Madrid, 20 de diciembre de 2024.
De ella dicen que es el ballet más viejo del repertorio clásico, y la coreografía más antigua que se conserva completa. La Sylphide, fue primero coreografiada en París en 1832 por Filippo Taglioni con música de Jean Schneitzhoffer (versión hoy perdida), y después por Auguste Bournonville, con música de Herman Severin Løvenskiold, para su estreno en la Ópera Real de Copenhague en 1836. Esta versión, desde entonces, se ha convertido en uno de los ballets más programados en todo el mundo.
La historia del tenor Adolphe Nourrit es muy propia del Romanticismo, ambientada en Escocia, un destino recurrente en la ficción de esta época, en la que una sílfide, una criatura del bosque, enamora al joven James, olvidándose de su prometida Effie, por ella, pero los hechizos de la malvada bruja Madge echarán todo a perder. Prima hermana de otro gran clásico, Giselle, esta obra tiene elementos sobrenaturales y dramáticos, además del componente folklórico que le daba un destino lejano (para los lectores de esa época) como Escocia.
Si las navidades siempre han sido sinónimo de ballet, estando de hecho vinculadas a "El Cascanueces" de Tchaikovsky, que se ofrece cada invierno, a cargo de compañías privadas, primero rusas y ahora ucranianas, en las grandes ciudades de España; la Compañía Nacional de Danza, en los últimos años ha programado espectáculos de danza clásica, casi siempre por navidades. En el Teatro de la Zarzuela, han presentado clásicos como Don Quijote, El Cascanueces, Giselle y el año pasado esta Sylphide, que ahora vuelve al Teatro de la Zarzuela, ahora bajo la dirección artística de Muriel Romero, con una puesta en escena de la danesa Petrusjka Broholm, experta en Bournonville.
Una de las cosas que más me enervan de cuando veo ballet, es que el reparto del día no se publique. Ya bastante duro es sufrirlo en las compañías privadas, pero ahora he tenido de nuevo que adivinar quién interpretaba a quién, algo sorprendente para mí ya que las pocas veces que he visto un ballet en un gran teatro, los repartos venían publicados al menos en el programa de mano.
Esta noche, la pareja protagonista ha estado interpretada por Giada Rossi como la sílfide y Alessandro Riga como James, ambos lo más entregados posible. Rossi ha estado impecable, dando muestras de agilidad, controlando la coreografía especialmente en el complicado segundo acto. Riga, en cambio, fue de menos a más conforme avanzaba la función, pero estuvo al mismo buen nivel que Rossi, en las escenas de las danzas de las sílfides.
Felipe Domingos fue un excelente Gurn, ágil, vigoroso, veloz, que le robaba el protagonismo a James y toda la escena en general cuando salía. Martina Giuffrida fue una muy buena Effie, e Irene Ureña interpretó a la perversa bruja Madge, una bella y misteriosa mujer en esta versión.
La música de Løvenskiold es como si fuera belcanto pero en ballet. La encargada de interpretarla en esta ocasión es la Orquesta del Teatro de la Zarzuela, dirigida por Daniel Capps. La funcional música describe momentos a veces dramáticos, como la trompa que da inicio a la obertura, o el violonchelo en el inicio de la segunda escena del segundo acto, que recrea un ambiente mágico, algo en lo que el violonchelista francés Stanislas Kim brilló intensamente.
La puesta en escena de Broholm tiene una bella escenografía a cargo de Elisa Sanz, con una amplia casona escocesa en el primer acto y un precioso bosque en el segundo, y un vestuario clásico a cargo de Nicolás Fischtel, destacando los trajes escoceses del primer acto.
Es loable que una compañía de danza española al fin programe al menos un título al año de ballet clásico, que siempre gusta al gran público y que agota localidades. Pero un título al año no crea tradición, ni para el público ni para los que quieren dedicarse al ballet, que tienen que ir al extranjero para cumplir sus sueños. Ojalá algún día se consiga en nuestras grandes ciudades: si las compañías privadas rusas y ucranianas tienen éxito, los grandes teatros, con mejores medios, podrían sentar las bases de una afición futura.
Con el entusiasmo navideño, el Teatro de la Zarzuela ha vuelto a apuntarse otro éxito, pues todos los días se cuelga el cartel de "no hay billetes" y pueden verse muchas familias entre el público. Además de la parafernalia en las calles con el iluminado de las mismas y las multitudes de compras, con el ballet clásico se siente la navidad en el teatro de la calle Jovellanos.
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