De la obra de Wieland Wagner tenemos escasísimos testimonios en vídeo y muchos (aunque no baste) en fotografías, que les dan un aura legendaria pero también inaccesible. Esos testimonios filmados, desgraciadamente son de pésima calidad y en blanco y negro, lo que no hacen justicia a un artista que trabajó e hizo milagros con la iluminación. De sobra conocidos son sus montajes filmados de Tristan y Walkiria en Osaka bajo Pierre Boulez y Thomas Schippers, pero también nos han llegado el primer cuadro del acto tercero de los Maestros Cantores en el propio Bayreuth en 1963 y una reconstrucción de su Holandés Errante para la ópera de Roma en 1997. En esta entrada de blog se tratarán ese tercer acto y la Walkiria de Osaka.
Esta producción se estrenó, como sabemos, en medio de un gran escándalo, y sólo duró un año más. Al parecer casi toda la acción estaba montada sobre un teatro isabelino, contemporáneo con la época de la obra. Esta escena es la excepción. Los trabajos de Wieland, como ya he dicho, no tienen el mismo efecto en un pobre vídeo en blanco y negro, pero gracias a las fotos sabemos que el acto empieza con un pequeño taller en el centro del escenario, repleto de libros y zapatos, protegido por un techo. Al fondo en un telón pintado se encuentra la omnipresente ciudad de Núremberg. La pequeña estancia es el mundo de Sachs y donde actúan los cantantes, mientras que el resto del escenario es el mundo exterior. Wieland trabajaba la luz, pero también las expresiones. Los cantantes se mueven poco y con solemnidad, aunque a veces no favorezca a la obra.
La producción tal y como se veía originalmente.
David entra en escena y se encuentra a su maestro dando vueltas. Al principio puede cansar pero ya desde el monólogo de Sachs la cámara enfoca las expresiones y se aprecia un poco lo que Wieland quería transmitir. La entrada de Beckmesser es el momento más cómico y ágil, ya que entra con el Laúd destrozado, merodeando el tallercito-casa y finalmente tira el instrumento; recuerdo de la derrota de la noche anterior y dispuesto a fisgonear. Muy tierno el momento del encuentro de Eva y Walther, porque desde este momento Sachs renuncia al amor y bendice a la pareja de amantes. Cuando llegan David y Magdalena, Sachs canta la canción del bautizo en una posición de altura respecto de las dos parejas. Durante el quinteto, Wieland introduce una novedad: Sachs canta junto a una Eva radiante, tomándola de la mano y besándola paternal y tiernamente cuando acaba la pieza. Otra originalidad es el final de la escena: Sachs manda a David cerrar la tienda y éste coloca un cartelito sobre la mesa donde dice "Geschlossen", cerrado en alemán.
Un fotograma del vídeo.
Wieland trata a su manera esta comedia con tintes profundos. No la trata como una obra tradicional y costumbrista, sino como a uno drama más de los de su abuelo. Aunque no sean musicalmente unos Maestros de referencia, el reparto tiene un nivel que hoy consideramos legendario e incluso inmejorable. En él nos encontramos a un Josef Greindl ya tocado vocalmente, pero con tablas y autoridad suficientes para hacer un buen Sachs. Wolfgang Windgassen interpreta a un Walther rebosante de juventud, energía y con su habitual voz bellísima nos quedamos encantados. Cierto es que está también mayor pero su técnica nos lo hace olvidar, aunque esa capacidad ahorradora que caracterizaba a su voz podía jugarle alguna mala pasada cuando iba al grave. Carlos Alexander es un correcto Beckmesser, caracterizado con un traje negro perfectamente sacado de la familia Adams, o de Nosferatu. La voz no es grandiosa pero su actuación transmite lo grotesco del personaje, apareciendo gruñón, malicioso e inevitablemente cómico. Erwin Wohlfahrt es un gran David tanto de apariencia como de voz. Anja Silja, la bella musa de Wieland, aparece con una presencia casi etérea, con un traje fantasioso, coronada por una diadema curiosa. La entonces jovencísima soprano está en su mejor momento vocal, y en el mejor papel que le haya oído esta este momento: el de Eva. La canta con una voz dulce aunque con su característico agudo, que por suerte esta vez no molesta. En el quinteto está espléndida; y quizá sea este el papel que mejor fuera a su voz de aquél entonces, con permiso de Senta o Elisabeth. Ruth Hesse (con un traje parecido más bien al de una enfermera actual con una cofia enorme que el de una señora del siglo XVI) interviene poco como Magdalena, pero en el quinteto se le escucha un precioso grave.
Thomas Schippers dirige bien la orquesta, aunque no sea Kna o Böhm (quien la dirigió el año siguiente), pero es que con esa orquesta en estado de gracia, me parece que todo el mundo dirige maravillosamente.
Qué pena que las condiciones de su época no permitiesen grabar al menos el acto entero. Y que Wieland no viviera para ver sus producciones filmadas una o dos décadas más tarde. Este vídeo nos da una idea de sus originales ideas, aunque no para apreciar las emociones a flor de piel de quienes vieron sus producciones en el teatro.
Seguimos con el vídeo de la producción de Die Walküre para Bayreuth en su gira por Osaka en 1967.
Como ya dije antes, es una lástima que de los grandes montajes de Wieland Wagner para el Festival de Bayreuth sólo queden estos testimonios, porque sobretodo porque en la grabación que ahora nos ocupa, se adivina un gran trabajo escénico.
