lunes, 16 de diciembre de 2024

Hans Pfitzner, el compositor problemático: Palestrina en streaming desde Viena, dirigida por Thielemann.

 


No hay muchas oportunidades hoy en día de ver alguna música del compositor alemán Hans Pfitzner en teatros de ópera y salas de conciertos. De hecho, si ocurre, se suelen reducir a los tres preludios de su ópera "Palestrina", su obra más conocida hoy en día. Y si esta ópera se representa, suele ser principalmente en algún país germánico. Pero ni siquiera esto es tan frecuente en el repertorio como quisiéramos. Y esto se debe a dos principales razones:

El primero y el de sobras conocido, es que simpatizó con los nazis. Ya desde su juventud, el temperamental Pfitzner era abiertamente antisemita. Incluso tuvo la poca delicadeza de decirle a un amigo judío que se había formado como antisemita durante su juventud en Berlín. Esto no le impidió tener amigos y valedores judíos como Bruno Walter, quien estrenó esta ópera. El también judío Selmar Meyrowitz estrenó la bellísima y hoy olvidada cantata Von Deutscher Seele (Del alma alemana, basada en poemas de Eichendorff), de 1922. Pfitzner creía que algunos "nobles" judíos eran lo suficientemente patriotas como para ser alemanes honorables. Esto es algo que más adelante le traería problemas. A principios de los años 20, Adolf Hitler le visitó en el hospital, y tras discutir con él este tema, el dictador se decepcionó tanto que le hizo la cruz, llegando a creer que era medio judío, lo que para él era inadmisible. Aunque durante el período nazi sus obras fueron favorecidas, Pfitzner no obtuvo el reconocimiento en vida que esperaba, en parte por esa "acusación" que le forzó a probar que su linaje era gentil. Fue también forzado a jubilarse y su pensión no fue la esperada. De hecho tuvo que recurrir a buscar la amistad de altos cargos nazis para poder prosperar, especialmente  del infame Hans Frank, gobernador general de Polonia durante la invasión nazi de ese país, y responsable de la muerte de millones de personas inocentes. 

Hans Pfitzner (1869 - 1949)

Aunque terminó por oponerse a ciertas cosas de los nazis, incluso a rechazar componer una nueva música para "El Sueño de una noche de Verano", ya que la del judío Mendelssohn estaba prohibida, el fin de la guerra no le supuso un cambio. Llegó a escribir que "La judería mundial es un problema y, de hecho, un problema racial, pero no sólo uno, y se retomará, por lo que la gente recordará a Hitler y lo verá de manera diferente que ahora (...) fue su proletismo innato lo que le llevó a asumir el puesto de exterminador llamado a destruir cierto tipo de insecto, ante el más difícil de todos los problemas humanos. Así que no se le debe culpar por el "por qué", ni por "que lo hizo", sino sólo por el "cómo" abordó la tarea (...) La historia mundial ya ha visto que una raza humana puede ser exterminada de la superficie de la tierra, con el exterminio de la originalmente magnífica raza india […]. En términos de moral internacional y costumbres de guerra, Hitler realmente podría sentirse "cubierto" por este único ejemplo; el "cómo" de estos actos de violencia y métodos de opresión es, por supuesto, condenable en sí mismo, siempre que se base en la verdad y no se exagere deliberadamente. Es posible que en los campos de concentración hayan ocurrido cosas terribles, como siempre suceden en esos períodos de agitación, como casos aislados y por parte de brutos subalternos, como suceden siempre y en todas partes, pero menos aún entre el pueblo alemán. Pero si nosotros, los alemanes, quisiéramos hacer un cálculo contrario de las atrocidades que se cometieron contra nosotros [...], la relación entre culpa y acusación de crimen y función judicial cambiaría enormemente y se invertiría." 

¿Pretendía Pfitzner insinuar con esto que si desaparecieron los "indios" americanos, los judíos podían hacerlo? Toda desaparición de un grupo étnico es una tragedia para la humanidad, no un "ejemplo". Aunque fue absuelto en su proceso de desnazificación, la reputación de Pfitzner quedó irremediablemente manchada hasta nuestros días, siendo esta categorización como músico "nazi" el principal obstáculo para su mayor y merecida presencia en las salas de conciertos en todo el mundo. Aunque su música se siguió interpretando en Alemania y Austria, e incluso desde los 80 y 90 del siglo pasado y su música se ha interpretado y grabado cada vez más; casi siempre es solo en países germanoparlantes.

