Junto a "La Prohibición de Amar", esta es la única ópera cómica de Wagner, aunque cómica a su manera, con sus cuatro horas y media de duración, su música festiva, alegre, despreocupada aunque por momentos profunda. En el Núremberg del siglo XVI, los maestros cantores eran miembros destacados de diversos gremios de la ciudad, que en consonancia con el espíritu renacentista, cultivaban la poesía en sus ratos libres, de forma aficionada. Entre ellos, el más famoso fue Hans Sachs, poeta, dramaturgo y zapatero, quien se convierte en el protagonista de esta ópera. A través de los personajes, la alegre música que hace sentir el ambiente de Núremberg y su "alemanidad", Wagner -y como hizo de forma parecida en Tannhäuser- propone una discusión sobre el artista, su propia creación, la tradición que tiene unas normas y en la que la creación aspira encajar, y la discrepancia sobre esas rígidas normas, todo ello en el marco de una comunidad donde todos se conocen, en una pequeña pero efervescente ciudad alemana. El noble Walther von Stolzing, vendría a romper esa convivencia al presentarse al concurso de canto sin ser un maestro. Hans Sachs representa la sabiduría, el genio literario y la reflexión sobre la vida, aunque también compita por el amor de la en aparente cándida pero muy inteligente Eva, aun sabiendo que esta ama a Stolzing. En cambio, Sixtus Beckmesser, con su pedantería y cerrazón, representa la rigidez de la erudición que en nombre de la tradición asfixia la libertad y el talento, acaso para ocultar la falta de él. Wagner se identificaba con Sachs y Stolzing, en cambio Beckmesser es una sátira de los inflexibles críticos musicales, que en el entorno de Wagner estaban liderados por el austríaco Eduard Hanslick, enemigo y principal crítico con la obra del maestro. El que Hanslick fuera judío llevó que algunos, a pensar que fuera una sátira antisemita, que su coloratura era una burla del canto de sinagoga. Y el que Sachs, en su monólogo final llamase a proteger el arte y el espíritu alemanes de cualquier influencia extranjera, dio alas primero a los wagnerianos más nacionalistas y radicales de ese tiempo,que veían en el wagnerismo una arma de regeneración del espíritu y la cultura "puramente alemanes", y después a los nazis, a prostituir esta obra con abyectos fines políticos y racistas, sin relación alguna con la música.
La larga duración, el hecho de que Sachs es el rol más largo de todo el catálogo wagneriano, el largo elenco y una necesidad de enormes coros y orquesta, son algunos de los principales motivos por los que esta ópera, raramente se representa fuera de Alemania, Austria, Londres y Nueva York. En España se estrenó en 1893 en el Teatro Real, cantada en italiano, y así se presentó varias veces: en 1917 la dirigió Tullio Serafin, y en 1921 y 1922 se cantó por fin en alemán, dirigida por los legendarios maestros Karl Muck y Franz von Hoesslin respectivamente,con el mítico Walther Kirchhoff en el reparto. En el Teatro de la Zarzuela se cantó en 1982 por la ópera de Leipzig, y la única vez que se hizo en el Teatro Real moderno fue en 2001 con la Staatsoper de Berlín dirigida por Daniel Barenboim, con tres funciones. Por lo tanto, es la primera vez que el Teatro Real produce con medios propios esta ópera, desde su reapertura en 1997, con sus propios coros y orquesta, y una nueva puesta en escena. En consecuencia, se trata, desde la misma presentación de la presente temporada, en la ópera más esperada de la misma.
El encargado de la nueva producción es el famoso director de escena francés Laurent Pelly, famoso por sus montajes de óperas cómicas, quien por primera vez dirige una ópera de Wagner. Pelly convierte el colorido Núremberg de Wagner y su costumbrismo, en un lugar ruinoso y oscuro, con una estética que hace pensar en una comedia que a veces se torna negra. La evidente estética del vestuario, entre finales de los años 40 y principios de los años 50, entre los que destacan los maestros vestidos con sucias gabardinas y aspecto cansado, el que toda la acción transcurra en un local en ruinas que podría ser una fábrica o un gimnasio de colegio en ruinas, invita a pensar que la obra transcurre en alguna ciudad europea, poco después de la Segunda Guerra Mundial, incluso el propio Núremberg. En el programa de mano, se menciona que el Núremberg clásico oprime la libertad que se encuentra en los libros de Sachs. El que todo transcurra en medio de ruinas, indica una nueva posibilidad, con una cultura y una sociedad levantándose de ellas, pero también el recuerdo de lo perdido tras la catástrofe.
