que esta soprano es referencial. 


Esta temporada se cerró en julio con Ainadamar, de Osvaldo Golijov. Al principio de su mandato, Mortier tenía la idea de hacer del Real un puente entre España y Latinoamérica. Posiblemente esta ópera cantada en español pudo ser parte de este proyecto. Esta obra tiene además ritmos de música latina, alternados con otros de dramatismo lírico. Para su estreno en Madrid, se trajo la producción de Peter Sellars, que usaba unos bellísimos decorados del pintor Gronk, sobre los que proyectaba una intensa iluminación roja y azul. Alejo Pérez esta vez sí encontró inspiración con la orquesta. Además, la veterana actriz Nuria Espert, en el rol de una anciana Margarita Xirgú, recitaba textos hablados. Pese al fuerte componente lorquiano, esta producción no vendió muchas entradas precisamente, y de hecho, recuerdo las calles del barrio de Argüelles repletos de pancartas promocionando esta ópera, y también en el metro. Quizá por eso, pude ir a dos funciones, y con un jugoso descuento juvenil.

No quería cerrar sin mencionar, algunos espectáculos de "El Real Junior", a los que me acompañaba habitualmente mi hermano pequeño, entonces un niño de 10 años: En la temporada 2010-2011, Didier Puntos presentó en la Sala Verde de los Teatros del Canal una versión camerística de "L'Enfant et les Sortilèges" de Maurice Ravel, un escenario sencillo con varias puertas y habitáculos, y donde los elementos embrujados, se desplazaban por doquier. La orquesta era de ocho músicos. Recuerdo que me dijo "qué guay es la ópera". Había muchos niños, como es lógico, pero no se llenó el teatro.

En esta temporada, hubo varios conciertos infantiles, llamados "Las mañanas sinfónicas familiares". Pero da la casualidad que la única vez que he visto a la mítica soprano británica Felicity Lott en mi vida, fue en una de esas mañanas sinfónicas, a la que fui con mi padre y mi hermano. En esre concierto dedicado a la música de Jacques Offenbach, Lott ya tenía 64 años, y eso se notaba en una decadencia, a mi juicio demasiado notoria, incluso molesta. Se la oía, pero tenuemente, corriendo poco la voz por el teatro, flojamente. Pero es una gran artista, y eso se disfrutó : porque tenía vis cómica, hacía reir a todo el mundo, y cantaba en tono pizpireto sus arias. Sin embargo, no disfuté de ella como esperaba: sólo en las arias de "La Périchole" la disfruté como lo que era, una soprano de calidad. La acompañó el tenor Jean-Paul Fochecourt, quien estaba a su sombra, con una voz muy pequeña. Sylvain Cambreling dirigía la orquesta, interpretando las piezas de Offenbach con viveza, pero si algo me llamó la atención fue la chispa que tuvo con los niños: se bisó la obertura de "La Belle Hélene", y durante su ejecución de la misma se volvía al público para indicarle cuándo hacer palmas. ¡Y mi hermano sincronizaba con  Cambreling perfectamente! Mientras tanto, Lott y Fochécourt bailaban alegremente. 

Próximamente, hablaremos de la temporada 2012-2013, con dos montajes de óperas de Mozart que llevaron al público al cielo y al infierno respectivamente, y de cómo las mejores óperas fueron las ofrecidas en concierto.


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