Estas borrosas imágenes en blanco y negro no hacen ninguna justicia a lo que debió de ser un mágico espectáculo, ya que Wieland era un genio de la iluminación y la explotación psicológica de los perfiles de los personajes. El nieto del compositor revolucionó la escena y la interpretación wagneriana con estos principios y otros como la minimización de atrezzo y la reducción de movimientos. Así, el espectador podía centrarse en el drama en toda su pureza: una saga familiar aunque mitológica, con los mismos problemas emocionales que una familia de cualquier época, con un mensaje universal. Wieland lograba así equiparar el Anillo a las grandes tragedias de la Grecia clásica, que influyeron en su formación.
Theo Adam como Wotan en un fotograma del vídeo
En esta producción que se estrenó en 1965, se volvía a una época mitológica; distanciándose paulatinamente del minimalismo extremo de su montaje en los años 50. Pero al incorporar los elementos anteriormente mencionados, también se alejaba de la austeridad pero con atrezzo clásico de las producciones de su hermano Wolfgang; que no obtuvieron éxito. Una cosa que llama la atención era la fijación de Wieland por los detalles, por pequeños que fueran. Cada gesto, cada expresión eran importantes y necesarias para transmitir lo que los personajes quieren decir. Por ejemplo, la intensidad de Sieglinde cuando abre los brazos y exclama: So bleibe hier! Nicht bringst du Unheil dahin, wo Unheil im Hause wohnt! (¡Entonces, quédate!¡No podrás traer el infortunio donde ya habita!) o este mismo gesto repetido por Wotan y Brunilda antes de darse el abrazo cuando el padre emocionado se despide de su hija, los abrazos, las sonrisas, la entrada autoritaria de Hunding, la solemne y totémica entrada de Brunilda en el anuncio de la muerte o la indignación de Fricka. Un momento de mucha fuerza es el primer acto, cuando los tres personajes permanecen de pie a cierta distancia, formando un triángulo (naturalmente amoroso) escénico; desde el que inmóviles emplean sus gestos para transmitir con fuerza sus emociones. El vestuario es típico de la estética de Wieland, también minimalista pero clásico a nuestros ojos: con un predominio del cuero. Sencillo en el caso de los welsungos, con reminiscencias griegas en el tocado de Fricka, sencillo pero emanante de autoridad en el caso de Wotan y Brunilda, esta última con un gorro. Hunding lleva un martillo enorme, y sus expresiones son brutales.
El telón se abre para descubrir un enorme árbol de madera que predomina la escena, con un par de cabezas de caballo colgadas en él. En un momento determinado, Siegmund sacará la espada para la excalamación de Sieglinde. En el acto segundo, en el escenario vemos un monolítico, amenazador e imponente decorado que se revela como la montaña rocosa, cuyos lados confluyen en un oscuro centro: la cueva donde saldrán los Dioses y Brunilda. El tercer acto es una vuelta al minimalismo típico en las producciones de Wieland: el escenario completamente desnudo, en el que la luz tiene un enorme protagonismo y se convierte en el único decorado; aumentando la intensidad de la acción. El final hace honor a su nombre: un mágico juego de luces recrea el fuego que rodea a la heroína, lástima que al estar en blanco y negro debamos imaginarnos esa intensidad.
Esta vez Schippers realiza una excelente dirección orquestal, con una tremenda intensidad en el preludio del primer acto y conmovedor en los adioses, además de ser espectacular en el final del primer acto y el final del tercero. Lástima que la orquesta de la NHK Japonesa no tuviera en ese momento mucha experiencia con Wagner. Es una muy buena orquesta, pero su bisoñez en aquél momento hace que en no pocas ocasiones los instrumentos se hagan notar con tosquedad.
El reparto, pese a no alcanzar la excelencia del Anillo de Böhm o los de Kna/Keilberth se mueve en ese nivel que llamamos "legendario", y por el que daríamos lo que fuera con tal de escucharlo en nuestra época.
Jess Thomas es un gran Siegmund, con su peculiar timbre heróico y baritonal. Helga Dernesch realiza una impresionante Sieglinde, con una voz poderosa y autoritaria y un grave desgarrado a la vez que bellísimo. Toda una revelación. Gerd Nienstedt es un excelente Hunding, con un porte brutal y una verdadera voz de bajo que hoy se echa de menos en Bayreuth.
En cuanto a las divinidades, Theo Adam interpreta su Wotan. Palidece ante un Hotter, pero se me antoja mejor que McIntyre. La voz puede pecar de ser demasiado clara por momentos y la técnica es la que es, pero la voz no es fea. En su monólogo del acto segundo tiene unos graves estupendos y sobretodo domina la expresividad del personaje, emanando la autoridad y el poder que éste requiere. Más que digno en los adioses. Anja Silja realiza una notable Brunilda. A nivel actoral, tiene el físico ideal (rubia, esbelta, en aquél entonces tenía 27 años) de una valquiria. Vocalmente no es Nilsson ni Varnay, ni siquiera Mödl, pero sale más que airosa del desafío. Pese a que los agudos son cortos y rozan delicadamente la línea entre lo espectacular y el grito, el resto de su canto es más que digno, con una excelente interpretación previa a la aparición a Siegmund en el tercer acto, y los Hojotoho del principio suenan imponentes, pese a las limitaciones. Otra creación que hoy echaríamos de menos. Grace Hoffman es una cumplidora Fricka , de gran voz y estilo, en la línea de las excelentes comprimarias que había en aquel tiempo para Wagner.
Las valqurias también están a un excelente nivel, a destacar los gritos de guerra de la gran Elsa Cavelti como Helmwige.
Seguiremos con el Tristan y el Holandés a corto plazo.
La cabalgata de las Walkirias. Fotograma del vídeo.
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