viernes, 7 de diciembre de 2018
Turandot en el Teatro Real. 6 de diciembre de 2018.
Después de una demasiado larga ausencia de veinte años, la última obra maestra de Giacomo Puccini, Turandot, vuelve al Teatro Real. En la temporada 1997/98, la primera desde su reapertura, el Real programó las obras maestras que tenía pendientes por estrenar sobre su escenario, y entre ellas estaba Turandot. Desde entonces, sólo una vez se pudo escuchar a la princesa de hielo en Madrid: en una función en el Templo de Debod (con Pilar Jurado como Liú), y en un par de centros culturales a cargo de la compañía de conservatorio Ópera Moncloa, en el verano de 2011; pero con las limitaciones de espacio y músicos de este tipo de compañías, aunque con un noble trabajo.
Por todo ello, este regreso de la princesa china a Madrid no podía ser más esperado. Dos décadas es mucho tiempo, y por ello muchos de los que ven estas funciones están viendo Turandot por primera vez en su vida. Y además este retorno tiene lugar de la manera más radical posible: en una producción minimalista del famoso director de escena Robert Wilson. Sin embargo, en esta función ha habido luces y al mismo tiempo sombras. Las funciones de esta Turandot están dedicadas en memoria de la recientemente desaparecida Montserrat Caballé, gran intérprete de Liù y Turandot.
Wilson es famoso por su peculiar estilo minimalista tanto en movimientos como en decorados, influido por el teatro japonés, una seña de identidad que aplica a todos sus montajes. En el caso que nos ocupa, estamos frente a una bella producción, aunque hay momentos que no casan con la idea que muchos tienen de Turandot. Un servidor tiene la idea de que este interesante montaje habría sido necesario si esta obra se hubiera visto hace diez años, o cinco. Pero como ya se ha dicho antes, la presentación de una obra después de tanto tiempo ausente de este escenario hace incomprensible con esta visión, su entendimiento para muchos nuevos aficionados que no la han visto en su vida.
La producción trata la obra como un cuento de hadas terrorífico, y desde el habitual punto de vista casi onírico del regista estadounidense, es más de pesadilla que de sueño. Una bella pesadilla, eso sí. La crueldad de la protagonista que está llenando de sangre el país parece ser el motivo principal. Calaf es un valiente por atreverse a adentrarse en ese horror y desafiar a la princesa. Pero su victoria, según nos da a entender la producción, tal vez no le sirva de mucho. En cierta nota de prensa, Wilson afirmaba no saber cómo terminar la obra, partiendo de la premisa de que Turandot se suicida.
Al entrar en la sala, un telón rojo y una iluminación brillante al borde del escenario saludan al espectador. Al abrirse el telón, se el escenario vacío e iluminado de azul, con unos telones que se moverán en los momentos más álgidos. Unos guerreros de terracota se mueven por la escena junto al mandarín. Los movimientos son escasos en las producciones de Wilson, y esto hace que aparezcan Timur, Liù y Calaf casi al mismo tiempo y permanezcan estáticos mientras sólo mueven las manos. Durante el coro Gira la cote Calaf y el pueblo se mueven hacia adelante y hacia atrás mientras los telones se mueven. Los ministros Ping, Pang y Pong aparecen vestidos con sencillos atuendos chinos, y debido a su rol cómico y cínico a la vez se mueven más y hacen más muecas que los protagonistas. Durante toda la obra pondrán la nota burlona, riéndose de esta situación terrible que se ha vuelto una costumbre para todos. Uno de los momentos más espectaculares es la primera aparición de Turandot, con Calaf, el pueblo y los soldados a un lado y ella apareciendo arriba. Al fondo del escenario se proyecta la luz en un brillante destello, en los más importantes momentos. El segundo acto tiene un punto de espectacularidad, con la aparición de Altoum que emerge del cielo suspendido en un columpio, y Turandot apareciendo entre el coro. Cada mención a la sangre o a la muerte parece estar representada con una iluminación del escenario de rojo. El tercer acto empieza con una especie de tela de araña, de la que Calaf emergerá para cantar el Nessun Dorma. Un asunto curioso es la muerte de Liù, ya que en las coreografías de Wilson no es fácil de representar. Al morir ella vuelve a su sitio y se queda inmóvil, y deja de iluminársele. En el dúo final, los protagonistas cantan a una cierta distancia el uno del otro mientras la amenazante iluminación roja alude a la sangre que se vertido en nombre de la terrible princesa. El final es incomprensible, cuanto menos: Calaf desaparece, viene el coro y Turandot revela sola el origen del extranjero mientras entre la iluminación roja que oscurece a todos menos ella aparece un rayo que parte en dos el escenario.