El segundo y no menos importante motivo, es que Pfitzner se declaró abiertamente antimodernista, viviendo en una época donde la música sinfónica y vocal vivía una época de constante efervescencia y experimentación. De hecho, él se consideraba defensor de la tradición musical alemana. Su conservadurismo musical contribuyó a que su fama se limitase principalmente a Alemania y Austria. Su música (y esto es algo que también ocurriría con compositores de menor renombre favorecidos durante el nazismo) es muy bella, suma, pero no aporta nada nuevo si la comparamos con la de otros colegas más célebres. Por ejemplo, Von Deutscher Seele es una cantata hermosa, con momentos inspirados, pero no considero que se compare con los Gurrelieder ni con la Segunda Sinfonía de Mahler. El concierto para violín op. 34, el concierto para violonchelo op. 42, la sinfonía "An der Freude", las canciones orquestales, o la suite musical de la obra teatral Das Kätchen von Heilbronn son algunas de sus obras que merecerían estar en salas de conciertos de forma más asidua. Sin embargo, pese a su complejidad, riqueza orquestal y gran belleza, el impacto de su música poco tiene que hacer frente al de las obras de Richard Strauss, Britten, Stravinsky o Shostakovich. 

Hans Pfitzner y Bruno Walter, quien estrenó "Palestrina" en una fotografía de 1917.

Palestrina fue estrenada en 1917, con un enorme éxito, y permaneció en el repertorio hasta después de la Segunda Guerra Mundial. Considerada como una "leyenda musical", Pfitzner se compara con Palestrina: la Santa Sede debate, entre otros asuntos, el prohibir la polifonía, un símbolo de la secularización, y que había supuesto una innovación en la música sacra, para volver a la "pureza" del canto gregoriano. Palestrina defiende su arte, de la élite, de venderse al poder que, representado en el Cardenal Borromeo, le coacciona para componer una misa que le permita salvar la polifonía. Él prefiere la inspiración, y antes que ser obligado, prefiere no componer. Pfitzner pretende defender su arte conservador de los "peligros" de la modernización de la música, tan aceptados por la élite cultural. Y como Palestrina tras perder a su esposa, algo que influye en su pérdida de inspiración, Pfitzner se convierte en un ermitaño social debido a las tragedias de su vida, cuyo colofón será perder a todos sus hijos tras la Segunda Guerra Mundial, aunque esto ocurriría años después del estreno de esta ópera. El acto segundo de la obra transcurre en el concilio de Trento, donde nadie se pone de acuerdo en nada, y al final el gran conflicto que acaba en riña es reprimido con ejecuciones y torturas. Hay mucha influencia de la obra de Wagner, el primer acto es deudor de Parsifal, especialmente en la primera obertura, donde se escucha el motivo principal de la obra. En general, la partitura desprende una gran belleza y colorido musical, así como una elaborada e interesada orquestación. El segundo acto, con tanta discusión, puede recordar que Tannhäuser o los Maestros Cantores, pero como bien dijo Pfitzner, sin motivo para la risa. El tercer acto es bello musicalmente, pero sin la inspiración del primero. La obra termina con una breve reflexión del músico antes de que se ponga a tocar el órgano, cerrando la obra con el motivo principal de la obertura.

Un compositor tan problemático necesita de una iniciativa para programarse hoy en día. Y el principal valedor de Palestrina en la Europa actual es el maestro alemán Christian Thielemann, con fama de conservador hasta en lo que no es musical. Hace casi 30 años, dirigió esta ópera en Londres y Viena. Ahora, 23 años después de sus últimas funciones en la capital austríaca, regresa este título de la mano de Thielemann, en la misma producción de Herbert Wernicke, que se vio hace décadas en ese mismo escenario. Ahora, para la posteridad, la función del 12 de diciembre queda inmortalizada en el streaming. Hasta ahora, solo existía un vídeo de esta ópera, procedente de Múnich en 2009, pero si esta filmación se convierte en DVD, se convertirá en el vídeo de referencia y la grabación más importante de esta ópera en el siglo XXI. 