En medio del escenario hay una enorme plataforma giratoria, formada por tres enormes muros, que parecen cartones o palés. sobre ellos transcurrirá toda la acción. En el primer acto, Stolzing duerme sobre ellos y se levanta mientras canta el coro, y cuando este termina su himno inicia y se dispersa, se encuentra con Eva y la aborda. Los aprendices montarán el estrado donde se reunirán los maestros, formado por un enorme lienzo de cuadro, aún dorado pero en decadencia. Beckmesser se sitúa en una casita de cartón desde la que escucha a Walther cantar. En el segundo acto, la plataforma escénica está llena de casitas de cartón, formando unas calles empinadas en cuya cima está la casa de Pogner. A la izquierda, apartada, la casa de Sachs. Durante la pelea final, en la que solo riñen David y Beckmesser mientras los demás se dedican a arengar, todas las casas son destruidas y tiradas abajo por el coro, mientras el sereno camina sobre las ruinas. En el tercer acto, las casas de maderas han sido apiladas en un rincón, mientras que ahora en la plataforma se ve el taller de Sachs en un cuarto diminuto, lleno de libros y zapatos colgando. Durante el quinteto, el escenario se ilumina con una bella luz anaranjada, trabajo de Urs Schönebaum. En la gran escena final, al fondo aparece una pintura de una pradera, el coro baila y danza, y vuelve a situarse el marco dorado y las sillas de los maestros. Beckmesser canta en su canción en las peores condiciones, iluminado con un enorme foco, subido a una caja sostenida peligrosamente en uno de sus vértices por una lata. Todo lo contrario que Walther. Al final, cuando Sachs en su monólogo final advierte del peligro que corren el Imperio y el arte alemán, un telón negro cae sobre esa pradera, ocultándola. Del entusiasmo que se apodera de la escena, y cuyo ambiente les es hostil al rechazar Walther el ser maestro, él y Eva intentan huir pero les es imposible, por lo que la única salida que tienen es cerrar el telón ellos mismos, tras lo cual se abrazan aliviados. ¿De nuevo un Núremberg opresivo del que es mejor huir?
El reparto fue encabezado por el famoso bajo-barítono canadiense Gerald Finley, célebre intérprete del rol de Hans Sachs. Su hermosa voz, con su timbre grave pero no demasiado profundo, sumado a su dominio escénico del rol y a la caracterización tan activa y temperamental que le da el montaje a su personaje, dan como resultado una actuación destacable. Cantó de forma exquisita sus tres monólogos y en el tercer acto destacó mucho a nivel escénico y vocal.
Leigh Melrose como Beckmesser fue la gran sorpresa de la noche, una voz que superaba a la orquesta, y de excelentes timbre y entonación. Todo esto sumado a a una interpretación desternillante, a la que favorecía la dirección de actores; que le retrataba como un personaje repulsivo no sólo moral sino físicamente. Gran retrato del antipático escribano.
Jongmin Park fue un excelente Pogner, y ha sido un placer escuchar de nuevo su poderosa y grave voz, especialmente en su aria del primer acto, y también verlo actuar como un anciano y frágil maestro.
Tomislav Mužek como Stolzing en cambio fue el punto más flojo del reparto. Con problemas de volumen en el primer acto, fue mejorando en los dos restantes, aunque la voz parecía, sobre todo al principio, forzada. En el tercer acto, sin embargo, mejoró, con unas bellas y líricas interpretaciones de la canción del premio.
Nicole Chevalier fue una Eva con un timbre juvenil y delicioso, y a nivel actoral cándida, astuta y coqueta. En el quinteto estuvo espléndida, con la voz un poco más dramática y con excelentes agudos, aunque no se libraba a veces de ser tapada por la enorme orquesta.
Sebastian Kohlepp, el único alemán del reparto, fue un David bien actuado y cantado. También Anna Lapkovskaya cantó bien a Magdalena, con un timbre oscuro, casi de contralto. José Antonio López tambien destacó como Kothner, y los demás maestros estuvieron a un gran nivel. Fantástico el Sereno de Alexander Tsymbalyuk, con su voz de ultratumba.
Había ganas de ver esta obra, ya que al menos en las zonas más bajas, las más caras, hubo pocas deserciones y había una alta ocupación en la sala. El público se rió con las desternillantes intervenciones de Beckmesser como pocas veces he visto en una ópera de Wagner, muestra de lo bien que se lo pasó fueron los aplausos al elenco.
El que el Real haya programado esta difícil ópera ya es de por sí un acontecimiento ineludible, pero el esfuerzo de la enorme compañía, que mueve a casi 300 personas ha logrado una interpretación notable y disfrutable. El público estaba encantado. Toda posibilidad de ir a verla debe ser aprovechada, porque quién sabe si no pasarán otras dos décadas hasta que vuelva a la capital.
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