Nicola Luisotti dirige una versión notable, pero no siempre redonda. Hay que destacar el sonido espectacular que saca de la orquesta, aunque a veces caiga en un abuso vulgar del forte; lo que tapaba en varias ocasiones a los cantantes, cuyas voces no son precisamente pequeñas. Otra cosa que le ocurre es que los tempos a veces son demasiado rápidos, especialmente en algunos momentos corales. En cambio, los finales de cada acto terminan de forma espectacular, y en los actos segundo y tercero estuvo muy inspirado. El Coro del Real ha vuelto a estar sobresaliente, especialmente en el primer acto, con una pronunciación exquisita en Perchè tarda la luna?
Irene Theorin iba en un principio a cantar sólo las últimas funciones, pero tras la retirada de su colega Nina Stemme asumió también sus funciones. Por tanto, esta es su gran presentación en el Real. Theorin es una de las más grandes sopranos wagnerianas del momento, y se nota bastante. La voz es realmente grande y bella, el sonido es dramático aunque no tan oscuro como Stemme, pero tiene una dicción y un dominio del personaje bastante más que dignos. El momento más espectacular vino al final del segundo acto, ya que sus agudos eran poderosos y la voz sobrepasaba a los solistas, coro y orquesta.
Gregory Kunde vuelve al Real tras su Aida de hace unos meses. En el papel de Calaf parece encontrarse más cómodo que en el de Radamés, donde pasó apuros. No obstante, la voz ya suena un poco envejecida necesita entrar en calor, como le pasó bastante al principio, pero hacia el final del primer acto ya estaba en forma: las tres llamadas de gong a Turandot las resolvió con un agudo largo y bien proyectado. Desde el segundo acto en adelante cantó maravillosamente, con unos buenísimos agudos. El Nessun Dorma fue sin duda el mejor momento de la noche, ya que lo bordó. No cabe duda de que se había reservado para este momento. Una gran interpretación.
Yolanda Auyanet fue una buena Liù, pero no me pareció del todo cómoda en este papel, sobretodo en algunos agudos. El Signore, ascolta fue un grande y aplaudido momento. Andrea Mastroni interpretó a un decente Timur, y el veterano Raúl Giménez un gran emperador Altoum. Joan Martín Royo fue un excelente Ping, Juan Antonio Sanabria un Pong con destacable vis cómica, y de buen nivel tanto el Pang de Vicenç Esteve como el mandarín de Gerardo Bullón.
Había ganas de Turandot, ya que el Teatro estaba bastante ocupado y el público aplaudió generosamente a los artistas, especialmente a la pareja protagonista y a Liù. Durante muchos años, hemos esperado ver el magistral canto del cisne de Puccini representado en Madrid. Nos ha sido concedido, pero esperemos que algún otro teatro madrileño lo programe más pronto que tarde o que el Real no deje de pasar dos décadas antes de ver de nuevo a la princesa. Esta es una obra espectacular para los sentidos. Y en vivo su impacto es enorme.
Algunas de las fotografías no son de mi autoría, si alguien se muestra disconforme con la publicación de cualquiera de ellas en este blog le pido que me lo haga saber inmediatamente.
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