La puesta en escena de Wernicke sitúa la ópera en lo que parece un auditorio musical blanco, con un gran órgano de tubos presidiendo el escenario e instrumentos de orquesta con atriles y partituras. En el centro hay una mesa en la que Palestrina compone sus obras y a la izquierda hay un pequeño órgano de iglesia. La puesta en escena sitúa la acción en una época contemporánea y Palestrina aparece como un visible alter ego de Pfitzner y personajes vestidos con trajes modernos. Durante el gran final del primer acto, Palestrina tomará asiento y compondrá la famosa "Misa del Papa Marcello", y las apariciones aquí aparecen como coristas con hábito de iglesia. Su esposa Lucrecia aparecerá con un vestido rojo, como una famosa diva de la ópera. El órgano se abre para revelar un gran coro, los ángeles dictando a Palestrina la música. El segundo acto se abre en la misma sala, pero en lugar del órgano de tubos se ven los asientos, desde donde la aristocracia observa el Concilio. El coro se divide entre cardenales y los partidos español e italiano, vestidos con ropas policiales y militares. Al final, se produce una gran pelea, a la que el ejército responde disparando contra los combatientes. En el tercer acto, volvemos a ver los instrumentos y el gran órgano de tubos. Como momento destacable, el Papa Pío IV aparece en el palco real del teatro, como una divinidad ante la que Palestrina, Ighino y el coro en escena se arrodillan. La ópera termina con Ighino tocando el órgano y un Palestrina cansado y frágil que toma la partitura y comienza a dirigir la orquesta, mientras cae el telón.

El conocimiento que Thielemann tiene de esta ópera se nota en su espectacular dirección, una de las mejores que he visto de él en cualquier grabación. Su estilo de dirección, tan lento, tan majestuoso, tan germánico, hace que aquí cada instrumento brille y suene lírico, ya que se trata de una ópera sobre un conflicto personal. Thielemann transmite su dominio de la música de Pfitzner a la Orquesta de la Ópera de Viena, cuyos instrumentos suenan inspirados, ya que su estilo de dirección encaja con lo que Pfitzner quería transmitir en su música. El famoso preludio del primer acto suena lento, elegíaco, místico, el preludio del segundo acto es apasionado, espectacular, y el preludio del tercer acto suena como la hermana seria y tranquila del Preludio del tercer acto  de los Maestros Cantores de Wagner. Las cuerdas (especialmente los violonchelos durante la inspiración de Palestrina en el primer acto), las flautas, los metales en el segundo acto... todos los instrumentos suenan increíbles. El coro también canta muy bien.

Además de su gran orquesta y coro, esta ópera requiere de un gran elenco: un tenor principal, seguido de papeles difíciles para bajos y barítonos.


Michael Spyres canta el papel principal: este tenor, que en los últimos años ha interpretado papeles de Wagner, tiene una voz de barítono (ya que solía ser baritenor en las óperas de Rossini y Bellini) que retrata a un Palestrina deprimido y cansado, desesperado por no estar inspirado y afligido por su esposa muerta. Su actuación transmite la de un hombre que envejece prematuramente y que solo quiere mantener su libertad para crear. Las mujeres son cantantes consumadas: Kathrin Zukowski es un dulce Ighino, hijo de Palestrina, así como Patricia Nolz, en el rol de Silla, aprendiz del compositor, que cantó bien. Wolfgang Koch es el cardenal Borromeo de temperamento fuerte, con una voz madura, no siempre profunda en el sonido, pero que aún así muestra un buen canto. El tenor de carácter Michael Laurenz es un cardenal Novagerio de voz potente, que suena aquí como un personaje intrigante y grotesco, así como Hiroshi Amako como el obispo de Abisinia. Michael Kraus también ha cantado bien el papel del cardenal de Lothringen. Günther Groissböck canta maravillosamente y su imponente presencia es adecuada para el papel del Papa Pío IV, en uno de los momentos más mágicos de la actuación. 

Al tratarse de una ópera poco representada, esta representación ha sido todo un acontecimiento en el mundo musical de habla alemana. Tal entusiasmo se percibe en las ovaciones extraordinarias al final de cada acto.

La obra de Pfitzner, con sus más y sus menos, merece tener más presencia en las programaciones sinfónicas, y Palestrina una ópera que debería verse más a menudo, en todos los grandes teatros debido a su belleza. Pero de su escasa programación actual, solo hay un responsable: el propio Hans Pfitzner.

Porque lo que este hombre amargado  sembró en vida con sus ideas musicales y su antisemitismo y servilismo para los nazis, su obra musical lo ha recogido en forma de olvido en nuestros días. Qué pena.

Aquí, uno se puede hacer una idea de esta ópera. 

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