El próximo mes, el Teatro Real de Madrid programará siete funciones de la ópera El Oro del Rin, empezando un nuevo ciclo de El Anillo del Nibelungo, después de diecisiete años. Este ciclo, al igual que el anterior se llevará a cabo durante las siguientes temporadas. La producción será de la Ópera de Colonia, dirigida por Robert Carsen, y que ya ha podido verse en Barcelona. Pablo Heras-Casado dirigirá la orquesta.
Pero esta entrada de blog será para recordar el anterior Anillo. En 2002, apenas cinco años después de su reapertura, el Real empezó su andadura wagneriana, que duraría hasta 2004. Era una coproducción con la ópera de Dresde, dirigida por Willy Decker en lo escénico y por el veterano Peter Schneider en lo musical.
Decker representó la obra desde el punto de vista del teatro dentro del teatro. El drama de los dioses, walkirias, humanos, enanos y gigantes visto como una gran obra de teatro. Por este motivo, un mar de butacas rojas estaba presente en toda la puesta en escena de la obra.
Un servidor vio este Anillo en vivo, con excepción de El Oro, e intentará escribir esta entrada desde sus recuerdos de adolescente (tenía entre 14 y 16 años cuando se programó).
Como me perdí el Oro en junio de 2002, poco puedo hablar de él, aunque leí en la prensa que no había sido nada del otro mundo.
El 8 de marzo de 2003 estuve en una función de la Walkiria, que fue emitida en directo por Radio Clásica. Tuvo como protagonistas a una pareja de enjundia: Plácido Domingo y Waltraud Meier interpretaron a Siegmund y Sieglinde. Fue el reparto estelar de este Anillo. Él con su particular pero bella voz, siendo el Siegmund de su época y ella aún en su mejor momento, con un "Siegmund - so nennt ich dich" que se escuchó en todo el teatro. El resto del reparto le anduvo a la zaga: Alan Titus con una voz poderosa fue Wotan, y Lioba Braun fue toda una revelación como Fricka. Luana DeVol fue el punto negro de aquél Anillo como una Brunilda de poco grato registro agudo. Schneider dirigió la orquesta bien, dentro de lo que recuerdo.
La puesta en escena empezaba con Wotan clavando a Nothung mientras sonaba el preludio. Siegmund aparecía entre las butacas y subía a la casa de Hunding, toda ella de color madera claro. En el segundo acto los dioses jugaban con el mundo, representado por maquetas de construcciones clásicas. El tercero era más espectacular, con las Walkirias montadas en truenos que descendían al patio de butacas. Al final, el fuego mágico era sugerido por una iluminación en rojo intenso de las butacas mientras Brunilda dormía en una esférica roca blanca.
Sigfrido fue la más redonda de todas, según puedo recordar. Schneider estuvo inspirado esta vez con la orquesta y el reparto cantó dignamente. Stig Andersen fue un notable Sigfrido, Luana DeVol esta vez cantó bien su Brunilda, Alan Titus, Hartmut Welker, Wolfgang Ablinger-Sperrhacke y Hanna Schwarz estuvieron magníficos en sus papeles.
La puesta en escena constaba en el primer acto de una especie de aula donde Sigfrido intentaba aprender el miedo en una pizarra en la que Mime le contaba su historia. En la fragua se llenaba de humo toda la escena mientras Sigfrido forjaba de verdad una espada. En el segundo acto, el pájaro del bosque era representado por un niño vestido de blanco mientras la soprano cantaba fuera de escena. Fafner salía de una especie de teatro guiñol y al morir se convertía en un humano. En el tercer acto Wotan despertaba a Erda mientras la escena era dominada por un enorme huevo roto que representaba el orden quebrantado por Sigfrido. La roca de las walkirias era ahora una habitación decorada toda de cielo azul claro con nubes y Brunilda llevaba un vestido rojo que ya luciría el resto de la tetralogía. A veces al fondo se veía el mar de butacas con el niño pájaro sentado viendo la escena y después las walkirias. Cuando terminaba el dúo de amor, el telón bajaba mientras el mundo a su alrededor parecía desmoronarse.
El Ocaso de los Dioses contaba con Alfons Eberz como Sigfrido, pero este sólo pudo cantar el estreno el 20 de febrero de 2004, al que asistí. En la siguiente función, Eberz apenas si pudo cantar un acto. Perdió la voz y tuvo que sustituirlo Alan Woodrow, que cantó el resto de las funciones. La función del 12 de marzo fue suspendida a causa de los atentados terroristas del día anterior.
Volviendo a la función del estreno que presencié, recuerdo que el reparto no estuvo mal, destacando a un Eric Halfvarson para el recuerdo como Hagen y una excelente Elena Zhidkova como Primera Norna. La orquesta no estuvo igual: con el viento metal desafinando hasta siete veces sólo en el prólogo, aunque luego alcanzó un nivel tolerable. La puesta en escena fue espectacular a su manera: En el prólogo, las nornas hilaban el hilo del destino entorno a una bola blanca enorme que representaba el mundo. Luego Sigfrido y Brunilda salían de su celeste cuarto, ahora más reducido para adentrarse en el patio de butacas. El Palacio de los Guibichungos era una moderna sala de estar, bastante elegante, con unas ventanas enormes en las que se veía el Rin atravesando el bosque . Al final de su primer monólogo, Hagen violaba a Gutrune. La muerte de Sigfrido era un momento emotivo: el héroe moría solo, mientras Wotan aparecía al principio del aria final de su nieto, al son del arpa. El final fue el momento más impactante: Gutrune mataba a Hagen, para luego caer sin vida ella misma. Al fondo se veía el mar de butacas, con los dioses ardiendo (es decir los figurantes de pie en medio de las butacas iluminadas de rojo intenso). Al final, Erda aparecía sujetando la bola blanca del mundo y se sentaba con ella en medio del escenario, mientras bajaba el telón al son de la última nota, la cual felizmente fue alargada por Schneider un poco más de la cuenta, manteniendo la emoción. Cuando cae el telón, entendemos que empieza una nueva era. Esa nota orquestal alargada significaba una nueva esperanza. Uno de los momentos más emocionantes que haya vivido en un teatro.
Quince años después de este conmovedor final, el público de Madrid volverá a tener la oportunidad de vivir en un teatro la sobrenatural experiencia que supone escuchar en vivo la epopeya musical más grande de la cultura occidental.
Las fotografías no son de mi autoría, si alguien se muestra disconforme con la publicación de cualquiera de ellas en este blog le pido que me lo haga saber inmediatamente.
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